Gana tiempo Pablo Casado, decimos todos, pero entre visillos solo se adivina un fracaso monumental en ciernes, una medida a la desesperada para no dar alma, corazón y vida de una tacada al primer envite. ¿Cómo puede celebrarse esa reunión maratoniana de la plana mayor del partido a puerta cerrada, y tras las largas horas, irse por la gatera, sin una mala declaración, sin una mínima comparecencia pública, sin una explicación que le debía a sus votantes, primero, y a todos los ciudadanos después, tras haber bombardeado a su propio partido en una operación tan ruinosa como estúpida?
¡Qué mala elección la de este chico joven y dinámico, un pimpollo de 37 años tenía en 2018 cuando fue elevado a los altares del PP! Venció a Soraya Sáenz de Santamaría, un mundo desde entonces, y desde ese momento el transcurrir del principal partido de oposición al PSOE de Pedro Sánchez ha sido un desastre sin paliativos. Casi tanto como la de la otra joven y fulgurante estrella de la política dicen que educada, Albert Rivera, de la nada a la más absoluta de las miserias. ¡Qué listos parecían y qué bobos resultaron! Decíamos que Casado ha sido un desastre, para ellos -con su pan se lo coman- y para el país, lo que ya importa más. Muchísimo más. Su carrera desbocada de voceras, bocachanclas, chulo de barra y otros calificativos similares, bien ajustados a la realidad, intentando romper la convivencia a como diera lugar, solo ha servido para tres cosas, así enumeradas a bote pronto pero que podíamos ampliar con facilidad.
Una, llevarle a él mismo y a la hasta hace bien poco amiga y compañera del alma, Isabel Díaz Ayuso, a una guerra sin cuartel, donde la grosería y la descalificación que se empleaba con el enemigo acabó siendo su lenguaje habitual y la única manera de comportarse. Contagiado por su propia locura, disparaba sin ton ni son, como aquel ciego con una pistola en el metro de Nueva York. Este ejercicio del viernes lanzando misiles, para el sábado ir reculando y llegar al lunes exhausto, sin que la camisa le alcanzara hasta el cuello ha sido la mejor demostración del fantoche que presumía de gigante y era aún más pequeño que este Ojo, parco de estatura, a qué negarlo.
Dos: envenenamiento general de la vida política, no ya solo por la norma del insulto como tratamiento habitual, sino por el desprecio a las reglas, incluso de obligado cumplimiento, que dicta la mismísima Constitución, con los bloqueos ya conocidos, el CGPJ como más llamativo, pero en general su política de tierra quemada. Impuso la ley de la selva, fuera acuerdos, fuera pactos, que no los ha querido con nadie, ni siquiera con sus iguales, como se ha visto este lunes, abandonado a su suerte por sus propios conmilitones, hartos de su simpleza y su impericia, bien secundadas ambas por su mayordomo, Teodoro García Egea, muñidor de sucios enredos, patrocinador de vergonzosos tránsfugas.
Tres. El crecimiento exponencial de Vox, que desde que Casado llegó a liderar el PP solo ha hecho que crecer y crecer. Nunca ha sabido cómo tratar a su antiguo compañero de desayunos en el PP madrileño, y ha permitido, error tras error, ceder medio campo, y quizá nos quedamos cortos, a quien debía de haber bloqueado desde un primer momento, tú te quedas ahí que a mí no me robas votos. ¡Pero si incluso con esta patochada del último fin de semana y su posterior crisis, lo único que ha logrado es engordar las sacas de votos de Vox! ¿Se puede ser más inútil?
Hay más consecuencias, claro, pero dejemos un huequecito para otros protagonistas. Núñez Feijoo, por ejemplo. ¿Por qué no se presentó para mandamás cuando podía, y seguramente debía? Mejor ahora, con el contendiente en parihuelas, entre otras cosas, gracias a su ayuda de no digo directamente que te vayas, pero luego lo suelto por ahí que me conviene. Por no hablar de los Bonilla, Mañuecos y otros habitantes del mismo cuartel, maniobrando en las sombras de la conspiración más artera.
Y aún nos queda alguna cosilla. ¿Significa esto que a los barones aquí citados les gusta llevar de compañera de batallitas a Isabel Díaz Ayuso, tan cariñosa con sus hermanos y familiares? ¿Saben, acaso, lo que significa la palabra corrupción, qué se entiende por ser comisionista en una operación de mascarillas chinas de ínfima calidad y precio de fular de Carolina Herrera, permítanme la exageración? ¿Vamos todos afinando decisiones futuras, y a la vista de cómo van las cosas, ya hemos decidido juntarnos a Vox, sangre de nuestra sangre, para derribar al comunista vendepatrias Pedro Sánchez?
Tiempo queda, y de este asunto, vital, ya hablaremos.
Adenda: Es posible, solo posible, que sea hoy mismo cuando de verdad empiece la guerra y aún queda algún resquicio para que el lunes próximo la tortilla se haya dado la vuelta. Da igual. Lo que han leído aquí hasta ahora, si han tenido la paciencia suficiente, sirve tal cual, que valen lo que valen y sirven para lo que sirven.
Gana tiempo Pablo Casado, decimos todos, pero entre visillos solo se adivina un fracaso monumental en ciernes, una medida a la desesperada para no dar alma, corazón y vida de una tacada al primer envite. ¿Cómo puede celebrarse esa reunión maratoniana de la plana mayor del partido a puerta cerrada, y tras las largas horas, irse por la gatera, sin una mala declaración, sin una mínima comparecencia pública, sin una explicación que le debía a sus votantes, primero, y a todos los ciudadanos después, tras haber bombardeado a su propio partido en una operación tan ruinosa como estúpida?
¡Qué mala elección la de este chico joven y dinámico, un pimpollo de 37 años tenía en 2018 cuando fue elevado a los altares del PP! Venció a Soraya Sáenz de Santamaría, un mundo desde entonces, y desde ese momento el transcurrir del principal partido de oposición al PSOE de Pedro Sánchez ha sido un desastre sin paliativos. Casi tanto como la de la otra joven y fulgurante estrella de la política dicen que educada, Albert Rivera, de la nada a la más absoluta de las miserias. ¡Qué listos parecían y qué bobos resultaron! Decíamos que Casado ha sido un desastre, para ellos -con su pan se lo coman- y para el país, lo que ya importa más. Muchísimo más. Su carrera desbocada de voceras, bocachanclas, chulo de barra y otros calificativos similares, bien ajustados a la realidad, intentando romper la convivencia a como diera lugar, solo ha servido para tres cosas, así enumeradas a bote pronto pero que podíamos ampliar con facilidad.