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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Los españoles primero

–“Cuando todo parezca ir en tu contra, recuerda que el avión despega con el viento en contra, no a favor”.

Ni me molesté en preguntar o buscar en Google de quién era la frasecita motivadora. Estaba desanimada, cansada y asustada. Y tampoco José Antonio parecía muy animado.

Mientras nos alejábamos de Madrid por la autovía de Andalucía, dirección sur, hice repaso mental de todo lo sucedido en los últimos días: la acampada en el Valle, la noche que abrimos la tumba, la huida, las visitas a la fundación Franco, Zarzuela, PP y Ciudadanos, la aparición de Billy el Niño, el intento con el policía. Y lo del metro, la traca final. Me giré y miré al asiento trasero, vacío. En seguida recordé que habíamos metido la cabeza en el maletero, con el resto del cuerpo.

¿Cómo terminó lo del metro? Tras el forcejeo con aquel muchacho que intentó engañarnos, la bolsa con la cabeza salió disparada y cayó en la vía, justo cuando llegaba un tren. Nos quedamos paralizados al verla desaparecer bajo las ruedas. Todos paralizados: el falso policía, el policía de verdad, José Antonio y yo. Y el resto de viajeros que fueron testigos de la escena.

Esperamos a que el tren reanudase la marcha y, cuando por fin pasó, descubrimos que la bolsa había caído justo en el espacio entre raíles. No le habían pasado las ruedas por encima. Parecía intacta.

–¡La suerte del Caudillo! –gritó José Antonio, saltó a la vía y la agarró.

El muchacho intentó escapar pero el policía se le echó encima. Yo no sabía qué hacer.

–¡Vamos, corre! –me gritó José Antonio trepando de vuelta al andén con la bolsa entre los dientes. Entonces el policía, que mantenía inmovilizado contra el suelo al chico, sacó una pistola y nos advirtió:

–Ni se os ocurra moveros.

–¡Una pistola! –grité asustada, porque nunca había visto una pistola de verdad. El susto se contagió al resto de viajeros que acababan de bajar del tren. La gente empezó a chillar y a correr en todas direcciones, atropellando al policía. José Antonio me agarró del brazo y tiró de mí. Corrimos hacia la escalera, salimos a la calle, y no paramos hasta llegar al parking.

–¡Por qué poco! –resopló al arrancar el motor.

–¡Era una pistola de verdad! Esto se nos ha ido de las manos…

Salimos a la superficie y nos alejamos deprisa de Sol.

–Para el coche, que yo me bajo –supliqué–, no sigo ni un minuto más. Esto es una locura.

–¿Y qué vas a hacer? ¿Volver a casa y esperar a que vayan a por ti? No sabes con quién nos estamos jugando los cuartos. Es la cloaca, joder.

–A mí ni me conocen. Como no pares, yo misma llamaré a la policía y –quise buscar mi teléfono en la mochila. La mochila. ¿La mochila? ¡La mochila!

–¡Me he dejado la mochila en la cafetería!

–Estupendo. Pues si no te conocían, ahora tienen tu DNI, tu dirección, tu teléfono y las llaves de casa.

Así era. Por no tener, no tenía ni las fotos, perdido el teléfono.

–¿Y ahora qué hacemos? –tenía ganas de llorar, gritar.

–Quitarnos de encima lo del maletero, eso lo primero.

–¡Pues tíralo de una vez en cualquier parte!

–Claro. Cómo no se me había ocurrido. Como en el chiste ese, ¿lo echamos en el contenedor de orgánico o en el amarillo? Tenemos que dejarlo en buenas manos, Carmencita, ya no solo para que lo traten como merece: también para que no puedan encontrarlo. Sin cadáver, no tienen nada contra nosotros.

Ahí me vine abajo y perdí las pocas fuerzas que me quedaban. ¿Cómo me había dejado meter en aquel embrollo? ¿Cómo iba a salir de él? Idiota, idiota, idiota…

Por supuesto, José Antonio tenía un plan:

–Conozco un sitio donde no nos fallarán. Es el último recurso. Compran todo lo que tenga que ver con el franquismo.

