Pasó lo esperado. El PP mantiene el Gobierno en Galicia. Ese es el dato importante, el que barre casi todos los demás, apenas puro chascarrillo para el análisis político que tanto nos gusta a los aficionados a esta cosa. Superaron el examen con cierto desahogo. A dormir tranquilos, después de los nervios. Feijóo ha ganado unos cuantos meses de confianza dentro de su partido. Ha contado para su victoria, además de con una televisión de obediencia perruna y unas vergonzantes subidas a sanitarios y mariscadores a dos días de la votación, con la movilización de los votantes de derechas, asustados ante la inminente llegada de una turba de rojos y separatistas, personificados en Ana Pontón, dispuestos a sacarles los higadillos, que es, poco más o menos, lo que han anunciado durante semanas los voceros del PP y su fiel infantería de los medios gallegos y madrileños, cada vez más salvajes, como ya nos cuenta mi antiguo amigo el Catavenenos. Vienen algunos días de tranquilidad en Génova, pero pocos, como más adelante veremos.
Hay que destacar la fuerte subida del Bloque, un gran éxito de Ana Pontón y su partido, que ha conseguido fagocitar, además, todo lo que se movía en el territorio de la izquierda. Es, entre otros méritos, el triunfo del trabajo y la perseverancia. Su enorme mejora, sin embargo, ha resultado baldía para el gran cambio. En primer lugar, por la magra aportación del PSOE, resultado deplorable para el inédito Besteiro, y por tanto para Sánchez. La presencia en Galicia del presidente, de Zapatero y de los ministros no ha servido absolutamente para nada. Nunca sabremos si el desastre es cosa de esa amnistía que todo lo domina o, lo que parece más probable, que el PSOE, como partido, está hecho unos zorros y cuenta con muy pocos dirigentes de peso en las autonomías. Por eso, aunque seguramente no sea el único motivo, ha ido difuminándose su otrora importante poder territorial en favor de la derecha. Así que Houston, tenemos un problema, que estas bajadas hay que estudiarlas, y muy en serio. Más a la izquierda, destrozo aún mayor, sin paliativos posibles, para Sumar, superado en votos su mísero 2% incluso por la de Abascal, apuesta también fallida. Yolanda Díaz tiene un reto ciclópeo de cara a los próximos meses. La formación no arranca y sus resultados son vitales para el gobierno de izquierdas. Esa pata es clave para Sánchez. Y ya no hablamos de Podemos, allá profundos en la sima de Filipinas, por debajo del Pacma. Del peculiar populismo de Jácome tampoco decimos nada, que luego todo se sabe.
Dejen al Ojo que circule por una vía alternativa. El auge de los nacionalismos. Porque no es sólo el Bloque. Muy cerca tenemos las elecciones vascas, con dos partidos nacionalistas disputándose el primer lugar, PNV y Bildu, con el PSOE mucho detrás y el PP allá lejos, intentando agarrarse al furgón de cola a ver qué puede sacar. Poco les podemos decir de Cataluña que ustedes no sepan. Pero no leeríamos bien el panorama actual si no atendiéramos al auge de otro nacionalismo igual de irredento: el español. Y volvemos a oír, en las ensoñaciones ridículas de Vox, generosamente jaleadas por el PP, las heroicidades de personajes legendarios, que si don Pelayo, que si el Cid, cuando no del Alcázar de Toledo, aquella misma sangre corriendo por nuestras venas, enardecidas ante una vibrante corrida de toros, olé esa banderilla, olé esa estocada hasta la bola, al igual que por los colores rojo y gualda de nuestra enseña nacional, ¡España, España, España! Es más, aún disfrutamos de un nacionalismo todavía más puro, envasado en frasco pequeño como las grandes esencias: el chelitrumpismo de Isabel Díaz Ayuso, la ultranacionalista reina del vermú, vocera y adelantada de ese microcosmos de Madrid como guardiana de la libertad, no así Cuenca o Badajoz, valgan como ejemplos, infestadas ambas de horrísonos gulags. Cuidado con ese nacionalismo, el español y el madrileño, ampliado por el alcalde Almeida, mascletà incluida, porque, distraídos con los periféricos como estamos, nos pueden traer más de un disgusto. Como por ejemplo que los viejos se mueran sin atención alguna. Ahogados y sufriendo, qué importa.
