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Opinión - ¡Nos comerán! Por Esther Palomera
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Barbijaputa es el seudónimo de la articulista que encontrarás bajo estas líneas. Si decides seguir leyendo darás con artículos y podcasts sobre el único feminismo sensato que existe: el radical.

Los jueces de La Manada vuelven a ser manada

Barbijaputa

Un hombre intentó matar a su ex pareja. Primero con un cuchillo, hiriéndola. Luego estrangulándola hasta que ella agonizó. Como testigos del esperpento estaban su hija de seis años y su hijo de tres. A pesar de que estos son hechos probados, los magistrados, que son los mismos tres que pusieron en libertad a La Manada, han condenado al agresor a solo a 10 meses de prisión (1 año y dos meses menos de lo que pedía la propia defensa del acusado).

El juez del famoso voto particular de La Manada, aquel juez que “tiene problemas” y que “todo el mundo lo sabe”, según el ministro Catalá, vuelve a sentarse en su púlpito para juzgar la experiencia de una mujer que ha estado a punto de morir asesinada. También la jueza que fue clave para la liberación de La Manada estaba allí, ante esta mujer y su relato.

La conclusión de este Tribunal es que un hombre que intenta asfixiar su ex pareja delante de su hija y de su hijo la está “maltratando puntualmente”. Por más que la hiriera con el cuchillo, por más que ella luchara por su vida en un forcejeo que le resultaría eterno, por mucho que sus hijos gritasen al agresor que por favor no matara a su madre, aquello fue cosa de un maltrato puntual.

El mismo Tribunal que admite que el agresor “agarró con su mano izquierda el cuello de [la mujer] presionando fuertemente en la zona peritraqueal, hasta que comprobó que ésta gesticulaba angustiosamente, le estaba haciendo daño, tosía, e igualmente le faltaba el aire” no ve que la vida de la mujer haya realmente peligrado, no cree que él quisiera matarla. ¿Por qué? Por el simple hecho de que no terminó el trabajo. De hecho, destacan estos magistrados que el hombre, “voluntariamente”, no acabó el trabajo. No la terminó de matar, vaya. Considera el Tribunal, por tanto, que más que más de diez meses de prisión sería injusto.

Hasta este extremo (no poco habitual en los juzgados) llega la ignorancia y la soberbia de los que tienen todo el poder para resarcir a las mujeres agredidas, violadas o a los familiares de las asesinadas.

Que el hecho de condenar como maltrato puntual un intento de asesinato delante de dos menores sea perfectamente legal, no sólo pone de relieve (una vez más) que la justicia está patriarcalizada, sino que demuestra sin el sonrojo de nadie que quienes tienen que hacer justicia no pueden saber qué es la justicia sin perspectiva de género. Quienes están encargados de proteger e indemnizar a las mujeres víctimas de violencia machista y sus hijos, no tienen ni idea de qué es o cómo funciona el maltrato. Todavía, los que están más en lo alto, no se han enterado de que un hombre que intenta matar a su mujer ya la ha maltratado de muchas formas. Que los feminicidios son la punta del icerberg, y que intentar matarla es la última parada de un tren que viene atropellándote desde mucho antes. Y las víctimas de la orgullosa ignorancia de estos jueces vuelve a ser una mujer (cómo no) y dos menores. Tres personas que entraron en el juicio siendo ya víctimas: primero víctimas a diferentes escalas de la violencia física y psicológica de un hombre, y luego víctimas de la violencia institucional. La violencia institucional es la puntilla que reciben las supervivientes, y en este caso, esta puntilla la han clavado dos hijos sanos del patriarcado y una colaboradora de la violencia contra las mujeres que, lejos de estar preocupados por su lamentable actuación durante el juicio de La Manada, actúan de nuevo desde la visión más machista posible. Lejos, lejísimos de hacer autocrítica o de mostrar haber aprendido algo de lo que miles de mujeres les han enseñado estos meses en medios, televisiones y en la misma calle, vuelven a ensañarse con la terrorífica experiencia de una mujer, y vuelven a poner en valor lo que agresor sintió o dijo. Y no va a pasar nada. No pasó con La Manada y no va a pasar con esta mujer que vivirá mirando hacia atrás, como muchas otras. No va a pasar nada tampoco con las criaturas, que en menos de tres años tendrán que volver a ver a su padre porque la patria potestad sólo se ha anulado dos años y seis meses.