–¿En serio todavía te preocupa sacar dinero por él?

–Me preocupa dejarlo en un lugar fiable. Y vale, después de todo no podemos irnos con las manos vacías. Salimos de viaje, niña.

Ya digo, yo no tenía fuerzas para resistirme.

Cruzamos las calles de Madrid adelantando coches y saltando algún semáforo. Hasta que José Antonio dio un frenazo brusco.

–Un momento… Mira eso.

Señaló hacia un edificio de oficinas con pinta de llevar muchos años cerrado. Pero de las ventanas colgaban grandes banderas de España, una pancarta de “Españoles welcome” y un cartel de “Hogar Social Ramiro Ledesma”.

–¿Sabes quién era Ramiro Ledesma? Da igual, luego lo buscas en Google. Vamos a entrar, no perdemos nada por probar.

Le seguí al interior de aquel edificio que resultó estar okupado. Aunque aquellos okupas no se parecían a los que yo conocía hasta entonces. Y había banderas rojigualdas por todas partes, y otros símbolos que no conocía.

En la entrada había una mesa de reparto de alimentos.

–Sólo para españoles –le soltó un okupa a un indigente negro–. Aquí los españoles primero. ¡Vete a pedirle a Carmena!

José Antonio abordó a una muchacha:

–Hola, guapa. Queríamos hablar con vosotros por un tema que puede interesaros. Tiene que ver con Franco y el Valle de los Caídos.

–Huy, qué va, la movida esa de Franco no va con nosotros.

–¿No? Pero…

–Eso es cosa de viejos y nostálgicos. Nosotros estamos a otro rollo. A los españoles de hoy no les preocupan los huesos de Franco, sino la avalancha de inmigrantes que nos quitan los trabajos y amenazan nuestra identidad. Aquí no verás banderas con el pollo. Aquel tiempo ya pasó. Fue bueno, vale, guay, pero estamos en el siglo XXI. Nuestro referente no es Franco. Es el Frente Nacional en Francia, o Amanecer Dorado en Grecia. Somos antiglobalización, anticapitalistas, y socialistas. Sí, no me mires así, socialistas pero del socialismo de verdad, el nacional. No somos ni de izquierda ni de derecha.

Mientras hablaba, la miré de arriba abajo. Y vi que por el calcetín le asomaba un tatuaje. Vale, ya entendí todo. Y me entró miedo.

–Vámonos, por favor –le dije a José Antonio.

Horas después avanzábamos por la autovía de Andalucía, dirección sur. Ya era de noche. Ni siquiera pregunté a dónde íbamos.

Puse la radio, por si decían algo de nosotros, la huída, lo del metro, la desaparición de Franco de su tumba.

Tras varias noticias veraniegas, la locutora habló del tema:

“El gobierno retrasa la salida de Franco del Valle. Según el presidente, si hemos esperado cuarenta años podemos esperar unos días más…”

–Mala señal –dijo José Antonio–. Eso es porque saben que nos lo hemos llevado. Están ganando tiempo hasta encontrarnos.

Entonces la locutora de la radio anunció una noticia de última hora:

“Acabamos de conocer la detención en Francia de un expolicía español acusado de torturas durante la dictadura.”

Subí el volumen:

“Al parecer la juez argentina que lleva la causa por los crímenes del franquismo recibió un aviso de que el expolicía, cuya identidad aún desconocemos, iba a salir de España por carretera. De inmediato la juez cursó una orden internacional de busca y captura, que llevó a los gendarmes franceses a detener su coche nada más cruzar la frontera. Se espera que sea extraditado a Argentina en las próximas horas.”

–Me pregunto cómo se habrán enterado –dije, vuelta hacia la ventana para ocultar la expresión de mi cara.

–Hemos llegado –anunció José Antonio al tomar una salida de la autovía–. Es nuestra última oportunidad. Si aquí no lo quieren, no hay nada que hacer.

Siguiente capítulo: Franquismo made in China

–“Cuando todo parezca ir en tu contra, recuerda que el avión despega con el viento en contra, no a favor”.