Confirmado por primera vez el papel del cambio climático en los incendios devastadores de Australia
Un grupo de científicos internacionales confirma por primera vez el papel del cambio climático en los fuegos devastadores que Australia ha experimentado este año. Según el equipo de World Weather Attribution, el calentamiento global incrementa al menos un 30% la probabilidad de que Australia sufra incendios extremos aunque sospecha que se trata de una cifra a la baja, ya que ha constatado que los modelos subestiman las tendencias que se observan en las olas de calor.
La investigación, que comenzó hace ocho semanas y tiene como fin establecer hasta qué punto el cambio climático afecta a la aparición e intensidad de este tipo de eventos en el sureste de Australia, advierte además que si las temperaturas globales aumentan 2 °C esto supondrá que los incendios serán como mínimo cuatro veces más frecuentes.
De las tres variables que se analizaron a través de observaciones y modelos climáticos –el riesgo de incendio, las temperaturas altas y la falta de lluvias– dos de ellas, los incendios y las temperaturas altas, mostraron una tendencia clara a presentarse de forma más habitual desde que empezaron los registros: 1900, en el caso de las temperaturas, y 1979 para el índice de incendios. En el caso de las sequías, a pesar de que 2019 ha sido el año con menos lluvias desde que se tienen datos, no pudieron encontrar ninguna relación directa.
“Sabíamos que esta investigación iba a ser más complicada que todo lo que habíamos hecho antes porque en los incendios hay una relación muy compleja entre las variables”, dijeron los autores en una conferencia de prensa en línea donde explicaron que el estudio se acababa de enviar para el escrutinio de la revisión de pares, “pero queríamos aportar evidencia científica a partir de modelos bien establecidos que pudieran contrastarse, sobre todo en un momento en que este episodio tiene todavía gran relevancia social”.
Aunque los incendios en Australia ya han acabado o se han contenido en la mayoría de las regiones (Nueva Gales del Sur anunció este martes su primer día sin fuegos desde julio), sus efectos continúan tanto para la población humana como para los millones de animales afectados. Sophie Lewis, una de las investigadoras de la Universidad de Nueva Gales del Sur que vive en Canberra, explicó por teléfono cómo ella misma, que suele estudiar el cambio climático como un fenómeno complejo y de sistemas a gran escala, vivió una experiencia traumática por tener que encerrarse varias semanas en casa para evitar el humo que llegaba a la ciudad.
“Canberra se conoce coloquialmente como la ʽcapital de los arbustos’ porque alrededor se extiende uno de los mayores parques nacionales del continente”, dijo a los periodistas, “pero en enero entró en llamas. Hoy se estima que ha perdido hasta el 83% de su vegetación. Por eso nos parecía que era importante estudiar científicamente este fenómeno. El impacto en los ecosistemas y las personas ha sido enorme”.
El problema es que, como hemos oído muchas veces, el clima no se corresponde con el tiempo local. A pesar de que los estudios de atribución, en los que se establece la relación entre el cambio climático y los eventos meteorológicos extremos, se vienen realizando desde 2003, todavía se enfrentan al gran reto de manejar diversas variables complejas cuya relación es difícil de determinar.
“Aunque los modelos climáticos ofrecen muy buenos datos para reproducir los patrones meteorológicos estacionales a gran escala y en periodos largos”, puntualizaron varios autores, “no siempre aciertan con los fenómenos extremos. Algunos piensan que eso significa que no se pueden realizar estudios de este tipo, pero nosotros hemos demostrado que no es cierto”.
World Weather Attribution ha establecido un protocolo para la atribución con variables claras y transparentes, en las que se contrastan los modelos climáticos con diversas observaciones. Todos los científicos del estudio señalan, sin embargo, que será necesario entender por qué los modelos subestiman las tendencias en las olas de calor para poder mejorarlos.
También para poder confrontar mejor los fenómenos meteorológicos extremos. “Si miramos el mundo, Australia es un país mucho mejor preparado que la mayoría para hacer frente a los incendios”, explicó el representante del Centro del Clima de la Cruz Roja, Maarten K. van Aaslt, al presentar su análisis sobre el esfuerzo individual y local en estas regiones para organizarse ante la situación.
“Pero este verano hemos observado que, en ciertos aspectos, los límites se empiezan a superar”. La resiliencia, advierte, disminuye a medida que estos eventos se hacen más comunes. “Por lo que, aunque la adaptación es esencial, también debemos empezar a pensar que hay un techo hasta donde nos podremos habituar”.
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