“¡Puigdemont a la cárcel!, ¡Sánchez a la mierda!”, rezaba una gran pancarta, bandera de España, en la manifestación del domingo convocada por el PP en el centro de Madrid. Buen resumen de todo lo que caracteriza a la actual dirección del partido de Génova. Esa llamada a la mazmorra para el político catalán encarna en sí misma toda la sabiduría política de la que es capaz de desarrollar el PP para tratar con Cataluña y sus partidos nacionalistas. Amplíen el llamamiento al País Vasco, PNV y sobre todo a la bicha de Bildu. Todos a la cárcel, que diría Berlanga. En cuanto a la segunda admonición, nítidamente demostrativa del odio y la virulencia que acumulan señoras y señores tan bien educados en carísimos colegios de pago, es la palpable demostración de ese liberalismo, afán de diálogo, respeto al contrario y mano tendida de la que presumen los caraduras de sus dirigentes.
Fue de mucho admirar cómo se desenvolvieron en el aquelarre los grandes nombres del partido al inicio de la semana fatídica que le espera a Feijóo, desde la suerte de eslogan viviente en el que se ha convertido Isabel Díaz Ayuso, pelele de quien la dirige desde la sombra, la fiereza de Aznar, qué gritos los suyos, la desvergüenza de Rajoy, actor principal en aquel despropósito del 1-O y que quiso aparentar que sólo era un señor gallego que pasaba por allí, mero accidente, a las gruesas palabras y carencia de ideas del inane Feijóo.
Hora será de recordar quién es este buen señor y la política que ha llevado a cabo desde su desembarco en Madrid aquel 2 de abril de 2022. Vino a suceder al pimpollo Pablo Casado, gallinácea sin cabeza que apenas si duró unos pocos asaltos a los que de verdad mandan en el partido. ¿Ha significado la llegada de Feijóo alguna variación del PP hacia la moderación, el europeísmo, el abandono de la confrontación gratuita, tal y como proclamaban sus patrocinadores y nos vendió él mismo? Pues no, en absoluto. Sus dos únicas gestas son manifiestas y ambas terribles: el empecinamiento en no renovar el Consejo del Poder Judicial, ¿habla el señorito de indignidad?, y su abrazo, fraternal, íntimo y estrechísimo, con la ultraderecha de Vox, humillante atadura de hierro que le perseguirá toda su larga o corta trayectoria. Esa ha sido toda su política de moderación. Del viaje al centro, decía. Da la risa.
Al menos, es verdad, ha podido mostrar el apoyo público de los líderes anteriores de su partido. No ha tenido Pedro Sánchez la misma suerte, que ahí hemos visto a Felipe González y Alfonso Guerra, comidos por el resentimiento, ese sucio calzón puesto a secar en el tendedero, en frase feliz de Manuel Vicent. Osó aquel joven no sólo enfrentarse a ellos, sino incluso ganarles. Rumian, rumian y vuelven a rumiar. Y algún día tenía que llegar la venganza. Sucia y fea. Podemos dedicar al dúo de la bencina un par de párrafos. Tampoco más.
Un implacable periodista gaditano, Fernando Santiago, recordaba hace poco que cuando Guerra dijo aquello tan famoso de “el que se mueve no sale en la foto”, quien fuera presidente andaluz, el socialista Pepote Rodríguez de la Borbolla, le preguntó que “dónde estaba la raya”. “Es que la raya se mueve”, le contestó Alfonso. Con ellos, Felipe y Guerra, la raya, convertida en gigantesca brecha, se movió cada dos por tres cuando les interesó. ¿Recordamos la OTAN? ¿Quizá mejor aquello de “si el vicepresidente del Gobierno sintiera la tentación de presentar su dimisión por el cuestionamiento que se hace de su honradez o le forzaran a ello, habrán ganado dos batallas por el esfuerzo de una, la dimisión de Alfonso Guerra y la de Felipe González”, tan mentiroso entonces como en otras tantas frases solemnes?
Se equivocan ambos, y ya deberían haberlo aprendido, porque cuanto más aprietan, menos ahogan. Hoy en día, en muy amplios sectores de la izquierda, todos los venablos que vengan de tan ilustre dueto se convierten en refinadas delicatesen para las víctimas de sus desaforados y desleales ataques. Por no hablar de esos hombros llenos de caspa de Guerra, alusiones burdas y reaccionarias a las peluquerías. Salir al patio de vecinos a gritar frases soeces contra Sánchez en el momento en el que la derechona más salvaje intenta la repugnante búsqueda de tránsfugas en el partido que ellos dirigieron hace décadas con mano de hierro es, directamente, bochornoso.
