El mundo de la protección animal se ha construido con las personas que, por espontánea voluntad y no por obligación o deber, han prestado su ayuda ante el abandono y el maltrato que estaban contemplando a su alrededor, es decir, con personas voluntarias.
La primera Ley que enmarca la figura del voluntariado en España es del año 1996. Veinte años después era necesario un nuevo marco jurídico “que responda adecuadamente a la configuración y a las dimensiones del voluntariado en los comienzos del siglo XXI”. Se trató de la Ley 45/2015, que supuso una actualización que resalta la aspiración a un voluntariado abierto, participativo e intergeneracional que pueda promoverse no solo dentro del Tercer Sector, sino que alcance su actuación a empresas, universidades o Administraciones Públicas. Un nuevo marco legal donde tengan acogida todo tipo de organizaciones, y todo tipo de voluntariado con independencia de cuál sea su motivación y el alcance de su compromiso, “un hito importante en su reconocimiento y fomento”.
En la Ley se define el concepto de voluntariado y lo relaciona con actividades de interés general desarrolladas por personas físicas, que tengan carácter solidario, de realización libre, sin contraprestación económica o material. Se entiende que esas actividades contribuirán a mejorar la calidad de vida de las personas y de la sociedad en general y a proteger y conservar el entorno. En los ámbitos de actuación del voluntariado, art. 6. 1. c) Voluntariado ambiental, se contempla la protección de los animales, así como poner en valor las distintas especies.
En paralelo, en el siglo XXI, surge el concepto de ciudadanía global, el hecho de ser conscientes del entorno en el que vivimos y la búsqueda de soluciones para transformarlo, donde la solidaridad y el compromiso guíen los pasos a seguir en un mundo globalizado más justo para todo el planeta. Porque ayudar a cualquier ser vivo es un hecho tan relevante que transforma el mundo, incluido el de los animales.
Existen una serie de premisas que caracterizan los beneficios que reporta ayudar a los demás. La primera de ellas es la satisfacción que genera, proporcionando estados de alegría que mejoran la salud. Según distintos estudios, disminuye la probabilidad de padecer depresión, consolida la autoestima y aumenta la capacidad de empatía -por lo que habrá tanto beneficios físicos como psíquicos-; una segunda reforzará los lazos con la comunidad al estar en contacto con personas con los mismos valores y motivaciones, evitando la sensación de soledad, generando la de pertenencia y creando vínculos; las labores de voluntariado contribuirán a encontrar el propósito que dé sentido a la vida, desarrollando el crecimiento personal; también es una forma de aprender, se desarrollarán cualidades como la responsabilidad, el compromiso, el sacrificio personal, nuevas habilidades y conocimientos que reforzaran la confianza para superar obstáculos; y, entre las premisas más importantes, la satisfacción de aportar algo a la sociedad sin esperar nada a cambio.
Una teoría que idealiza una labor dura, de entrega a los demás, de horas y horas regaladas a una causa, de frustraciones encontradas en el camino cuando el objetivo no se alcanza, de incomprensión por parte de familiares, parejas y amigos. Una labor, en apariencia, ensalzada por la sociedad, pero, ¿qué ocurre cuando esa ayuda no se presta a otra persona sino a un animal? Cuidar a los demás es uno de los actos de amor más generosos que el ser humano puede desempeñar, sin embargo, en la defensa de la causa animal hay una serie de peculiaridades que incrementan el agotamiento de las personas voluntarias. Y es que las diferencias del reconocimiento entre ayudar -como un hecho loable- y ayudar -como un hecho banal- no se encuentran en el hecho en sí, sino en el destinatario final de ese cuidado.
Una de esas singularidades que distinguen este voluntariado de otros muchos es la falta de sensibilidad social ante la labor de defensa de los derechos de los animales, con muestras de rechazo e incomprensión hacia la labor desarrollada, sin olvidar la burla y ridiculización a la que se somete a las personas que la realizan; también, la participación excesiva de unas pocas personas en los cuidados de abandonados y maltratados que está generando una desazón y desánimo evidente tras muchos años de activismo en los que se comprueba que la solución no se ha alcanzado, y la sociedad -que muchas veces convierte a la persona voluntaria en supuesta responsable y no en parte de la solución del problema- sigue dándole la espalda; otra de las características que pesan sobre los hombros de este voluntariado animal es la falta de apoyo de las administraciones públicas, que carecen o no contemplan ayudas suficientes para solucionar el problema y que provoca un importante quebranto económico al tener que afrontar la persona voluntaria -esa figura que no recibe aportación económica por su labor- los rescates, la alimentación, la atención veterinaria y la búsqueda de un hogar donde acoger a los animales rescatados, cuando no el acumular en sus hogares aquellos que nadie quiere acoger.
Incluso, llegando a la ruina económica cuando deciden fundar un refugio y las ayudas no alcanzan para sufragar los gastos que ocasionan el creciente número de habitantes con el decreciente número de medios para atenderlos. Eso sí, las exigencias innumerables de la ciudadanía son algo mayores hacia estas personas voluntarias que hacia las instituciones públicas que son las verdaderas responsables de esa tarea. Las catástrofes sacan a la luz la labor de estas personas como solución a problemas que ninguna institución podía resolver en tiempo y forma. Algo que sufren las personas que atienden a los animales desde hace muchas décadas, es decir, que afrontan aquello que la administración no es capaz de atender con sus propios medios.
