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Desde la ventana de su casa, Suzanne Jeffrey puede ver la primera microcentral hidroeléctrica comunitaria en el río Támesis. Situada en el barrio-isla de Osney, en el oeste de Oxford, lleva ocho años funcionando con un impacto ambiental mínimo y un modelo económico que permite reinvertir parte de los ingresos en otros proyectos de descarbonización en la comunidad.
Jeffrey vive en esta parte de la ilustre ciudad desde el comienzo del milenio, pero este tramo del río, con sus saltos naturales de agua, ha atraído a pobladores desde el siglo XII para la construcción de la abadía de Osney y, con ellos, los primeros molinos hidráulicos. En plena época victoriana se levantó aquí la primera central térmica de carbón de la ciudad, que hizo uso del río para operar las turbinas de vapor y transportar el mineral durante sus casi ocho décadas de funcionamiento.
Hoy, el caudal es gestionado por la Agencia del Medio Ambiente a través de un sistema de esclusas y pequeñas barreras o azudes para mantenerlo a un nivel constante que permita la navegación de los famosos narrowboats o barcos de canal y evite los riesgos de crecidas. Sin embargo, la ciudad de Oxford se erige sobre una llanura aluvial y Osney es una de las zonas más sensibles a las inundaciones.
Quizá porque la fuerza de la naturaleza se manifiesta en estas calles de una forma muy real, una encuesta de 2001 ya mostraba el apoyo vecinal a la lucha contra el cambio climático, incluida la creación de la microcentral. “Tiene mucho más sentido aprovechar un recurso local que no perjudica al ecosistema que depender de un suministro que viene de Rusia. Hablábamos de esto mucho antes de que el conflicto estallara hace un año”, recuerda Jeffrey sobre aquel primer sondeo.
“Como problema global que afecta a un número creciente de personas, nos preguntábamos cómo podíamos contribuir desde nuestra comunidad a ser parte de la solución”, explica Saskya Huggins, una de las seis directoras voluntarias que se incorporó al proyecto años más tarde. Tras las devastadoras inundaciones de 2007, los vecinos empezaron a poner en marcha proyectos de energía solar financiados con subvenciones públicas y la venta de acciones. El éxito con los paneles fotovoltaicos les llevó a aplicar el mismo método en el más ambicioso proyecto de la microcentral hidroeléctrica.
Tras años de negociaciones, estudios técnicos e informes ambientales, la Agencia de Medio Ambiente aceptó alquilarles el terreno y otorgó las licencias, pero exigió incluir en el diseño de la instalación un paso de peces junto a la turbina. El canal, de 27 metros de largo y sembrado con unos cepillos de polipropileno para ayudar a los peces a descansar en sus 1,8 metros de ascenso, costó un tercio del presupuesto que tenían para la construcción de la planta, pero gracias a ella se esperan recuperar poblaciones de carpas, barbillas y lucios, entre otros.
“El Támesis es un río migratorio. Esta estructura significa que por primera vez en 200 años los peces pueden nadar corriente arriba en este tramo. Además, con el tipo de turbina elegido, un tornillo de Arquímedes, los peces pueden descender el caudal a través de él sin sufrir daño alguno”, cuenta Huggins.
Con un presupuesto total de 845.000 euros y 14 años de perseverancia, el proyecto entró en funcionamiento en 2015 con una vida útil de 40 años, la duración del alquiler. Instalada sobre un salto natural de agua y junto a un azud que ya existía propiedad de la autoridad ambiental, no necesitó ni desviar el cauce ni construir una presa. Opera entre finales de otoño y finales de primavera y el rendimiento depende de la meteorología y del caudal del Támesis. Si bien la producción media anual hasta la fecha se sitúa en 161.000 kWh, esperan llegar a los 179.000 kWh, la electricidad equivalente para abastecer a unas 60 viviendas.
Instalada sobre un salto natural de agua y junto a un azud que ya existía propiedad de la autoridad ambiental, no necesitó ni desviar el cauce ni construir una presa
Los vecinos que la gestionan calculan que la producción ha evitado emitir a la atmósfera 41 toneladas de dióxido de carbono al año. Además, los paneles solares en el tejado aportan otros 6.665kWh a la producción que se manda a la Agencia del Medio Ambiente, cliente principal ubicado convenientemente a la orilla del río. El excedente que esta no consume se exporta a la red nacional.
El rápido crecimiento de proyectos de energía renovables comunitarios en los últimos años requiere la actualización de un sistema eléctrico centralizado que no fue diseñado para transmitir electricidad generada localmente. Un problema con el que se toparon en Osney. “Aunque finalmente fue posible, los responsables de la red eléctrica no querían que conectáramos los paneles solares, además del generador de la turbina, porque no estaban seguros de que el sistema pudiera absorber ambos suministros”, recuerda la colega de Huggins, Ruth Finar.
Junto a la pequeña central, algunas casas del barrio están monitorizando –con la ayuda de contadores inteligentes, bombas de calor, paneles solares y sistemas de recuperación de calor– el gasto y la producción eléctrica para analizar el papel que las redes locales podrían tener en el suministro de electricidad. Huggins, experta en impacto social de energías renovables, trabaja en esta iniciativa llamada Proyecto LEO. “No se trata de ser autosuficientes, porque necesitamos estar conectados, sino de alcanzar un equilibrio local y así evitar los picos de demanda en la red central”, explica.
