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Albergues que rechazan a personas sin techo acompañadas por sus animales

Imagina que estás en mitad del crudo invierno. Que el frío azota la ciudad, que tiritas en la calle mientras buscas un lugar donde refugiarte. Imagina que por fin llegas hasta un centro de asistencia donde puedes tomar un café, dejar tus enseres y entrar en calor. Imagina que es de noche y que dentro del albergue una cena caliente y una cama te esperan. Imagina también, porque es lo que sucede en la mayoría de las ciudades, que no dejan entrar a tu compañero de viaje. Imagina la tristeza que produce estar al lado de un lugar caliente y no poder entrar, no querer entrar si no es con tu perro, con tu gata. Imagina ahora cómo es la vida para aquellas personas sin techo, con o sin animales, pero especialmente cuando tienen perros y gatos a los que aman y cuidan como lo haces tú, pero sin una casa donde vivir.

Hay muchas historias detrás de cada una de estas personas. A veces es una situación temporal la que les lleva a estar en la calle, otras veces es un problema más grave que se alarga demasiado tiempo. Cada caso es distinto, no se puede generalizar. Lo que sí se puede es intentar entender y dar soluciones al drama que cada invierno viven humanos y animales sin techo en nuestras ciudades.

Nadia es rumana, llegó a Zaragoza desde Madrid en uno de los días más heladores del pasado mes de febrero. Le acompañaba Cookie, una perra de pelo blanco y ojos claros, como Nadia. Iban a pasar dos noches en la ciudad antes de ir a Barcelona, donde una prima la acogía en su casa y donde tenía posibilidad de trabajar en una pastelería recién inaugurada. Nadia era repostera en su país. Dos mochilas, una para sus cosas y otra para las de Cookie. Una bufanda roja para ella y un viejo jersey también rojo adaptado a las cuatro patas de su compañera. Veinte euros en el bolsillo, pan, queso, plátanos y frío, mucho frío en los huesos. Pero el albergue les cerró la puerta y Nadia prefirió dormir junto a Cookie en un cajero que dejar a la perra sola en la calle.

Luismi lleva demasiados años sin techo. Antes vivía junto a su perro Cierzo en un piso pequeño y soleado. Su mala salud y la consiguiente pérdida de los pequeños trabajos que iba encadenando provocaron el desahucio. Enfermo y sin poder trabajar, Luismi se quedó en la calle, dando un vuelco a su vida. El desarraigo abrió las puertas y se tragó la vida de este hombre de poco más de cuarenta años. Desorientado, dejó de tomar con la regularidad necesaria su medicación, algo imprescindible para atender la leve discapacidad que sufre y por la que recibe una pequeña pensión no contributiva. Su carácter alegre desapareció, pero lo que más angustiaba a Luismi era que a Cierzo no le faltase de nada. Una asistente social se puso manos a la obra y consiguió que fuera aceptado en un programa de rehabilitación, pero, cuando supo que no podría entrar con su perro a la vivienda compartida con otras personas, se negó rotundamente. Cierzo era lo único que le hacía sentirse seguro. Algo recíproco, ya que también el animal sentía angustia al separarse de él. No habría rehabilitación posible sin su perro. Para él su pastor alemán era su compañero, no podían separarlos.

La administración no entendió entonces, y sigue sin entenderlo ahora, que al obligarle a a abandonar a lo único hacia lo que siente arraigo se estaba cerrando la puerta a su recuperación. Decisiones administrativas desprovistas de cualquier tipo de humanidad, realizadas con rigidez y sobre todo con escasa eficacia. Lo que entre otras cosas significa que los contribuyentes estamos pagando por un servicio que se realiza en muchos casos sin tener en cuenta que la sociedad está cambiando y con ella su relación con los animales. Conviene recordar lo que dice la organización Pets of homeless (organización de voluntarios que provee alimentos para animales y atención veterinaria para las personas sin hogar en Estados Unidos y Canadá) después de estudiar la situación de cientos de personas: “Los animales de los sin techo son un enlace a la realidad, por eso y por el vínculo y amor que se establece son capaces de sacrificarse para proteger a su animal”. Obligar a los sin techo a desprenderse de sus animales puede empeorar aún más su vida. Sin embargo, adaptar los centros para que puedan acceder con ellos ayuda en su recuperación, en su rehabilitación o simplemente les facilita el tránsito de una ciudad a otra evitando empeorar más aún la situación.

Así es en el caso de Luismi y Cierzo, que hace tiempo que se enfrentan juntos a un mundo hostil. Ambos son familia, ambos son manada, como Nadia y Cookie y como tantos y tantos sin techo que se niegan a abandonar a sus animales cuando las cosas se complican en sus vidas, al contrario que otras personas que teniendo una vida mínimamente cómoda abandonan a sus perros y gatos al comienzo del verano o en cualquier otro momento.

