Hace unas semanas, con motivo del Día Internacional de la Mujer, Madrid acogió el encuentro internacional We call it feminism. Feminismo para un mundo mejor, organizado por el Ministerio de Igualdad para analizar el feminismo desde todas las perspectivas y debatir sobre todos los retos sociales desde esa óptica feminista.
Una de las mesas se anunció con el título Crisis climática, ecofeminismo y bienestar animal, incluyendo por primera vez a los animales no humanos en un evento de este tipo y con este calado. Sobre nuestra relación con ellos habló Catia Faria, doctora en Filosofía Moral por la Universidad Pompeu Fabra y miembro fundadora del Centre por Animal Ethics de la misma universidad, y actual profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Trabaja en ética normativa y aplicada, en particular, en cuestiones de ética animal, ética feminista y ética de la Inteligencia Artificial. Su último libro, Animal Ethics in the wild: wild animal suffering and intervention in nature, ha sido recientemente publicado por Cambridge University Press.
No solo era esperanzador poder ver y escuchar a Catia Faria exponiendo sus reflexiones en un encuentro internacional sobre feminismo. Fue emocionante comprobar la reacción que esas reflexiones causaban en el público y escuchar aplausos y ovaciones cuando se refería a los animales no humanos, al antiespecismo. Acostumbradas a que quienes defendemos a los demás animales seamos infantilizadas, ridiculizadas, comprobar cómo esa defensa se asienta de igual a igual junto a la defensa de los derechos de las mujeres fue esperanzador y motivador.
Catia se confesó “un poco abrumada” al ver cómo el bienestar animal formaba parte de una agenda feminista “de esta envergadura” y compartir sofá con Vandana Shiva, la física, filósofa y escritora india que es una de las activistas ecofeministas más reconocidas en el mundo. Por eso agradeció la “valentía” del Ministerio de Igualdad para romper de forma generalizada con lo que supone un “statu quo político, discriminatorio, opresivo” hacia los grupos sociales más marginalizados, “entre los que se incluye claramente a los animales no humanos”.
Con esa premisa recogió el guante que el día anterior había lanzado la ministra, Irene Montero, para “pensar juntas y discrepar juntas”, porque claramente se disponía a “discrepar un poco de algunas cosas”.
Coincidió con los postulados expuestos por las ecofeministas en el sentido de la urgencia de atajar la crisis climática y de enfrentar una “mentalidad patriarcal” amplia que de forma generalizada “lo que hace es devaluar y dominar” todo lo que se asocia al ámbito femenino y, por tanto, el papel que juega el feminismo para luchar contra esa crisis.
También, expuso, hay cada vez una mayor coincidencia en la necesidad de tener en cuenta el bienestar animal para contribuir a resolver esa crisis o al menos mitigar los efectos que genera.
Dado que una gran parte de la discusión se basa en “datos empíricos fácilmente accesibles”, no quiso centrar su exposición en recordar esos datos sino en “replantear un poco los términos de esta discusión”. En primer lugar, propuso “que dejemos de preguntarnos qué pueden hacer los animales no humanos por nosotres en la lucha contra la crisis climática y que pasemos a preguntarnos qué podemos y debemos hacer nosotres por los demás animales mientras luchamos contra la crisis climática y, en realidad, contra cualquier otra crisis de tipo social”.
Con ese enfoque, sugirió “empezar por algo muy básico”, como es preguntarnos “por qué nos preocupa la crisis climática”. La respuesta es, sin duda, que “constituye una amenaza para nuestro bienestar”, es decir, que “nuestros intereses fundamentales en vivir, en no sufrir, y en disfrutar de vidas largas y prósperas están en peligro”. Si formulamos esa cuestión en términos de justicia llegamos a la misma conclusión, nos preocupa que haya una distribución desigual del bienestar, el saber que unas personas sufren más que otras o van a sufrir más que otras las consecuencias de esa crisis climática.
Sin embargo, precisó, “cuando hablamos de bienestar lo reducimos al bienestar humano”, y cuando se reconoce que hay que salvar a otras especies normalmente se enmarca en el “valor instrumental de salvar determinadas especies para garantizar el bienestar humano”. “El ser humano no puede sobrevivir sin la tierra y sus recursos y, por lo tanto, debe salvarlos para salvarse a sí mismo”, es el enfoque con el que se suele incluir a los demás animales al abordar el debate.