La descentralización de la producción puede además contribuir a una mayor igualdad energética siempre y cuando vaya acompañada de la descentralización de la propiedad, como indica el profesor titular de Energía Sostenible de la universidad Imperial College London, Iain Staffell: “Los individuos que invierten en generar renovables pueden beneficiarse de una factura de la luz reducida a largo plazo y estable frente a las fluctuaciones en el precio del gas. El sistema actual de grandes proyectos controlados por fondos de inversión extranjeros hace que los beneficios económicos se concentren en muy pocas manos”.
Los 200 miembros que sustentaron el proyecto de Osney, casi todos residentes en el condado de Oxfordshire, invirtieron entre 560 y 22.500 euros. “Hasta hace poco ha sido más rentable invertir en la planta que tener el dinero en el banco”, señala Finar, tesorera de la organización, en alusión al 4% de interés anual que reciben los participantes. Sin embargo, aclara que quienes apoyaron lo hicieron por motivos ambientales, no económicos. La intención de la organización es recuperar el capital invertido en los primeros 20 años para así incrementar la cantidad destinada a otros proyectos de descarbonización. En el último ejercicio fiscal, Finar afirma que la pequeña planta ha generado casi 70.000 euros de ingresos y un excedente de 27.000 euros para proyectos comunitarios, aparte de la hucha destinada a imprevistos y reparaciones.
El sistema actual de grandes proyectos controlados por fondos de inversión extranjeros hace que los beneficios económicos se concentren en muy pocas manos
La proyección es que, en sus 40 años de vida, la microcentral llegue a generar más de dos millones de euros de excedente. Los residentes, agrupados en la organización Renovables Comunitarias del Oeste de Oxford (West Oxford Community Renewables), lo llaman “modelo de recorte doble de emisiones” (double carbon cut model), en referencia a las emisiones de CO2 que se evitan con los proyectos de energías renovables y las que se recortan al invertir en nuevas acciones para reducir la huella de carbono, promover formas de vida sostenibles y fortalecer el tejido social.
Para gestionar ese excedente trabajan con otra organización vecinal, Low Carbon West Oxford, que emplea las donaciones de las renovables en proyectos ambientales sugeridos por miembros de la comunidad para la comunidad. Dando un paseo por la zona con el veterano voluntario de la organización Neville Scrivener, se puede ver el impacto que la modesta hidroeléctrica, junto con el resto de iniciativas renovables que participan de este modelo, está teniendo en esta parte de la ciudad.
Scrivener señala el centro social donde dos veces al mes asesora a vecinos sobre cómo ahorrar dinero y electricidad en el hogar. Con la factura de la luz a precios desorbitados, la asistencia puede variar desde información sobre ayudas económicas para rehabilitaciones energéticas hasta llaves para purgar el radiador o deshumificadores químicos.
Un poco más adelante, en un pequeño parque crecen los 500 árboles que plantaron el año pasado tras hacer un llamamiento vecinal y frente a él se encuentra uno de los colegios de primaria con los que colaboran educando sobre la emergencia climática desde la esperanza. En una calle cercana, un conjunto de viviendas sociales muestra paneles solares sobre los tejados, mientras que en el polígono comercial, los compañeros de Neville han iniciado acciones para que tiendas, empleados y consumidores reduzcan su huella de carbono. “Se trata de trabajar con individuos y comercios de la forma más amplia posible para conseguir cambios de comportamiento” que ayuden “a dejar el planeta en un estado decente para las generaciones futuras”, reflexiona Scrivener sobre el propósito de su labor.
Sin los incentivos económicos y fiscales de los que se benefició la microcentral de Osney y que ya no están disponibles, como el Feed In Tariff, Finar asegura que ahora es mucho más difícil poner en marcha proyectos hidroeléctricos a pequeña escala. La doctora Jasmin Cooper de Imperial College London reflexiona: “La inversión inicial necesaria para arrancar estos proyectos es importante, por lo que ayudaría contar con apoyo económico, además de soporte científico para garantizar que el tipo de tecnología utilizada sea el apropiado y el diseño tenga un impacto ambiental mínimo”.
Crecimos con la idea de que hay una sola forma de tener electricidad, pero haber podido pensar en comunidad otros modos de generarla y usarla me hace sentir muy orgullosa
Si bien las energías renovables son clave para reducir las emisiones de carbono, la aprobación de una nueva mina de carbón en el norte de Inglaterra y la apuesta por la energía nuclear en los recientes presupuestos generales han puesto en cuestión el compromiso del Gobierno británico para alcanzar los objetivos climáticos. El territorio de las Islas Británicas es relativamente llano y la principal fuente de energía renovable es el viento, como demuestran los datos de National Grid, la red eléctrica. El año pasado la energía hidroeléctrica contribuyó un modesto 1,8% al total de la producción frente al 4,4% de la solar, el 5,2% de biomasa y el 26,8% de la eólica.
Pero en el pequeño barrio de Osney abrazado por el río Támesis, una comunidad muy concienciada con la emergencia climática está alumbrando el camino hacia la sostenibilidad energética. “Crecimos con la idea de que hay una sola forma de tener electricidad, pero haber podido pensar en comunidad otros modos de generarla y usarla me hace sentir muy orgullosa. Me encanta la microcentral y todo lo que representa”, concluye Suzanne Jeffrey antes de volver la vista hacia la pequeña construcción.
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