Es sábado por la tarde en Hellín (Albacete), y apenas se ve gente por las calles. Varios grupos de jóvenes beben cervezas en un bar del centro, en la Plaza de España, y un par de chicos esperan un autobús. Más allá de eso, este pueblo de 30.182 habitantes parece un pueblo fantasma.
La estación de tren también luce totalmente desierta. Un señor de unos 80 años se acerca al andén. “No hay gente porque no hay trenes”, aclara, extrañado al ver a otra persona por allí. En realidad, sí hay trenes, o eso indican las pantallas de Adif. Pero son muy pocos. En concreto, dos por la mañana y dos por la tarde. Van a Madrid y a Cartagena, con paradas en Albacete-Los Llanos en el primer caso y en Murcia, en el segundo.
Sin embargo, los vecinos de Hellín llegaron a tener siete opciones. Pero ahora, como consecuencia de la pandemia, Renfe ha suprimido buena parte de sus circulaciones en todo el territorio estatal, y tras el estado de alarma solo ha recuperado la mitad. Las modificaciones, según explica la propia empresa, se han realizado en función de la demanda —que ha caído un 60% en los trayectos de media distancia—, y las poblaciones más afectadas por el cambio son las menos habitadas. O sea, la España vaciada, que ya de por sí se encontraba aislada por la falta de servicios de transporte, como vienen denunciando sus habitantes. Hellín es uno de esos pueblos que se ha quedado sin la mayoría de sus enlaces ferroviarios. Y eso que prácticamente los acababa de estrenar, después de meses de lucha para que los trenes hicieran parada en su municipio.
A finales de 2018, tras ver cómo el pueblo había ido perdiendo conexiones con las ciudades cercanas durante los últimos 20 años, los vecinos se organizaron para reclamar que el tren híbrido Alvia S730, que pasaba por Hellín en el corredor Murcia-Madrid, hiciera parada allí. Convocaron dos manifestaciones y 27 concentraciones en la estación de ferrocarril, y ganaron la batalla después de múltiples peticiones a Renfe, a la Diputación de Albacete, al Defensor del Pueblo, al Ministerio de Fomento y a la Comisión Europea, que les dio la razón y que declaró admisible su petición en 2019.
“Al final conseguimos que pararan siete trenes, dos de subida y cinco de bajada. Vimos un aumento en la circulación de un 50% y la gente lo aprovechaba. Al menos 20 personas cogían el tren cada día”, relata José Antonio, un vecino de Hellín y portavoz de la Plataforma Ciudadana para el Tren de Hellín y Comarca.
Este topógrafo de profesión, jubilado, dice haber sido usuario de tren toda su vida, sobre todo cuando era estudiante. Cuenta que él mismo ha comprobado en primera persona el abandono progresivo que ha sufrido el municipio y los efectos que ha tenido sobre la población local a medida que se iba quedando aislado. “La gente se marcha porque no hay nada, porque no tienen nada”, lamenta. Después de la victoria, él tampoco usaba el tren todos los días, pero sí de manera puntual para visitar a familiares o para asistir a las manifestaciones en defensa de las pensiones.
Richi, un pintor residente de Isso —una de las 13 pedanías de Hellín— también denuncia el abandono de la comarca. El paro aquí no baja del 20%. A su juicio, en lugar de impulsar la producción local y favorecer la conexión de Hellín con el resto del territorio, “nos están quitando servicios y nos están secando”. Desde Renfe aseguran que irán restableciendo todos sus servicios progresivamente, pero ambos vecinos temen que se aproveche la situación para no reactivar la línea y “dejarla morir” si no resulta útil a nivel comercial.
Los vecinos argumentan que, al ser un servicio público, Renfe no debería responder a si una línea es rentable o no, sino al derecho de las personas a moverse en transporte “limpio, económico y social”. También enfatizan el potencial de Hellín como destino turístico, al tener yacimientos arqueológicos, como el de Tolmo de Minateda, y pinturas rupestres; es también la puerta de la Sierra del Segura. Sin embargo, “el pueblo es eminentemente agrícola y eminentemente deprimido”, insiste José Antonio.
Las modificaciones de horarios y la cancelación —según Renfe, temporal— de circulaciones de trenes se sufre también en capitales de provincia como Cuenca o Albacete. Uno de los servicios suspendidos que han suscitado más polémica es el tren con destino a Madrid que pasaba por Albacete a las 7:07 y por Cuenca a las 7:43. El cambio ha afectado sobre todo a personas que trabajaban en una ciudad, pero viven en otra. Isabel, una economista de 36 años, trabaja en Madrid y reside en Albacete. Cuatro días a la semana depende de este tren para estar a su hora en la oficina. Con la modificación de los horarios, ha tenido que quedarse en Madrid desde el 21 de junio porque, de otra forma, no le daría tiempo a llegar al trabajo. “El siguiente pasa una hora después, y ya llegaría demasiado tarde. En mi empresa me dan mucha flexibilidad y se han adaptado cuando han quitado otros trenes. Pero una cosa es que yo llegue a las 9:30, y otra a las 10:30, cuando mis compañeros llegan a las 8:00”, protesta. Además, también se ha suprimido el tren que cogía a las15:25 para regresar a Albacete. Si el servicio no se restablece pronto, tendrá que plantearse cambiar de trabajo o instalarse definitivamente en Madrid. Su marido, que es funcionario en la Universidad de Albacete, no podría mudarse con ella.
En Cuenca, los municipios afectados por las modificaciones en la línea de Valencia a Madrid se están movilizando por el mismo motivo. “Solo queremos ser clientes de Renfe, pero parece que Renfe no quiere que lo seamos”, recalca Arturo Zarzuela, alcalde de Castillejo del Romeral, una localidad de Huete de 70 habitantes. Su exigencia es la misma desde hace años: “Que todos los trenes que pasan, que son cuatro o cinco, se detengan si hay viajeros”. “En lugar de convertir el tren en un servicio articulador de la España vaciada, la falta de servicios de tren está amplificando la brecha con la España superocupada”.