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Un bombero junto a las ofrendas de flores y velas ante la iglesia de San Juan en Magdeburgo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

29 de diciembre de 2024 08:52 h

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Si te pillan con una mentira, vuelve a mentir. Denuncia que el que te ha descubierto es un mentiroso o algo peor, alguien que está a sueldo de los que pretenden destruir la sociedad. Parece una estrategia no muy inteligente, casi infantil, pero sería un error cuestionar su efectividad en los tiempos actuales. El atentado reciente de Magdeburgo ha mostrado cómo la extrema derecha ha radicalizado su propaganda en Europa y EEUU. La causa es más importante que los hechos. La primera es sagrada. Los hechos se pueden moldear o cambiar si es necesario cuando contradicen el mensaje. 

Un psiquiatra saudí de 50 años lanzó un 4x4 alquilado a gran velocidad contra la multitud que ocupaba la calle en uno de los tradicionales mercados navideños que tienen lugar en Alemania. Cinco personas fueron asesinadas y 235 resultaron heridas el 20 de diciembre. Por su similitud con el atentado contra un objetivo similar en Berlín en diciembre de 2016, se pensó inicialmente en un ataque yihadista dirigido a un símbolo de la sociedad occidental por estar relacionado con la Navidad. Las cuentas de extrema derecha en redes sociales lo aprovecharon para propagar sus mensajes habituales de odio contra la inmigración y los musulmanes. 

Cuando se conocieron los primeros datos sobre la persona detenida tras salir del vehículo, surgió la sorpresa. No sólo no era un yihadista, sino que se trataba de una persona que había repudiado el islam. Taleb al Abdulmohsen odiaba el islamismo y había huido de Arabia Saudí en 2006. Había mostrado su apoyo a Alternativa por Alemania (AfD), el partido de extrema derecha que figura desde hace tiempo en la segunda posición en las encuestas con un porcentaje de votos de entre el 15% y el 20%. 

Un análisis de Der Spiegel de sus cuentas en redes sociales reveló que era un seguidor de AfD. Ocho años atrás, había escrito en Twitter que quería iniciar un proyecto junto con AfD para montar una especie de academia para exmusulmanes. Cuando otro usuario le preguntó por qué planeaba hacerlo con ese partido, respondió: “¿Quién más lucha contra el islam en Alemania?”. Retuiteó en ocasiones los mensajes de la líder del partido, Alice Weidel, y otros de sus dirigentes. Volvió a publicar un fotomontaje en el que la excanciller Angela Merkel sostiene un cartel con la inscripción “yo destruí Europa”.

Al Abdulmohsen compartía el resentimiento racista de ultras como el norteamericano Alex Jones y el británico Tommy Robinson. Sentía admiración por Elon Musk. “Puedo decir por experiencia que todo lo que dice Robinson, lo que dice Musk, lo que dice Alex Jones o cualquiera que sea descrito por los principales medios de comunicación como un radical o un extremista de derecha, todo lo que dicen es la verdad”, dijo en una entrevista. Entre sus líderes favoritos estaba el holandés Geert Wilders, al que llamó “héroe”.

Con ocasión de atentados anteriores y cuando el perfil del asesino no se correspondía con las primeras impresiones, las cuentas de extrema derecha preferían olvidarse del asunto con rapidez. Si no les servía para su propaganda, mejor ignorar todo lo dicho antes. Es lo que vemos en España cuando las cuentas ultras y cercanas a Vox denuncian que un crimen ha sido cometido por un inmigrante y pliegan velas al descubrirse que el delincuente nació en España. 

Ahora ha sido diferente. La reacción ha consistido en negar los hechos y recurrir a una conspiración sacada de las películas de espías. Una realidad alternativa. En primer lugar, afirmar que los medios de comunicación mienten, porque intentan ocultar la realidad. Si lo cuentan los medios, es falso. Lo que suele hacer con frecuencia Elon Musk para encubrir sus mentiras. “Como para fiarse”, escribió el ínclito Iker Jiménez. “Tampoco me fío de las identidades que están dando”. Santiago Abascal acusó a la “dictadura progre” de intentar convencer a la gente de que el peligro es AfD, un punto de vista relevante viniendo de alguien que niega que el franquismo fuera una dictadura.

El director del programa ‘El gato al agua', un ultra de no muchas luces, se mantuvo firme: “La trampa no ha colado. El asesino era, sí, islamista, hay pruebas por todas partes y el sistema ha quedado como lo que es: una gigantesca fábrica de mentiras”. 

