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Foto de archivo de una urna electoral.

Ignacio Escolar

22 de julio de 2023 09:35 h

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¿Cómo llevas la jornada de reflexión? ¿Con optimismo? ¿Con pesimismo? ¿Con más ganas que nunca de votar? Esta semana, nuestro compañero Juanlu Sánchez preguntó a los oyentes de ‘Un tema al día’ cómo se sentían ante las elecciones. Salió un programa muy especial, con la voz de varios de nuestros socios y socias contando en primera persona cómo lo ven. Muchos de ellos –diría que la mayoría– lo que transmiten es miedo. Miedo a un futuro donde la extrema derecha entre en el Gobierno, y que eso ponga en peligro los derechos y libertades democráticas. Miedo a que lo que ya está pasando en tantos gobiernos autonómicos y locales se extienda aún más. Miedo a una derecha que nunca antes, en la historia reciente de España, ha estado tan cerca de acumular tanto poder institucional.

Yo también entiendo ese miedo. Basta con mirar qué está ocurriendo en muchos otros países europeos para entender que España tal vez no sea una excepción. Miedo a que pase lo que ocurre en Polonia, o en Hungría, o en Finlandia. O en Italia, donde la victoria de Meloni ya está teniendo consecuencias muy graves: varias madres no biológicas, en parejas de lesbianas, están siendo borradas de los registros civiles y de los libros de familia. Están perdiendo los derechos sobre sus hijos. Están quitando los apellidos a esos niños y también poniendo en cuestión la capacidad de las parejas homosexuales para adoptar.

Italia queda cerca. Aquí al lado. Hace solo un año, ¿te habrías podido imaginar un retroceso tan enorme en los derechos de las personas LGTBI en un país tan parecido al nuestro? Yo te confieso que no. 

Pero hoy no quiero hablarte del miedo. Lo entiendo, es comprensible, pero yo no me siento así. El domingo no pienso votar con miedo sino con ilusión. Y también con optimismo. 

Soy optimista por varios motivos. El primero y fundamental, porque casi siempre lo soy, y creo que esta postura ante la vida es mucho mejor. 

Hace tiempo que me di cuenta de una verdad que creo que es universal: que la mayoría de los seres humanos sufrimos más por lo que podría pasar que por lo que nos pasa de verdad. 

Como casi todo, temer por el futuro que aún no ha llegado es parte de nuestra evolución: ponernos tantas veces en lo peor es una sobrerreacción del instinto más fuerte que tenemos, el de supervivencia. El ser humano es el animal que más sufre por lo que aún no ha pasado, porque tenemos el poder de imaginar. Nos da miedo el futuro por la misma razón por la que existe el arte, o la ciencia: por nuestra capacidad de abstracción, que también nos lleva a ponernos tantas veces en lo peor. 

Cuando me di cuenta de esa gran verdad, decidí –sin caer en la imprudencia– que iba a intentar no sufrir más por los problemas que aún están por llegar. Cuando ocurran las cosas, ya lo pasaré mal. Antes no. 

Pero no solo soy optimista con estas elecciones porque sea mi sesgo habitual, mi forma de pensar. También creo que hay algunos datos objetivos para ello. 

Soy optimista porque las elecciones parecen estar mucho más ajustadas de lo que aparentaban hace una semana. Y no lo digo solo por esos trackings electorales que se han seguido haciendo, que algunos periodistas conocemos, y que pintan un escenario más reñido. También lo creo así porque es evidente que estos últimos diez días de campaña no le ha ido tan bien como esperaba al Partido Popular. 

A Feijóo se le está cayendo la careta. Y lo que se ve detrás de esa imagen, que algunos medios vendieron, ya no es la de un gran gestor, moderado, sosegado, que iba a gobernar contra la polarización y desde la centralidad.

