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La alta huella ambiental de ver vídeos en plataformas como Netflix

Ver una película en Netflix o descargarse un vídeo en Whatsapp puede parecer una acción que no tiene consecuencias para el medio ambiente. Sin embargo, varios estudios advierten que nuestro consumo de energía puede dispararse con el desarrollo de la Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas, y por nuestra afición exponencial a las descargas de vídeo online.

El informe de The Shift Project, una organización francesa que ha estudiado el consumo de energía de los datos, estima que las descargas de vídeos durante el 2018 generaron más de 300 millones de toneladas de CO lo que equivale al total de emisiones de España.

“Cada byte que se genera en Internet implica que los datos viajen desde los centros de datos (que se encuentran en lugares como Estados Unidos) a nuestros aparatos, a través de cables, antenas y fibras ópticas”, explica Maxime Efoui, el principal autor del estudio. “Cada uno de estos elementos consume energía y emite dióxido de carbono ya sea en su construcción (con la extracción de minerales, procesos industriales, etc.) como por la electricidad que necesitan”.

Los vídeos representan uno de los formatos de información más densos. Teniendo en cuenta su volumen, diez horas de un vídeo de muy alta definición representan una cantidad de datos superior a todos los artículos en inglés de la Wikipedia. Media hora de una película vista en Internet emitiría, según este informe, 1,6 kilogramos de CO lo que equivale a conducir 6,3 kilómetros en un coche.

El investigador de Huwaei Anders Andrae, calculó que si la demanda sigue aumentando la industria de las TIC podría usar el 20% de toda la electricidad y emitir hasta el 5,5% de las emisiones de CO del mundo en 2025. Es decir, más que cualquier país excepto Estados Unidos, China e India.

Pero estas cifras resultan complicadas. Para George Kamiya de la Agencia Internacional de la Energía, el problema está en la incertidumbre. “En realidad, la tecnología cambia tan deprisa que nadie sabe exactamente qué va a ocurrir”, nos dice cuando le preguntamos por qué sus predicciones solo llegan hasta el 2021.

En los últimos años, la demanda de la energía de los centros de datos no ha aumentado tan rápido como el tráfico de datos (que se ha triplicado desde 2015) gracias a que muchos han empezado a usar energías renovables y, sobre todo, a que gran cantidad de servidores pequeños se han transferido a centros de hiperescala. En estas estructuras de computación masiva la información se organiza de manera mucho más organizada y uniforme, lo cual permite gestionar de forma más eficiente su consumo de electricidad.

El problema, apunta Efoui, es que “cada vez que hacemos un progreso en la reducción de la energía, el consumo de nuestras infraestructuras y aparatos se multiplica lo que vuelve a cambiar la balanza.”

Las ventajas que puede tener en el consumo el 5G (mucho más eficiente que el 3G o 4G), el uso de aparatos más pequeños como los móviles inteligentes o las baterías más potentes podrán anularse por la cada vez mayor resolución en los vídeos, los nuevos usos de datos y, sobre todo, el aumento de usuarios.

Medir lo que se gasta resulta por eso complicado pero, como aseguran Efoui y Kamiya, será lo que nos permita asegurar la sostenibilidad de esta industria masiva que se prevé que se doble en los próximos años.

El informe de The Shift Project propone que, de momento, los usuarios empiecen a tomar sus propias medidas: elegir vídeos de menos resolución, conectarse a wifi en vez de 4G, enviar mensajes sin imágenes y, cuando sea posible, desenchufar los datos en el móvil.

Para Kamiya, sin embargo, el problema se localiza en otro lugar. “Internet no tiene un coste de emisiones cero”, señala, “pero no nos olvidemos de lo más importante. Si el mayor consumo de energía proviene de la producción del teléfono o los ordenadores, lo más importante es tener aparatos que duren más tiempo”.

Quizá sea mejor escuchar música en Spotify que en Youtube pero lo más adecuado sería si uno lo hace con un móvil que no cambia cada tres o cuatro años.

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