Pies en pared. Hay momentos en la vida en los que no tenemos más remedio que decir ¡basta! y poner fin a esas discusiones que se nos hacen interminables porque el interlocutor, obcecado, no cesa de repetirnos una y otra vez la misma cantilena, dale que zurra, zurra que dale. Trata usted de explicar sus razones para hacer lo que se dispone a realizar, despliega en la discusión todo el poder de convicción del que se siente capaz, toda la empatía posible con el oponente para llegar al acuerdo, pero nada, imposible. Bien. Tomemos, pues, la decisión obvia y evidente: dejen ustedes de presionarme, hasta aquí hemos llegado, y voy a tirar adelante por la calle que considero idónea para llegar al lugar que interesa. Yo soy el presidente del Gobierno, sea en funciones, al tiempo que candidato a continuar ejerciendo el cargo designado por el Jefe del Estado, y ya pueden ustedes patalear, insultarme y tirarme cuchillos como en el circo: voy a hacer lo que tengo que hacer. Árnica, ajo y agua.
Lo que pasa es que el cuarto en el que hoy está encerrado Pedro Sánchez no es una sala normal, que se trata más bien de una extravagante estancia dibujada por Escher, donde las paredes se convierten de pronto en una escalera que parece que sube pero que en realidad baja y que empalma, además, con otro plano que está, milagros del arte, en el piso superior y no en el inferior. Así, que dónde carajo pongo los pies, se pregunta el presidente acosado. Pero es su obligación encontrar más pronto que tarde ese muro donde plantarse, coger el impulso necesario para volar hacia adelante por encima de tirios y troyanos y no ceder ni un milímetro ante los violentos y continuos órdagos que le lanzan. Unos y otros.
Lo primero, poner pies en pared ante la derecha política, mediática, económica, judicial y hasta eclesial. Griten todos ustedes como energúmenos, que es lo que son, pero de nada les va a servir, y eso por una simple razón: sé, puede decirse Sánchez, que haga lo que haga, diga lo que diga, amnistíe o no amnistíe, voy a tener sus zarpas en las calicachas y las calicorvas. Da igual el camino que tome porque nunca, jamás, van a ceder en el ataque salvaje, porque esa es la táctica decidida por todo ese sucio conglomerado para acabar con cualquier intento de gobierno progresista. España es suya, la democracia es suya, el Parlamento es suyo, los tribunales son suyos, y cualquier resto a ese poder divino lo consideran un escarnio, un insulto a la reverencia debida a su clase superior.
Decisión obligada. Gaste todos sus saberes y sus energías en convencer a los suyos, que no es tarea sencilla, y encandile a todos los que puedan darle su voto favorable. Fije entonces su propia hoja de ruta, sea cual sea el pacto al que intente llegar con todas las fuerzas que puedan darle los 178 o 179 escaños necesarios. Certificará así la mayoría del país a las medidas acordadas, y ya pueden aullar a la luna PP, Vox, los periódicos de la caverna madrileña, la emisora de los obispos o las televisiones de la carcundia. Es que da igual, se acabaron las contemplaciones porque ellos, depredadores insaciables, no las tienen. Olvídese de esas gentes que sólo cejarán en el empeño cuando hayan exterminado a todos los que se oponen a sus políticas egoístas y reaccionarias. Pase de largo, déjelos en la cuneta, obviamente no enterrados, como ellos hicieron con los nuestros, y haga lo que tenga que hacer. Lloverán chuzos de punta. Ya. Como siempre. Si no saben hacer otra cosa.
El domingo lo demostraron, una vez más, en Barcelona. Allí se congregaron, azuzados por Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y Abascal, el trío de la bencina, miles de honorables ciudadanos que insultaban a voz en grito a todo lo que se mueve, incluido el Rey al que tanto dicen respetar, con la sonrisa beatífica ante tales desmanes de los famosos monos que nada ven y nada oyen, aunque en este caso mucho dicen, que nunca callan. Al frente, Francisco Vázquez, qué risa ver al gran bufón en tan grata compañía. Notable meapilas, él mismo reconocerá que dios los cría, ferviente creyente como es, y ellos se juntan. Usted, Sánchez, como si se operan. Ruidos. Griterío. Impotencia.
