Un espacio en el que está implicada toda la redacción de eldiario.es para rastrear y denunciar los machismos cotidianos y tantas veces normalizados, coordinado por Ana Requena. Puedes escribirnos a micromachismos@eldiario.es para contarnos tus experiencias de machismo cotidiano.
Ser la jefa en la obra civil: eres “bruja” si estás seria y una “mal follada” si les llevas la contraria
Durante muchos años he trabajado como ingeniera en el mundo de la obra civil, una mujer joven, rodeada de hombres. Ahora se ven algunas mujeres más, pero a mí me ha tocado lidiar sola en un mundo de hombres: equipos de protección individual diseñados para hombres, no había calzado de seguridad del número 37, ni chaquetas reflectantes para mujeres, ni vestuarios ni lavabos en obra para nosotras. En alguna ocasión, he coincidido con alguna mujer más en la empresa, pero el puesto que desempeñaban era de administrativas, en la oficina; fuera, compañeros ingenieros, encargados y trabajadores hombres. Entre mis compañeros y encargados pueden hacer bromas y tener comentarios machistas, pero ellos no lo ven así. Es más: puede surgir una mezcla entre protección por ser la única mujer, y deseo por la misma razón.
Pongo un ejemplo. Yo iba vestida a la obra con botas de seguridad, vaqueros, jerséis de punto, chaqueta de seguridad, gafas de sol y casco. Debajo de toda esa ropa, no sabes si hay un hombre o una mujer. Aún así, según ellos, distraía a los operarios y podía provocar un accidente porque mis pantalones eran ajustados. Si tenías que subir por una escalera de mano, te dejaban a ti primero con un “las damas primero”, pero después te decían “menudo culo”. Tenía un encargado que me llamaba “xoxo”, el hombre era de Cádiz y aseguraba que allí todas las mujeres eran “xoxo” y no se enfadaban, no entendía que a mí no me gustara que me llamara así.
Si estás en la obra y eres la jefa, te llamarán 'la bruja' si estás seria o una 'mal follada' si discutes y tienes razón, pues lo primero que hacen es buscarte los límites, ponerte constantemente en situaciones comprometidas a ver hasta dónde llegas. Más de una vez he salido llorando, eso sí, sin que ellos me vean. Ahora bien, al mismo tiempo yo también tenía jefes. Recuerdo un día que después de una inspección de trabajo me citó el coordinador de seguridad, ya fuera de jornada laboral, para hablar de lo sucedido. Cuando estoy con él le digo que me comente lo que ha pasado, y me dice que simplemente le caía bien y quería estar conmigo, que quería conocerme mejor. En ese momento, yo me quedo helada, le dije que había ido hasta allí porque pensaba que era un tema laboral, pero que no quería entablar ningún tipo de relación con él fuera del trabajo. A partir de ese momento, y durante meses, el acoso y desprestigio hacia mi figura fue implacable. Ocasiones como esta, en la que un superior te pone entre la espada y la pared las he tenido y las sigo viviendo, llegas a ver tu carrera amenazada por el encaprichamiento de un hombre al que no has dado ni la mínima muestra de interés.
Hasta que punto llegan los estereotipos que cuando fui a la primera inauguración de una de las carreteras en las que trabajé, al llegar a la explanada donde estaba todo montado para que el político de turno cortase la cinta, la gente de seguridad no me deja pasar, al ser una mujer dan por hecho que solo puedes ser prensa o “animación”, pero no esperan que formes parte del equipo técnico de la obra, menos mal que ahí mis compañeros les indicaron eso de “déjala pasar que es la jefa”.
Con más frecuencia de la que me gustaría, cuando realizo charlas sobre igualdad y entro en detalles como estos sobre mi experiencia laboral, me encuentro con este comentario, generalmente por parte de mujeres, que de forma escéptica cuestionan lo que les estoy contando: “A mí eso no me ha pasado”. Pero que algo no te haya sucedido no significa que no esté pasando, y menos que sea necesario desacreditar a la persona que te lo está contando en primera persona. Los hombres tienen otro comentario: “Yo no hago eso”. Es lo mismo, que tú no tengas un comportamiento de acosador o machista no significa que no exista, o que alguno de tus compañeros lo haga. Y si lo ves y no dices nada, estás siendo cómplice de esas acciones.
Esta es una de las causas por las que tardamos tanto decir que hemos sufrido machismo o que te han acosado sexualmente en el trabajo, porque decirlo cuesta. Antes te haces mil preguntas sobre si lo que te está pasando es real, si has hecho algo para provocar esas acciones y, al final, cuando te convences de que no es “normal” lo que estás viviendo y lo trasladas, con el miedo y la vergüenza que puedes estar pasando en ese momento, resulta que en quién estás confiando te cuestiona.
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Durante muchos años he trabajado como ingeniera en el mundo de la obra civil, una mujer joven, rodeada de hombres. Ahora se ven algunas mujeres más, pero a mí me ha tocado lidiar sola en un mundo de hombres: equipos de protección individual diseñados para hombres, no había calzado de seguridad del número 37, ni chaquetas reflectantes para mujeres, ni vestuarios ni lavabos en obra para nosotras. En alguna ocasión, he coincidido con alguna mujer más en la empresa, pero el puesto que desempeñaban era de administrativas, en la oficina; fuera, compañeros ingenieros, encargados y trabajadores hombres. Entre mis compañeros y encargados pueden hacer bromas y tener comentarios machistas, pero ellos no lo ven así. Es más: puede surgir una mezcla entre protección por ser la única mujer, y deseo por la misma razón.
Pongo un ejemplo. Yo iba vestida a la obra con botas de seguridad, vaqueros, jerséis de punto, chaqueta de seguridad, gafas de sol y casco. Debajo de toda esa ropa, no sabes si hay un hombre o una mujer. Aún así, según ellos, distraía a los operarios y podía provocar un accidente porque mis pantalones eran ajustados. Si tenías que subir por una escalera de mano, te dejaban a ti primero con un “las damas primero”, pero después te decían “menudo culo”. Tenía un encargado que me llamaba “xoxo”, el hombre era de Cádiz y aseguraba que allí todas las mujeres eran “xoxo” y no se enfadaban, no entendía que a mí no me gustara que me llamara así.