ENTREVISTA Premio 'rebelde energético del año'

Dirk Vansintjan, cooperativista energético: “Los ciudadanos deben tener en propiedad parte de las renovables”

Laura Rodríguez

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Dirk Vansintjan (Halle, Bélgica, 64 años) está orgulloso de que hace un tiempo le otorgaran en Bélgica el título de “rebelde energético del año”. Se lo dieron, asegura, por impulsar ideas que amenazan el modo actual de hacer las cosas. Pero también por haber demostrado que las comunidades energéticas tienen la capacidad de realizar un cambio significativo en la vida de muchas personas.

La cooperativa que Vansintjan fundó alrededor de una mesa de cocina con un pequeño grupo de amigos en un pueblecito de Flandes en 1991 proporciona hoy electricidad a 70.000 ciudadanos. Al viejo molino de agua que restauraron buscando electricidad limpia en un momento en que las renovables apenas existían se han ido añadiendo adquisiciones de aerogeneradores, turbinas hidráulicas y paneles solares distribuidos por diversos lugares de la populosa región belga. Hoy, Ecopower ofrece una alternativa en un sector casi exclusivo de grandes empresas y demuestra que los ciudadanos pueden generar, y consumir, su propia energía con éxito.

Para Vansintjan, la transición energética necesita que los ciudadanos tomen el control de la producción de energía y que nuestro sistema recupere el modelo descentralizado que ayudó a establecer, en sus orígenes, la electricidad en el mundo rural en Europa. El motivo es sencillo: quizá a nadie le guste tener un aerogenerador cerca de su casa, pero la cosa cambia bastante cuando el generador es de uno y da beneficios, explica riendo. Con el tiempo, este activista se ha convertido en un experto en comunidades energéticas, tanto por la experiencia en su propia cooperativa como por su labor en Europa. Además de coordinar Ecopower, es presidente de REScoop.eu, la federación europea de cooperativas de energías renovables, donde ayuda a personas en diversos países a implementar sus proyectos.

Durante la entrevista, Vansintjan nos muestra en su pantalla de ordenador un fondo verde donde se representan dos estadios de fútbol diferentes. En el primero, el campo está formado por las dos áreas tradicionales divididas por la línea de mediocampo, con las autoridades públicas a un lado y los jugadores del mercado en el contrario. En el segundo campo, la cancha se despliega en tres sectores con la forma de las aspas de los aerogeneradores donde aparecen las autoridades, el mercado y una tercera zona donde está escrita la palabra “comunidad”. Este es el modelo, nos dice, al que debemos acercarnos.

“En el esquema actual tienes a los jugadores públicos como las compañías de electricidad y los rivales privados. Los ciudadanos son simples espectadores. Pero nosotros pensamos que el mercado debe reformarse para que las comunidades y las cooperativas también tengan su lugar. Queremos dejar de ser simples espectadores o colaboradores para que haya un nuevo equilibrio en Europa. No se trata de elegir entre capitalismo o comunismo, sino que queremos encontrar nuestro propio camino basado más en la cooperación que en la competición, y en introducir la democracia también en la economía”.

¿Cómo se consigue meter a la comunidad de ciudadanos en el campo energético?

Miremos un momento al pasado. Los grupos de ciudadanos, pequeños empresarios, comunidades o municipalidades siempre han actuado cuando ha habido un problema. Las cooperativas de cualquier sector han surgido para hacer frente a una dificultad, como una crisis, una guerra o un accidente como un desastre nuclear. En esos casos, las personas actúan juntas e intentan encontrar soluciones. Con la energía, también ha habido un crecimiento y declive de las cooperativas. Cuando se produjo la electrificación de Europa a finales del siglo XIX, las áreas rurales tenían zonas muy poco pobladas que se quedaron fuera. En muchos casos, los ciudadanos o los ayuntamientos actuaron como los inversores privados que no aparecían por falta de beneficios. En Alemania, por ejemplo, a finales de ese siglo y hasta que llegó el nazismo al poder, había unas 6.000 cooperativas energéticas activas de las que hoy solo se conservan 40. Casi todas las que sobreviven tenían sus propios medios de producción.