Y pies en pared, también, frente a quienes exigen lo que no les corresponde, ni por votos ni por ideología. Converse, negocie, ceda. Hasta un punto determinado. Pero lo dicho, pies en pared. Las fronteras del pacto, el contenido final, las entrañas del acuerdo las marca usted: PSOE, 122 escaños. Junts, 7; ERC, 7. Y Sumar, por cierto, para que mida sus fuerzas ciertas y deje de fantasear con sus grandes atributos para presentar planes por separado, 31. Así está el patio y todos, independentistas catalanes en primer lugar, deben saber que el Estado no se va a plegar a sus ensueños de soberanía propia, que no hay gobierno que pueda traspasar los límites de la Constitución y que cualquier avance que pueda producirse, y que nadie niega que pueda lograrse, debe ajustarse a la ley. Fácil. Sencillo. Como el mecanismo de la tiza.
Claro que habrá una propuesta de amnistía, elijan los leguleyos las palabras que más convengan para someterse a los dictados constitucionales. Pero sabe muy bien Sánchez, y todo el PSOE con él, que el paquete debe llegar a la ciudadanía envuelto con un elegante diseño y acompañado de otras medidas importantes. Para que se entienda mejor: el candidato debe armar un eficaz convoyado, palabra cubana admitida como tercera acepción en el diccionario de la RAE y que dice así: poner a la venta una mercancía de poca demanda junto con otra que sí la tiene. Amnistía, o lo que sea, sí, pero como elemento necesario para lograr muchas más cosas para todos los españoles, no sólo para los catalanes. Y ahí habrá que volver a vender, con energía, pero también con datos y dineros, todas las ventajas sociales que comportan para los ciudadanos un gobierno de izquierdas; avances en el mundo laboral, en la atención sanitaria, en educación o en las pensiones. Y desnudar al PP y a Vox, barbaridades manifiestas que harán y que ya hacen allá donde gobiernan, léase Madrid, Castilla y León, Extremadura o Valencia. Y Vox, además, saltando las costuras del férreo corsé de Abascal por todos los sitios, caminito de Ciudadanos en la descomposición. Ya hemos dicho en varias ocasiones que ese pacto de legislatura –un acierto en la formulación de Sánchez- exigirá, también, cesiones obvias, claras y bien definidas en la contraparte, independentista en este caso. El ho tornarem a fer, lo hemos escrito y repetido, mejor se queda en el baúl de los deseos, que algún día a las ranas les crecerá pelo.
Por tanto: pies en esta pared y en aquella otra que les decíamos al comienzo.
Mientras, paciencia y buenos alimentos. El cocido o la escudella requieren su tiempo de cocción. Mejor a fuego lento. Chuff, chuff.
Adenda. Qué horror. Otra vez palestinos y judíos. Más muerte, más sufrimiento, más dolor. ¡Qué tendrá aquella reducida tierra para que los hombres, que no los dioses, se ensañen con ella! Ninguna administración local, pero tampoco universal, es capaz de encontrar soluciones para poner fin a ese conflicto sanguinario que dura ya décadas y décadas. Y la miseria, ya lo saben ustedes, comiéndose a los palestinos, atrapados entre la virulencia de Hamás, el declive de la Autoridad Palestina y la voracidad de Tel Aviv. ¿Tampoco ahora se encontrará una salida a tanta desolación?
Pies en pared. Hay momentos en la vida en los que no tenemos más remedio que decir ¡basta! y poner fin a esas discusiones que se nos hacen interminables porque el interlocutor, obcecado, no cesa de repetirnos una y otra vez la misma cantilena, dale que zurra, zurra que dale. Trata usted de explicar sus razones para hacer lo que se dispone a realizar, despliega en la discusión todo el poder de convicción del que se siente capaz, toda la empatía posible con el oponente para llegar al acuerdo, pero nada, imposible. Bien. Tomemos, pues, la decisión obvia y evidente: dejen ustedes de presionarme, hasta aquí hemos llegado, y voy a tirar adelante por la calle que considero idónea para llegar al lugar que interesa. Yo soy el presidente del Gobierno, sea en funciones, al tiempo que candidato a continuar ejerciendo el cargo designado por el Jefe del Estado, y ya pueden ustedes patalear, insultarme y tirarme cuchillos como en el circo: voy a hacer lo que tengo que hacer. Árnica, ajo y agua.
Lo que pasa es que el cuarto en el que hoy está encerrado Pedro Sánchez no es una sala normal, que se trata más bien de una extravagante estancia dibujada por Escher, donde las paredes se convierten de pronto en una escalera que parece que sube pero que en realidad baja y que empalma, además, con otro plano que está, milagros del arte, en el piso superior y no en el inferior. Así, que dónde carajo pongo los pies, se pregunta el presidente acosado. Pero es su obligación encontrar más pronto que tarde ese muro donde plantarse, coger el impulso necesario para volar hacia adelante por encima de tirios y troyanos y no ceder ni un milímetro ante los violentos y continuos órdagos que le lanzan. Unos y otros.