Cualquier época del año es difícil para vivir en la calle, pero el invierno es demoledor. El invierno es un cuchillo de hielo que atraviesa la supervivencia, es tiritar de frío las veinticuatro horas del día, es acortar sus vidas cada año. Sobrevivir es a veces imposible, no solo por el invierno, también por la rigidez de una administración que actúa como un segundo invierno con sus férreas decisiones.

Pensando en casos como los de Luismi y Nadia, el 31 de enero de 2014 en el Ayuntamiento de Zaragoza se produjo una noticia esperanzadora: se autorizaba la entrada de transeúntes con sus animales al albergue de la ciudad, a iniciativa del entonces concejal de IU Raúl Ariza, en colaboración con Vegan Hope y PACMA. Un buen trabajo que se vio recompensado con los votos a favor de todos los grupos, salvo la abstención del PP. Se daba un año para la adaptación del citado centro, donde habría que instalar unos cheniles en el amplio espacio existente. El protocolo implicaba que el Centro de Protección de Animales se ocupara de la revisión de los perros y gatos de los usuarios del albergue.

Pero a día de hoy Nadia y Cookie no podrían entrar en el albergue. Tampoco Luismi y Cierzo. Ni los gemelos de Mérida que pasan una mala temporada y que se niegan a dejar a su galgo en la calle mientras ellos duermen bajo techo. Casi dos años después de ser aprobada la medida, no ha habido adaptación alguna. Ni tampoco se ha dado información a las personas sin hogar que hasta allí han ido preguntando por la medida aprobada por el Ayuntamiento. No hay nadie registrado como solicitante, a pesar de los voluntarios que han acompañado a varios transeúntes a solicitar su derecho a entrar con sus perros. Probablemente la nula atención del anterior concejal socialista responsable de Acción Social y el poco interés por parte del citado albergue han hecho que la medida se quedara en nada, en el titular de un día.

Esta medida, sin embargo, convertiría a Zaragoza en puntera. Existen otras iniciativas, como Ola de frío en el Ayuntamiento de Madrid, pero que separa a los humanos de sus animales en distintos edificios, lo que debería corregirse. Para pedirlo hay en marcha una recogida de firmas. Hay que recordar el maravilloso barco puesto en marcha en París, así como la extraordinaria campaña de Humanymal Personas sin hogar y mascotas 2014.

Sin duda, los nuevos ayuntamientos elegidos en las últimas elecciones municipales son una puerta abierta para aquellas personas, proyectos y colectivos que durante mucho tiempo han sido ignorados por la política municipal. Cada vez más ciudades han dicho no a los circos con animales, han rechazado el uso de burros o ponis en sus fiestas patronales, o han dicho no a la subvenciones a la tauromaquia. Por eso es importante que, tanto en Zaragoza como en Madrid, Barcelona, Cádiz, A Coruña y tantos otros municipios, se pongan en marcha medidas para que este invierno no sea un drama una vez más para los sin techo. Entre otras cosas, porque esas personas junto a los animales con los que conviven tienen derecho a un trato justo.

En Zaragoza solo hace falta poner en marcha lo aprobado hace dos años, darle un empujón y agradecer a todas las partes implicadas su colaboración. Tal vez alguien pensó que con un buen titular de prensa se acababa todo, que nadie iba a hacer seguimiento de lo aprobado, que a nadie le importa la calidad de vida de los sin techo, pero se equivoca. En El caballo de Nietzsche, junto a mucha otra gente, nos preguntamos: ¿cuándo se pondrá en marcha esta medida?

Y esta propuesta sirve para todas las ciudades de este país. Ciudades grandes, pequeñas, medianas, de norte a sur, de este a oeste. Ciudades que hay que adaptar para que aquellos que están en una situación más vulnerable, con el desarraigo en los talones, puedan pasar el invierno junto a sus animales resguardados, y no morir de frío bajo un puente, en el parque o en un cajero.

Imagina que estás en mitad del crudo invierno. Que el frío azota la ciudad, que tiritas en la calle mientras buscas un lugar donde refugiarte. Imagina que por fin llegas hasta un centro de asistencia donde puedes tomar un café, dejar tus enseres y entrar en calor. Imagina que es de noche y que dentro del albergue una cena caliente y una cama te esperan. Imagina también, porque es lo que sucede en la mayoría de las ciudades, que no dejan entrar a tu compañero de viaje. Imagina la tristeza que produce estar al lado de un lugar caliente y no poder entrar, no querer entrar si no es con tu perro, con tu gata. Imagina ahora cómo es la vida para aquellas personas sin techo, con o sin animales, pero especialmente cuando tienen perros y gatos a los que aman y cuidan como lo haces tú, pero sin una casa donde vivir.

Hay muchas historias detrás de cada una de estas personas. A veces es una situación temporal la que les lleva a estar en la calle, otras veces es un problema más grave que se alarga demasiado tiempo. Cada caso es distinto, no se puede generalizar. Lo que sí se puede es intentar entender y dar soluciones al drama que cada invierno viven humanos y animales sin techo en nuestras ciudades.