eldiario.es presenta Buscando a Franco, una historia (casi) interminable que se adentra en los misterios y tensiones que aún perviven en torno al cadáver del dictador. De la pluma de Isaac Rosa y la plumilla de Manel Fontedevila, vamos a descubrir, capítulo a capítulo, los verdaderos sentimientos que mueven a una tropilla de nostálgicos, policías corruptos, políticos ambiciosos, periodistas sensacionalistas y pícaros de todo signo que dan sentido a su vida en torno a la idea de que existe un país llamado España.
Un caudillo en el maletero: primer episodio de la novela por entregas 'Buscando a Franco'
- Primer episodio de 'Buscando a Franco', una novela por entregas que eldiario.es publicará diariamente este verano
Es de noche, conduzco hacia el norte, me persiguen y llevo a Franco en el maletero. Sí, Franco. Francisco Franco Bahamonde. Dictador español, 1892-1975. Su cuerpo embalsamado. O lo que queda de él.
Cuando tomo una curva o freno bruscamente, lo oigo golpear contra el asiento trasero, como si se revolviese o intentase salir. ¡Quieto, Paco! En la última gasolinera entreabrí un poco el maletero. No es que necesitase comprobar que sigue ahí, no se va a escapar. Es que llevo dos días sin dormir, y el cansancio me hace sentir esta fuga más inverosímil de lo que ya es. Como si todo fuese un sueño, un mal sueño. Un sueño franquista. Pero no lo es. Ahí sigue.
Hace unos minutos adelanté a un coche de la Guardia Civil. Podían haberme parado, por rutina. Pedirme el carné, los papeles del coche, que además no es mío. ¿Puede abrir el maletero, señorita? ¿Por qué transporta un ex jefe de Estado?
En varios momentos he pensado deshacerme de él. Tirarlo al río. Arrojarlo por el precipicio en una curva. Adentrarme con él en un cortafuegos, dejarlo en medio del bosque, cubrirlo con piedras y piñas. No pesa mucho. Como llevar un niño en brazos. Es de estatura corta, ya estaba muy canijo al morir. Los órganos deben de estar secos como dátiles. Quizás se los quitaron al embalsamarlo y lo rellenaron con virutas. Además está desnudo.
Todavía no sé qué hacer con él. A quién entregárselo. Cargar con él es un riesgo, pero quizás es mi seguro de vida. Mi única oportunidad de salir viva de esta historia. Para no ser yo la que acabe en el río o en un cortafuegos. Suena peliculero, ya lo sé, pero pienso en el pobre José Antonio. ¿Qué habrá sido de él?
Para no dormirme, hablo con Franco mientras conduzco. He llegado a pensar en sentarlo a mi lado, el insomnio te da esas ideas locas. Ponerle el cinturón de seguridad. Se caería en mi hombro, como un pasajero de autobús nocturno. Qué va, en realidad está tieso como una rama.
Le hablo en voz alta, para seguir despierta:
–¿Cómo vas, Paco? ¿Quieres que cambie de emisora? ¿Tienes ganas de estirar las piernas? ¿Un chicle?
Lo pongo al día de los últimos cuarenta años:
–Los gays se casan y tienen hijos, qué te parece. Hay ministros gays. Y policías gays. Y militares gays. Hasta el rey es gay. Y tus nietos, todos gays.
Doy un volantazo para que golpee con la cabeza la chapa, como si protestase.
–No te enfades, Paco, que es broma. Venga, cuéntame tú algo, que vas muy callado.
Imito su voz, tal como la he oído en viejos vídeos del No-Do en YouTube. Me tapo la nariz para aflautarla más:
“Españoles todos: el enemigo intenta dividirnos, porque sabe que una España dividida sería una España vencida. Mientras Dios me dé vida y claridad de juicio, seguiré empuñando el timón del Estado…”
–Qué brasa eres, Paco.
También le cuento lo que dicen de él en Twitter, lo voy leyendo en el móvil sin soltar el volante:
–Tu familia avisa de que no piensa hacerse cargo de tus restos… El gobierno amenaza con echarte a un osario… Y los chistosos quieren aprovecharte para estiércol o dejarte en una cuneta. Escucha este: “¿Franco va al contenedor amarillo o al de residuos orgánicos?” Visto el panorama, yo que tú me quedaría en el maletero.
¿Pero qué hace el Caudillo en el maletero? ¿A dónde vamos, de dónde venimos? ¿Quién nos persigue?
La historia es larga de contar. La últimas dos semanas han sido muy intensas. Insoportablemente intensas. Franquistamente intensas. Para mantenerme despierta, lo voy a contar todo, desde el principio. Desde la noche en que lo sacamos de su tumba, hasta cuando esta mañana lo metí en el maletero.
Pero primero, permitan que me presente.
Me llamo Carmela, tengo veinte años, y hasta hace poco yo era de las que creía que Franco era un rey medieval. O un presidente de la República. Que ganó una guerra hace cien o doscientos años. Que venció al comunismo. Que era comunista.
Cabezazo contra la chapa, curva cerrada.
–Que sí, Paco, no te pongas así. Eso es lo que respondimos un día que vino la tele a la puerta del instituto, coincidiendo con algún aniversario tuyo, y nos preguntó qué sabíamos de ti.
Como tanta gente de mi edad, pasé por la Secundaria y el Bachillerato sin estudiar ni la guerra ni la dictadura. Estaban en el temario, pero se acababa el curso y no daba tiempo de llegar. El año pasado, en la Facultad, sí que dimos algo. Pero me estudié unos apuntes fotocopiados, y lo olvidé nada más aprobar. Hasta hace nada, me hablabas del franquismo y como si me hablases del Imperio Austrohúngaro. Algo de hace mucho, mucho tiempo. Y no te digo ya las fosas, los torturados, la cárcel, la censura. Tampoco en casa: mis padres no me hablaban del franquismo durante la cena. Ni del Imperio Austrohúngaro.
Por eso cuando hace dos semanas Eduardo, el director del periódico digital donde hago prácticas, me ordenó que me preparase para ir al Valle de los Caídos a cubrir la exhumación de Franco, corrí a la Wikipedia para documentarme.
–Mis contactos en el gobierno me han soplado que lo van a sacar esta misma semana –dijo Eduardo, muy excitado-. Y allí vamos a estar nosotros, los primeros, al pie de la noticia. Al pie de la tumba. Es un momento histórico, Carmela. Te estoy dando una oportunidad de oro. Podría encargárselo a cualquiera de mis periodistas, que se pelearían por estar en tu lugar –señaló hacia las mesas del fondo, los cuatro redactores fingieron mirar un documento o atender una llamada-. Pero quiero que seas tú, jovencita.
Eduardo ni se imaginaba hasta dónde iba a llegar con su encargo. Hasta dónde estoy dispuesta a llegar.
–Por supuesto, nuestro periódico se hará cargo de todos tus gastos.
Me dio diez euros para el Cercanías, y el consejo de llevarme algo de abrigo, que en la sierra refresca por la noche.
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