Un espacio en el que está implicada toda la redacción de eldiario.es para rastrear y denunciar los machismos cotidianos y tantas veces normalizados, coordinado por Ana Requena. Puedes escribirnos a micromachismos@eldiario.es para contarnos tus experiencias de machismo cotidiano.
“¿El avión despega contigo dentro?” y otros comentarios que he sufrido como mujer gorda
Hace unos días me puse a reflexionar sobre el acoso callejero y cómo nos afecta a las mujeres no normativas. Yo, que nunca he sido físicamente normativa, trabajé durante dos décadas como auxiliar de vuelo. Seguro que al mencionar esas palabras todas imaginamos a mujeres altas, espigadas, convencionalmente atractivas, pero la realidad es que no todas entramos en ese canon. En muchas ocasiones, el mercado de trabajo se cerraba para nosotras, ya que una de los requisitos para acceder a las compañías aéreas era pasar una 'prueba de uniforme'. Si no entrabas en ciertas talla, ya podías ser la mejor preparada, hablar cinco idiomas, tener experiencia y ser una estupenda profesional: estabas automáticamente eliminada.
Si esquivabas esa situación y te contrataban, sufrías el peso de esas expectativas. Una vez, una persona, al verme de uniforme, me lanzó: “¿El avión despega contigo dentro?”. Recuerdo también a un grupito de pasajeros que comentó en alto (con la clara intención de que yo lo escuchase) que era evidente que en esa compañía no se hacían castings. Los comentarios despectivos hacia nuestros cuerpos son tan comunes que no salgo a la calle sin auriculares porque me da pánico escuchar lo que la gente pueda gritarme, sobre todo, cuando iba de uniforme.
Lo más perverso de este asunto es que cuando las mujeres no normativas sufrimos el acoso tenemos miedo de reaccionar, dudamos de nosotras mismas y tememos la respuesta. Recuerdo con muchísima claridad la primera vez que un pasajero me agarró el culo con ambas manos, sin ningún tipo de disimulo, y cómo mi reacción fue la de fingir que no había ocurrido. Él sonrió y yo supongo que sonreí también, porque me asustaba reaccionar y recibir un “¿qué dices?, ¿quién te va a tocar el culo a ti?”.
La sociedad nos ha machacado con la idea de que si nos acosan es por nuestra culpa: por ir demasiado provocativas, por ser demasiado atractivas, porque ellos no se pueden contener. Sin embargo, a nosotras no se nos considera deseables, ni atractivas, ni sexis; nosotras mismas llegamos a sentir eso. Entonces, tenemos que estar equivocadas: no nos está pasando, no nos están tocando. Me atrevo a aventurar que la mayoría de las mujeres gordas hemos vivido esa respuesta que mencionaba arriba. Una de las que recibí yo fue “¿Qué dices?, si mi novia está muchísimo más buena que tú”. Ahora me río, pero he llorado mucho.
He llorado por la sensación de indefensión, he llorado porque no tengo derecho a tener miedo, ni a defenderme, ni siquiera a quejarme de ello. Porque no van a creerme, porque a veces hasta dudo de mi misma, de tanto oírlo, de tanto ver que las gordas, las feas, al parecer no son deseables. Me convenzo de que no me está pasando a mí, de que aquel pasajero me agarró el culo por error (quizás se estaba desequilibrando y quería sujetarse), de que aquel tío que me seguía por la calle solo quería preguntarme una dirección, de que el hombre que me intentó arrastrar al baño de la discoteca solo quería un lugar tranquilo en el que charlar.
Sufrimos acoso igual que las demás porque se trata de una cuestión de ejercer el poder. Así que si alguna mujer sufre alguna de estas situaciones: yo sí te creo, te están acosando y tienes derecho a señalarlo y protegerte.
Hace unos días me puse a reflexionar sobre el acoso callejero y cómo nos afecta a las mujeres no normativas. Yo, que nunca he sido físicamente normativa, trabajé durante dos décadas como auxiliar de vuelo. Seguro que al mencionar esas palabras todas imaginamos a mujeres altas, espigadas, convencionalmente atractivas, pero la realidad es que no todas entramos en ese canon. En muchas ocasiones, el mercado de trabajo se cerraba para nosotras, ya que una de los requisitos para acceder a las compañías aéreas era pasar una 'prueba de uniforme'. Si no entrabas en ciertas talla, ya podías ser la mejor preparada, hablar cinco idiomas, tener experiencia y ser una estupenda profesional: estabas automáticamente eliminada.
Si esquivabas esa situación y te contrataban, sufrías el peso de esas expectativas. Una vez, una persona, al verme de uniforme, me lanzó: “¿El avión despega contigo dentro?”. Recuerdo también a un grupito de pasajeros que comentó en alto (con la clara intención de que yo lo escuchase) que era evidente que en esa compañía no se hacían castings. Los comentarios despectivos hacia nuestros cuerpos son tan comunes que no salgo a la calle sin auriculares porque me da pánico escuchar lo que la gente pueda gritarme, sobre todo, cuando iba de uniforme.