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La inmunidad de grupo es ilusoria y aún nos falta por vacunar a 10,5 millones de personas

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La situación de la pandemia ha cambiado considerablemente con relación tanto a lo que tuvimos que enfrentar en 2020 como a lo que precedió a esta quinta ola en la que aún estamos inmersos, caracterizada por elevadas incidencias en los distintos grupos de edad y no solamente entre los jóvenes, a pesar de los avances en la cobertura vacunal. 

El virus no ha desaparecido y aún circula con gran intensidad. Las nuevas variantes amenazantes, como la delta, más contagiosas y elusivas a la eficacia de las vacunas, dominan hoy la escena de la transmisión. La permisividad ante las interacciones grupales desprotegidas, erróneamente asumidas como transgresiones inevitables, ha favorecido las altísimas tasas de incidencia entre la población más joven a lo largo del verano, las cuales se han extendido a otros grupos de edad y se han convertido en una suerte de “nueva normalidad” plagada de inseguridad sanitaria, alto número de contagios, fuerte presión asistencial e, incluso, elevado número de fallecimientos. 

El problema de la pandemia no está todavía resuelto y por eso la nueva dinámica pandémica que vive España requiere una lectura fresca, abierta e imaginativa, que nos lleve a responder de manera congruente con las nuevas realidades que reclaman estrategias renovadas y acciones diferentes.

Es importante que nos detengamos en algunos elementos que hay que tomar en cuenta para entender los cambios que han acontecido y derivar de ellos conclusiones para impulsar acciones que hagan posible superar el riesgo extremo en que se encuentran aún hoy la mayor parte de las CCAA en España.

Resumimos los aspectos que nos parecen más destacados: 

El patrón de incidencia se ha modificado y reclama concentrar esfuerzos preventivos en los sectores más afectados

Aun cuando la incidencia acumulada de 14 días para toda la población ha ido descendiendo en las últimas semanas, se encuentra todavía en niveles muy altos, tanto en términos absolutos como con respecto a otros países del entorno europeo. La meseta de la curva ha sido muy prolongada y el ritmo de descenso no ha sido lo rápido que debería, en gran medida por la excesiva relajación de medidas restrictivas y de protección. Esto ha tenido un importante efecto acumulativo en términos de ocupación hospitalaria y de camas UCI, así como de número de defunciones. Y ello ha sucedido a pesar de que se ha vacunado ya a 31,9 millones de personas con pauta completa, lo que revela claramente que la vacunación no es suficiente para frenar los contagios.

Si bien la quinta ola se ha caracterizado por altas tasas de incidencia en los grupos de 12 a 19 y de 20 a 29 años, (609 y 482 casos por cien mil personas a fecha 25 de agosto), los contagios elevados no se han limitado a esa franja etaria. Esta no es una ola que afecta únicamente a los jóvenes de esos grupos de edad, sino que la incidencia ha aumentado tanto en los menores de 11 años (que no están vacunados) como en la población de más de 40 años, que sustancialmente está vacunada. 

Es decir, el aumento en el número de contagios se ha producido en todos los espectros de edad a pesar de los amplios porcentajes de vacunación alcanzados, especialmente en las personas mayores. A ello ha contribuido la creciente presencia de la variante delta.

Especial atención debe recibir el grupo de menores de 11 años que tiene una incidencia superior a la incidencia media para todas las edades (328 por cien mil) y en algunas CCAA se sitúa por encima de los 400 e incluso supera los 500 en Extremadura. Este grupo, que hasta ahora no puede ser vacunado porque no contamos todavía con la evidencia sobre la seguridad y la eficacia de la vacuna en este colectivo, regresará muy pronto a la escuela en un contexto con elevadas tasas de incidencia y corre el riesgo de experimentar brotes y con ello afectar la presencialidad escolar en la educación básica. 

Por tanto, no debería bajarse la guardia en cuanto a las medidas preventivas en las escuelas, ni relajarse las precauciones de ventilación, ni flexibilizar las ratios de alumnos ya que hay que blindar al máximo la posibilidad de contagios en el ámbito escolar. Cabe incluso la posibilidad de plantearse la realización de cribados focalizados dirigidos a este grupo de edad para aislar tempranamente a los asintomáticos positivos e impedir la aparición de brotes incontrolados en las primeras semanas del retorno a la escuela.

