Para Rob Hopkins (Londres, 1968), el reto del cambio climático significa pensar de nuevo el concepto de crecimiento económico y reconducir la economía hacia un esquema más local. “No tiene sentido enviar comida de aquí para allá tan fácilmente”. Este antiguo profesor de diseño ecológico creó en 2005 el movimiento Transición, una llamada a la acción en las ciudades para hacer de la crisis climática una oportunidad de crear un nuevo modelo, esta vez pensando en la gente. Hablamos con Hopkins a propósito de su visita a Barcelona esta semana, donde impartió la conferencia ‘Una nueva sociedad para un nuevo clima’, organizada por la Fundación Catalunya Europa. Venía de París, donde no le pilló de sorpresa la protesta de los ‘chalecos amarillos’: “Es inevitable cuando se intentan crear estrategias para abordar el cambio climático que no tienen en cuenta la justicia social”.
Habla de que hay que crear una nueva sociedad para un nuevo clima. ¿Cómo será esa sociedad?
Empecemos por donde comienza el movimiento de transición, ahora que vemos cómo ciudades inglesas declaran la urgencia climática. Nuestro posicionamiento siempre ha sido que la transición climática es un reto que va más allá de poner placas solares y tener coches eléctricos. Requiere pensar de nuevo el concepto de crecimiento económico; significa que nuestra economía tiene que ser inherentemente más local. Ya no tiene sentido exportar cosas a todo el mundo, enviar comida de aquí para allá tan fácilmente que es como si se cultivara en ese lugar. Cuando el IPCC dice ‘necesitamos cambios urgentes en todos los aspectos de la sociedad’, la sensación es ‘oh dios mío estoy exhausto, para qué molestarse’.
¿Qué proponen ustedes?
Este movimiento intenta levantar la sensación de ‘wow, fantástico, podemos imaginarlo todo de nuevo, qué excitante’, podemos usar la imaginación colectiva para esto y las enormes oportunidades que representa. En términos de la nueva sociedad que tenemos que crear, esta es fundamentalmente más imaginativa; en ella el cambio climático es el mejor fracaso de la imaginación en la historia de las especies. No es tan difícil imaginar una forma de usar poco dióxido de carbono. Es una sociedad más imaginativa, más justa, más equitativa y más conectada al lugar y a una economía enraizada donde estamos.
Solo podremos movilizar a la gente si tenemos un relato suficientemente poderoso, si podemos presentarlo de una forma que no sea cómo de horribles van a ser las cosas, sino cómo el mundo puede ser. No se trata de usar menos energía.
Ponga un ejemplo
El extremo más pequeño de este proceso son grupos que hacen cosas como ‘repair cafés’ [encuentros para reparar objetos], jardines en las calles o huertos en las estaciones de tren, en parques, en patios de colegio; o se ayudan para reducir su consumo de energía. Esto se ha hecho en el barrio de Brixton, en Londres. El proyecto se llamó ‘draughtbusters’ [algo así como los cazadores de corrientes de aire], como los ghostbusters (los cazafantasmas). Tuvo mucho éxito. En Totnes hay un proyecto que se llama ‘transition streets’, son grupos de entre seis y diez vecinos, se ven en sus casas y se apoyan para reducir el consumo de energía, de agua; han participado 550 hogares de la ciudad, que han reducido una media de 1,3 toneladas de CO, el 20% de su uso, y han logrado un ahorro de 600 libras al año (667 euros). Pero para mí lo más emocionante fue cuando les preguntamos qué se habían llevado de todo eso, y decían ‘conozco mejor a mis vecinos’. No mencionaban el CO ni el dinero.
En el otro extremo hay proyectos que están poniendo en marcha de forma muy práctica una nueva infraestructura para una nueva economía. La ciudad de Bath, en Reino Unido, ha creado Bath&West Community Energy, una empresa energética social que surgió del movimiento de transición de Bath y que ha captado 13 millones de libras de inversión de la población local para desarrollar energía renovable y generar empleo en la propia ciudad.
En Lieja (Bélgica) se lanzó hace cinco años la pregunta: ¿Y si la comida de Lieja viniera de los campos próximos a la ciudad? En aquel momento fui allí, habían invitado a agricultores, a profesores, a chefs y a cualquiera que estuviera interesado por la comida. Después dejé de oír hablar de ellos. Regresé hace ocho meses y en este tiempo han creado 14 cooperativas, entre ellas una granja, dos viñedos y tres tiendas.
Su movimiento ha alcanzado 50 países. ¿Qué cree que busca la gente?
Cuando empezamos en 2005 había una gran respuesta al cambio climático, la gente estaba preocupada por la seguridad energética. Escuchábamos decir cosas como ‘me voy a vivir a las montañas con algunas latas de comida y papel higiénico’. Era muy fuerte aquello y para nosotros no era lo que se necesitaba, sino la idea de que era una oportunidad histórica para reunir de nuevo a las personas. Ahora hay una mayor conciencia de que no es un reto externo, el trabajo de los próximos 25 años no es poner paneles solares y cultivar zanahorias, se trata de cómo apoyarse unos a otros haciéndolo.
Antes de Barcelona ha estado en París. ¿Cómo ve lo que está sucediendo allí con la protesta de los ‘chalecos amarillos’?
Es inevitable cuando se intentan crear estrategias para abordar el cambio climático que no tienen en cuenta la justicia social. Años de austeridad han puesto la carga de los problemas de la gente más rica sobre la gente más pobre y luego dicen ‘ah, ahora voy a poner también la gasolina más cara’. Es perfectamente posible crear políticas que se apoyen en la justicia climática. La gente más pobre no es la responsable del cambio climático, sino la más rica. Si los gobiernos asumen esta urgencia climática, la forma de hacerlo tiene que ser con políticas que van por la justicia social.
¿En algún sitio se está haciendo de esta forma?
Hay una ciudad en Reino Unido, Preston, que a mí me parece uno de los ejemplos más inspiradores. Preston era una ciudad del norte muy pobre y tenía un modelo económico muy conservador. De todo el dinero público solo se invertía el 4% en la economía de la propia ciudad. Pero el alcalde cambió totalmente el esquema, ahora es la mejor ciudad pensada para la gente, se habla del ‘modelo Preston’, se ha dado más trabajo a la gente a través de una economía mucho más local.
¿Por qué decidió meterse en esto?
Antes enseñaba diseño ecológico y era fan de la música punk, un movimiento que dice cosas como ‘si no te gustan los discos, háztelos tú mismo’. Crecí en esa cultura. El movimiento de transición nació así, en conversaciones que iba teniendo, era lo que ya estaba haciendo cuando enseñaba permacultura pero a una escala mayor. Las raíces de todo esto están en ‘haz algo’, no se puede hacer nada solo sentado en el sofá. Pero esto no es gente soñando todo el día, se trata de pensar en hacer cosas, y hacerlas.
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