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¿Hambriento? Factores que nos influyen a la hora de decidir qué comemos

Comida

Christina Roberto y Mary Gorski

The Conversation —

Seguir una dieta saludable puede resultar realmente difícil. Hay que decidir cuándo se come, qué se come, cuál es la cantidad adecuada que se debe poner en el plato… Cualquier persona toma no menos de 200 decisiones al día relacionadas con su alimentación, la mayoría de ellas, de manera inconsciente. Estas opciones automáticas –denominadas por algunos expertos como “el comer inconsciente”– tienen lugar cuando nos alimentamos sin pararnos a pensar en lo que estamos haciendo. Vamos a seguir comiendo patatas fritas, aunque ya estemos llenos, simplemente porque tenemos el plato delante.

Incluso los consumidores más disciplinados no controlan al 100% lo que comen. Distintos estudios han demostrado que decisiones tales como cuándo, qué o cuánto se come se toman a menudo por una serie de factores sutiles que están fuera de nuestro conocimiento o de nuestro estricto control. Las condiciones de nuestro entorno pueden llevarnos a comer en exceso. Los motivos se basan en cuestiones de carácter biológico, psicológico, social o económico. Solo así es posible explicar por qué hay en el mundo más de 2.000 millones de personas con sobrepeso u obesas, y por qué ningún país ha sido capaz de revertir esta epidemia.

Hay esperanza. La investigación está arrojando luz sobre los principales factores que animan a comer en exceso. Y ahora que sabemos más acerca de estos factores, estamos en una mejor posición para intervenir.

Cómo influye la biología en nuestro apetito

¿Por qué los seres humanos tienden a preferir comer cosas como el chocolate antes que una ensalada? Las preferencias de nuestro sentido del gusto, como la atracción por lo dulce, son innatas a la biología humana, y pueden ir cambiando a lo largo de nuestras vidas. Los niños, por ejemplo, tienen una mayor preferencia por los alimentos dulces que los adultos.

La comida moderna ha introducido una gran cantidad de alimentos procesados llenos de azúcar, grasa, sal, potenciadores del sabor, aditivos alimentarios, cafeína… Estos ingredientes se manipulan para tratar de maximizar nuestro disfrute biológico cuando los consumimos y así satisfacer nuestros gustos y nuestras preferencias innatas.

Por ejemplo, distintas investigaciones han descubierto que ciertos alimentos muy apetecibles, como un batido de chocolate, pueden desencadenar en el cerebro respuestas similares a las reacciones de las personas que consumen sustancias adictivas, dando un nuevo significado a la idea de un “alto nivel de azúcar”.

Pero en los alimentos procesados también se eliminan con frecuencia componentes tales como el agua, la fibra o las proteínas, que nos hacen sentir llenos, lo que hace difícil para nuestro cuerpo regular la ingesta de alimentos y mantener el peso.

A tu cerebro le encanta comer

Además de su disfrute biológico, los alimentos procesados tienen un importante atractivo psicológico. Desde los Happy Meals de McDonald’s y sus pequeños juguetes hasta las campañas globales de marketing de Coca-Cola promocionando la felicidad. Abundan los ejemplos que relacionan la alimentación con el placer.

Las empresas se gastan miles de millones de dólares en la comercialización de alimentos para crear asociaciones sólidas y positivas con sus productos. Un estudio encontró que los niños realmente piensan que una misma comida sabe mejor cuando está adornada con un personaje de dibujos animados como Dora la Exploradora o Shrek.

Además, en nuestro entorno siempre hay un montón de circunstancias que promueven el comer de más. Por ejemplo, cuando a uno le sirven porciones más grandes, independientemente del apetito que tenga. Esos alimentos poco saludables –y “deseables”– están por todas partes: escuelas, restaurantes, tiendas, supermercados, máquinas expendedoras… Están incluso infiltrados en locales tan variopintos como las tiendas de artículos de oficina o de productos para el hogar.

La oferta de productos en supermercados y tiendas de alimentación puede ser abrumadora (un supermercado típico puede llegar a contar con 40.000 productos diferentes), otra señal psicológica que anima a comer más, no menos.

Las porciones de gran tamaño, las ofertas en precio o la propia colocación de los alimentos en las tiendas son estrategias de marketing que afectan todos los días a nuestras decisiones dietéticas. Veamos por ejemplo la importancia del tamaño de las porciones: hace más de 60 años, “beber Coca-Cola” suponía ingerir apenas unos 200 mililitros; hoy en cualquier tienda de conveniencia se pueden comprar, para consumo individual, envases de esta bebida unas 10 veces más grandes, que aportan unas 800 calorías.

