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Sobre este blog

eldiario.es presenta Buscando a Franco, una historia (casi) interminable que se adentra en los misterios y tensiones que aún perviven en torno al cadáver del dictador. De la pluma de Isaac Rosa y la plumilla de Manel Fontedevila, vamos a descubrir, capítulo a capítulo, los verdaderos sentimientos que mueven a una tropilla de nostálgicos, policías corruptos, políticos ambiciosos, periodistas sensacionalistas y pícaros de todo signo que dan sentido a su vida en torno a la idea de que existe un país llamado España.

¿Y qué hacemos ahora con el Valle?

Isaac Rosa / Manel Fontdevila

Siempre me hicieron gracia esas películas que terminan con una larga parrafada en pantalla, un texto donde nos cuentan qué fue de los protagonistas tiempo después de los hechos contados. “Mike y Susan se casaron y tuvieron ocho hijos, hoy tienen una escuela de surf en Hawai…” “El teniente Smith fue apartado del ejército y terminó sus días en un asilo de Dakota…” “Tras años de lucha, un juez federal dio la razón a la comunidad apache y el gobierno descartó para siempre el proyecto de carretera…”

Epílogo, así se llama. Pues venga, voy con el mío. Tras la última escena de mi película (el momento en que los policías van a detenerme en el estudio televisivo), la pantalla va a negro y aparece un texto que diría así:

Meses después de aquellos sucesos, el gobierno exhumó por fin los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos. Tras aprobarlo en el Consejo de Ministras, y ser votado por la mayoría del Congreso, la exhumación se produjo de manera discreta, sin cámaras presentes, aunque se acabaron filtrando algunas fotos. La familia Franco y la fundación de su nombre trataron de impedirlo por todas las vías judiciales, aunque no les quedó otro remedio que hacerse cargo de los restos. Tras hacerse pública la exhumación, un grupo de ultraderechistas se manifestó por las calles de Madrid e intentó llegar hasta la sede del PSOE, pero fueron dispersados sin apenas incidentes. Dos semanas después ya casi nadie hablaba de Franco en los medios o las redes sociales.

Pero un momento, dice cualquiera al leer esto: ¿cómo lo exhumaron, si estaba ya fuera de la tumba? Ahí es donde aparezco yo. Qué pasó conmigo.

Tras mi aparición estelar en el programa de la tele, que se volvió viral y es uno de los vídeos más vistos de la historia de Youtube, la policía me detuvo, sí. Pensé que me llevarían a una comisaría o un juzgado, pero me condujeron hasta el palacio de la Moncloa. Allí me esperaba una mujer que dijo hablar en nombre del presidente del Gobierno.

-Buena has liado, Carmela –me dijo, con severidad pero también comprensión.

El gobierno tapó lo más rápido posible aquel asunto, antes de que se volviese inmanejable. Esa misma tarde compareció el ministro de Interior y dijo que todo era una broma de una joven con ganas de notoriedad pública. Aseguró que la cabeza mostrada en la tele era una buena reproducción, y las fotos que publicó mi antiguo periódico un montaje. Franco seguía en su sitio, no había por qué alarmarse.

Yo acepté la versión oficial, qué remedio. El trato era mi silencio a cambio de no sufrir ninguna consecuencia penal. Si no había cadáver, no había profanación ni nada perseguible. La cadena de televisión podía denunciarme por interrumpir su directo, pero estaban encantados por la audiencia lograda, y pocos días después me invitaron al programa para contar mi aventura. Por supuesto, conté la versión pactada. Dije que solo quería llamar la atención sobre el desconocimiento del pasado en mi generación.

El que sí sufrió consecuencias de todo aquello fue el director de mi entonces periódico. La conversación que grabé sirvió para investigarlo a fondo y sacarle mucha más mierda. Fue detenido y ahora espera juicio, mientras el policía de cloaca que le vendía información está en prisión provisional.

¿Qué más? Mi popularidad me ayudó, no lo niego. Mi discurso se hizo viral, y cada vez que en las semanas siguientes se volvía a hablar de la exhumación de Franco, no había radio o televisión que no me llamase. Hasta me sirvió para conseguir trabajo aquí mismo, en eldiario.es, donde ahora escribo sobre memoria histórica desde el punto de vista de mi generación. El primer reportaje que publiqué fue la historia de mi bisabuela, que ahora ya sí conozco.

¿Y qué pasa con el Valle de los Caídos? Esta misma mañana he visitado la exposición de proyectos para su transformación. La Dirección General de Memoria Histórica convocó un concurso, que tiene una parte abierta a todos los ciudadanos para que aporten ideas, y otra parte de concurso internacional para profesionales.

Recorrí la sala con las maquetas y vídeos de los proyectos presentados, mientras me acompañaba Francisco Ferrándiz, antropólogo social especialista en memorias de conflictos, y recién encargado por el gobierno para la resignificación el Valle:

-En ningún caso lo podemos derribar. Eso sería un gran error. No hay en toda Europa un monumento así, una representación tan exacta del totalitarismo. Es la petrificación más perfecta del nacionalcatolicismo español. Hay que cambiar su significado, claro que sí. Y nunca podrá ser un monumento de reconciliación, ni hablar, eso sería una victoria póstuma de Franco. Pero es una oportunidad, hay que usarlo para construir conocimiento colectivo y memoria democrática. ¿Te imaginas que en el instituto te hubiesen llevado a un sitio así, y que te hubiesen explicado allí mismo qué fue el franquismo?

