Opinión y blogs

Sobre este blog

Esa derecha rabiosa de la que usted me habla

13 de noviembre de 2023 22:51 h

0

Ocurre que les puede la rabia, llevan encima tremenda corajina y un fastidioso rechinar de dientes porque han perdido sin contemplaciones, han sufrido una derrota estrepitosa, un descalabro monumental. ¡Hay que ver, se dicen en la cúpula de los dos partidos siameses vapuleados y en conocidos conciliábulos, que nos hayan llenado la cara de aplausos unos rojos separatistas, a nosotros, los españoles de bien, los que sostuvimos a Franco, tanto le queríamos que aún no hemos condenado con firmeza aquella sangrienta dictadura, a los que vamos a misa de doce, a los de la cadena del perrito con la bandera rojigualda! ¡Nos han robado el país, se han quedado de manera fraudulenta con esa España que sólo es nuestra, nuestra y de nadie más, para llevarnos a una feroz dictadura! 

Se les ve andar por calles, cabizbajos y meditabundos unos, y frenéticos en sus gritos toscos y groseros otros, les gusta mucho lo de maricón o hijo de puta, esa excelente educación que han recibido en colegios de monjas y curas. Deambulan por plazas y plazuelas con un perrengue desmesurado, mordiéndose las manos del reconcome que les alborota los higadillos, llorosos, violentos en su furia. No pueden con la frustración que les ha producido la caída tras creerse victoriosos, la famosa piel del oso, antes del fatídico 23J, porque así se lo decían demoscópicos a sueldo y medios fanáticos. Un ridículo cuento de la lechera, cercano al timo de la estampita. Rozaron el poder –la única palanca que les mueve– pero la realidad les anubló el sol radiante que esperaban. Bufan y patalean porque han salido del doloroso lance con las orejas gachas, rumiando el desengaño que les ha producido una derrota sin paliativos. Tírense de los pelos, traguen quina, atragántense con tanta miel como se les quedó en los labios, cerquen las sedes del PSOE, pero la vida es un tango y a ustedes, ahora, les ha tocado perder. Límpiese, señor Feijóo, haga lo propio, señor Abascal, que están de huevo.

De tan terrible desengaño manan dos estupideces que uno y otro intentan agitar de cara a sus fieles, que son muchos y a los que hay que respetar en su libertad de elección, como no puede ser de otra manera. Son ellos los que desprecian a los demás. ¿Qué tontería es esa de que Sánchez ha perdido las elecciones? No hacen falta referencias a sesudos tratados de Derecho Constitucional o de Teoría Política. Basta mirar lo que hay ante sus narices. Si el vencedor de las elecciones hubiera sido Núñez Feijóo, sería él quien ocuparía el sillón de la Moncloa. Pero como ha ganado Sánchez, será el socialista, de nuevo, el presidente de los españoles. Simple como el mecanismo del chupete. Segunda tontería: un gobierno ilegítimo. Pero muy señores míos, ¿no están ustedes de acuerdo en que los escaños, como las manzanas de Newton, caen por su propio peso? Vean los votos en el Congreso, sumen del derecho y del revés y salvo cataclismo –tamayazo, qué asco– el PSOE logrará 179 escaños, un cesto de ideologías transversales, como se estila en los países más evolucionados, los nórdicos por poner un ejemplo, mientras Feijóo sólo logra añadir a sus magros 136 diputados los 33 de Vox, arriba España, y el residuo pepero en Navarra de UPN. Ni los canarios. ¿Gobierno ilegítimo? ¿De qué están hablando? Váyanse ustedes por ahí a escardar cebollinos.

