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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

¡Qué cutre y pequeñita es la derecha!

18 de julio de 2022 22:42 h

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Aceptada universalmente la máxima de que cada santo tiene su novena, aún estamos en tiempo canónico para hablar de la sesión de control de la semana pasada. Y sí, es cierto que el envite lo ganó Sánchez de calle, hacia dentro del Gobierno, es evidente, pero también hacia todo el hemiciclo, símbolo como es de la voluntad popular. El presidente husmeó el aire que se movía por los ambientes políticos, se apretó el cinturón, encargó a sus asesores un buen discurso y salió a la palestra dispuesto a comerse a quien quisieran ponerle por delante. Se metió en el papel de una serie de Marvel y se comió todo el pastel. Sin miguillas en el plato. Ni los más fanáticos del club de fans de Alberto Núñez Feijóo, si existiera tan delirante rondalla, pueden creer que el PP ganó al PSOE, que su líder, vía ventrílocua Cuca Gamarra, de las Cuca y las Gamarra de las mejores familias, no solo perdió el combate, es que fue derrotado por K.O en el primer asalto. Fuera. Eliminado. Es usted un piernas, como lo era su antecesor, el inefable pimpollo Casado, qué señor tan ridículo. 

Decimos hacia dentro porque en Podemos estaban contentos. Se les veía en modo qué buena es la madre superiora que nos lleva de excursión. Sánchez entendió perfectamente que era el momento justo para volver a alcanzar aquellos 188 escaños que logró en los últimos Presupuestos, ocho más que en la moción de censura contra Rajoy, o por lo menos acercarse, como escalón definitivo para apuntalar la coalición que le sostiene en La Moncloa. En esta ocasión obtuvo 186 votos. Zona absoluta de confort, inalcanzable para la derecha en el actual Congreso, que la suma entre PP, Vox y el fantasma de Ciudadanos, la triste figura de Inés Arrimadas delirando por las mazmorras del castillo y de Edmundo Bal llevándole las cadenas no da para nada. Este pegamento en el sillón para el presidente llega, ya ven qué cosas, cuando Johnson ha sido expulsado violentamente de Downing Street, Macron suda tinta para gobernar y Draghi  pasea ansioso por los lujosos pasillos palaciegos de Roma.  

Es clave para Sánchez, y así lo hemos dicho siempre desde este modestísimo chiringuito, que la coalición funcione como lo que en teoría debería ser: un gobierno de izquierdas con distintas sensibilidades pero unos objetivos comunes irrenunciables, Y como la vida es dura, esos empeños los fija el presidente del Gobierno, que lo es, y que a nadie se le olvide, porque sacó muchos más votos que sus socios. Por si alguien tiene mala memoria. Elecciones del 10 de noviembre de 2019: PSOE, 120 diputados, 6.790.000 votos; UP: 35 escaños, 3.119.000 votos. El resto, los necesarios apoyos de otras izquierdas y de la periferia, PNV, Esquerra, etcétera. Y si Sánchez logra volver a unir a la misma plantilla para lo que queda de temporada, y en el debate atendió con inteligencia las demandas de sus socios, aglutinando con medidas decididas que engloban algunos de los más claros fines de sus aliados, los socialistas gobernarán con cierta tranquilidad hasta las próximas elecciones, tras haber logrado, con esa mayoría o similar, aprobar los Presupuestos para 2023. O sea, que aquellos que gritaban ostentóreamente, qué gran palabra se inventó Gil y Gil, lo del final del ciclo, éste es nuestro momento, las fauces de los lobos de la manada periodística de la caverna chorreaban babas, se han llevado un buen sofocón. ¿No les oyen llorar? 

Tienen para las lágrimas varios motivos, pero no es el menor ese error descomunal del PP de intentar aprovecharse del dolor de las víctimas de ETA ahora, 11 años después de la desaparición de la banda, como base principal de una oposición ridícula, falsa y absolutamente hipócrita, como ya demostramos aquí la semana pasada –véase Aznar, ETA y los miserables– obviando los grandes temas que dominan las angustias de los españoles en el día a día. Ni una propuesta de fuerza, ni una sola idea para ilusionar a los suyos, que ni siquiera supieron explotar su conocida cantilena de la bajada de impuestos, quizá porque sabían que enfrente tenían a un equipo económico, Nadia Calviño a la cabeza, que se come crudos a los niños que dicen tonterías económicas. Fracaso absoluto de Núñez, susurrando aquellos despropósitos a la oreja de Gamarra, mientras por el otro lado, a veinte centímetros de su brazo, sonreía grotesco ese infame personaje que es Javier Maroto, el tipo que pactó una y otra vez con Bildu cuando era alcalde de Vitoria, y que ahora llama traidor a Sánchez. ¿Qué tiene que enseñar de moral y decencia ese Tartufo de tres al cuarto? Cállese el bribón y no agravie a las personas decentes. 

