Ya ha mencionado el Ojo en alguna otra ocasión que a veces conviene echar cuerpo a tierra y pegar la oreja al suelo, tal y como hacían los indios en las películas del Oeste. Aquellos sagaces cazadores, tras las acrobáticas posturas, se ponían trabajosamente en pie y muy serios revelaban a sus expectantes compañeros el resultado de sus peculiares pesquisas: los malos están a pocos kilómetros, y vienen desde el norte con un gran número de caballos. Hagan hoy la prueba y obtendrán similar resultado: la extrema derecha avanza a zancadas de gigante y a su paso, pueden ustedes contemplar los numerosos ejemplos de su obra, ha dejado de crecer la hierba y el odio y la intransigencia feroz se han adueñado de la convivencia ciudadana. Los daños de su incuria, llevada entonces al paroxismo que esperamos que ahora nunca llegue, quedaron claros en la II Guerra Mundial –¿hará falta que les recuerde el horror del franquismo?– y mucho más reciente y en otra escala, evidentemente, la devastación de la extrema derecha en el conjunto de una sociedad la hemos contemplado en Estados Unidos o Brasil, sin olvidarnos de otros ejemplos más cercanos y pertenecientes a nuestro entorno sociopolítico, como Hungría. Y lo que sigue.
Asustémonos hasta el pánico ante lo que está pasando en nuestro continente, en esta Europa tan fina y civilizada. En las elecciones italianas, victoria de Giorgia Meloni, a medio metro del más puro fascismo mussoliniano. Y a nuestro lado, Pirineos mediante, tenemos a la bravía ultraderechista Marine Le Pen, gran jefa de la oposición, que se llevó el 41% de los votos de los franceses en las elecciones del año pasado. Recuerden, la memoria es frágil, que el Brexit ganó en el Reino Unido porque los conservadores de Cameron y Johnson contaron con la inestimable ayuda del partido de Nigel Farage, el fascista británico. Pero si subimos en el mapa y alcanzamos el norte europeo, tan educado, tan rico, tan frío, tan limpio –Henning Mankell no opinaba lo mismo–, las noticias que nos llegan nos dejan absolutamente asombrados, al ver cómo la extrema derecha puede gobernar en Finlandia y amenaza con escalar puestos, ya están muy cerca de la cima, en Noruega o Suecia. ¿Más disgustos? Por supuesto: en Austria ya saben cómo se las gastan, pero en los Países Bajos, tan liberales, tan hippiosos y tan mariguaneros, la suma de los partidos de ultraderecha, demos gracias a manitú, desunidos, alcanza ya el 40% de votos de todo el país.
Y eso porque hemos querido viajar a larga distancia, que si nos hacemos un paseo de fin de semana lo mismo nos topamos con Castilla y León y un gobierno donde la ultraderecha más feroz, la de Santiago Abascal, ocupa hasta una vicepresidencia en la persona del inenarrable Juan García-Gallardo, ignorante esférico y conocido en la política nacional por su afición a pisar todos los charcos y ahogarse en uno de cada dos de ellos. Un poco de risa, pero un poco de miedo, que ya ven en Madrid, por ejemplo, cómo pueden ejercer una vez desatadas las mismas fuerzas de la ignorancia y la mala fe, que no tienen ustedes nada más que mirar lo que aparece delante de sus mismísimos ojos. Andrés Gil les ha contado el domingo, en estas mismas páginas virtuales, con su rigor habitual, lo que puede significar un Gobierno de derecha y ultraderecha, límites desleídos, fronteras acuosas, en el retroceso de todos los avances sociales logrados en los últimos años gracias al Gobierno de coalición.
Pero vayamos más allá y pensemos qué puede ocurrir con la sanidad pública. Ahí tienen, es un clamor, abran bien los ojos y no se dejen engañar por tanto mentiroso fungiendo de periodista en los medios de la caverna, prensa, radio o televisión. Si ganan, harán un destrozo histórico y lo hasta ahora destruido en las comunidades donde reinan, observen con detenimiento las sucias mañas de Isabel Díaz Ayuso, la reina del vermú, es sólo un pequeño aperitivo de lo que nos espera. A pagar por el esparadrapo, vaya lujo dárselo gratis a los lisiados. Y dejen manos libres a los curas y demás empresarios de la enseñanza privada o a los mismísimos dirigentes de la CEOE, me subo las primas pero ni se les ocurra subir el salario a los obreros.
Así que con este panorama, anden los rojos muy rojos en sus retorcidas disputas de si vamos o venimos o si nos perdemos por el camino. No se merecen los millones de españoles que ven peligrar sus salarios mínimos o sus pensiones, sus médicos de cabecera o sus operadores de próstata o de cáncer de mama, que unos cuantos listos y listas, muy leídos y muy escribidos, incluso muy bien hablados por atriles, cátedras y televisiones, echen a perder lo logrado por un cuarto puesto en la lista de esta o aquella capital de provincia. O sea, de Tomás Iriarte.
“Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.“
“Son galgos, te digo.”
“Digo que podencos.”
