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27 de octubre de 2024 08:17 h

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En la política norteamericana, hay una frase que se utiliza mucho desde los tiempos del Watergate. “No es el crimen, es el encubrimiento”. La idea es que lo más grave no es tanto el hecho delictivo, sino el intento de encubrirlo con mentiras. Como todas las grandes máximas, es algo más que discutible. Es cierto que para los periodistas es más fácil encontrar pruebas de lo segundo que de lo primero. A veces, también para los tribunales. Pero lo grave en la mayoría de los casos, como ocurrió en el Watergate, es el delito inicial, no el intento posterior de taparlo cometiendo nuevos delitos.

Lo que nos lleva a Íñigo Errejón. Lo más grave de todo esto no es la forma en que anunció su dimisión, mucho menos el fin de su carrera política, sino su conducta hacia las mujeres, por no hablar de los delitos de los que le acusan. De uno de ellos, ya tenemos constancia gracias a la denuncia muy creíble de agresión sexual por parte de Elisa Mouliaá sobre hechos ocurridos en 2021. Sin embargo, las 500 palabras de su carta pública son relevantes, como mínimo porque muestran la falta de honestidad con que se afronta este asunto, en especial en las organizaciones de izquierda.

Básicamente, Errejón se presenta como una víctima. De la sociedad, del machismo estructural, de las presiones por estar en lo más alto de la política, hasta del neoliberalismo. Todas esas cosas forman parte de la realidad. Son también el paraguas bajo el que se esconden todos aquellos que utilizan su posición de poder para abusar de los que tienen debajo en cualquier estructura jerárquica, como un partido político o un centro de trabajo. Hablar de exposición mediática, “subjetividad tóxica” o “forma de vida neoliberal” para 'explicar' una conducta que incluye abusos a mujeres es una estafa que define al personaje. A los dos, a la persona que hizo todo eso y al “personaje” que creó él mismo, ahí sí con la ayuda de los demás. En el caso de que se pueda hacer tal distinción.

Errejón llega al extremo de explicar que en política se es más eficaz “con una forma de comportarse que se emancipa a menudo de los cuidados, de la empatía y de las necesidades de los otros”. Con este lenguaje enrevesado obra del autor de la expresión “núcleo irradiador”, se dice que la política te conduce a considerar a los demás como simples piezas de un mecanismo que controlas. Hablamos de alguien que consideraba a las mujeres objetos sexuales con los que satisfacer su placer. Creo que las personas que se dedican a la política deberían dejar claro qué piensan al respecto. 

Las apelaciones a la existencia del patriarcado son necesarias en la política, y así lo entiende el feminismo. En demasiadas ocasiones, se utilizan para disculpar conductas nada tolerables y en ignorar la responsabilidad personal de quienes cometen esos actos. El patriarcado influyó en lo que eres, en lo que todos somos, pero tú tomaste las decisiones que definen tu vida.

También se leen en redes frases lapidarias como “todos somos violadores en potencia” (por los hombres) o “todos llevamos un Errejón dentro”. Es un argumento tan débil, tan útil para escapar de la responsabilidad propia, que podría haber aparecido en la carta de Errejón. Y tan contraproducente para llegar a los más jóvenes. Luego, la gente se queja de que adolescentes y jóvenes reaccionan de forma negativa a las ideas feministas.

Ahora volvemos a escuchar el mensaje de que el machismo no está fuera de las organizaciones políticas de izquierda, como si fuera una gran revelación. Lo que importa de verdad es saber qué estás haciendo para impedirlo o lo que debiste hacer antes en un caso concreto. Hay días en que todo lo demás es retórica.

A lo largo de su carta, Errejón no pide perdón en ningún momento. Ni a sus compañeras de partido a las que ha dejado a los pies de los caballos. Ni a las mujeres que maltrató o trató como objetos para su placer personal. Esto último es inaudito. Hay que preguntarse que si no cree que deba pedir perdón a nadie, ¿entonces por qué presenta la dimisión y se retira de la política?