Más difícil es averiguar y comprender, pero sin duda lejos del alcance de este modesto texto, las vigorosas raíces de este resurgir de los nacionalismos, llámense como se llamen, en muchas partes del mundo, desde Europa a América, pero también en Asia o África. ¿Respuesta a la globalización excesiva que no ha llegado a ofrecer las soluciones que prometía para los graves problemas de la humanidad, desde la hambruna al cambio climático o simplemente a los fiascos para lograr un mundo más justo, más equitativo, más igualitario? Quizá. Pero sin duda habrá más factores, y sería bueno que diéramos con ellos para conseguir acabar con esas lacras que envenenan la convivencia entre los ocho mil millones de seres humanos que habitamos la Tierra. Bueno, la verdad es que podíamos empezar por los 48 millones de españoles. Y luego, ya…
Bien. Hemos dado por acabado el paréntesis gallego. Ya está. Dura poco el recreo, como ya aprendimos en la infancia, y ahora, ay, debemos volver al tajo cotidiano. Con la amnistía sin aprobar y casi todo en el alero. Un panorama nacional que, fíjense ustedes, ya no es el mismo, porque ha sufrido en estos días de campaña por aquellos lares del noroeste alguna que otra alteración. A pesar del respiro gallego, Alberto Núñez Feijóo vuelve a clase en peores condiciones, muy desmejoradas, de aquel inicio de febrero que aspiraba a ser un camino de rosas para sus propósitos. Pero la vida es dura, corta pero llena de cascarrias, como la escalera del gallinero. De pronto un día le dio la arrebolera al líder del PP y largó ante 16 periodistas de todo medio y condición, de derechas, izquierdas y mediopensionistas, aquellas sorprendentes revelaciones sobre su estudio de la amnistía, el posible indulto para Puigdemont y otros acusados, todo ello para lograr una soñada recuperación de la convivencia en Cataluña. Y en política nada es gratis. Los grandes errores se pueden sepultar durante un tiempo, pero resurgen en el pantano como el brazo del asesinado, tal y como todos hemos visto en las series de televisión.
O sea, que el susodicho dijo justo lo contrario de todo lo que ha ido diciendo desde el 23J y en lo que ha basado su política de tierra quemada el PP desde que se le escapara entre los dedos un gobierno de la nación que ya consideraban suyo. Así que en Génova, olvidada ya Galicia, deben ser conscientes de que ha pasado algo. Y grave. Por eso habrán de sumar a sus muchos disgustos la evidencia de que a partir de ahora ese gigantesco fiasco les va a perseguir día a día, intervención parlamentaria tras intervención parlamentaria. Y aun más importante, les desbarata toda su estrategia de movilización callejera. ¿De verdad que se van a atrever a convocar nuevas manifestaciones, tras proclamar ellos mismos, sin ayuda de nadie, motu proprio que dicen los cursis, que están dispuestos a hacer lo mismo que el malvado Pedro Sánchez, ese mequetrefe y macarra que rompe España cada lunes y cada martes?
Y si nos olvidamos de ese único juguete con el que se habían encerrado en su cuarto, además de la recurrente ETA y algunas otras bromas del mismo jaez, ¿qué piensa hacer el Partido Popular para salir de ese pozo sin fondo en el que está sumido tras la absoluta devastación por la reconocida ineptitud, primero del pimpollo Casado, ahora del inane Núñez Feijóo, de meteórica carrera de la nada a la más absoluta de las miserias? Más dudas, ¿qué piensa hacer este líder tembloroso ante las procelosas aguas que le esperan, atestada además de tiburones de su misma especie mostrándole de manera descarada sus cinco hileras de dientes, acércate que ya verás que hago contigo, poquita cosa? No tiene fácil salida porque sus ansias de tocar poder, cree el Ojo que poco meditadas, le han llevado a una unión prácticamente indisoluble con la feroz ultraderecha de Vox, ni un resquicio para salirse de esa jaula de hierro. Un paso hacia los demonios nacionalistas de PNV o Junts y le vuelan el pie. Con dinamita. ¿Entonces? Pues no descarten ustedes que el partido, y sus grandes patrocinadores áulicos, políticos, ideológicos y económicos, se planteen si merece la pena seguir apostando al mismo número en la misma casilla, que la bola se ha quedado enquistada y ni para atrás ni para adelante, atasco proveniente no de su acrisolado galleguismo, sino de su probada incompetencia. Verbigracia: ¿seguirán confiando Aznar y sus muchos tentáculos en el mismo nombre? ¿Los bancos, las grandes empresas, esas fuerzas telúricas de difícil identificación, pero que ustedes y yo sabemos que existen?