-Sí, pero tal como está ahora es un monumento fascista, ¿no?

-Por eso lo vamos a recontextualizar y cambiar su simbolismo, como ya se ha hecho en otros lugares que fueron símbolo de la represión y ahora lo son de la memoria de las víctimas. Piensa en la ESMA de Buenos Aires, o los cuarteles de las policías políticas en Europa. Mira, aquí tenemos algunas buenas ideas.

A nuestro alrededor había maquetas, fotos y vídeos de los proyectos presentados por profesionales, colectivos y ciudadanos. El Valle cubierto de vegetación. Lleno de paneles explicativos. Con fantasmales hologramas. Con juegos de luces. Con grandes retratos de las víctimas.

-La intervención puede ser masiva o mínima. Cambiar su simbolismo se hace cubriendo de imágenes y textos hasta el último centímetro de pared, o solo colocando una minúscula pieza a la entrada que en su potencia simbólica lo altera todo nada más llegar.

-¿Y la cruz? Hay quien propone tirarla –señalé varios proyectos que habían prescindido de ella.

-Yo no la tocaría. Por supuesto, aquello dejaría de ser un lugar donde celebrar misas franquistas. Habría que empezar por darle categoría de cementerio, un cementerio público especial, pues hay decenas de miles de personas enterradas. ¿La cruz? Yo la convertiría en una enorme antena de wifi, si me permites la broma. Podemos usar las posibilidades tecnológicas para hacer pedagogía. Realidad aumentada en cada rincón del recinto. Y que los visitantes no solo reciban, sino que también aporten, que suban vídeos y contenidos, que sumen sus propios relatos, tras décadas de relato monolítico. No nos limitemos a las clásicas placas y paneles explicativos.

Pues aquí termina el epílogo, ya lo saben todo. ¿Qué? Ah, sí. José Antonio. Se preguntarán qué fue de él. No nos habíamos vuelto a ver desde Despeñaperros, de donde consiguió escapar tras la pelea con el policía. Me llamó un par de veces, pero le di largas. Acabé muy harta de aquella historia y, con lo que ahora sé, no veo con los mismos ojos a alguien que se presenta como emprendedor y franquista. Pero hoy mismo nos hemos vuelto a encontrar.

Estaba yo terminando de recorrer la exposición de proyectos, en la sala de aportaciones ciudadanas. Ahí había de todo, desde soluciones ingeniosas hasta bromas pintorescas. Pintar el Valle con la bandera arcoíris. Demolerlo y usar la piedra para construir un nuevo monumento a las víctimas no menos faraónico que el propio Valle. Cerrarlo unos años y dejar que la naturaleza siga su curso. Convertirlo en parque acuático, con el tobogán kamikaze desde lo alto de la cruz. Y el proyecto que atrajo mi atención: un centro de coaching espiritual.

Ahí me encontré a José Antonio, que explicaba su proyecto a unos visitantes:

-Se trata de aprovechar el potencial espiritual del recinto para ayudar a los emprendedores españoles. Un lugar de retiro donde desarrollar la energía interior y así integrar mente, cuerpo, emociones y alma. La abadía se convertiría en una casa de ejercicios espirituales orientados a la innovación empresarial. Los monjes pueden formarse y reciclarse, o los sustituiremos por un equipo de coachs acreditados. Y la gran basílica se transformaría en salón de actos para conferencias de los grandes gurús. Por supuesto, guardando respeto a los españoles allí enterrados, que permanecerían en sus criptas.

-¿Y qué haríamos con la tumba de Primo de Rivera? –pregunté yo. Mi ex compañero de fuga se giró sorprendido.

-¿Qué… qué?

-A Franco ya lo sacaron, pero el otro sigue allí enterrado. ¿Usted lo exhumaría, o quizás lo considera un referente en coaching espiritual?

Los visitantes se alejaron, nos quedamos solos. José Antonio me dio un abrazo.

-Qué alegría, niña.

-Oye –dije señalando su maqueta-, ¿todo esto va en serio o es otra muestra de ese humor franquista que nunca acabo de pillar?

-No sé si alguien me tomará en serio. Me he pasado al coaching espiritual, y estar aquí me sirve para ganar popularidad. Ahora hago vídeos en Youtube. Y de vez en cuando cuelo alguna frase del Caudillo, sí.

-O sea, ¿que sigues siendo…?

-Español. Eso es lo que soy. No me pongas etiquetas. Ni rojo ni azul. Español.

-Eso me suena de algo…

-Estoy por la reconciliación. Cerrar heridas. Acabar con las dos Españas. Me gustó mucho tu intervención en la tele. Me emocionaste.

-No sé si creerte…

-Y en cuanto a la tumba de Primo de Rivera, si no tienes nada que hacer este fin de semana tengo un plan que…

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