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Cuando un animal decide dejar de vivir: suicidio e indefensión aprendida

Es difícil imaginar que un animal pueda voluntariamente quitarse la vida, o que decida dejarse morir lentamente. Los científicos solo han constatado este comportamiento activo en algunas especies como las ballenas, los delfines, o los elefantes que al presentir el final de sus días se alejan de la manada para esperar el momento, en un acto íntimo e irremediable. Incluso hay quien sostiene que algunas aves de gran envergadura, como el cóndor, cuando con los años pierden la capacidad de alimentarse, hacen un último vuelo lanzándose contra las rocas para morir.

En nuestro entorno más cercano, entre los animales que suelen convivir con nosotros en casa, hay especies como los perros que más que desear o buscar premeditadamente la muerte, pueden experimentar situaciones de tal sufrimiento o tristeza que no quieren seguir viviendo. Vaya por delante que ningún etólogo, expertos en comportamiento de estos seres, acepta a priori que un perro o cualquier otro animal doméstico tenga capacidad volitiva para el suicidio.

Sin embargo, recientemente hemos podido leer varias noticias que aparentemente apuntan en esa dirección. El pasado verano, en Madrid, los periódicos nos inundaron con titulares que denunciaban casos de perros que se habían arrojado por los balcones de las viviendas, presas de la desesperación, al haber sido dejados encerrados a pleno sol en estos pequeños habitáculos. Tantos fueron los casos que la Policía Municipal dio cuenta a la Fiscalía de Medio Ambiente de la Comunidad para que investigara las circunstancias de estas muertes al considerar que detrás de ellas existían claras evidencias de delitos de malos tratos a animales domésticos.

Uno de estos casos era documentado dramáticamente por la periodista Rocío R. Gavira en el blog Alza la Pata. “Hace unos días otro perro se lanzaba al vacío desde un balcón en el barrio de Aluche de Madrid. Como verás en el vídeo, sus aullidos de auxilio son desgarradores. Tras unos minutos, el galgo se tira y muere al poco tiempo. Y no lo hace porque quiera quitarse la vida. Lo hace para escapar de su infierno. Según los expertos, el animal puede saltar desde un balcón como reacción a una situación extrema, por hambre, sed o calor, pero no tiene conciencia de que morirá. Huye de una amenaza, es puro instinto de supervivencia”, relató Rocío.

¿Puede aceptarse que estos perros decidieron ‘suicidarse’?

“La mayoría de científicos no hablan de suicidio en animales. Parece que es difícil demostrar el suicidio animal a través del método científico. Hay investigadores que sostienen que en la actualidad todavía no se conocen métodos suficientes para demostrar determinados acontecimientos. El investigador Antonio Petri, psiquiatra de la Universidad de Cagliari (Italia), ha estudiado en profundidad el suicidio en los animales y uno de sus alegatos es que no se puede demostrar que el animal toma la decisión consciente de morir, por tanto, no se puede hablar de suicidio en animales”, explica Mónica Arias Brocal, licenciada en Psicología y etóloga especializada en problemas de comportamiento de perros y gatos.

No obstante, no todas las opiniones parecen ir en la misma dirección. Según explica esta etóloga, “desde el punto de vista biológico Javier de Miguel, profesor de Biología en la Universidad Autónoma de Madrid, dice que hay varios tipos de suicidios animales –entre comillas– porque hay muchos matices: el despeño accidental de ciervos al huir del depredador; la defensa de las abejas que mueren al picar aunque implique su muerte; las muertes de los salmones para reproducirse; la renuncia a alimentarse al perder a un ser querido –como los perros al perder a su familia–; o los delfines que dejan de respirar voluntariamente al estar en piscinas pequeñas”.

A su juicio, hay factores del suicidio humano que se podrían aplicar también a los animales: “Aislamiento, enfermedad, duelo o pérdida traumática, abusos, traumas, cambios radicales en el comportamiento o estado de ánimo, emociones negativas intensas”. “Asimismo la ansiedad y la depresión guardan relaciones con el suicidio”. Para valorar el riesgo de suicidio se tiene en cuenta el número de los factores de riesgo, el estado de ánimo del individuo y si hay planificación suicida.