Pero deben preocuparnos también las tasas de incidencia en mayores de 80 años, que han subido con respecto a semanas anteriores a pesar de que se trata de un colectivo plenamente vacunado con pauta completa. Esto lo advertimos también si vemos los nuevos brotes que se han producido en residencias geriátricas y el incremento en defunciones en ese mismo grupo de población. Todo parece indicar que se trata de un grupo de población, donde, por diversas razones, el “escape” a la acción protectora de las vacunas puede ser más frecuente que en otros y ello debería hacernos retomar y reforzar las acciones preventivas de carácter no farmacológico para impedir los estragos de la infección en estas personas.

Las tasas de incidencia en los demás grupos de población, de 40 a 79 años, también se han incrementado, a pesar de que se trata de colectivos que cuentan con una alta cobertura vacunal de pauta completa. Los contagios siguen siendo altos en los grupos más jóvenes y se han extendido a los demás grupos por efecto de la penetración de la variante delta, que supone más del 90% de los nuevos casos diagnosticados, así como de las interacciones sociales desprotegidas. Esto lo corrobora el alto índice de positividad a las pruebas diagnósticas realizadas que se tiene para todo el país (10,49%) y que en algunas CCAA llega al 15%.

El corolario fundamental de este patrón epidémico cambiante es que la incidencia no la reduciremos solamente vacunando más. Lograremos mitigar la severidad y la mortalidad, pero no podremos abatir con ello el número de contagios. Para atajar la curva y reducir el número de contagios necesitamos mantener medidas no farmacológicas, medidas preventivas y restricciones a la interacción social desprotegida, por impopulares que resulten, o por incomprendidas que sean por la Administración de Justicia que, lamentablemente, y pese al tiempo transcurrido, no acaba de entender los criterios epidemiológicos y de salud pública. 

Hay una elevada ocupación de camas UCI y la mortalidad va en ascenso

No debe cometerse el error de banalizar esta quinta ola de la pandemia arguyendo que afecta primariamente a los jóvenes, que estos tienen menos probabilidad de experimentar episodios severos, que no se genera presión asistencial y que no tiene un impacto considerable en términos de mortalidad.

Los datos hablan por sí mismos y muestran lo contrario. En estos momentos tenemos una ocupación media del 19,22 % de camas UCI por pacientes COVID, lo que representa una cifra muy elevada y superior a lo que veíamos al iniciarse la quinta ola. En algunas CCAA es mucho mayor y en Cataluña alcanza la cifra del 37,4%. Los pacientes ingresados en planta y en UCI no son solamente personas mayores. La edad promedio de los ingresados ha descendido notablemente y hay muchas personas jóvenes ingresadas con cuadros severos, además de las personas de edades más avanzadas, especialmente las no vacunadas. Por no hablar de la otra cara de la moneda en materia asistencial que es la saturación de una atención primaria cada vez más desbordada.

Preocupa notablemente el que en los últimos siete días se hayan producido 807 defunciones (163 el pasado martes), un incremento notable con respecto a lo observado en semanas anteriores. Esto ocurre ahora a pesar del descenso en la incidencia porque obedece al decalaje habitual que se produce entre contagios nuevos, hospitalizaciones y fallecimientos, y es una clara muestra de la severidad incrementada a la que da lugar la variante delta y de la importancia de la vacunación para prevenir riesgo de fallecimiento.

En pocas palabras, no puede tomarse a la ligera el impacto de la quinta ola y hay que tener claro que ante altas tasas de incidencia y sin poder contar con un efecto esterilizante de la vacuna, se produce una presión asistencial importante y se tiene lamentablemente una mortalidad incrementada.

La inmunidad de grupo es ilusoria y aún nos falta por vacunar a 10,5 millones de personas

Los innegables logros en la cobertura de vacunación nos han librado de un mayor colapso asistencial, de episodios de la enfermedad más severos y de una mortalidad más pronunciada, pero no pueden impedir la infección (o muy poco) y por consiguiente no nos protegen de los contagios. Tampoco son suficientes para generar una inmunidad de grupo, cada vez más improbable dadas las características de la enfermedad y la naturaleza de las vacunas. La idea de que la inmunidad de grupo puede lograrse con un 70% de la población vacunada con pauta completa es ilusoria. 

