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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Sobreviviendo al fuego

Rae Harvey asistiendo a un canguro tras el incendio que arrasó su santuario en Australia.

Ibon Pérez

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El coronavirus ha desplazado los incendios de Australia de los informativos, mientras el país intenta recomponerse tras los graves fuegos.

El hábitat natural de los koalas continúa ardiendo. Aunque las lluvias y tormentas de los últimos días les han dado una pequeña tregua -sobre todo, en el norte-, las precipitaciones no consiguen apagar en su totalidad los más de 62 incendios que seguían activos hace alrededor de una semana. El panorama es desolador: desde julio del año pasado han muerto 28 personas, las vidas de 1.000 millones de animales han sido sesgadas por las llamas y en Nueva Gales del Sur, el estado más afectado, hay calcinadas más de 10 millones de hectáreas.

Es una emergencia nacional que los bomberos intentan reducir a cenizas uniendo todas sus fuerzas: 2.000 profesionales están actuando para extinguir las kilométricas hogueras. Aún quedan brasas que arden a fuego de carbón y zonas que siguen quemándose.

Los expertos en medio ambiente creen que los efectos en la vida silvestre son irreversibles, y desde la Comisión Nacional de Salud Mental (NMHC) se estima que el impacto de los incendios forestales podría acarrear traumas de hasta cinco años en la población cuando finalice el desastre. Una población que está enfadada. Para complicar la situación, se teme a las inundaciones y al paso de un ciclón.

En tanto que unos apagan los inmensos fuegos, otros sacan fuerzas para afrontar la dura tarea de la reconstrucción, física y emocionalmente hablando. Hay tanta destrucción alrededor que los habitantes de los territorios afectados no saben por dónde empezar a restaurar lo dañado.

Devastación en primera persona

La mayoría de las carreteras de Nueva Gales del Sur parecen cementerios, a pesar de que ya han sido retirados los cadáveres carbonizados de vacas, canguros y koalas.

Uno de esos caminos luctuosos conduce al santuario de canguros Wild2Free, en el corazón del bosque estatal de Mogo. En ese lugar, la devastación convive con la esperanza. Varios voluntarios amontonan unos cimientos calcinados sobre un furgón, al tiempo en que otros fijan la que va a ser la nueva estructura, hecha de metal y de madera proveniente de árboles que han encontrado diseminados por el suelo, ya sin vida. “No queremos causar más daño al ecosistema y, en vez de talar árboles, reutilizamos troncos muertos que nos cede la naturaleza”, explica uno de ellos.

En la víspera de Año Nuevo, mientras la gente se preparaba para dar inicio al 2020, fueron los protagonistas no deseados de un episodio que prefieren olvidar. Rae Harvey, responsable del refugio, conmovía a todo el mundo al viralizarse un vídeo en el que se la veía rompiendo a llorar de impotencia ante los estragos que causó el incendio en su santuario. En estado de shock, anduvo deambulando durante horas, buscando supervivientes sobre la superficie chamuscada. No dejó metro sin recorrer.

A poco más de un mes de la tragedia, no es consciente de la conmoción que provocó ese momento en la red, cuando el instante en el que se emocionaba se difundió rápidamente en Twitter, Facebook o Youtube. Ella no ha podido ver las imágenes todavía pero admite que si las viese le dolería revivir ese trance. “Aquí no tenemos electricidad ni señal de televisión”, me cuenta, “nos cuesta estar informados”.

Desde ese episodio, que estuvo a punto de echar por tierra su pasión y el voluntariado, ha recibido miles de mensajes, aunque no puede contestarlos con la rapidez que le gustaría. “Tenemos grandes planes para el nuevo santuario, estamos recuperando el agua caliente”, anuncia entusiasmada.

En los últimos años, Harvey se ha dedicado en cuerpo y alma a rescatar y rehabilitar a canguros heridos. Empezó el voluntariado poco a poco: “Primero habilité mi domicilio para la causa y levantamos un albergue para animales en la tierra colindante”.

Al igual que otros ciudadanos de la zona, ante la imparable amenaza de las llamas que acechaban el refugio, Rae tuvo que ser evacuada. La cuidadora quedó atrapada en un muelle de madera, contemplando el fuego que devoraba todo a su paso. Las vías para acceder a su refugio estaban bloquedas y no estuvo a salvo hasta que un vecino la rescató en un bote.

No le quedó más remedio que contemplar, impotente, cómo su santuario estaba siendo pasto de las llamas. “Pensaba en los canguros”, recuerda. Ellos eran todo lo que tenía en la cabeza mientras observaba el humo y el fuego. Se propuso que al volver a casa trataría de transmitir a los animales una sensación de normalidad. “Son parte de mi familia y quería comunicarles con mi presencia que todo iba a salir bien”, se justifica. “La casa también era su santuario y verla incendiarse debió de ser muy traumático para ellos”, agrega.

