En los medios locales no ha pasado de ser un aparatoso accidente de tráfico, en el que por fortuna “solo hubo un herido”: el conductor del camión. Pero no es así. Hubo 724 muertos, y apenas 16 supervivientes que fueron rescatados. La única diferencia entre una interpretación y otra es si tenemos en cuenta a los cerdos de ese camión como víctimas del accidente o no, dado que iban a morir de todas formas para convertirse en carne. En eso, solo en eso, consiste su vida.
No es el primero ni será el último, porque cientos de camiones llenos de animales vivos, hacinados, asustados, recorren cada día nuestras carreteras aunque no los veamos. En este caso, el accidente se produjo el lunes hacia las cuatro de la tarde. El camión que transportaba a 740 cerdos se salió de la Nacional 232 a la altura de Cenicero (La Rioja) y volcó sobre el techo de un frontón. Por fortuna, el único ocupante humano del vehículo, el conductor, pese a estar herido, pudo incluso llamar personalmente a su empresa para relatar lo ocurrido antes de ser evacuado por los servicios sanitarios.
En la carretera quedaban cientos de cerdos aterrados, heridos, amputados, agonizantes, mezclados entre los muchos muertos. En su desesperado intento por sobrevivir, algunos echaron a andar por la carretera y entraron en una finca cercana, donde varios animalistas desplazados al lugar del accidente (por ejemplo, de Animales Rioja), los cobijaron para intentar rescatarlos, conscientes de que su único destino alternativo era la muerte.
No fue fácil. Ni los responsables de la empresa ni los agentes de la Guardia Civil dejaban a los activistas acercarse a los animales, apelando a la normativa vigente. Apenas contaban con el respaldo de unos pocos vecinos que ayudaron a guiar a algunos de esos animales hasta un cobertizo aledaño donde podrían esperar a salvo. Otros vecinos mostraban también interés por los animales, pero con un objetivo bien distinto: carne gratis. Alguno lo consiguió, imposible saber cuántos, en medio del caos inicial tras el accidente.
A última hora de la tarde, siete cerdos heridos habían sido rescatados y esperaban a que una furgoneta pudiera trasladarlos a un lugar más seguro. Quienes les habían ayudado a sobrevivir aguardaban junto a ellos y seguían siendo testigos de cuanto ocurría en la carretera. Al cabo de varias horas, llegó un camión de la misma empresa para trasladar a los considerados “aptos”, apenas unos doscientos, al que era su destino inicial: una granja de engorde, como escala única y previa antes del matadero. El resto de los animales -muertos, malheridos, agonizantes- seguían donde habían quedado tras el impacto, desperdigados en unos casos, amontonados en otros, aguardando la llegada del veterinario oficial de guardia, al que hubo problemas para localizar porque el día era festivo en La Rioja (final de Semana Santa, tiempo de piedad y compasión, pero según hacia quién).
Finalmente llegó el veterinario y, con la ayuda de algunos empleados de la empresa, remató con una pistola de bala cautiva a los cerdos malheridos que fue encontrando en su recorrido. Quizás apiadados, o quizá resignados a la pérdida económica a la que en todo caso tenían que hacer frente, ya que el camión que trasladaba a los supervivientes ya se había marchado, los empleados permitieron que algunos animales más fueran rescatados. En total, 16. Todos los demás fueron retirados después por una pala mecánica sin posibilidad de discernir en muchos casos cuáles estaban muertos y cuáles aún agonizaban.
Si consiguen sobrevivir a sus heridas (en algunos casos, graves) esos 16 cerdos rescatados tendrán que afrontar también las complicaciones derivadas de una manipulación genética cuyo objetivo es engordarlos en el menor tiempo posible. Todo ello teniendo en cuenta las dificultades para encontrar veterinarios capaces de atenderlos, ya que en las facultades enseñan a curar solo a algunos animales, y en otros casos solo interesa el tratamiento necesario para poder llegar al matadero en condiciones aptas para su consumo. Curar a un cerdo cuyo sacrificio es más rentable no es algo que hayan aprendido muchos veterinarios.
Su única opción de disfrutar una nueva oportunidad fuera de la industria alimentaria son los santuarios que rescatan animales considerados “de granja”, pero la situación de todos ellos no es fácil. A todas esas complicaciones, que se traducen en una permanente escasez de recursos económicos, se une una legislación que los deja en un limbo jurídico y con ninguna ayuda, más bien obstáculos, por parte de las administraciones.
El rescate de estos 16 animales aún no ha terminado. Necesitan un destino seguro en el que ser embajadores de su especie y poder mostrar cómo son, cómo se comportan, cómo exteriorizan sus emociones. Necesitan recordarnos que no son carne. Que son víctimas.
En los medios locales no ha pasado de ser un aparatoso accidente de tráfico, en el que por fortuna “solo hubo un herido”: el conductor del camión. Pero no es así. Hubo 724 muertos, y apenas 16 supervivientes que fueron rescatados. La única diferencia entre una interpretación y otra es si tenemos en cuenta a los cerdos de ese camión como víctimas del accidente o no, dado que iban a morir de todas formas para convertirse en carne. En eso, solo en eso, consiste su vida.
No es el primero ni será el último, porque cientos de camiones llenos de animales vivos, hacinados, asustados, recorren cada día nuestras carreteras aunque no los veamos. En este caso, el accidente se produjo el lunes hacia las cuatro de la tarde. El camión que transportaba a 740 cerdos se salió de la Nacional 232 a la altura de Cenicero (La Rioja) y volcó sobre el techo de un frontón. Por fortuna, el único ocupante humano del vehículo, el conductor, pese a estar herido, pudo incluso llamar personalmente a su empresa para relatar lo ocurrido antes de ser evacuado por los servicios sanitarios.