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El fascismo por su casa
El mismo día que nosotras estábamos en las calles de todo el país manifestándonos contra otra sentencia humillante de la justicia, el líder un partido fascista tenía un amplio espacio en televisión para derramar su misoginia y su racismo sobre todas nosotras. Cómodamente, además, sin peros ni frenos. Campó a sus anchas como el señorito que es, mientras nos lo vendían como democracia.
Tras gritar ante el Ministerio de Justicia que sólo sí es sí, este 51% de la población asistió como espectadoras pasivas a un debate donde un puñado hombres se disputaban el poder a base de juego sucio, fake news, ataques personales y lanzamiento de cuchillos. Hubo una honrosa excepción, no puede no decirse: Pablo Iglesias se desmarcó de los exabruptos orangutanados del resto, pero aun así cabe un reproche: mantuvo demasiadas veces silencio ante el constante despliegue racista y misógino de Abascal. Y cabe preguntarse si Irene Montero, de haber podido asistir, lo habría dejado campar a sus anchas cuando hablaba de los MENA (siglas deshumanizante para hablar de los menores extranjeros no acompañados) y las mujeres como si fuéramos dos colectivos extrañamente unidos: las mujeres -aseguró Abascal- tenemos miedo de los menores extranjeros no acompañados, que fueron insistentemente relacionados por el líder de Vox con la delincuencia. Además, vinculó directamente las agresiones sexuales con los extranjeros con un bulo mil veces desmentido.
La falta de mujeres en un debate tan relevante puso ayer de relieve que somos convidadas de piedra a la “fiesta de la democracia”. Floreros, estatuas con los ojos vidriosos. Somos personas menos personas, de las que se habla en tercera persona como si no pudiéramos hablar por nosotras mismas y necesitáramos un tutor.
A la falta de mujeres debemos sumarle el drama de que la mayoría de las que podrían haber ocupado esos atriles son, como no puede ser de otra forma, réplicas femeninas de sus líderes, como Álvarez de Toledo, Inés Arrimadas o Rocío Monasterio, tan alejadas de las mujeres trabajadoras como del feminismo y la sororidad. Son políticas que no han hecho ningún análisis crítico (mucho menos feminista) de qué suponer ser mujer en un sistema patriarcal, porque no les hace falta, ya están por encima del 99% de la sociedad.
Mucho se hablado de la falta de mujeres en este debate, pero el problema de fondo sigue siendo este: aunque Vox, PP y C's pusieran a una mujer al frente, las mujeres de este país seguiríamos estando sin representación en esos atriles, como les sucedió a las compañeras francesas cuando veían alzarse a Marine Le Pen en las encuestas. Porque son políticas que o forman parte de la ultraderecha o negocian con ella. De haber habido paridad en este debate, con estos partidos, nosotras hubiéramos asistido en ese caso a un show donde ellos hablan de nosotras como seres débiles, y ellas hablarían de ellas mismas creyendo que hablan de nosotras, las de abajo. Como hizo Cayetana Álvarez de Toledo en el Debate a 7.
Pero centrándonos en el debate que fue y no en el que pudo ser: ¿qué decir? Fue lo mismo de siempre, mismas peleas, mismos adoquines arrojados a los que luego serán compañeros de gobierno. El único cambio que ha habido con respecto a otros años y a otros debates es la presencia del fascismo. Abascal erguido sobre un atril como si lo mereciera, calumniando a sectores vulnerables, vertiendo su odio con media sonrisa y la frente llana, sin aspavientos y sin nervios. Cómodo y legitimado para difundir los ideales de un tiempo que no queríamos creer que llegarían pero que ya están aquí y vienen a quedarse.
La sonrisa calmada de Abascal, su respeto a los turnos de palabra y su saber estar estudiado a conciencia contrastaban con el tremendo significado de sus palabras. Pero en Vox saben tan bien como en el resto de partidos que el lenguaje corporal y las formas importan. Importan mucho.
También lo sabe Pedro Sánchez, que quiso ganar el debate a base de ignorar cordialmente y casi divertido a sus compañeros de debate. Sonreía y se encogía de hombros a cada una de las preguntas mientras garabateaba en sus papeles. Sólo lo vimos levantar la cabeza cuando le tocaba hablar. En realidad el debate para él fue un mitin donde dejó claro el mensaje que traía preparado: si no votas al PSOE, el bloqueo persistirá, porque no va a pactar con nadie. Una forma sutil de culpar a la ciudadanía que vota. Votamos mal. Si hubiéramos votado bien, ahora mismo no habría elecciones. Así que a ver si es posible que el 10N no os equivoquéis y lo votéis a él.
El despropósito de anoche ocurrió porque saben que pueden hacer lo que quieran: pueden mentir, extender bulos, poner en riesgo a colectivos vulnerables como las víctimas de violencia machista, los menores y las personas migrantes. Y nadie hará nada. Ni los de su alrededor se echarán las manos a la cabeza ni los periodistas presentes los desmentirán. La normalización más absoluta de una ideología, la fascista, que nos ha hecho tanto daño en el pasado que no nos hemos repuesto en el presente y que, si no conseguimos enterrar ahora, acabará entrando pronto en nuestras casas y entonces sí será demasiado tarde.
Cuando el fascismo se pasea por las calles como por su casa está advirtiendo al resto que es el paso previo a entrar en cualquier lugar, incluida tu cama, incluida tu casa, incluida tu forma de vivir y hasta tu modelo de familia.
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El mismo día que nosotras estábamos en las calles de todo el país manifestándonos contra otra sentencia humillante de la justicia, el líder un partido fascista tenía un amplio espacio en televisión para derramar su misoginia y su racismo sobre todas nosotras. Cómodamente, además, sin peros ni frenos. Campó a sus anchas como el señorito que es, mientras nos lo vendían como democracia.
Tras gritar ante el Ministerio de Justicia que sólo sí es sí, este 51% de la población asistió como espectadoras pasivas a un debate donde un puñado hombres se disputaban el poder a base de juego sucio, fake news, ataques personales y lanzamiento de cuchillos. Hubo una honrosa excepción, no puede no decirse: Pablo Iglesias se desmarcó de los exabruptos orangutanados del resto, pero aun así cabe un reproche: mantuvo demasiadas veces silencio ante el constante despliegue racista y misógino de Abascal. Y cabe preguntarse si Irene Montero, de haber podido asistir, lo habría dejado campar a sus anchas cuando hablaba de los MENA (siglas deshumanizante para hablar de los menores extranjeros no acompañados) y las mujeres como si fuéramos dos colectivos extrañamente unidos: las mujeres -aseguró Abascal- tenemos miedo de los menores extranjeros no acompañados, que fueron insistentemente relacionados por el líder de Vox con la delincuencia. Además, vinculó directamente las agresiones sexuales con los extranjeros con un bulo mil veces desmentido.