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Asómense al abismo y ya verán qué lejos está el fondo

13 de febrero de 2023 22:33 h

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Lo tienen delante de sus propios ojos, grande como un elefante africano, los más grandes entre los grandes. Pero no lo ven. Se les escapa lo evidente, lo obvio. Obcecados en sus cosas, fatuos de los triunfos que ya creen ganados, hay políticos, y no son pocos, que hasta que tienen rotas la nariz y cuatro costillas por chocar con el proboscídeo que todos considerábamos altamente peligroso, menos ellos, no alcanzan a entender que ese que tenían tan cerca, grande y hermoso, era su gran enemigo. Le pasa al PP de Madrid, y dada la fuerza de la capital en la estructura de su partido, el desastre alcanza al conjunto. No podía estar más claro que la desastrosa gestión de la sanidad en Madrid amenazaba con una explosión en cualquier momento. 

La inoperancia, unida a la prepotencia ridícula y culposa de la reina del vermú, esta Isabel Díaz Ayuso, la ratita presumida de la nada, se enfrenta ahora, batalla perdida más batalla perdida, a una situación de enorme gravedad. Así se lo demostraron ayer los cientos de miles de ciudadanos que llenaron el centro de Madrid para decir basta, ni un día más sin que haya un pediatra para atender a mis hijos o una médica de atención primaria para atender a mi madre anciana. Sacuden a Díaz Ayuso, pero la onda expansiva, como corresponde, le va a llegar, ya le ha llegado, a Núñez Feijóo, nada hago que nada sé hacer. Y ahí está, para demostrarlo, la también masiva manifestación de Santiago. El PSOE se ha enfangado en el sí es sí, pero al PP le va a costar sacar los pies del lodo de la sanidad pública, a la que maltratan por ideología y por intereses. Así que el horror, que lo paguen.

No es fácil de entender tampoco que todas las enormes cualidades y ricos saberes que sin duda adornan las cabezas de ministros y ministras, secretarios de Estado, subsecretarios, técnicos de mucho hincar el codo para superar arduas oposiciones, asesores múltiples, etcétera, etcétera, todavía no hayan sido capaces de encontrar las diez, treinta o cincuenta palabras que podrían poner fin a esta gota malaya, maldición de Belcebú, de la cruenta batalla del sí es sí. Tanto listo y tanta estudiosa, tan torpes, al fin, para hallar una solución que están obligados a encontrar, por la gloria de su madre. Incapaces, dan vueltas y vueltas a ideas sin concreción, apretando el tornillo que cierra la escotilla del submarino cada vez más. Y si seguimos así, diga lo que diga el presidente del Gobierno, el artefacto se hunde. Después, a lo mejor sube a la superficie, o no, pero recordemos que en el caso del Kursk en 2000, sus 118 tripulantes perecieron en el accidente. 

Fíjense que contamos con que finalmente haya solución, se encuentre la frase mágica, abracadabra, por ejemplo, que devuelva la paz y borre las ojeras de los señores ministros y las damas ministras. Porque ésta ha sido, quizá, la única consecuencia beneficiosa que puede sacarse de este desaguisado: los miembros del Gobierno se han asomado al abismo y han constatado, a simple vista, que el suelo está muy abajo y que la costalada podía ser mortal o, cuando menos, dejarte hecho un cristo, bórrate para el futuro, de ahí ya no sales. Lo han advertido desde Podemos, sujétame que me caigo, y lo han medido con precisión los socialistas, que nos agarramos todos a la cornisa con la fuerza que da la angustia o dejamos despejada de polvo y paja una autopista a esa derecha que espera abajo con las fauces abiertas y los jugos gástricos salivando.

Al final, todo es un juego de compensaciones. Así, a la pata la llana, recordemos que el Gobierno ha sacado adelante tres Presupuestos Generales, hazaña nunca conseguida en minoría, ha aprobado más de 170 leyes o decretos, ha sorteado una pandemia y los efectos más duros de una guerra en Europa, ha hecho reformas como la eutanasia, ha subido el salario mínimo hasta límites impensables, mejorado las pensiones en mucho, aprobado impuestos para los bancos, los ricos y ha logrado imponer la excepción ibérica en temas energéticos que ha ahorrado a los ciudadanos muchos dineros. No sigamos porque ustedes conocen perfectamente esas actuaciones de este Gobierno de izquierdas.