La reflexión no se acaba en las responsabilidades personales de Errejón. ¿Qué es lo que sabían las personas que compartían partido con él ahora y en el pasado? En redes, se ha extendido con rapidez la idea de que todo el mundo lo sabía, políticos y periodistas. “La mitad de España lo sabía y la otra mitad lo encubría”, salía en uno de esos tuits muy compartidos. A lo que algunos respondían, sobre todo gente de fuera de Madrid o fuera del mundo de la política que realmente no sabía nada, que si los que opinan así lo sabían, será que están entre los encubridores. “Confundís Madrid con el mundo entero”, respondió un periodista y no le falta razón.

En junio de 2023, apareció en Twitter una denuncia anónima que revelaba una conducta intolerable de Errejón con una mujer en un concierto de mensaje feminista. Ese tuit fue borrado por su autora muy poco tiempo después. Recuerdo haberlo comentado con algunos compañeros. Lo primero es que no puedes hacer mucho como periodista con una denuncia de la que no sabes ni el nombre de la persona que hace esas alegaciones. No hay muchas posibilidades de confirmar nada.  

Hay una cosa que conviene tener clara. Los periodistas no deberían publicar rumores ni denuncias anónimas a menos que puedan confirmarlas. Si acusas a alguien de cometer un delito, o algo que podría serlo, o sencillamente cualquier cosa que podría acabar con su reputación, necesitas pruebas.

Desde luego que por entonces y mucho tiempo antes sabías que Errejón iba saltando de cama en cama. Había tenido una relación con una periodista, luego con una diputada de otro partido. Cada uno puede tener una opinión sobre ese estilo de vida en el que vas coleccionando novias, amantes o como quieras llamarlas. También es legítimo sospechar que de ahí no va a salir nada bueno. A ese nivel, entran las convicciones morales de cada uno. Pero eso no es delito, según el Código Penal. 

Otra cosa diferente es si un partido que defiende valores feministas puede tener como uno de sus principales dirigentes a alguien con esa conducta. Porque además en algunas ocasiones lo vas a tener en las televisiones criticando conductas machistas, como fue el caso de Errejón con el caso del presidente de la Federación de Fútbol, Luis Rubiales, o con otras polémicas. Puedes consolarte pensando que es su vida privada y hay que respetarla, pero ¿puedes aceptar que esa vida contradiga los valores que dices defender? ¿De verdad crees que es suficiente con hacer esa distinción ridícula entre la persona y el personaje que hace Errejón en su carta?

Cuando en 2023 surgió esa denuncia anónima, en Más Madrid alguien sí hizo algo al respecto. Loreto Arenillas, hoy diputada en la Asamblea de Madrid, se puso en contacto con la denunciante para presentarse como “mediadora” e intentar que el incidente no acabara en una denuncia pública. “Loreto lo está parando”, es un mensaje que circuló en ese momento dentro de Más Madrid, según El País. 

Este viernes, Más Madrid anunció que la cesaba por no asumir su responsabilidad con la dimisión de su escaño y de sus cargos en el partido, entre ellos el de portavoz de feminismo. Arenillas respondió con otro texto en el que denunciaba estar sufriendo “una inmensa campaña de mentiras”. Negaba haber encubierto ningún caso de violencia machista y comunicaba que dejaba su escaño y la militancia en Más Madrid. 

Ya tiempo después de esa denuncia y ante la necesidad de sustituir a Marta Lois como portavoz del grupo parlamentario en el Congreso en enero de este año, en Sumar eligieron a Errejón para el puesto. De sus virtudes en la tribuna, había pocas dudas. Su bagaje político y personal tendría que haber impedido su nombramiento. En su libro 'Con todo. De los años veloces al futuro' con el que hacía balance de su trayectoria política hasta 2021 –y del que hice una reseña que se puede leer aquí–, comenta al final la retirada de Pablo Iglesias de la política. Cuenta que le provoca una “sensación de fin de ciclo” y de “fin de una trayectoria generacional”. Aparentemente, lo del fin de ciclo no iba para él, porque siguió en política. No debería extrañarnos. Es cierto que en el libro admite errores. En la mayor parte de los casos se presenta como víctima de las decisiones tomadas por otros o de un escenario político en el que no había tiempo para pensar. Un patrón de conducta que ha repetido hasta el final. 