En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
¿Se entiende?
Por cierto, ya que hemos hablado de sueldos, hagan el mismo ejercicio que en el primer párrafo, y con el otro oído atiendan las señales que les trasmiten las ondas subterráneas. Traen, por un lado, las manifestaciones de este lunes de los sindicatos de clase, que en el Primero de Mayo, esa fecha histórica, salieron a la calle para advertir a quien haga falta que la paciencia es laxa, pero no eterna, y la subida de los beneficios de las grandes empresas y la cicatería con los asalariados debe tener un fin próximo. Por dignidad. Por decencia.
Más fuerte, mucho más fuerte, percibirán con nitidez cómo se nos viene encima una enorme multitud de gentes letradas, un auténtico tsunami, con toga y sin ella, con birrete o sin él, dispuestos a una huelga salvaje cual si se tratara de aguerridos estibadores. Amamantadas las huestes por las cuatro asociaciones conservadoras de jueces y fiscales, cuatro, que con una o dos no tenían bastante, de tantos cuantos son, y con la mirada beatífica sobre sus doctas cabezas del sector conservador de la Magistratura, esos jueces okupas que hace años debían estar fuera del sillón que usurpan, han decidido que la campaña electoral es el mejor momento para que toda la ciudadanía pueda entender, con la lógica de Perogrullo por delante, que en absoluto, vive dios, en qué cabeza cabe tal infundio, que estamos ante una huelga política. Y el PP, salivando de placer, mientras a Feijóo le dan pescozón tras pescozón en Bruselas. Por deshonesto.
Adenda. Tanto le da al Ojo que los restos de José Antonio Primo de Rivera, aquel fascista y chulo de barrio de señoritos, fusilado ominosamente, descansen en un sitio u otro. Como si le exhuman y tiran sus cenizas en alguna alcantarilla. Al Ojo sólo le interesa que echen de aquel engendro arquitectónico a la Iglesia y acusaciones de pederastia mediante, a sus benedictinos, se saque a los muertos allí sepultados, muchos de ellos sin permiso de nadie, ahora mezclados sus restos por una denigrante conservación del monstruo, y una vez limpio de polvo y paja se proceda a la demolición controlada de aquel insulto a la inteligencia, al buen gusto y a la verdad histórica. Dinamita. Adiós a los Caídos y su cruz infame. Tan bellísimo paisaje descansará por fin en paz, borrados para siempre los fantasmas de la vileza franquista.
Ya ha mencionado el Ojo en alguna otra ocasión que a veces conviene echar cuerpo a tierra y pegar la oreja al suelo, tal y como hacían los indios en las películas del Oeste. Aquellos sagaces cazadores, tras las acrobáticas posturas, se ponían trabajosamente en pie y muy serios revelaban a sus expectantes compañeros el resultado de sus peculiares pesquisas: los malos están a pocos kilómetros, y vienen desde el norte con un gran número de caballos. Hagan hoy la prueba y obtendrán similar resultado: la extrema derecha avanza a zancadas de gigante y a su paso, pueden ustedes contemplar los numerosos ejemplos de su obra, ha dejado de crecer la hierba y el odio y la intransigencia feroz se han adueñado de la convivencia ciudadana. Los daños de su incuria, llevada entonces al paroxismo que esperamos que ahora nunca llegue, quedaron claros en la II Guerra Mundial –¿hará falta que les recuerde el horror del franquismo?– y mucho más reciente y en otra escala, evidentemente, la devastación de la extrema derecha en el conjunto de una sociedad la hemos contemplado en Estados Unidos o Brasil, sin olvidarnos de otros ejemplos más cercanos y pertenecientes a nuestro entorno sociopolítico, como Hungría. Y lo que sigue.
Asustémonos hasta el pánico ante lo que está pasando en nuestro continente, en esta Europa tan fina y civilizada. En las elecciones italianas, victoria de Giorgia Meloni, a medio metro del más puro fascismo mussoliniano. Y a nuestro lado, Pirineos mediante, tenemos a la bravía ultraderechista Marine Le Pen, gran jefa de la oposición, que se llevó el 41% de los votos de los franceses en las elecciones del año pasado. Recuerden, la memoria es frágil, que el Brexit ganó en el Reino Unido porque los conservadores de Cameron y Johnson contaron con la inestimable ayuda del partido de Nigel Farage, el fascista británico. Pero si subimos en el mapa y alcanzamos el norte europeo, tan educado, tan rico, tan frío, tan limpio –Henning Mankell no opinaba lo mismo–, las noticias que nos llegan nos dejan absolutamente asombrados, al ver cómo la extrema derecha puede gobernar en Finlandia y amenaza con escalar puestos, ya están muy cerca de la cima, en Noruega o Suecia. ¿Más disgustos? Por supuesto: en Austria ya saben cómo se las gastan, pero en los Países Bajos, tan liberales, tan hippiosos y tan mariguaneros, la suma de los partidos de ultraderecha, demos gracias a manitú, desunidos, alcanza ya el 40% de votos de todo el país.