Rae se refiere a los canguros como “familia”. “Sé que mucha gente no lo entenderá pero cada uno de los marsupiales tiene una personalidad única e irrepetible”, aclara.

Pensó que todos iban a morir por el humo. “El fuego era tan apocalíptico que parecía más un tornado que un incendio”, describe. “Solo necesitaba un superviviente. Si solo hubiese sobrevivido uno de los canguros sería suficiente para llenarme del valor necesario para regresar y reconstruirlo todo”, asegura con la determinación de quien tiene un objetivo claro.

Son menos en la familia

Del centenar de animales que Rae cuidaba con sus propias manos, solo han sobrevivido 24. Cuando los encontró, la mayoría de ellos tenía signos notables de deshidratación y quemaduras de considerable gravedad por todo el cuerpo.

Haciendo recuento, Harvey muestra su preocupación por un ualabí salvaje que está herido y al que están haciendo curas. “Tenemos cinco canguros con quemaduras menores y otros tres que presentan quemaduras graves”, especifica la cuidadora. “Lo peor es cuando el veterinario tiene que aplicar la eutanasia”, se sincera. “A uno hemos tenido que sacrificarlo y hay otro que podría no sobrevivir, aunque esperamos y deseamos que se salve”.

La cara amable de la catástrofe la aportan los canguros que ya se han recuperado. “¡Son increíbles!”, dice Harvey, “lo celebran saltando”.

La gente de Wild2Free (traducido al español significa algo parecido a 'salvajes para ser libre') había elegido una propiedad en la que había abundante agua para levantar su santuario. “Hacía mucho calor y había viento antes de que llegase el fuego real”, narra la animalista. Los termómetros llevaban meses sobrepasando los 45 grados. “Los canguros odian las altas temperaturas y muchos se refugiaban en el agua”, detalla Harvey.

Pérdidas millonarias

Además de tener que despedir así a los canguros con los que se habían encariñado, calculan pérdidas económicas de unos 2.000.000 de dolares australianos (AUD). “Toca sentarse y hacer cuentas”, piensa en voz alta. “Mi casa se encontraba en el edificio aledaño y, con todas mis pertenencias abrasadas, estimo un daño de 1.800.000 dólares”, explica, visiblemente afectada.

El Gobierno de Australia no les da una solución. Admite que han sido contactados por funcionarios de la Administración, pero “sin ningún objetivo centrado en el bienestar de la vida silvestre que nosotros defendemos”.

Hacen acopio de provisiones porque, afortunadamente, están recibiendo muchos suministros médicos gracias a los donativos de gente solidaria. Sin embargo, les faltan medicamentos que no se pueden obtener sin recetas. “Es una zona donde los productos no están disponibles”, se lamenta.

Por delante les queda un año de trabajo para que todo vuelva a la normalidad. Pero Rae Harvey está esperanzada: el santuario renacerá de sus cenizas.

La suya es una historia más de las que se viven en un país azotado por las llamas. La sequía, en un país con un clima tan caluroso y seco, lo empeora todo.

Koalas apilados y quemados

Si el desastre medioambiental no fuese suficiente en el sur del país, aún se le añade la maldad humana.

En los últimos días, han aparecido en Victoria más de 80 koalas masacrados (cientos más, según animalistas locales). Los animales habrían muerto de hambre, o aplastados por la tala de un bosque de eucaliptos azules. Por si no fuese suficientemente espantoso, personas que no han sido identificadas apilaron sus cuerpos y les prendieron fuego.

En declaraciones exclusivas para El caballo de Nietzche, activistas denuncian la existencia de intereses ocultos en ese terreno. Según un portavoz que quiere permanecer en el anonimato, “alguien se está beneficiando con la explotación de esos recursos, y este es un buen negocio”. Son críticos con el Gobierno australiano, que consideran está haciendo la vista gorda. “¿A qué empresarios intentan beneficiar?”, preguntan. Su postura es firme. “Otros países deben hacer presión a nuestros organismos federales para que se detenga el asesinato indiscriminado de vida silvestre y para que hagan políticas contra el cambio climático”, sentencian.

¿No es suficiente la ferocidad de los fuegos para que la acción de los humanos arrase lo poco que queda? La emergencia climática de los fuegos de Australia o de la Amazonía brasileña es una cuestión global.

NOTA: Quien lo desee, puede colaborar en la reconstrucción del refugio y el cuidado de los canguros aportando un donativo a través de Paypal, tal y como indica la web de WILD2FREE. También está activa una campaña en GofundmeWILD2FREE campaña en Gofundme

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Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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