Esta campaña hemos escrito mucho sobre las mentiras de Feijóo. Como este artículo, que publiqué con sus falsedades sobre las pensiones (Feijóo las llama “inexactitudes”). O este otro de nuestro compañero José Precedo, uno de los periodistas que mejor le conoce, sobre las preguntas que nunca ha respondido sobre su relación con el narcotraficante Marcial Dorado (Feijóo lo llama “contrabandista”). 

Me he quedado con una duda, eso sí: ¿cómo sabía Feijóo a mediados de los 90 que Marcial Dorado era un contrabandista si “no había Internet ni Google”?

Las mentiras en esta campaña electoral siempre han cumplido una función: son herramientas para conseguir el poder. Y la más peligrosa de todas –la más tóxica, de entre las muchas que ha propagado la derecha y algunos de sus medios de comunicación– ha sido la de dar por sentado que todo estaba perdido para la izquierda. Que la presidencia de Feijóo era tan inevitable como la vicepresidencia de Abascal. Que no había ninguna posibilidad, ni una sola, de evitar ese gobierno del PP con los ultras de Vox.

Las elecciones, en gran medida, dependen de las expectativas, que condicionan la participación. Y hay dos datos claves para entender qué puede pasar el domingo: las dos únicas ocasiones en las que la derecha ha sumado mayoría absoluta, la participación nunca superó el 70%. En el año 2000, con Aznar, fue del 68,71%. En el 2011, la mayoría absoluta de Rajoy, del 68,94%.

En el último cuarto de siglo, el número de votos totales de la derecha ha oscilado mucho menos que los de la izquierda. La tentación abstencionista es siempre mucho más fuerte entre los votantes progresistas. Y ese ha sido uno de los factores más determinantes en la historia democrática de España para fijar las mayorías parlamentarias.

Por eso es tan perniciosa esa mentira: que la derecha tiene asegurada la victoria antes incluso de votar. Porque si la izquierda se la cree, si tira la toalla y se queda en casa, es cuando sin duda se hará realidad. Especialmente en una fecha donde el voto sale más caro que nunca: en mitad de verano.

No creo que toda la abstención de los potenciales votantes de la izquierda tenga que ver solo con esto. Sé que hay muchas personas que no comparten los intereses o los valores de la derecha y que este domingo no votarán. Por eso decidimos enviar a Enric González al barrio más abstencionista de Barcelona, Ciutat Meridiana. También es uno de los más pobres. Enric nos ha traído de vuelta un reportaje que os recomiendo, y que ayuda a entender los porqués

Ya sabes –siempre lo contamos– que la abstención y el voto van por barrios. Que la derecha es muy eficaz movilizando a las clases altas, que son las que menos se abstienen. Mientras, en los barrios pobres, la izquierda gana pero con menos margen. Y la abstención es siempre muy superior.

En algún momento la izquierda europea –no pasa solo en España– debería reflexionar. ¿Por qué no logra movilizar a esos barrios populares? ¿Por qué no votan? Es obvio que la izquierda sí adopta políticas que claramente benefician a los más desfavorecidos. En el caso de este Gobierno, la subida del salario mínimo, la revalorización de las pensiones o el ingreso mínimo vital, entre otras medidas. Pero tal vez no lo suficiente como para cambiar sus vidas. O ni siquiera para animarles a votar.

Me despido por hoy, recomendándote tres artículos más. Uno muy breve del humorista Joaquín Reyes, que, a su manera, también te pide que vayas a votar. Otro mucho más largo, del periodista Carlos Hérnández: Datos y hechos para votar con orgullo, sin miedo, sin complejos y con la nariz destapada. Y este análisis de nuestra redactora jefa de Género, Ana Requena, sobre el machismo en campaña: “Calmaditas estamos más guapas”.

Ojalá triunfe el optimismo. Ojalá tantos votantes no se crean esa mentira de que las elecciones están perdidas antes de votar. Y ojalá nos llevemos una alegría el domingo. 

Un abrazo, 

Ignacio Escolar

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