¿Que se podía y se debe hacer mucho más? Cierto, sin duda alguna y tienen ustedes más razón que un santo. Pero por eso, precisamente por eso, es por lo que muchos apostamos por la continuidad de este bloque de mayoría parlamentaria aunque la varíe la geometría interna. Tenemos una sociedad rota por los desequilibrios entre clases –perdonen a este vetusto comentarista por utilizar este lenguaje trasnochado en los tiempos del tik-tok y otras modernidades- que solo podrán vencerse con un gobierno similar al actual. Si es que la cosa es facilita, muy facilita. Contesten sin que les pueda la risita traicionera: ¿De verdad creen ustedes que un Gobierno del inane Feijóo, Díaz Ayuso y sus largas cohortes de asesores aznaristas de FAES, criados en las madrigueras universitarias y de másteres del neocapitalismo más depredador, van a mejorar la vida de los ciudadanos? Item más, si les vislumbramos agarrados del bracete del feroz Abascal y su alegre muchachada, esa ultraderecha recalcitrante, como muy posiblemente se pergeñaría el futuro si la izquierda pierde. ¿Tendríamos bajo el mando de ese bloque mejor sanidad pública, unas pensiones más holgadas, unas condiciones laborales más justas? ¿Es eso, hablemos en serio, lo que esperan de la derecha los miles y miles de manifestantes que el domingo llenaron Madrid o Santiago? 

De modo que todo esto es lo que tendríamos que valorar cuando algún fanático pretenda romper la baraja porque con mis principios no se juega, otra forma de aquella expresión tan retrechera de con quién cree usted que está hablando. Mis principios no se venden, dicen en esos éxtasis místicos que acometen de vez en cuando a los sectarios recalcitrantes. Pues usted no deje que le curen la uña, que acabarán amputándole el brazo y mandando los restos al basurero. Un poco de por favor, nunca pierdan de vista las prioridades de una sociedad que sufre. Y mucho. 

Adenda. Antonio Garamendi, por fin, tiene contrato, Pobrecillo, cómo habrá sufrido con la precariedad en el empleo, lo mismo tengo que ir a la cola del paro, se diría el máximo dirigente de la patronal, que ahora, finalmente, ya tiene un papel como es debido, que le tenían en un suspiro. Además, se ha subido el sueldo y va a cobrar unos 400.000 euros. ¿Alguien podría explicarnos por qué este educado caballero y sus compañeros de la CEOE tienen el descaro de oponerse a que el resto de trabajadores españoles hagan como ellos y puedan mejorar sus mucho más menguadas soldadas, al menos para llegar hasta un sueldo digno, todavía a años luz de esas cifras estratosféricas que manejan de forma impúdica los mandamases de las empresas de este país, tan generosas con su presidente? 

Lo tienen delante de sus propios ojos, grande como un elefante africano, los más grandes entre los grandes. Pero no lo ven. Se les escapa lo evidente, lo obvio. Obcecados en sus cosas, fatuos de los triunfos que ya creen ganados, hay políticos, y no son pocos, que hasta que tienen rotas la nariz y cuatro costillas por chocar con el proboscídeo que todos considerábamos altamente peligroso, menos ellos, no alcanzan a entender que ese que tenían tan cerca, grande y hermoso, era su gran enemigo. Le pasa al PP de Madrid, y dada la fuerza de la capital en la estructura de su partido, el desastre alcanza al conjunto. No podía estar más claro que la desastrosa gestión de la sanidad en Madrid amenazaba con una explosión en cualquier momento. 

La inoperancia, unida a la prepotencia ridícula y culposa de la reina del vermú, esta Isabel Díaz Ayuso, la ratita presumida de la nada, se enfrenta ahora, batalla perdida más batalla perdida, a una situación de enorme gravedad. Así se lo demostraron ayer los cientos de miles de ciudadanos que llenaron el centro de Madrid para decir basta, ni un día más sin que haya un pediatra para atender a mis hijos o una médica de atención primaria para atender a mi madre anciana. Sacuden a Díaz Ayuso, pero la onda expansiva, como corresponde, le va a llegar, ya le ha llegado, a Núñez Feijóo, nada hago que nada sé hacer. Y ahí está, para demostrarlo, la también masiva manifestación de Santiago. El PSOE se ha enfangado en el sí es sí, pero al PP le va a costar sacar los pies del lodo de la sanidad pública, a la que maltratan por ideología y por intereses. Así que el horror, que lo paguen.