Uno de los pilares de la ayuda a los demás es la reciprocidad, la recompensa emocional que se espera por parte de ese igual al que se ayuda. En el mundo animal comprobar que la vida de ese ser vivo ha cambiado para siempre será la compensación, pero ¿es suficiente esa gratificación cuando esta dedicación es diaria, continua y sin descanso? La frustración que se sufre por no alcanzar el objetivo de minimizar el abandono y el maltrato, unido al rechazo social y la falta de reconocimiento a su labor, el menoscabo de la economía familiar, el aumento de la familia animal tras cada rescate, y la falta de tiempo para dedicarse al autocuidado provocan un agotamiento emocional importante al no ver una salida para seguir protegiendo a los seres que preocupan.
Nazaret Iglesias García, psicóloga y directora de Dana Centro de Psicología, explica por qué es importante el autocuidado en las personas que cuidan a los demás. “Es habitual que al desempeñar el rol de cuidador, éste solo atienda las necesidades de quien está a su cargo descuidando las suyas propias. Este hecho da lugar a un deterioro físico, mental y/o social denominado fatiga del cuidador, lo que reduce significativamente su calidad de vida pudiendo desencadenar un cuadro de ansiedad, estrés o depresión. A largo plazo, no quedan cubiertas las necesidades del cuidador ni de la persona cuidada”.
Fue Richard Figley, doctor y director del Instituto de Traumatología de la Universidad de Tulane (Nueva Orleans), quien estableció el término 'fatiga por compasión' como consecuencia de una exposición prolongada al estrés por compasión, un daño colateral de entrega a una causa, en especial la animal.
La sociedad ha contemplado este problema de agotamiento, estrés y sentimiento de tristeza y soledad que provoca el cuidado a los demás, y se empiezan a aportar programas para paliar esta necesidad básica e imprescindible en la sociedad. La Fundación Pere Tarrés ha implementado un programa de Gestión emocional para personas cuidadoras no profesionales de personas con dependencia, en el que se forma para ofrecer apoyo y orientación a los cuidadores no profesionales y generar un espacio de relación e intercambio de experiencias. Una herramienta imprescindible para el autocuidado de personas que se dedican a acompañar y cuidar a otras durante su vida, y necesaria al comprobar el agotamiento y estrés que sufren los voluntarios al realizar la labor de cuidar a los demás.
La Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, en la Cátedra de Animales y Sociedad, cuyo objetivo es desarrollar y poner en marcha actividades y/o proyectos de investigación asociados y enmarcados en el ámbito de la difusión de los principios de bienestar animal, estudiando los efectos de la vinculación entre el ser humano y los otros animales y desarrollando programas de promoción de la salud, tiene entre su formación un seminario solidario para visibilizar el síndrome de la fatiga por compasión, frecuente entre personas cuidadoras y rescatadoras de animales. Indica que la dolencia puede aquejar a personas que mantienen un contacto prolongado con el sufrimiento de los animales no humanos, como personal de clínicas veterinarias y voluntariado en refugios o santuarios.
La psicología contempla también soluciones y Nazaret recomienda una serie de consejos para que el autocuidado sea efectivo. “Es importante que la persona cuidadora se asegure un tiempo de descanso de calidad, que realice ejercicio físico, cuide su alimentación y dedique tiempo a las interacciones sociales fuera del ámbito de cuidado para no sentirse solo o aislado. También es fundamental aprender a poner límites y buscar ayuda psicológica si se considera necesario”, ya que el autocuidado da resultado. “Si el cuidador se garantiza un bienestar basado en las pautas dadas en el punto anterior, podrá cuidar mucho mejor de la persona o animales a su cargo no experimentando el agotamiento físico y emocional característico de este rol tan exigente, además de no tener el sentimiento de estar aislado y de tener como único objetivo vital el cuidado”.
Pierpaolo Donati, Alma Mater Professor (PAM) de Sociología en el Departamento de Política y Ciencias Sociales de la Universidad de Bologna, en Italia, es el fundador de la teoría relacional que afirma que la sociedad no incluye relaciones entre personas, sino que consiste en ellas. En su estudio El cuidado del otro como relación social, establece que la esencia del cuidado de quienes necesitan ayuda consiste en una cierta relación, en dar y recibir de una cierta forma, en crear una determinada relación social. Añade que lo que falta en la sociedad actual no son tanto los recursos materiales y tecnológicos, sino las habilidades relacionales para acoger, apoyar e integrar socialmente a las personas en dificultad. El cuidado del otro se confía cada vez más a las nuevas tecnologías y a los mecanismos de bienestar impersonales, mientras que las relaciones sociales interpersonales se vuelven cada vez más débiles, líquidas e inaccesibles. Las consecuencias son evidentes en la pérdida de la solidaridad social y en el deterioro humano. Requiere en su estudio un cambio social, ante todo cultural, que ponga de manifiesto, en lugar de ocultar, el carácter relacional de la necesidad humana y, correlativamente, de la respuesta necesaria.
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