En el fondo sólo hay en su griterío desorbitado sucia propaganda. No se rompe nada, no hay una dictadura, no hay dos clases de españoles, no se acaba el mundo y Aznar, como es evidente, no tiene razón. Ni sus mil y un compañeros de viaje. Mencionaba con mucho acierto Sáenz de Ugarte la finísima piel de los jueces. Esos mismos que han tragado sapos y culebras sin rechistar, haga la derecha todas las tropelías que gusten con el Consejo del Poder Judicial, dicte García Castellón lo que se le antoje, vergüenza de intencionalidad política, que yo miro para otro lado. Pero añadamos a la alegre infantería a los inspectores de Trabajo que consintieron mares de plástico y la explotación miserable de los asalariados, inmigrantes o nativos, los empresarios que cometían esos desafueros, los inspectores de Hacienda que se tragaron las indecencias de la amnistía fiscal del PP, los obispos que cambian a sus curas sobones de una diócesis a otra para que se hagan amiguitos de nuevos niños, los diplomáticos que se pusieron de rodillas ante las vergüenzas del gobierno Aznar el 11M, o, al Ojo le tiemblan la mano y el ojo para escribirlo, a algunos guardias civiles a los que a lo mejor había que recordarles ciertas hazañas bélicas del Cuerpo, ya sea en el Congreso o en algún cuartel del País Vasco. ¿Hablamos de las acciones de la Guardia Civil a lo largo de su historia? ¿Protestaron alguna vez ante las órdenes de golpe de Estado, de tortura o de fusilamiento? Si tan respetables gremios quieren guerra ciudadana, a lo mejor se encuentran con una abrumadora relación de desmanes cometidos por dignos representantes de su acrisolada profesión. Poco ir de guapos, que a todos esos dilectos sectores les chorrea la desvergüenza por debajo de los faldones. 

Que los árboles nos dejen ver el intrincado bosque. Al tuétano de la cosa. Hay, sobre todo, un elefante gigantesco que llena la habitación: ¿de qué amnistía estábamos hablando? Por fin, tras los silencios dolorosos a los que nos ha sometido una negociación que exigía un férreo secretismo, ya tenemos un texto negro impreso sobre el que opinar, disentir o rubricar. Porque al final del cuento, acabáramos, era el contenido de la dichosa ley la auténtica madre del cordero que nos ha ocupado desde el 23J. Financiaciones y otros aspectos eran importantes, sin duda, pero a la postre, accesorios. La amnistía. Y ahí, por fin, está el texto, que en una primera aproximación, tiempo habrá para un más detallado análisis, incluso tras la previsible bronca a voz en grito de la que vamos a disfrutar en el Congreso miércoles y jueves, no parece que dé la razón a quienes han echado pestes, sapos y culebras antes de leerla. Puros mazazos preventivos, denuestos publicitarios, consignas para la manifestación orquestada, bazofia sorprendente en juristas y gentes de vastos conocimientos. 

Quizá la textualidad de esta Ley de amnistía –“Desde el año 1978, España cuenta con un texto constitucional homologable al de los países de nuestro entorno, que garantiza los derechos fundamentales y preserva los derechos ideológicos”, reza su primer párrafo– sirva para reforzar la confianza en quienes han apostado por que el Gobierno de Pedro Sánchez iba a respetar, como no podía ser de otra manera, los límites que marca la Constitución. Miente la derecha en su furiosa oposición, y uno de los aspectos que todos queríamos ver plasmado, ese desistimiento del ho tornarem a fer está meridianamente claro. Claro que hay razones legítimas y respetables para oponerse a esta Ley. Como a casi todas. Pero nunca con la ignominia de hacer creer que el texto dice cosas que no sólo no dice, sino que incluso las rechaza. 

La izquierda se jugaba mucho y el viaje, según esa primera lectura, insistimos, parece que ha merecido la pena. Al Ojo le chirriaban del acta del acuerdo menciones históricas de dudoso acierto, esa vergonzante comisión de vigilancia o la torpe inclusión del llamado lawfare, ausencia notable y afortunada en el texto de la Ley. En definitiva, pactar, negociar, ceder y exigir: política en estado puro. Podremos, también, entender a Pedro Sánchez –antes amnistía no, hoy amnistía sí– y aplicarle la bondad de una frase que no es la primera vez que cito: “No nos ha importado la fidelidad a nosotros mismos, sino a lo que era necesario decir [hacer] en un momento dado”. Así habló hace muchos años José Luis López Aranguren, catedrático de Ética de la Universidad Complutense, expulsado por el franquismo. Mejor la fidelidad a un presente que favorezca el futuro que la insistencia, puro narcisismo, en que nunca se yerra. 