En una zona rural de España, no se trataría de dar dinero al ayuntamiento para tener el permiso de usar el terreno, sino que la comunidad tenga en propiedad parte de esos aerogeneradores

¿Qué es lo que están pidiendo cuando hablan de descentralización?

Nosotros queremos parte del pastel. Los ciudadanos consumen directamente alrededor del 25% de la electricidad. Queremos producir esa electricidad nosotros mismos con paneles solares en nuestros tejados, con aerogeneradores, con parques solares. Queremos los medios de producción y tenerlos en propiedad es fundamental. Por ejemplo, en una zona rural de España, no se trataría de dar dinero al ayuntamiento para tener el permiso de usar el terreno, sino que la comunidad tenga en propiedad parte de esos aerogeneradores para que el dinero se reinvierta en la economía local. Quizá no el 100% de la propiedad, pero sí el 25% o el 50%. La transición energética implica reemplazar el sistema centralizado de la nuclear y los combustibles fósiles por otro descentralizado de energías renovables donde tenga más importancia lo local. Es una oportunidad única para encontrar un equilibrio entre lo rural y lo urbano, entre el norte y el sur global y entre la nuestra y las generaciones futuras. Las cooperativas no buscan el beneficio a corto plazo, son estructuras que pueden durar cientos de años.

¿En qué lugar se está favoreciendo un sistema como el que usted defiende?

Uno de los lugares más avanzados para el desarrollo de cooperativas es Escocia. En este país, además de compromisos de energías renovables, tienen también objetivos para alcanzar un número de comunidades energéticas. Tienen un sistema gestionado por una organización, Local Energy Scotland, muy efectivo. Cuando un grupo de ciudadanos quiere, por ejemplo, construir un parque de aerogeneradores, esta organización les ofrece el dinero para realizar los estudios de impacto ambiental. Estos informes, en los que se mira el impacto en las aves o el entorno, pueden ser muy caros, por lo que representan un gran obstáculo. En este esquema, aquellos grupos que no consiguen un informe positivo para establecer el parque, la ayuda se transforma en una subvención que no tienen que devolver. En el caso de que consigan un informe favorable y puedan poner en marcha su proyecto, la ayuda se transforma en un crédito que tienen que retornar con un interés. También ofrecen consultorías técnicas, jurídicas e incluso consejos sobre gestión. Es un servicio que ayuda a reducir las barreras. Los escoceses están muy orgullosos de ello.

Además de un sistema favorable, ¿qué se necesita para crear un modelo con más cooperativas energéticas?

También tiene que ver con el tipo de cultura. En Dinamarca, por ejemplo, hay alrededor de mil cooperativas. Una vez, un profesor de ese país me explicó que en parte tenía que ver con que los daneses tenían una tradición de formar parte de asociaciones, ya sean deportivas, culturales o de cualquier tipo. Un danés medio pertenecía, me dijo, a 13 asociaciones. Yo, por ejemplo, soy miembro de seis asociaciones, pero a medida que te mueves hacia el Este, a los antiguos países comunistas, la participación disminuye. En el sur, aunque en menor medida, también hay menos.

¿Cuál cree que es la diferencia?

En el caso de los países del Este parece que a las personas les cuesta confiar unas en otras. Para formar una cooperativa, la confianza es un concepto muy importante. Y ese es el gran reto. Hay que conseguir que las personas vuelvan a confiar y cooperar otra vez. Algo que se construye desde niveles muy locales y que no se puede imponer por decreto. La generación de mis padres, que vivió entre dos guerras, estableció un movimiento social muy importante tras la II Guerra Mundial. Mis padres pertenecían al movimiento de trabajadores católicos que se reunían en asambleas donde planeaban la construcción de iglesias y se constituyó un sistema de seguridad social. Los ciudadanos hoy en día piensan más en términos de servicio. Ya no hay esa lucha social que conocieron mis padres, así que se relajan y esperan a ver qué pasa, lo cual es normal. Es algo que ocurre en las cooperativas también.

¿Usted lo ha visto en su proyecto?