¿Qué hacer? En el caso de la comida, es válido el principio de que, “si no la ves, no piensas en ella”. Google ofrece snacks gratis para sus empleados y, en un momento dado, descubrió que estaban comiendo demasiados M&Ms, las bolitas de chocolate. Colocaron los M&Ms en unos recipientes opacos y le dieron más visibilidad a los snacks más saludables.

Simplemente sacando los M&Ms fuera de la vista de los 2.000 empleados de la oficina de Nueva York, redujeron en tan solo siete semanas el consumo en el equivalente a 3,1 millones de calorías.

Tu entorno influye en lo que comes

Los alimentos poco saludables suelen ser de bajo coste, lo que los hace especialmente atractivos para aquellos con un presupuesto ajustado. Además, para las personas que no tienen mucho tiempo, la comida rápida y la comida preparada suelen ser una solución más fácil –se encuentra ya por todas partes– que preparar una comida casera. Algunas empresas de alimentación también enfocan sus esfuerzos hacia ciertos grupos. Por ejemplo, varios informes recientes han demostrado que en EE.UU. los fabricantes de refrescos están enfocando sus esfuerzos en jóvenes de raza negra e hispanos, una estrategia preocupante, ya que estos grupos cuentan con mayores tasas de obesidad.

La buena noticia es que el discurso público sobre la obesidad y la formulación de políticas está empezando a reflejar los descubrimientos científicos. Los ciudadanos y los políticos se están dando cuenta de que los problemas de salud, como la obesidad y sus enfermedades crónicas relacionadas, no tienen que ver solo con las decisiones alimentarias individuales. Las personas tienden a consumir en exceso alimentos no saludables porque nuestros entornos alimentarios actuales explotan las vulnerabilidades anteriormente descritas, lo que socava la capacidad de las personas para ser “responsables” de sus decisiones.

Debido a que las dietas generalmente provocan una pérdida limitada de peso que es difícil de mantener, hacen falta esfuerzos más audaces para prevenir el sobrepeso y la obesidad. Afortunadamente, estamos empezando a ver la aparición de políticas en este sentido.

En EE.UU., la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) requerirá a partir de 2016 que las grandes cadenas de restaurantes pongan por escrito el contenido calórico de sus menús y ha propuesto que las etiquetas de los alimentos indiquen la cantidad diaria de azúcares añadidos que aportan, para limitar el consumo.

Aunque las investigaciones sobre la influencia del etiquetado con las calorías en el consumo de alimentos aún no arrojan datos contundentes, la evidencia actual sugiere que el etiquetado con las calorías promueve en muchos consumidores la elección de alimentos bajos en calorías, y en ocasiones, en algunos restaurantes.

La FDA también ha tomado medidas para eliminar de los alimentos procesados las dañinas grasas trans, que aumentan el riesgo de enfermedades del corazón.

Países como EE.UU., Reino Unido, Perú, Uruguay o Costa Rica han promulgado políticas para eliminar la comida basura de las escuelas públicas (“si no la ves, no piensas en ella”). México aprobó recientemente una ley que impone un impuesto de un peso (5 céntimos de euro) por cada litro de bebida azucarada, para frenar la epidemia de obesidad. En 2014, la localidad californiana de Berkeley aprobó un impuesto de un céntimo de dólar por cada 30 mililitros consumidos de bebidas azucaradas. Espera generar así 1,2 millones de dólares de este año.

Chile y Perú han prohibido los juguetes en los Happy Meals. McDonald’s, Wendy y Burger King ya no ofrecen bebidas azucaradas en los menús infantiles.

Estos son solo los primeros pasos, importantes, en la lucha contra la epidemia de obesidad. Necesitamos más investigación para entender qué medidas funcionarán mejor. Hacen falta políticas innovadoras para cambiar qué y cuánto comemos. En paralelo, la industria de la alimentación debe facilitar que tomemos decisiones más saludables a la hora de comer.

- Christina Roberto es profesora de Ciencias Sociales y del Comportamiento y de Nuitrición en la Universidad de Pensilvania.Christina Roberto

- Mary Gorski es trabajando en un doctorado en Políticas de Salud Mary Gorski

en la Universidad de Harvard.

- Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.The Conversation

- Aquí puedes leer el artículo original (en inglés).artículo origina

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