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El roedor convertido en héroe climático: Estados Unidos planea usar castores para combatir la sequía y los incendios

Un castor norteamericano.

Guillermo Prudencio

15 de noviembre de 2022 22:49 h

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En el oeste de Norteamérica, la búsqueda de soluciones ante los impactos de la crisis climática está encumbrando a un héroe inesperado: el humilde castor, un roedor capaz de moldear su entorno hasta el punto de ralentizar el paso de grandes incendios forestales. Un movimiento creciente de científicos y conservacionistas está investigando y llamando la atención sobre los beneficios de recuperar la especie, diezmada por el comercio de sus pieles, como ejemplo del papel protector de la naturaleza en un mundo cada vez más caliente.  

Tanto es así, que a la vista de los impactos del cambio climático, en Estados Unidos empiezan a plantearse en serio la posibilidad de firmar una tregua con estos animales. Su papel ha llegado incluso a la cumbre del clima de Egipto, la COP27. Allí, la Casa Blanca ha presentado una hoja de ruta para promover las “soluciones basadas en la naturaleza” que incluye la protección de los castores. El documento destaca que la especie “aumenta la recarga de las aguas subterráneas y los caudales durante la estación seca”. En California, el Gobierno estatal ha dedicado 1,67 millones de dólares este año para el desarrollo de un programa de recuperación del castor: el servicio de fauna estatal lo llama “un héroe climático creativo y sin explotar”. 

“Nos estamos quedando rápidamente sin opciones para hacer frente al cambio climático, y hay más gente dispuesta a estudiar soluciones diferentes porque necesitamos toda la ayuda posible”, dice la investigadora Emily Fairfax, de la universidad californiana de Channel Islands, que se define como “entusiasta de las presas de castores” en su cuenta de Twitter

“Trabajar como un castor” es un dicho norteamericano que refleja la personalidad industriosa de estos animales, cuya principal tarea es parar el flujo del agua: al taponar un río o un arroyo amontonando troncos y barro, el castor crea un estanque donde puede construir una casa y vivir a salvo de los depredadores. 

Pero a diferencia de las presas construidas por humanos, estas son porosas, así que actúan como “baches” que van frenando el agua según viaja río abajo. “Si simplemente les dejas a lo suyo, los beneficios que proporcionan son enormes”, asegura Fairfax. Se ha demostrado que los humedales creados por los castores retienen agua y recargan los acuíferos, filtran la contaminación, almacenan carbono y atenúan las inundaciones. También crean mosaicos de hábitats, que multiplican la biodiversidad al servir de refugio y de zona de cría para multitud de especies.

Por esa capacidad de modelar su entorno, solo superada por la de los humanos, se les conoce como “ingenieros de los ecosistemas”. La propia Fairfax trabajaba como ingeniera antes de comenzar a investigar sobre la especie, y habla con admiración de los castores como “ingenieros medioambientales altamente cualificados”. Por ejemplo, por su capacidad de resistir a los megaincendios que asolan el oeste de Norteamérica.

Tras visitar zonas quemadas y estudiar imágenes de satélite antes y después del paso del fuego, Fairfax descubrió que los tramos de arroyos en los que no había castores se veían afectados por el fuego –respecto al impacto en la vegetación– tres veces más, de media, que las zonas con presas de castores. “Habían diseñado esos paisajes de una manera que crea una seguridad realmente duradera”, cuenta. 

Son beneficios que podrían multiplicarse si se deja que la especie recupere, aunque sea en parte, lo que un día fue suyo. Se calcula que entre 100 y 400 millones de castores habitaban Norteamérica antes de la llegada de los europeos, y el comercio de sus pieles se convirtió en el motor de la colonización. Los cargamentos de pieles cruzaban el Atlántico para alimentar la moda de los sombreros de fieltro, pues apenas quedaban castores europeos para cazar: en España, donde la especie también es parte de la fauna autóctona, se cree que desapareció en el siglo XVIII o XIX, aunque hace dos décadas se reintrodujo en algunos ríos de la cuenca del Ebro y desde 2020 está incluida en el catálogo de especies amenazadas

En Norteamérica la persecución fue implacable, y hoy apenas sobrevive un 10% de la población original, según Emily Fairfax. Aun así, la especie no está protegida, y mucha gente, poco tolerante ante su costumbre de roer árboles e inundar terrenos, los sigue considerando una plaga. “Son un pequeño agente del caos, y eso puede ser estresante”, admite la investigadora. Aunque hay soluciones no letales, como proteger los árboles con mallas metálicas para mantenerlos a raya, hay quien sigue recurriendo a la escopeta, las trampas o incluso la dinamita. En 2021, el propio Gobierno federal, a través del Departamento de Agricultura, mató a tiros un total de 24.687 castores

También se están multiplicando las iniciativas de ONG, universidades y tribus nativas para promover la coexistencia con los castores y ayudarles en su expansión. Una de ellas es Think Wild, una organización que gestiona un hospital de fauna en el desierto de Oregón. Su directora, Sally Compton, cuenta que cada vez reciben más llamadas de propietarios de tierras, pidiendo que les manden una pareja de castores a su finca. 

“Este ha sido uno de los peores años de sequía que hemos tenido, y se va acumulando año tras año. Creo que por eso la gente está empezando a pensar de forma más creativa en cómo mantener el agua en sus tierras”, señala Compton. 

Emily Fairfax coincide con ella. “Tenemos un gran problema y necesitamos toda la ayuda posible. No podemos permitirnos seguir trabajando contra ellos, tenemos que trabajar con ellos”, asegura.

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