Que de pronto se vea una nutria en el centro de una urbe como Madrid se considera de forma generalizada como algo muy positivo, pues hoy en día se entiende que son muchos los beneficios para las ciudades de que haya en su interior presencia de naturaleza. Lo que resulta mucho más desconocido es que las ciudades también pueden ser a veces beneficiosas para la naturaleza. Esto es lo que afirman dos estudios publicados en Frontiers of Ecology and Evolution, que defienden que las urbes de Estados Unidos resultan clave para salvar a especies polinizadoras como la mariposa monarca.
Este icónico insecto de alas anaranjadas y negras lleva a cabo en Norteamérica una de las migraciones más asombrosas de la naturaleza. Con apenas medio gramo de peso las mariposas monarca llegan a recorrer 4.200 kilómetros desde Canadá y EEUU hasta sus refugios invernales en México, regresando luego en un increíble viaje de vuelta en el que se dan el relevo varias generaciones (siendo las ‘tataranietas’ los que volarán de nuevo a México el invierno siguiente). Sin embargo, como inciden investigadores del Museo Field de Historia Natural de Chicago, las poblaciones de la mariposa monarca se han reducido cerca de un 80% en los últimos 20 años en Norteamérica, una preocupante caída como la que se está produciendo en general con los insectos en muchos puntos del planeta.
La novedad es que estos investigadores proponen ahora utilizar las ciudades para apoyar la conservación de la especie, plantando en ellas agodoncillos (asclepias), una planta en retroceso que resulta esencial para la reproducción y alimentación de las monarca.
“Las áreas metropolitanas son importantes para la conservación de la fauna, y esto es especialmente verdad para polinizadores como la monarca que pueden sobrevivir con muy pequeñas áreas de hábitat”, incide Abigail Derby Lewis, investigadora del Museo Field de Historia Natural y principal autora del estudio ‘Does nature need cities?’ (¿Necesita la naturaleza a las ciudades?). “Está asumido que las ciudades no son sitios importantes para las plantas y los animales, pero esto es porque nadie se ha fijado en estos paisajes de una forma sistémica, como tampoco en el impacto colectivo de muchas plantaciones a pequeña escala en un amplio territorio”.
“Este es el primer estudio que estima la cantidad de hábitat disponible en las ciudades para monarcas y otras polinizadoras, y cuánto potencial hay para añadir más”, recalca Mark Johnston, autor del segundo estudio sobre este tema publicado en Frontiers of Ecology and Evolution. Los investigadores calculan que para salvar a las monarcas habría que plantar 1.800 millones de tallos de algondoncillo, lo que supondría cubrir una extensión como todo Washington, DC. Por ello, consideran que hay que aprovechar el espacio existente en las urbes de EEUU para la colocación de estas plantas. “Creemos que las ciudades podrían admitir entre el 15 y el 30 por ciento del algodoncillo que se necesita para salvar a las monarcas”, recalca Johnston.
Aunque a una escala más pequeña, ya hay proyectos en marcha en España y Europa para ayudar a la conservación de determinadas especies desde las ciudades. Como explica Gorka Belamendía, responsable del Centro de Interpretación de Ataria –en los humedales de Salburúa en Vitoria-Gasteiz– y experto en biodiversidad urbana, están los casos de reintroducción de halcones peregrinos en urbes como Barcelona o Madrid para fortalecer las poblaciones de esta especie o la colocación de nidos artificiales para vencejos comunes y reales en ciudades como Granada.
En Vitoria-Gasteiz se lleva años trabajando en la expansión de la biodiversidad urbana, creándose allí un Anillo Verde alrededor de la ciudad, conformado por cinco parques, uno de ellos Salburúa, dónde se ha hecho habitual la presencia de especies tan raras como el porrón moñudo. Como detalla Belamendía, esta renaturalización tiene beneficios claros para la ciudad, como la presencia de más zonas de esparcimiento para la ciudadanía o frenar el efecto de las grandes avenidas de agua. Pero también para la propia conservación de especies. “El Anillo Verde es un campo de pruebas para recuperar la diversidad de mariposas diurnas que tenemos en la periferia, a través de diferentes acciones, como corredores de flor que sirvan de caminos para que los lepidópteros vuelvan a los parques y jardines de la ciudad”, incide.
“También estamos trabajando con los odonatos, las libélulas y caballitos del diablo”, comenta este especialista. “Estamos renaturalizando muchos de los estanques urbanos de la ciudad, estanques en los que la costumbre era generar un labio de hormigón alrededor de la masa de agua considerándolo más como un elemento estético que de integración de biodiversidad”. “Hemos visto que al renaturalizarlos, hay estanques que están pasado de no tener ninguna libélula a coger una biodiversidad va creciendo poco a poco”.
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