Hasta mayo de 2024, el Gobierno ha destinado más de mil millones de euros de los fondos del Plan de Recuperación Next Generation de la Unión Europea –en concreto 1.065.297.382– a modernizar regadíos, la principal estrategia para afrontar uno de los grandes problemas estructurales del país: la escasez de agua.
El Gobierno, a través del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), va a movilizar una inversión público-privada de 2.416 millones de euros, con 97 actuaciones en más de 700.000 hectáreas. Esta inversión cuenta con financiación del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. De la herramienta de datos ELISA, habilitada en abril por el Ministerio de Economía para conocer los microdatos de todos los proyectos que ya han recibido fondos europeos, se desprende que más de 1.000 millones de euros (35.191 millones adjudicados en total) han sido destinados, por el momento, a esta política.
La segunda partida más grande de estos fondos hasta la fecha es la que se refiera a “mejora de la eficiencia y la sostenibilidad de regadíos”. Solo le superan las “ayudas a los vehículos eléctrico” que, entre las tres convocatorias de subvenciones de 2022 y 2023, suman 1.403 millones.
La sequía de los últimos años ha mostrado la peor cara de la escasez de agua que, agravada por el cambio climático, pone en duda que se pueda satisfacer la demanda intensiva sobre todo en la agricultura. Los campos productivos se beben el 79,1% de toda el agua disponible. Entre 2018 y 2021, de cada 100 litros, 80 se destinaron a la agricultura a través del regadío, según datos del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (Miteco). Del resto, un 15,03% corresponde al abastecimiento urbano (incluido el de los turistas) y un 5,8% a la industria.
Sin embargo, la modernización del regadío –que consiste en pasar de sistemas de gravedad (inundación y surcos) a otros de goteo o aspersión– tiene un problema principal: “La modernización puede reducir el uso de agua, pero casi siempre aumenta el consumo”, según el profesor de Ingeniería Hidráulica y del Riego en la Escuela de Agrónomos de Huesca y miembro de la Fundación Nueva Cultura del Agua Ricardo Aliod.
Esta “falsa sensación de ahorro”, argumenta, se da al confundir uso y consumo de agua. El primer término hace referencia al volumen de agua recibida a través de una toma que es extraída de una masa de agua –un río, un acuífero–, parte del cual puede volver a la cuenca. Por su parte, el consumo de agua es la parte usada que no retorna a la cuenca.
“En el regadío este no retorno se da porque una gran parte de esta agua se evapora. El agua ya no retorna a la cuenca, ya no la puedes volver a reutilizar, está perdida, consumida para siempre”, clarifica Aliod. Y agrega: “Ahí está la clave de esta paradoja: podemos usar menos agua, pero consumir más. Por esta razón es un fraude, no consume menos agua”.
Paradoja hidrológica
Los especialistas llaman “paradoja hidrológica” al incremento del consumo de agua debido a la mayor eficiencia del riego modernizado. En el riego tradicional, una parte del agua usada no se consume en el cultivo y retorna a la cuenca a través de filtraciones. El riego modernizado, en cambio, reduce los retornos y elimina cualquier estrés hídrico a la planta.
En el regadío el agua ya no retorna a la cuenca, no la puedes volver a reutilizar, está perdida. Ahí está la clave de esta paradoja: podemos usar menos agua, pero consumir más. Por esta razón es un fraude, no consume menos agua
“A esta paradoja hay que agregarle que la reducción en el uso de agua ha generado la ampliación de nuevos regadíos. Es decir, el panorama se agrava con un segundo impacto, que denominamos efecto rebote”. Al existir una sensación de que hay más disponibilidad de agua, se incita a aumentar el regadío. “Esto ha pasado en las cuencas que se han modernizado”, explica el profesor aragonés.
En el informe Retos de la planificación y gestión del agua en España (2023), Francesc La Roca y Julia Martínez denuncian que “las modernizaciones de regadíos están agravando, no aliviando, la creciente inadaptación de los regadíos al cambio climático, así como el mal estado de muchas masas de agua superficiales y subterráneas, al suponer una justificación (sobre asunciones falsas) para mantener la superficie de regadío actual, ya insostenible e incluso para aumentarla en ciertos casos”.
A juicio de estos científicos, la modernización de regadíos “se ha convertido en una pantalla de desinformación de la sociedad”, presentada como “la solución técnica” al déficit hídrico. “Se considera como una medida de corrección de impactos del regadío, cuando es una política que se adopta persiguiendo el aumento de la productividad. Debería, por tanto, figurar como medida de satisfacción de la demanda y no como una medida ambiental”, critican.
De los nuevos Planes Hidrológicos (2022-2027) se desprende que, por el momento, el Gobierno no tiene sobre la mesa una política de reducción de hectáreas de regadío, una medida que, por “el grave problema de la sobreexplotación del agua en España”, ya debería estar contemplada, explican La Roca y Martínez.