Esto implica que hay que seguir vacunando para tratar de completar el 100% de la población diana a fin de impedir el mayor número posible de episodios severos y de muertes, que no de contagios, desafortunadamente. En este sentido hay que recordar que se ha vacunado con pauta completa a 31,9 millones de personas, es decir al 75,8% de la población diana, que corresponde al 67,3% de la población total. Esto es un gran esfuerzo del sistema sanitario español digno de encomio. Sin embargo, aún nos falta vacunar a 10,5 millones de personas mayores de 12 años, lo cual implica recuperar los ritmos de vacunación previos al verano, intensificar la repesca de los mayores no vacunados y avanzar rápidamente en la vacunación de los sectores más jóvenes todavía muy desprotegidos.

Todavía falta por vacunar el 16,5% de las personas de 40 a 49 años, el 35,5% del grupo de 30 a 39 años, el 50,5% del colectivo de 20 a 29 años y el 81,7% de los jóvenes de 12 a 19 años. Esta es una tarea urgente y debe concluirse cuanto antes para asegurar el máximo posible de protección en el menor tiempo posible. Y si esto implica organizar la vacunación complementaria en los centros escolares habrá que hacerlo. Antes de ello y, a expensas de lo que determine la EMA y el ECDC, no deberíamos contemplar siquiera la idea de una tercera dosis de refuerzo ni en los grupos vulnerables ni mucho menos en la población general.

Los límites de las vacunas y las nuevas variantes amenazadoras

Los datos de Israel son muy reveladores de que hay importantes límites con las vacunas. Evidentemente, tienen menos eficacia ante las nuevas variantes que van surgiendo, como la delta. El hecho de que Israel haya vuelto a una alta tasa de incidencia teniendo a gran parte de la población inoculada, nos habla de la mayor contagiosidad y virulencia de la variante delta. Esta variante del coronavirus resulta particularmente amenazante: una situación que toda Europa enfrenta, España incluida.

El virus muta y puede generar variantes en todo el planeta. Tenemos altas tasas de contagio en el mundo entero, por lo que hay una considerable posibilidad de surgimiento de nuevas variantes. Estas variantes pueden ser amenazantes no solo por su contagiosidad y severidad, sino también por el riesgo de que escapen del efecto de las vacunas actuales. 

Ello complica el debate sobre la “tercera dosis”, pues no está claro aún si se requiere, para qué poblaciones se requeriría, con qué combinación de vacunas y con qué dosis; y, sobre todo, si será conveniente una tercera dosis de “recuerdo” de las vacunas que ya conocemos o bien habrá que revacunar con vacunas nuevas adaptadas a las nuevas variantes que puedan ir surgiendo. 

Una tercera dosis, con el mismo tipo de vacuna que no contempla los antígenos necesarios para neutralizar a las nuevas variantes, no nos va a dar la protección que necesitamos y puede llevarnos a gastar esfuerzos y recursos sin por ello lograr mayor eficacia. Ya lo ha señalado con toda claridad el comunicado conjunto emitido por la OMS y el Comité Mundial Asesor Independiente en materia de Vacunas hace un par de semanas. En este asunto, la responsabilidad y el papel de la EMA y del ECDC, hace necesario un análisis riguroso y un informe basados en las evidencias que, además, tenga en cuenta la necesidad de priorizar el acceso universal a las vacunas en todos los países del mundo, tal como recomienda la OMS. 

Es necesario vigilar estrechamente el comportamiento de las variantes ya conocidas del coronavirus y evitar el surgimiento de variantes. Pero para reducir el riesgo de que las haya hay que bajar la incidencia y vacunar ampliamente en el mundo entero, y esto no lo estamos logrando. Se está haciendo en Europa y en Norteamérica, pero no en la mayoría de los países en desarrollo.

La situación de la pandemia ha cambiado considerablemente con relación tanto a lo que tuvimos que enfrentar en 2020 como a lo que precedió a esta quinta ola en la que aún estamos inmersos, caracterizada por elevadas incidencias en los distintos grupos de edad y no solamente entre los jóvenes, a pesar de los avances en la cobertura vacunal. 

El virus no ha desaparecido y aún circula con gran intensidad. Las nuevas variantes amenazantes, como la delta, más contagiosas y elusivas a la eficacia de las vacunas, dominan hoy la escena de la transmisión. La permisividad ante las interacciones grupales desprotegidas, erróneamente asumidas como transgresiones inevitables, ha favorecido las altísimas tasas de incidencia entre la población más joven a lo largo del verano, las cuales se han extendido a otros grupos de edad y se han convertido en una suerte de “nueva normalidad” plagada de inseguridad sanitaria, alto número de contagios, fuerte presión asistencial e, incluso, elevado número de fallecimientos.