Ahora queda que el socio espabile y que Yolanda Díaz, si tal y como parece, ha logrado hacerse con los mandos de Unidas Podemos, extensiones regionales, Errejones y demás, mantenga o amplíe ese espacio en la izquierda de la izquierda que tan necesario es para el país. Para gobernar, por supuesto, pero no solo. También para apretarle las tuercas a un PSOE a veces cautivo de algunos mandos en gobiernos autonómicos, o incluso en sus propias filas de Ferraz, todavía atenazados al cordón de seguridad que durante décadas les ha ofrecido un hipotético centro, cada vez más difuso. Es importante que Sumar funcione bien, como un aglutinante eficaz que acabe de una maldita vez con la dispersión exasperante de partidos, partiditos y partidillos de una izquierda absurda que solo se mira su pequeño ombligo, acuérdense del despropósito de las elecciones andaluzas. 

Ya les veo con ganas de preguntar al Ojo si todo eso será suficiente para vencer a la derecha de cara a las próximas elecciones. Y yo qué sé, responde melancólico el Ojo. Por lo pronto, resistir. Como jabatos. Después de la pandemia, la guerra, las nieves y la ola de calor solo nos falta el meteorito. Como para hacer pronósticos. 

Adenda: Las cuentas de la vieja. El Grupo Banco de Santander, detallaron ellos mismos, obtuvo en 2021 un beneficio ordinario antes de impuestos de 15.260 millones de euros, el más alto de la historia del banco. Repitamos todos: el más alto de la historia del banco. ¿Ha quedado claro? Supongan ustedes que el Gobierno bolivariano de Sánchez les casca un 5% de impuestos añadidos. Esto es: 763 millones. Resta facilita: 15.260 menos 763, nos da un beneficio para el Banco de 14.497 millones de euros. ¡Qué ruina! ¡Qué horror! ¡Cómo se empobrecerán todos los dirigentes del Banco y sus accionistas después de tan salvaje atentado de los comunistas a su sagrado patrimonio!

Aceptada universalmente la máxima de que cada santo tiene su novena, aún estamos en tiempo canónico para hablar de la sesión de control de la semana pasada. Y sí, es cierto que el envite lo ganó Sánchez de calle, hacia dentro del Gobierno, es evidente, pero también hacia todo el hemiciclo, símbolo como es de la voluntad popular. El presidente husmeó el aire que se movía por los ambientes políticos, se apretó el cinturón, encargó a sus asesores un buen discurso y salió a la palestra dispuesto a comerse a quien quisieran ponerle por delante. Se metió en el papel de una serie de Marvel y se comió todo el pastel. Sin miguillas en el plato. Ni los más fanáticos del club de fans de Alberto Núñez Feijóo, si existiera tan delirante rondalla, pueden creer que el PP ganó al PSOE, que su líder, vía ventrílocua Cuca Gamarra, de las Cuca y las Gamarra de las mejores familias, no solo perdió el combate, es que fue derrotado por K.O en el primer asalto. Fuera. Eliminado. Es usted un piernas, como lo era su antecesor, el inefable pimpollo Casado, qué señor tan ridículo. 

Decimos hacia dentro porque en Podemos estaban contentos. Se les veía en modo qué buena es la madre superiora que nos lleva de excursión. Sánchez entendió perfectamente que era el momento justo para volver a alcanzar aquellos 188 escaños que logró en los últimos Presupuestos, ocho más que en la moción de censura contra Rajoy, o por lo menos acercarse, como escalón definitivo para apuntalar la coalición que le sostiene en La Moncloa. En esta ocasión obtuvo 186 votos. Zona absoluta de confort, inalcanzable para la derecha en el actual Congreso, que la suma entre PP, Vox y el fantasma de Ciudadanos, la triste figura de Inés Arrimadas delirando por las mazmorras del castillo y de Edmundo Bal llevándole las cadenas no da para nada. Este pegamento en el sillón para el presidente llega, ya ven qué cosas, cuando Johnson ha sido expulsado violentamente de Downing Street, Macron suda tinta para gobernar y Draghi  pasea ansioso por los lujosos pasillos palaciegos de Roma.