Ahí seguirán estos tres y muchos otros magistrados similares. Magistrados que no sabemos cuánto más daño han hecho a otras mujeres. Porque al igual que el maltratador ya ha maltratado con anterioridad a una mujer cuando intenta asesinarla, un tribunal cegado por el machismo ya ha ejercido violencia institucional sobre otras mujeres. Y cuando dijimos que este Tribunal volvería a hacerlo, tras el caso de La Manada, no estábamos siendo adivinas: es que no saben hacerlo de otro modo porque son y serán siendo machistas.

Quizás mañana me toquen a mí. Quizás te toquen a ti. La justicia al final ha demostrado ser una cuestión de suerte. Las leyes son siempre interpretables, por lo que habrá que cruzar los dedos para que mañana no nos toque la interpretación de una mancha de misóginos. Parece que cruzar los dedos es lo único a lo que podemos aferrarnos. Entrar en un juicio como denunciante seguirá dando más miedo que entrar como acusado. En el caso de esta madre y sus hijas, lo único que las protege ahora mismo de su agresor es una orden de alejamiento. Como muchas otras veces, si no se aplican otras medidas, al final es una cuestión de la voluntad del agresor: crucemos los dedos, de nuevo, para que decida no acabar lo que empezó. Esta mujer y sus hijas no dormirán tan tranquilas como los jueces que las han desprotegido y les han robado la justicia que merecían. Ellas, y muchas otras, no podrán/pueden hacer vida normal, una vida como la de esos jueces que pusieron en valor que este agresor tuvo “una crisis de ansiedad”. Pobre. Y es que tan malo no sería el hombre si al intentar matar a su mujer, delante de sus hijos, se puso nervioso y tuvo ansiedad... Tan malo no sería.

Esta mujer y sus hijas necesitarán, como tantas otras, la ayuda y protección de su entorno. Teléfonos de emergencia. Siempre comunicadas y atentas a llamadas de la policía. El corazón encogido cuando suene el timbre de la casa. Con la tensión de salir a la calle después de que te hayan intentado matar delante de las personas que más quieres y a las que tienes que dar estabilidad y seguridad. Y a ver cómo, porque pronto tendrás que entregarlos al hombre que casi los deja huérfanos.

Lo que a nosotras vuelve a quedarnos claro después de esto es que:

No quieren matarnos hasta que nos matan. Y aún así, siempre hay donde rascar. Ser asesinadas tampoco significa que vaya a haber justicia. Ni siquiera cuando te descuartizan. No quieren violarnos hasta que nos penetren por la fuerza y nos dejan marcas y heridas bien visibles. Y aun así, hay que inspeccionar bien nuestros tangas, y preguntarnos si cerramos bien las piernas. Por si acaso. No quieren jodernos psicológicamente hasta que un buen número de especialistas firmen un documentos y confirmen que tienes trastorno de estrés postraumático, que tienes pesadillas cada una de las noches de tu vida, que tienes pánico a ir sola por la calle, que tus crisis de ansiedad son tu día a día y que el daño emocional tardará años en irse. Y aun así, ¿quién sabe? Las especialistas a veces se dejan engañar por sus pacientes. Todo hay que mirarlo con lupa. Menos si el agresor tiene una crisis de ansiedad, que entonces queda probado que lo pasó realmente mal. Imagínate, un hombre con una crisis de ansiedad, ¡qué mal trago!

No quieren herirnos hasta que esté probado tu ingreso en el hospital. Hasta que no te parten los huesos o te dejen cicatrices. Y aun así, ¿cómo podrían los magistrados estar seguros de que todo es obra de él? ¿Cuántos vídeos hay? Y, ¿qué vídeos? Porque a veces algunos magistrados ve “ambiente de jolgorio” en las pruebas gráficas de, por ejemplo, una violación.

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