Por último, pero no por ello menos importante, ¿qué decidirá el partido judicial –Escolar dixit– ante un señor que, todavía siendo un mindundi, va ofreciendo indultos a prófugos satánicos como si se le cayeran de las manos? Qué no hará para gobernar, se preguntarán togas y birretes.
Adenda. Nadie frena a Benjamin Netanyahu, titulaba recientemente un importante periódico. Y nadie frena, tampoco, a Vladimir Putin. La muerte de Alexéi Navalni en la salvaje cárcel del Ártico pone los pelos de punta a cualquier persona con una mínima dosis de dignidad. Y Ucrania, desde luego, no nos olvidemos de Ucrania. ¿Qué medidas puede tomar Naciones Unidas, 193 Estados, para frenar a esos desalmados, orondos en sus asientos y las manos llenas de sangre? ¿Y la Unión Europea, 27 pero muy importantes? ¿Verdad que serviría dejar de atiborrar de armas cada vez más sofisticadas a Israel, como ejemplo palmario? ¿Estudiar sanciones económicas? ¿Bloquear determinadas cuentas o inversiones? Y nosotros, ¿podemos hacer algo? ¿No hay fin a tanta maldad, a tanto sufrimiento?
Pasó lo esperado. El PP mantiene el Gobierno en Galicia. Ese es el dato importante, el que barre casi todos los demás, apenas puro chascarrillo para el análisis político que tanto nos gusta a los aficionados a esta cosa. Superaron el examen con cierto desahogo. A dormir tranquilos, después de los nervios. Feijóo ha ganado unos cuantos meses de confianza dentro de su partido. Ha contado para su victoria, además de con una televisión de obediencia perruna y unas vergonzantes subidas a sanitarios y mariscadores a dos días de la votación, con la movilización de los votantes de derechas, asustados ante la inminente llegada de una turba de rojos y separatistas, personificados en Ana Pontón, dispuestos a sacarles los higadillos, que es, poco más o menos, lo que han anunciado durante semanas los voceros del PP y su fiel infantería de los medios gallegos y madrileños, cada vez más salvajes, como ya nos cuenta mi antiguo amigo el Catavenenos. Vienen algunos días de tranquilidad en Génova, pero pocos, como más adelante veremos.
Hay que destacar la fuerte subida del Bloque, un gran éxito de Ana Pontón y su partido, que ha conseguido fagocitar, además, todo lo que se movía en el territorio de la izquierda. Es, entre otros méritos, el triunfo del trabajo y la perseverancia. Su enorme mejora, sin embargo, ha resultado baldía para el gran cambio. En primer lugar, por la magra aportación del PSOE, resultado deplorable para el inédito Besteiro, y por tanto para Sánchez. La presencia en Galicia del presidente, de Zapatero y de los ministros no ha servido absolutamente para nada. Nunca sabremos si el desastre es cosa de esa amnistía que todo lo domina o, lo que parece más probable, que el PSOE, como partido, está hecho unos zorros y cuenta con muy pocos dirigentes de peso en las autonomías. Por eso, aunque seguramente no sea el único motivo, ha ido difuminándose su otrora importante poder territorial en favor de la derecha. Así que Houston, tenemos un problema, que estas bajadas hay que estudiarlas, y muy en serio. Más a la izquierda, destrozo aún mayor, sin paliativos posibles, para Sumar, superado en votos su mísero 2% incluso por la de Abascal, apuesta también fallida. Yolanda Díaz tiene un reto ciclópeo de cara a los próximos meses. La formación no arranca y sus resultados son vitales para el gobierno de izquierdas. Esa pata es clave para Sánchez. Y ya no hablamos de Podemos, allá profundos en la sima de Filipinas, por debajo del Pacma. Del peculiar populismo de Jácome tampoco decimos nada, que luego todo se sabe.