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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Los cerdos que sufrieron el accidente del camión en el que la industria cárnica los transportaba de las granjas al matadero

Cerdos víctimas de un accidente de tráfico cuando eran trasladados desde las granjas de explotación al matadero

Ruth Toledano

  • Agentes y responsables de Abertis trataron de impedir que se tomaran las fotografías y vídeos que publica El caballo de Nietzsche, realizados por el fotoperiodista Aitor Garmendia / Tras los Muros y por una activista que acudió al lugar de los hechos

Venían del infierno que son sus vidas en las granjas e iban al infierno de un matadero. El trayecto también era infernal: amontonados en un camión, sin espacio ni aire, acaso doloridos por las fracturas de patas o costillas que les hubiera producido el trato violento de quienes manejan sus cuerpos para sacarlos de los corrales de engorde o las jaulas de gestación, conducirlos por un pasillo, hacerlos subir a esos camiones. Digan lo que lo digan los explotadores de la industria porcina y diga lo que diga un bienestarismo colaborador, solo hay una manera de manejar los pesados cuerpos de unos cerdos que se resisten al abuso y la muerte: por la fuerza. Como mínimo, empujones. Las investigaciones activistas siempre desvelan que hay, además, golpes, patadas, puñetazos, descargas eléctricas. Explotación y violencia.

Los cerdos que el lunes sufrieron un accidente muy cerca de Zaragoza eran individuos tan desgraciados que entre un infierno y otro infierno se encontraron con el infierno añadido de un accidente de tráfico. Un accidente que puede formar parte, como sucedió en la autopista aragonesa AP-68, de esa cadena de explotación y violencia: no es la primera vez, ni por desgracia será la última, que vuelca un camión cargado de animales que, ya exhaustos y contra su voluntad, llevan al matadero. Los cerdos del accidente del lunes no tuvieron siquiera la oportunidad de no sufrir más de lo previsto, la triste suerte de no padecer ese accidente que sumó dolor a su dolor, pánico a su pánico.

En El caballo de Nietzsche hemos recibido fotos y vídeos de la catástrofe realizados por el fotoperiodista Aitor Garmendia / Tras Los Muros, así como declaraciones de una activista que acudió al lugar de los hechos para recabar una información que tenga en cuenta a las principales víctimas del accidente: los cerdos. Las noticias oficiales, difundidas por una conocida agencia y reproducidas por varios medios, solo confirman que el conductor del camión resultó ileso y que los bomberos “rescataron” a los animales que quedaron atrapados entre los hierros o bajo la caja del vehículo en el que estaban siendo transportados a su muerte segura. Los rescataron para cargarlos a otro camión de la muerte.

Esa información oficial nada dice de los gritos desgarradores de los animales heridos ni de las convulsiones que otros sufrían en su agonía. Las imágenes, de gran dureza, y los testimonios que hemos recibido remiten, sin embargo, a una escena dantesca. Los testigos no han podido precisar si las veterinarias que se personaron ayudaron a morir allí mismo, mediante aturdimiento y eutanasia, a los que estaban sufriendo de manera visible. Refieren un sufrimiento extremo.

La sangre, los gritos, los cadáveres dispersos por una cuneta son impactantes. Pero impacta también ver a los cerdos que han resultado ilesos y caminan por esa cuneta, pensar que es la primera vez en toda su vida que han salido al espacio exterior, que están al aire libre, que les da el sol y olisquean la hierba y pisan la tierra. Impacta que su única, exigua libertad haya sido esa, pavorosa y fugaz. Otro camión ya había llegado para cargarlos de nuevo y llevarlos a un destino que ni el contratiempo pudo evitar. Los heridos, los agonizantes, los muertos eran la imagen del horror. Los vivos, los indemnes, también.

Los testigos pudieron ver cómo los atrapaban con lazos de captura. Pudieron ver cómo a los que no se movían los echaban a un remolque, aunque nada garantiza que no estuvieran aún vivos. Pudieron hacer fotos y grabar vídeos, pero con muchas dificultades: todas las personas implicadas (agentes de la guardia civil, de protección civil, veterinarias) les insistieron en que allí no podían estar. Un agente permitió al fotoperiodista hacer algunas fotos, “pero rápido”. El conductor del camión exigió que no se identificara ni la matrícula ni la empresa a la que pertenece.

Con la excusa de que impedía el paso, la activista, que había detenido su coche en un camino que va en paralelo a la AP-68, fue obligada por la guardia civil a abandonar el lugar cuando un responsable de Abertis, empresa contratada por el Estado para gestionar la autopista, alegó que se encontraba en una propiedad privada. Ni, por supuesto, es privada una autopista del Estado ni lo es un camino público, pero son muchas, y entre muchos, las complicidades que establece la explotación de los animales.

El lunes murió un puñado de individuos a los que iban a matar. Murieron antes de que los mataran. Cada uno de esos individuos quería conservar su vida y no sufrir un final tan atroz. Fue al borde de una carretera, entre los cuerpos inertes y los gritos de sus compañeros de especie. Pero iba a ser después en las instalaciones que la nuestra, nuestra especie, destina a su ejecución. Miles de cerdos mueren cada día, con accidente o sin él. Son matados por la industria que se enriquece con ellos gracias a nuestro consumo. En la cadena que dispone de sus cuerpos desde el nacimiento hasta la muerte, hay además accidentes que añaden infortunio a la injusticia.

[El siguiente vídeo contiene escenas de sufrimiento extremo]

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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