Utilizaron un vídeo del momento de la detención para afirmar que el asesino había gritado “Alá es grande”. Fue el caso de la cuenta Visegrád24, con 1,2 millones de seguidores, conocida por ser una fuente constante de desinformación. Incluso daban el segundo exacto del grito. La calidad del audio no era muy buena, pero lo que dijo a los policías fue “alles klar” (comprendido, en alemán) en respuesta a la orden que le daban (“no se mueva”). Con esta manipulación, ya era suficiente para sostener que todo lo que decían los medios sobre el saudí era falso, a pesar de que estos se basaban en lo que había escrito durante años. 

La última ocurrencia fue alegar que era algo así como un ‘agente durmiente’, una especie de espía que había ocultado su condición de yihadista. Se refirieron a la “taqiyya”, una costumbre extendida a lo largo de siglos en las comunidades chiíes de los países de mayoría suní que les permitía ocultar su fe religiosa para librarse de represalias. 

Así que Al Abdulmohsen se había dedicado a promover el rechazo al islam y atacar al Gobierno islamista de Arabia Saudí a lo largo de dieciocho años en Alemania como forma de simulación en un país que no persigue a los suníes. Y había esperado hasta ahora para cometer un atentado. No hizo nada en la época en que se cometió el ataque similar de Berlín en 2016. O un año antes en paralelo al atentado de la sala Bataclan en París. Ese maestro del engaño tenía la foto de un fusil de asalto como cabecera de su cuenta de Twitter. Una forma extraña de camuflarse. 

Tamaña estupidez fue sostenida por las cuentas más seguidas en la extrema derecha española, incluida la de Juan Carlos Girauta –exPSC, exPP, exCiudadanos y hoy eurodiputado de Vox; antes columnista de ABC y ahora de El Debate–, que tachó de imbéciles a los que no creen esa teoría definiéndose a sí mismo.

Los mensajes de los últimos años de Al Abdulmohsen prueban que había desarrollado una mentalidad conspiratoria, se había enfrentado a otras organizaciones de antiguos musulmanes y había vuelto su furia contra el Gobierno y la sociedad alemanas por no hacer frente a la supuesta islamización de Alemania. Era un refugiado que odiaba al país que le había dado asilo. 

Sorprendentemente, Twitter no cerró su cuenta de inmediato, una práctica habitual con los casos de asesinos múltiples, pero desactivó la opción de búsqueda, que no arrojaba resultados sobre algunos asuntos de los que había escrito. Después, los mensajes en los que expresaba su admiración por AfD desaparecieron. No es extraño. Musk escribió que “sólo AfD puede salvar a Alemania” y dijo de forma delirante que las ideas políticas de ese partido son idénticas a las del Partido Demócrata en la época de Obama. El dueño de una de las mayores plataformas sociales del mundo y ahora pegado como una lapa a Donald Trump es un seguidor confeso de la extrema derecha y aspira a que triunfe en toda Europa.

La apuesta de los ultras por las mentiras tiene en Twitter su escenario natural. X siempre ha sido el símbolo de lo desconocido en las ecuaciones. Es todo lo contrario en el caso de la red de ese nombre antes llamada Twitter. Salta a la vista cuál es la orientación que le ha dado Musk. Marianna Spring, que investiga las redes sociales en BBC, ha hecho un completo análisis de su evolución desde que la compró Musk. Pone como ejemplo el caso de la cuenta Inevitable West. Creada hace sólo dos meses, tiene ya 134.000 seguidores con una dieta constante de desinformación y apoyo a las causas ultraderechistas. Su respuesta al atentado de Magdeburgo: “Asaltad las mezquitas. Prohibid el Corán. Llevad a cabo deportaciones masivas. Nuestra paciencia ha terminado oficialmente”.

El mercado con ese tipo de contenidos está bastante saturado, así que es improbable que haya alcanzado ese nivel tan rápido de forma orgánica. No es raro encontrarla en el mundo anglosajón entre las cuentas que aparecen en la columna “Para ti” de cada usuario. También le beneficia haber sido retuiteada por el mismo Musk. Eso es algo que se puede programar en el algoritmo para beneficiar a unas cuentas sobre otras. Ocurre lo mismo en España, donde las cuentas de extrema derecha siempre aparecen destacadas. Sus creadores pagan en su mayoría una suscripción a X, lo que les da derecho a contar con el ‘tick’ azul, que es también privilegiado por el algoritmo. Y además así ganan dinero, lo que se llama “monetización”. 

El creador de Inevitable West contó a Spring que recibe unos ingresos mínimos de 2.500 dólares al mes por una media de siete tuits diarios. Cuanto más se retuitean sus mensajes, se apoyan con un 'like' o más respuestas reciben, más dinero gana. Afirma que sabe que el responsable de otra cuenta con medio millón de seguidores gana unos 25.000 dólares mensuales con sus 30 tuits diarios. La incitación al odio y la violencia puede ser un buen negocio gracias a Elon Musk. Mentir nunca fue tan rentable.

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