Acontecimientos inexplicables

“Si nos basásemos en los criterios psicológicos a modo de DSM (manual de diagnósticos mentales), ciertos animales que puedan sufrir situaciones de confinamiento, falta de bienestar o patología de comportamiento podrían cumplir dichos criterios”. “En el caso de los perros que se arrojaron desde el balcón tras sufrir condiciones con falta de bienestar, no exime –sigue explicando Mónica– que a su vez exista maltrato previo a estos animales como es hacerles vivir en un pequeño balcón 24 horas diarias privados de contacto social, expuestas a temperaturas extremas, falta de ejercicio físico y cuidados necesarios mínimos. De la misma manera que ocurre en animales salvajes que viven en cautividad en unas condiciones con falta de bienestar”.

Un ejemplo que considera digno de “reflexionar” es el de uno de los chimpancés en libertad estudiado por Jane Goodall en Tanzania. “Este chimpancé tenía una madre protectora, indulgente ante las excesivas, exigentes y constantes llamadas de atención. Cuando la madre falleció su hijo chimpancé dejó de alimentarse, solo permanecía al lado del cadáver se su madre, sin moverse. Finalmente el chimpancé hijo falleció. ¿Suicidio?”, se pregunta Mónica.

En definitiva, concluye, “hablar de 'suicidio' en animales dependería de varios factores: contexto, especie, biología, etc. Es diferente la situación de un macho de mantis que la hembra le mata tras la reproducción, que animales que se dejan morir por pérdidas de seres familiares o condiciones de falta de bienestar o patologías, por ejemplo”.

Indefensión aprendida

Pero hay otras formas en los perros encaminadas a dejarse morir. Se llama “indefensión aprendida”. Algunas de las bases que explican esta patología son la ansiedad, la depresión, el estrés postraumático o el maltrato y que a su vez están relacionadas con riesgo de suicidio.

¿Qué es y qué síntomas manifiesta este anómalo comportamiento de los animales?

Mónica Arias lo explica así: “Se trata de aprender a no defenderse debido a una experiencia previa con estímulos aversivos y a pesar de haber intentado evitarlos o escapar de dichos estímulos aversivos estos continúan de forma incontrolable”.

La etóloga ofrece para el Caballo de Nietzsche toda una lección sobre esta desconocida patología. “La indefensión –cuenta– se estudia en el contexto de la teoría de los dos procesos de Mowrer, que considera que el comportamiento se aprende mediante procesos de condicionamiento clásico y se mantiene a través del condicionamiento operante. Mowrer estudiaba el efecto de las descargas sobre el desarrollo de conductas de escape. Los perros aprendían la conducta con relativa facilidad. En algunos experimentos el animal no se intentaba escapar sino que soportaba las descargas. Esto llevó al estudio de la Indefensión”.

“Overmier & Seligman (1967) y Seligman y Maier (1967) realizaron una serie de experimentos de laboratorio con perros, a los que exponían a descargas eléctricas incontroladas. Más tarde, los perros fueron sometidos a una tarea de aprendizaje de conductas de escape/evitación en una caja para evitar o escapar de la estimulación aversiva”.

“Los resultados obtenidos indicaron que los perros sometidos a descargas eléctricas incontrolables, mostraban graves deterioros en el aprendizaje de nuevas conductas para evitar o escapar de descargas contingentes a las mismas. Además, estos perros, después de los primeros ensayos, no hicieron ningún movimiento para escapar, aguantando pasivamente los shocks eléctricos”. “Así, –concluye la etóloga– estos autores propusieron el fenómeno de la Indefensión Aprendida (learned helplessness), que postulaba, como nivel inicial de investigación, que cuando los individuos son sometidos a situaciones de incontrolabilidad, éstos, posteriormente, mostrarán una serie de déficits en la adquisición de respuestas exitosas”.