Y llegamos hoy mismo a la investidura fantasma de Feijóo. ¿Venderá algo de interés, nos contará qué piensa hacer con este país si un terremoto descomunal le hiciera presidente? ¿Seguirá los pasos de sus toreros y analfabetos varios que vicepresiden las comunidades que gobiernan con los ultras rampantes de Vox? Además de insultar, ¿propondrá alguna salida para Cataluña, para la sanidad, para la educación, para los bajos salarios o el paro? ¿Cambio climático, violencia machista, respeto a las minorías, le sonarán de algo? ¿Qué piensa hacer ante tantos y tantos problemas como se acumulan en un estado moderno?
Libres e iguales, dijo el desahogado en el mitin del domingo. ¿Qué quiere decir este gran político cuando aboga por la igualdad? ¿Entre hombres y mujeres, como ellos mismos niegan en los territorios donde gobiernan con esa excrecencia democrática que se llama Vox? ¿Tan libres e iguales los inmigrantes llegados en patera como los residentes en el madrileño barrio de Salamanca, permitan al Ojo la demagogia? ¿O se refiere quizá a que son iguales esos millonarios a los que quiere bajar los impuestos –ya lo hace en las comunidades donde mandan– y los trabajadores que soportan el salario mínimo? Ahí, en el mundo real de los pobres y ricos, es donde hay que trabajar para la igualdad entre los ciudadanos de España, sean de la comunidad que sean, aquél o este pueblo.
Mero ejemplo: ¿Se promueve la igualdad, incluso la libertad, que su aplaudida reina del vermú, Díaz Ayuso, tan venerada, haya logrado que Madrid sea la comunidad que menos invierte en sanidad, educación y servicios sociales de España? Datos de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales recogidos por Celeste López: su gasto por habitante en estos capítulos es de cerca de 2.400 euros, 1.500 por debajo de Navarra, 1.300 menos que en el País Vasco y 1.230 que en Extremadura, cuando allí gobernaba el PSOE y todavía no habían llegado las hordas podadoras de Vox bajo el alerón de la popular María Guardiola. ¿Son iguales entonces para Feijóo todos los españoles? Filfa, pura filfa y vergonzante hipocresía.
La semana próxima, si todo se desarrolla con normalidad, podremos dedicarnos a Pedro Sánchez y qué propone para ganarse, de nuevo, la presidencia del país, de verdad y sin fantasmagóricos vaticinios de la morralla cavernícola. Carles Castro recordaba un dato interesante en La Vanguardia. Las formaciones que han prometido su apoyo a Feijóo, Vox, Coalición Canaria y UPN, suman junto al Partido Popular casi 11.300.000 votos. Por el contrario, los grupos que han expresado su rechazo reúnen cerca de 12.400.000 sufragios. O sea, que si consigue esa movilización, tendrá a muchos más españoles apoyándole que en su contra. Un millón más, un buen respaldo para encarar una legislatura procelosa.
Para ello Sánchez debería lograr un gran pacto político, una gran torta en la que un sabor se equilibre con otro, dulce con salado, amargo con ácido y el umami soldando todo. De ese pacto, un acuerdo global, de futuro, aún tenemos tiempo para hablar. Y de la amnistía. Y del Tribunal Europeo de Estrasburgo. Lo haremos cuando sepamos por dónde van a ir los tiros, que nosotros somos mucho más torpes que Díaz Ayuso, Aznar, Rajoy y, por supuesto, el gran Feijóo, que ya lo saben todo. Antes de que ocurra. ¿No son dignos de admiración?
Muévase la raya, pero intentando lograr el mayor consenso posible de la ciudadanía. Trágalas, pocos y pequeños. O mejor, ninguno.
Ja parlarem. Hitz egingo dugu. Falaremos.
Adenda. Parece que Juan Carlos I va a estar en La Zarzuela el 31 de octubre, día en el que Leonor, su nieta, jurará la Constitución. Somos millones los españoles –cierto, no los he contado, pero lo sé– que no queremos que ese señor pise este país, y menos aún los regios aposentos que pagamos usted y yo, al que ha humillado con sus obscenas comisiones millonarias. Si su hijo y sus nietos ansían verle, sus descendientes también querían mucho a Al Capone, que se vayan a abrazarle a los Emiratos Árabes o a Suiza, donde seguramente les sonará el nombre del emérito, ilustre cliente de sus afamadas oficinas bancarias.