Pues bien, “los términos de la discusión deberían ser otros: el bienestar humano y el bienestar no humano son igualmente relevantes, y ambos nos dan razones para luchar en contra de la crisis climática”.
Catia Faria parte de la base de que el propio concepto de ‘bienestar animal’ es “problemático”, es a la vez un pleonasmo (figura retórica que consiste en añadir enfáticamente más palabras de las necesarias para su comprensión con el fin de embellecer o añadir expresividad a lo que se dice) y un oxímoron (figura retórica que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto). Cuando hablamos de bienestar animal, afirmó, por ejemplo, en normativa, “estamos ignorando lo obvio: que los seres humanos también somos animales”, y en la práctica, “de una forma bastante difícil de aceptar para una persona como yo”, se refiere en realidad a “hasta dónde permite la ley no tener en cuenta el bienestar animal, hasta dónde es posible o permisible ignorar el sufrimiento de los demás animales”.
Se ignora incluso que “por definición la muerte es la mayor amenaza para ese bienestar” y nos permitimos hablar de bienestar animal, esto lo añado yo, no Catia Faria, en el caso de animales que son criados exclusivamente con la finalidad de ser asesinados a las pocas semanas o meses de vida. Se habla de bienestar animal, dijo Catia Faria, para hacer referencia en realidad a la “desconsideración de los intereses de animales que, al igual que los seres humanos, quieren vivir, disfrutar de sus vidas y tener una vida libre de sufrimiento”.
“No reconocer este hecho básico es sucumbir a una forma de discriminación por razón de especie, el especismo”, por lo que cualquier lucha, no solo contra la crisis climática, “debe hacerse reconociendo que perseguimos el bienestar tanto para humanos como para no humanos”.
¿Y qué tiene que ver el feminismo con todo esto? Catia Faria citó a Rosi Braidotti para mostrarse “absolutamente de acuerdo” con su tesis de que el feminismo es el movimiento que tiene más recursos políticos para la defensa de los demás animales. Si somos feministas, prosiguió, rechazamos la discriminación independientemente de factores como el género, el color de piel, las capacidades, la posición geográfica o la especie, rechazamos la desigualdad independientemente de quién esté en peor posición, rechazamos la opresión independientemente de quiénes sean las oprimidas, y rechazamos la masculinidad patriarcal independientemente de quién resulte perjudicado por ella. Cada uno de esos rechazos, remachó, nos lleva a rechazar el especismo.
A partir de ahí, cada una elegirá y definirá su estrategia para un proyecto político que podría llamarse de “solidaridad interespecie”, sabiendo, eso sí, que quienes lo hacen desde una posición más privilegiada tienen mayores responsabilidades.
En un encuentro en el que se habló de memoria, de la individual y de la colectiva, Catia Faria quiso recordar que la defensa de los animales, en contra de lo que se afirma habitualmente, se hace sobre todo desde “posiciones sociales marginalizadas”, incluyendo el contexto rural en el que se ubican los santuarios donde las activistas, mayoritariamente mujeres, rescatan a cuidan animales procedentes de la explotación, y los activismos antiespecistas populares negros, indígenas e incluso bajo ocupación. En este punto, citó a Ahlam Tarayra, que dirige Vegan in Palestine, para quien “vivir bajo ocupación no es excusa para usar y explotar a otras criaturas”.
Terminó recordando a la filósofa Judith Butler, que había afirmado en ese mismo encuentro que el feminismo necesita constantemente “formas de desafiarse y renovarse” y debe formar parte de “cada discusión”. Así es, dijo Catia Faria, el feminismo tiene que estar en todas partes, también en el antiespecismo, y el antiespecismo tiene que estar en todas partes, también en el feminismo.
Todas trabajamos para el futuro, concluyó, para un futuro que irán materializando generaciones futuras, y somos responsables de imaginar un futuro “donde pensemos mejor, cooperemos mejor, cuidemos mejor y vivamos mejor, tanto humanos como no humanos”.
1