Los perros maltratados se sienten anulados

Alma González, cofundadora de la asociación Animales con Nuevo Rumbo ACUNR, diagnostica que el concepto indefensión aprendida se refiere a “aquellos animales que están anulados, que aprenden a dejarse llevar por las situaciones y no saben tomar sus decisiones. Baja tanto su autoestima que se bloquean y dejan de intentarlo”. “Un perro que ha sido maltratado puede tener distintas reacciones. El miedo es la más común y les hace reaccionar de distintas maneras: huir, quedarse inmóvil o reaccionar ante la amenaza tirando bocados”.

Según apunta, los perros que no se han socializado o que no lo han hecho correctamente son los más proclives a padecer miedos e inseguridades. Pero también los perros que se utilizan para la caza, que no han tenido una relación adecuada con los humanos. El maltrato y la falta de afecto hacia el animal pueden llevarle a una situación de estrés tal que llega un momento que no desean seguir viviendo.

Hay razas, como los Beagles, que en algunos países, entre los que se encuntra España, son criados para realizar con ellos experimentos científicos. Las terribles condiciones en las que viven y el sufrimiento que padecen solo transcienden cuando grupos de activista logran liberarlos, como quedó reflejado en una acción llevada a cabo hace unos años en la localidad italiana de Montichiari (Brescia).

Casos impactantes

Un caso que impactó especialmente a Mónica y que conoció cuando estudiaba el máster en la Universidad Autónoma de Barcelona fue precisamente el de uno de estos Beagles. “Llamaron al hospital veterinario porque su Beagle no mejoraba y querían eutanasiarlo. Fue diagnosticado de síndrome de privación previamente debido a que era un perro rescatado de un laboratorio de experimentación. Cuando fue adoptado su comportamiento fue esconderse todo el día en la casa. Por la noche, cuando la familia dormía, el animal se atrevía a moverse para alimentarse y hacer sus necesidades”. “Este problema de comportamiento se puede explicar por una parte por la indefensión aprendida, porque hiciese lo que hiciese este perro había estado expuesto a estímulos aversivos de experimentación de forma incontrolada”.

“Afortunadamente –sigue contando Mónica–, el caso acabó bien porque cuando la trajeron al hospital el recepcionista dijo que él lo adoptaba. Esta nueva familia se hizo a la idea del problema de este perro y poco a poco el animal fue cogiendo confianza para vivir durante el día junto a la familia”.

Otro caso impactante de los muchos que se podrían contar para ilustrar esta dolorosa patología es el de Leona, un cruce de podenco y bodeguero de cuatro años que llegó a ACUNR en condiciones lamentables. Por su estado dedujeron que acababa de tener cachorros y que después de parir le habían quitado sus cachorros. La abandonaron al terminar la temporada de caza.

Todo delataba que su vida había sido espantosa, sin un ápice de amor. “Si la rozabas el lomo, se hacía pis. No andaba, no se movía, se quedaba pegada a una esquina de la pared, con la mirada perdida a menos de unos centímetros del suelo. Así las 24 horas del día. No quería vivir”, recuerda Carlos Magariños, uno de los educadores que entonces colaboraba con el centro. La perra cayó en manos de Manuela Martín, que con ayuda de Carlos comenzó una paciente labor de recuperación con Leona.

“La indefensión aprendida va acompañada de un déficit de aprendizaje, de respuesta de éxito ante situaciones similares. Generan tal miedo en el perro que no puede escapar, pese a intentarlo”, explica Magariños, que recuerda cómo sostener en brazos a la perra “era como coger un témpano de hielo, rígido desde los cuartos traseros a la cabeza”. El animal solo se acercaba al agua y a la comida al límite de sus fuerzas, y cuando suponía que nadie lo veía.