A partir de mañana, sin más demora, Sánchez y todo su equipo deberán aprestarse a recuperar el tiempo perdido y explicar día a día a todo el país, con vehemencia y rigor, la tarea hecha y la que queda por hacer. Entre otras urgencias, convencer a la ciudadanía de que el tremendo esfuerzo de concordia merecerá la pena. Casi nada.

Y sí, Israel sigue bombardeando hospitales y ambulancias. Un feroz despropósito que tiñe de muerte al mundo entero. Todo mal, pero aun más doloroso ver cómo los países árabes son incapaces de llegar a ningún acuerdo real para salvar a los niños de Gaza. Infames jeques, infames políticos inútiles. 

Adenda. Mientras, amparada por las algaradas, la derecha más reaccionaria que nos desgobierna en varias autonomías multiplica sus desmanes. En Castilla y León Vox ofende a las mujeres y en Andalucía o Valencia se abren trochas a los cazadores y a los taurinos, dinero va, dinero viene. En Madrid ni tan siquiera necesitan a Vox, que para eso ya está la doña Rogelia de Mari Carmen, la muñeca parlante de Miguel Ángel Rodríguez, marioneta conocida como la reina del vermú o incluso como Isabel Díaz Ayuso, a la que molestan gentes de tan baja calaña como trans o miembros del colectivo LGTBI. Grita la ignorante Díaz dictador a Sánchez para despistar al respetable, y como buenos trileros que son en su gobierno, aprovechan el bullicio para cercenar derechos a los ciudadanos con nocturnidad y alevosía. Son despreciables. 

Item más: Mariano Rajoy, el moderado, el blando, el comedido, el prudente, apoya junto a toda la derecha profundamente reaccionaria de América al loco Javier Milei –el que habla con sus perros muertos y se pasea con una motosierra– para presidir Argentina. Debe ser un virus. La derecha, totius mundi, se ha vuelto rematadamente loca, depredadora y salvaje.

Ocurre que les puede la rabia, llevan encima tremenda corajina y un fastidioso rechinar de dientes porque han perdido sin contemplaciones, han sufrido una derrota estrepitosa, un descalabro monumental. ¡Hay que ver, se dicen en la cúpula de los dos partidos siameses vapuleados y en conocidos conciliábulos, que nos hayan llenado la cara de aplausos unos rojos separatistas, a nosotros, los españoles de bien, los que sostuvimos a Franco, tanto le queríamos que aún no hemos condenado con firmeza aquella sangrienta dictadura, a los que vamos a misa de doce, a los de la cadena del perrito con la bandera rojigualda! ¡Nos han robado el país, se han quedado de manera fraudulenta con esa España que sólo es nuestra, nuestra y de nadie más, para llevarnos a una feroz dictadura! 

Se les ve andar por calles, cabizbajos y meditabundos unos, y frenéticos en sus gritos toscos y groseros otros, les gusta mucho lo de maricón o hijo de puta, esa excelente educación que han recibido en colegios de monjas y curas. Deambulan por plazas y plazuelas con un perrengue desmesurado, mordiéndose las manos del reconcome que les alborota los higadillos, llorosos, violentos en su furia. No pueden con la frustración que les ha producido la caída tras creerse victoriosos, la famosa piel del oso, antes del fatídico 23J, porque así se lo decían demoscópicos a sueldo y medios fanáticos. Un ridículo cuento de la lechera, cercano al timo de la estampita. Rozaron el poder –la única palanca que les mueve– pero la realidad les anubló el sol radiante que esperaban. Bufan y patalean porque han salido del doloroso lance con las orejas gachas, rumiando el desengaño que les ha producido una derrota sin paliativos. Tírense de los pelos, traguen quina, atragántense con tanta miel como se les quedó en los labios, cerquen las sedes del PSOE, pero la vida es un tango y a ustedes, ahora, les ha tocado perder. Límpiese, señor Feijóo, haga lo propio, señor Abascal, que están de huevo.