Yo empecé como un activista antinuclear tras el desastre de Chernóbil, pero quería hacer algo y buscar alternativas. En 1991, los paneles solares eran todavía algo experimental así que, con unos diez amigos, pensamos en renovar un viejo molino de agua. Y aquí, en este mismo lugar donde estoy ahora, creamos una cooperativa que tiene 70.000 miembros y da electricidad al 2% de los hogares de Flandes. Pero muchos de nuestros miembros no están involucrados, y solo han participado con los 250 euros que exige ser miembro. Ellos reciben electricidad barata y, cuando tenemos beneficios, algunos dividendos. Eso está bien, porque si no para las asambleas generales necesitaríamos un estadio de fútbol, pero también hay que educar. Nosotros les enviamos un boletín con noticias, con consejos para consumir menos, y algunos se animan y vienen a nuestra fiesta anual. Pero la comunicación y la educación forman una parte esencial de este movimiento.

¿Qué tipo de personas son las que más se interesan en este tipo de proyectos?

Uno de nuestros problemas es que atraemos a muchos hombres de pelo gris con perfil técnico. Nos faltan jóvenes y mujeres. En las cooperativas se necesitan todo tipo de personas. Que entiendan de tecnología pero también de contabilidad, o de comunicación, o que ayuden a organizar los aspectos sociales del movimiento. Luego tenemos algunas señales de alarma que empezamos a ver, como cuatro cooperativas, una de ellas en España, que solo aceptan mujeres. Las cooperativas deben estar abiertas a cualquiera, independientemente de su género, religión o color, si no se va en contra de sus principios.

¿Cómo se superan esos obstáculos?

Igual que existen los Diez Mandamientos, nosotros tenemos los Siete Principios internacionales de las cooperativas. Y uno de ellos habla de la educación, tanto de los miembros como del público general. Esto es algo que hacemos a través de la federación europea, sobre todo en los países de Europa del Este que tienen fundaciones que quieren extender un modelo de democracia más participativo.

¿Por qué decidieron crear una federación con cooperativas de toda la Unión Europea?

En 2008, mis colegas y yo descubrimos que no estábamos solos y que había cooperativas muy antiguas en España, Italia, Alemania o Portugal. Sin embargo, en Francia apenas había alguna ya que, al tener un sistema monopolista público, a los bancos les parecía una locura que alguien quisiera establecerse como proveedor independiente de energía verde. Un grupo de ciudadanos franceses que querían crear una cooperativa se pusieron en contacto con nosotros para pedirnos ayuda para establecer un banco de garantía. En ese momento, conocimos a alguien de la Comisión Europea que nos habló de ayudas para poner en contacto a ciudadanos de distintos países y así empezó nuestra federación. Ahora mismo, estimamos que hay unas 5.000 cooperativas energéticas alrededor de Europa. Y el número está creciendo. En Países Bajos, por ejemplo, tenían unas 70 cooperativas energéticas hace 10 años y hoy son más de 700.

Estimamos que hay unas 5.000 cooperativas energéticas en Europa. Y el número está creciendo. En Países Bajos, por ejemplo, tenían unas 70 cooperativas energéticas hace 10 años y hoy son más de 700

¿Qué es lo que querían conseguir cuando se unieron?

La Unión Europea empezó como una unión de negocios, del carbón y el acero, pero no como una democracia. Luego se estableció el Parlamento, la Comisión y los Estados miembros. Lo que necesitamos ahora es que todos los ciudadanos de la Unión Europea tengan las mismas posibilidades para establecer comunidades y tomar el control.

Han conseguido que la Comisión Europea reconozca la necesidad de que la ciudadanía participe en la transición energética. ¿Por qué es importante?

Ha sido importante que nos reconozca como jugadores independientes. Que hayamos ganado derechos y también responsabilidades. Aunque no conseguimos todo lo que queríamos, logramos un 90% de nuestras peticiones. Pero ahora hemos tenido que empezar a pelear para que las compañías públicas no utilicen nuestra definición. Incluso las grandes empresas empiezan a intentar disfrazarse como comunidades energéticas.

¿Qué les queda por hacer?

La Unión Europea debe minimizar los obstáculos que impiden que los ciudadanos se organicen en grupos a través de una regulación y medidas que los ayuden a organizarse. Para que la promesa de la Unión Europea de apoyar a todos los ciudadanos europeos para constituir este tipo de comunidades sea real, se necesita un sistema que lo apoye y elimine las barreras. Se necesita que los ciudadanos confíen en el Gobierno y que sepan que la legislación no va a cambiar según quién esté en el poder. 

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