La importancia de la terapia

Ante una situación tan límite la terapia es la única salvación para estos animales que no quieren luchar por sobrevivir. “Los dos primeros meses de rehabilitación fueron duros porque por más que trabajábamos con Leona no se veían muchas respuestas”, cuenta este educador. Pasado ese tiempo y gracias a la perseverancia notaron que Leona miraba fugazmente y que la pérdida de pelo disminuía. Todo un síntoma de esperanza.

“Decidí aprovechar este pequeño cambio para introducir diferentes estímulos alimenticios según sus acciones y conseguí que comiera de mi mano”, explica Carlos. “También conseguí que dejara de hacerse pis estando con ella y me percaté de que el masaje detrás de las orejas la encantaba, se tranquilizaba, me miraba y cerraba los ojos disfrutando del momento”, añade. El siguiente paso fue cambiarle la cama de sitio para evitar que se quedara acurrucada en la esquina frente a la pared. “Ya era hora de un nuevo esfuerzo”. Funcionó. La perra empezó a comportarse de forma diferente, “asomaba la cabeza cuando llegaba y, aunque volvía enseguida a meterla, cuando iba hacia ella, ya me miraba y movía levemente el rabo”.

Los denodados esfuerzos de Manuela y Carlos dieron finalmente sus frutos. Meses después Leona consiguió lentamente socializarse y hoy está felizmente adoptada. Otros perros no han tenido tanta suerte y han llegado a morir. Sin embargo, los expertos coinciden en que con ninguno debe tirarse la toalla. “Para nosotros no hay casos imposibles, solo casos que pueden llevar más o menos tiempo”, explica la cofundadora de ACUNR. “Hay perros con los mismos síntomas que reaccionan de una manera distinta a las mismas terapias y que evolucionan a distinto ritmo”.

Una de las primeras cosas que hay que lograr –explica Alma–“es el acercamiento, crear vínculo, hacer que el perro adquiera confianza en él mismo para trabajar poco a poco en la socialización con personas y otros perros”. “A pesar de la teoría de varios autores que dijeron en su momento que estos sujetos no pueden desaprender la indefensión aprendida, en la actualidad se realizan terapias psicológicas con humanos con éxito porque es algo aprendido, no es innato. Se trata de aprender nuevos comportamientos que ayuden a resolver los conflictos y fomentar la capacidad del sujeto que puede cambiar las cosas. Es importante que el individuo obtenga resultados positivos con las nuevas conductas para reforzarlas y fortalecer su control frente al ambiente. Si la familia va reforzando estas nuevas conductas el animal irá recuperándose poco a poco. En humanos también se trabaja mucho la autoestima”.

Ahora llega la Navidad y muchas familias compran cachorros como regalos. Algunos de estos animales cuando crecen terminan en otras manos, en albergues o directamente son abandonados. Por eso es necesario concienciar a esas personas, primero, para que no compren, porque implica alimentar un oscuro negocio, sino que adopten. Pero fundamentalmente para que se den cuenta de que los animales que se llevan a casa no son juguetes. Son seres vivos que sufren tanto como los humanos, de los que dependen.

Es difícil imaginar que un animal pueda voluntariamente quitarse la vida, o que decida dejarse morir lentamente. Los científicos solo han constatado este comportamiento activo en algunas especies como las ballenas, los delfines, o los elefantes que al presentir el final de sus días se alejan de la manada para esperar el momento, en un acto íntimo e irremediable. Incluso hay quien sostiene que algunas aves de gran envergadura, como el cóndor, cuando con los años pierden la capacidad de alimentarse, hacen un último vuelo lanzándose contra las rocas para morir.

En nuestro entorno más cercano, entre los animales que suelen convivir con nosotros en casa, hay especies como los perros que más que desear o buscar premeditadamente la muerte, pueden experimentar situaciones de tal sufrimiento o tristeza que no quieren seguir viviendo. Vaya por delante que ningún etólogo, expertos en comportamiento de estos seres, acepta a priori que un perro o cualquier otro animal doméstico tenga capacidad volitiva para el suicidio.