Gérard Moss fue la primera persona en seguir un ‘río volador’ en pleno vuelo. Se encontraba tomando muestras de vapor de agua en su avioneta sobre la Amazonia cuando, aprovechando las buenas condiciones climáticas, decidió seguir el inmenso cauce de vapor de agua que encontró sobre la ciudad de Belém. Tras siete días de seguimiento, Moss llegó a la ciudad de Sao Paulo donde se acumuló una gigantesca masa de agua suficiente para abastecer durante 115 días a toda la ciudad.
La humedad de la atmósfera es fundamental para las lluvias y, aunque los científicos todavía no tienen claros los mecanismos, los bosques ejercen una labor primordial para que esa humedad sea adecuada. El río volador que siguió Moss no solo proporcionaba el agua necesaria para nutrir el bosque sino que transportaba el agua al sur del país.
El nuevo estudio que la NASA ha publicado esta semana, sin embargo, lanza datos preocupantes. La atmósfera sobre la Amazonia se ha secado en los últimos 20 años por efecto de los gases de efecto invernadero y, sobre todo, por la quema de árboles para la agricultura y la ganadería que emiten aerosoles como el hollín. Al ser oscuro, el hollín absorbe los rayos del sol, lo cual aumenta la temperatura de la atmósfera y esto a su vez interfiere en la formación de las nubes y la lluvia. Sin humedad, el bosque tropical quedará más expuesto a nuevas sequías e incendios.
El resto de la historia ya la conocemos: si la Amazonia desaparece, nos quedamos sin el pulmón más importante del planeta y una de las principales fuentes que absorbe el exceso que estamos emitiendo de CO2 . Pero, además, un aspecto que se menciona con menos frecuencia, afectará al ciclo de la lluvia también.
El ecólogo forestal de la Universidad de Noruega Douglas Sheil ha regresado hace poco de Manaus, la capital de la Amazonia. Allí se podía oler el humo, comenta ya de vuelta, pero la gente, rodeada de bosque, no se da cuenta de que camina al borde de un precipicio. La lluvia, explica el científico, es más frágil de lo que muchos imaginamos. “Hoy en día cada vez estamos más convencidos de que gran parte proviene del agua reciclada de la superficie de la tierra, no solo del océano. Todavía no sabemos la cantidad exacta pero puede ser el doble de lo que suponíamos”.
Según un estudio de 2017, si la Amazonia pierde entre el 30% y 50% de su masa forestal, sufriría una reducción de hasta el 40% de lluvia en las zonas no deforestadas. “Los bosques requieren mucha agua, así que cuando las lluvias descienden bajo cierto nivel, las sequías se vuelven más intensas y la vegetación se adapta a especies más tolerantes a la falta de agua como bosques secos o del tipo de la sabana”, explica la investigadora de la Universidad de Leeds, Jess Baker.
Pero lo más preocupante es que, sin los ríos voladores, la sequía se podría extender también al sur de Brasil, el norte de Argentina, Bolivia y Paraguay, lugares de agricultura y con grandes poblaciones. Sin árboles que transpiren y liberen humedad a la atmósfera, estas masas de vapor de agua, que provienen del océano, no podrán llegar a las zonas de interior donde el reciclaje del agua es fundamental.
Ruud van der Ent, el primer científico que intentó establecer un mapa global de las corrientes de humedad en la atmósfera, es consciente de que muchas de las ideas sobre el ciclo hidrológico han evolucionado en los últimos años y algunas son controvertidas. A pesar de la evidencia empírica, aceptar que el bosque atrae activamente la humedad y por lo tanto la lluvia pone en cuestión algunas bases de los modelos establecidos. Sin embargo, advierte, ya nadie duda de que el bosque ayuda a mantener el ciclo del agua en la atmósfera activo. “Las copas de los árboles interceptan las gotas de lluvia que al evaporarse vuelven a la atmósfera y, a su vez, promueven la infiltración hacia el subsuelo que, tras ser absorbida por las raíces, vuelve a la atmósfera por la transpiración de las plantas”.
Douglas Sheil cree que el bosque tiene un valor aún mayor que habría que investigar. En un trabajo que realizó en Borneo, observaron que la deforestación dramática que se produjo en la isla entre 1973 y 2010 supuso más de un 20% del descenso de las precipitaciones. Y en otro estudio en Burkina Faso se demostró que los paisajes que tenían cobertura arbórea capturan mucha más agua que paisajes similares desprovistos de árboles.
El problema es que, como señala este científico, todavía no sabemos exactamente cómo. La acción del viento, el tipo de vegetación y otras variables hacen que la relación entre bosque y lluvia a veces no sea directa y, por lo tanto, aún no podamos establecer cuál sería la mejor manera de aprovechar su potencial. Es decir, no vale con plantar más árboles en cualquier lugar. Pero sí sabemos que el riesgo al que nos exponemos al destruir los sistemas que tenemos es muy elevado.
La noticia de la NASA apunta que la sequía en la Amazonia puede que se esté precipitando (en su estudio resaltan que esto se produce sobre todo en el sureste del bosque forestal) y que las causas son las acciones del ser humano.
“La respuesta de la ciencia es clara”, concluye Van der Ent. “La naturaleza es compleja y nunca vamos a saber lo suficiente. Por eso no destruir por completo el sistema natural es la mejor manera de asegurarse que la lluvia continuará”.
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