En algunos casos, manteniendo inercias de planes anteriores, esta hoja de ruta hídrica recoge ampliaciones de regadíos, “incluso en cuencas con elevada presión extractiva”, lamentan los expertos. Es el caso del Ebro, donde están previstas al menos 59.000 hectáreas de nuevos regadíos, de los cuales la mayoría se destinará a cultivos que más agua consumen, como maíz o alfalfa, utilizados para consumo de pienso animal.
La advertencia del Tribunal Europeo
La crítica a la vía de la modernización de los regadíos no es exclusiva de científicos y ecologistas. El Tribunal de Cuentas Europeo (TCE) en su “Informe Especial. Uso sostenible del agua en la agricultura: probablemente, los fondos de la PAC favorecen un consumo de agua mayor”, da el mismo diagnóstico: la tecnología está aumentando el consumo de agua.
En materia de regadíos, el TCE denuncia que los incrementos de eficiencia en el uso de agua “no suponen generalmente mejora del estado de las masas de agua”.
Los datos recabados confirman, según este organismo, que, además, “las ayudas asociadas a esta medida favorecen la perpetuación de cultivos intensivos en agua de baja rentabilidad en zonas con estrés hídrico”.
Cuando se publicó este informe (2021), ninguno de los Estados miembros había introducido “salvaguardias sobre el uso del agua” en sus planes hidrológicos, “tales como restricciones al apoyo en zonas con estrés hídrico”.
Según los datos del propio Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco), la superficie de regadío alcanza 3,8 millones de hectáreas, lo que supone alrededor del 23% de la superficie total cultivada. Entre 2010 y 2019, esta área se ha incrementado un 14%, mientras que la superficie cultivada total se redujo un 1,3%.
Andalucía es la comunidad con una mayor superficie regada con 1.117.900 hectáreas (29,2% del total). Le siguen Castilla-La Mancha (572.300), Castilla y León (463.100) y Aragón (413.500). Entre estas cuatro regiones suman el 67% de la superficie regada del país. Al poner lupa sobre Castilla-La Mancha, se dimensiona la expansión de los cultivos que necesitan riego. En 1996, según datos oficiales de esta comunidad, había 353.801 hectáreas de regadío. En 2021 (último dato), la cifra ascendió a 582.767 hectáreas, un 65% más.
Sin embargo, en la Declaración Ambiental Estratégica de los nuevos planes hidrológicos, los técnicos del Miteco reconocen los riesgos que la modernización de regadíos supone en relación con las presiones hídricas y el estado de las masas de agua: “En los casos en que no se asegure una reducción neta de la presión por extracciones o no se disponga de información fiable sobre la medida en que la modernización afectará a las extracciones y a los retornos, la actuación se incluirá en el programa de medidas entre las orientadas a la satisfacción de las demandas o incremento de recursos hídricos en lugar de entre las orientadas al logro de los objetivos medioambientales”.
Posibles soluciones
Ante la pregunta de cómo disminuir el consumo de agua en la agricultura, Aliod propone varias medidas. En primer lugar, las “soluciones técnicas, las más fáciles de aplicar”. Pone dos ejemplos: lo que se conoce como “técnica de riego deficitario controlado” en cultivos leñosos, que reduce el consumo de agua sin mermar la producción. El problema de esta alternativa es que no todos los árboles admiten esta técnica y no todos los cultivos son árboles. “La medida, por tanto, no es suficiente. La tecnología, sabemos, tiene una solución parcial y limitada”, subraya.
En un “segundo nivel de soluciones” entraría el cambio de cultivos, es decir, adaptar los suelos más áridos a cultivos que requieran poca agua. “En algunas zonas se está haciendo, pero también es insuficiente. Lo que queda, entonces, es el tercer nivel, el más duro y desagradable: la reducción de la superficie de regadío”.
La clave, aclara este ingeniero, es planificar y ejecutar una reducción con “criterio social”, porque “no es lo mismo reducirle un 15% de superficie cultivable a un fondo de inversión que reducirle un 15% de forma lineal a un pequeño agricultor”, analiza este especialista.
“Fabricar agua a través de pantanos es imposible”, explica Aliod. “Ahora tenemos pantanos vacíos, si hacemos más pantanos tendremos todavía más pantanos vacíos”. También se muestra crítico con los trasvases: “Las sequías son generales, cuando Andalucía no tiene agua, Aragón tampoco. Además, el coste energético es enorme”.
Sobre la desalación analiza que “si está cerca del mar, se puede aplicar. Pero tiene también un coste energético y no todos los cultivos aguantan la desalación”. Por último, continúa, “la medida mágica de la reutilización de agua de depuradoras es una falacia ya que si el agua no va al río y se utiliza en la agricultura, se evapora y no llega a los acuíferos”. En definitiva, “más agua no hay, no se puede fabricar. La única posibilidad es reducir el consumo”, sintetiza.