Enrique Santiago, diputado de Sumar y dirigente de Izquierda Unida, ha dicho que “Sumar, como espacio político, debe una reparación al país por todo esto que ha ocurrido”. Cómo se llevará eso a la práctica está por ver. 

Muchos están aprovechando esta situación para ajustar cuentas con Sumar en un escenario que no debe sorprender a nadie que haya estado atento a los recurrentes conflictos internos de la izquierda. Son además días de fiesta para la derecha, que vuelve a afirmar que las reivindicaciones feministas de la izquierda son sólo un intento de dividir a la sociedad en beneficio propio. Algunos son los mismos que decidieron homenajear a Plácido Domingo después de haber sido denunciado por varias mujeres por su conducta. Todas esas reacciones son previsibles.

Por encima de eso, está la responsabilidad de ser coherente con tus valores políticos. No vale simplemente con anunciar que en Sumar o Más Madrid fueron rápidos en exigir la dimisión de Errejón en los últimos días. En realidad, todos fueron muy lentos. Algo más tendrían que haber hecho hace mucho tiempo. 

“Todo lo que estamos conociendo en las últimas horas es horroroso y demoledor”, ha dicho la ministra Mónica García. “Desgraciadamente no hemos sabido hacer lo suficiente”. Tienen ahora la oportunidad de hacer lo suficiente. Si puede ser, que sea más que lo suficiente. Su credibilidad está en juego.

Un libro

Es un buen momento para leer el libro 'El hijo del chófer', de Jordi Amat. Publicado en 2020, cuenta la historia de Alfons Quintà, un periodista que lo fue todo en Catalunya, primero como uno de los principales denunciantes del escándalo de Banca Catalana y luego, en un giro insólito, como defensor del pujolismo cuando Jordi Pujol le encargó que pusieran en marcha TV3. Un tirano en las redacciones en que trabajó y un maltratador con las mujeres que conoció. Terminando asesinando a su exmujer, que había vuelto para cuidarle cuando sufría una grave enfermedad, y suicidándose en 2016.

La pregunta que cualquiera se hace al leer el libro es cómo este monstruo pudo alcanzar tanto poder y cuántos sabían qué tipo de persona era y no hicieron nada para frenarle o alertar a otros que pudieran hacerlo. No todos los que tratan a las mujeres como objetos son parecidos a Quintàs. Lo que sí se repite es el silencio que les rodea y que les concede la impunidad.

Hasta el próximo domingo a ver si se puede escribir sobre algo que levante un poco el ánimo.

En la política norteamericana, hay una frase que se utiliza mucho desde los tiempos del Watergate. “No es el crimen, es el encubrimiento”. La idea es que lo más grave no es tanto el hecho delictivo, sino el intento de encubrirlo con mentiras. Como todas las grandes máximas, es algo más que discutible. Es cierto que para los periodistas es más fácil encontrar pruebas de lo segundo que de lo primero. A veces, también para los tribunales. Pero lo grave en la mayoría de los casos, como ocurrió en el Watergate, es el delito inicial, no el intento posterior de taparlo cometiendo nuevos delitos.

Lo que nos lleva a Íñigo Errejón. Lo más grave de todo esto no es la forma en que anunció su dimisión, mucho menos el fin de su carrera política, sino su conducta hacia las mujeres, por no hablar de los delitos de los que le acusan. De uno de ellos, ya tenemos constancia gracias a la denuncia muy creíble de agresión sexual por parte de Elisa Mouliaá sobre hechos ocurridos en 2021. Sin embargo, las 500 palabras de su carta pública son relevantes, como mínimo porque muestran la falta de honestidad con que se afronta este asunto, en especial en las organizaciones de izquierda.