El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
'Bienestarismo' equidistante o rituales sin aturdimiento: la matanza animal a debate
La justicia europea avaló en diciembre que los países miembros prohibían los sacrificios halal y kosher. ¿Esto cambiaría algo la matanza? Poco o nada
El cordero 0094 hace cola junto a los suyos en una pasarela estrecha en la que solo puede avanzar. Está confuso, desorientado, tiene miedo. Son sus últimos minutos de vida y los pasará angustiado en un matadero cualquiera de los miles que hay en la UE.
Si bien nuestro cordero solo es un número para la industria, su sufrimiento es y será real, tan real como lo sería el nuestro si estuviéramos en su piel. Él morirá junto a varios miles, pero ocurrirá lo mismo que con las víctimas de aquel atentado en África o las de ese genocidio en el sudeste asiático: su grito de auxilio no se oye o, mejor dicho, no se quiere oír.
Todo el dolor de una miserable vida cautivo en un granja se desvanecerá, su muerte se convertirá en un número y este se disolverá en una estadística que leeremos y olvidaremos con la misma facilidad. La quiero repetir de nuevo. Cada día son asesinados siete millones de animales en los mataderos europeos. Son datos del Eurostat. Siete millones al día, ochenta cada segundo. Busquen cuántas personas viven en su comunidad autónoma.
Desde el punto de vista de la dinámica capitalista –que el coste marginal del producto fabricado tienda a cero– es evidente que los engranajes del sistema lucrativo de 'cría–engorde–matanza–venta' funcionan a la perfección para los intereses económicos de la industria –no así para el interés de los animales, claro–. Dicho esto, en este artículo obviaremos todo el dolor de los procesos de cría y engorde y nos centraremos solamente en la matanza; en concreto, en el momento preciso de su muerte y lo que la justicia europea ha dictaminado al respecto.
A grandes rasgos, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) dio la razón a las entidades animalistas flamencas que promovieron una ley, en vigor desde 2017, para evitar que los matarifes ejecutaran a los animales sin aturdirlos –dejarlos inconscientes– previamente. La idea es que los mal llamados animales de granja no sufran en el preciso instante de su muerte. La sentencia es de lo más interesante porque se tiene que mojar sí o sí: o da la razón a los animalistas o se la da a los religiosos.
Y es que quien se opuso a esta ley fueron las comunidades judía y musulmana: sus rituales milenarios de matanza requieren que el animal esté vivo y consciente antes de empezar el rito. En los próximos dos apartados se describe en qué consisten estos sacrificios. Para aquellas personas que prefieran saltarse esta explicación, se pueden hacer una idea de en qué consisten los ritos si les digo que se parecen a la tradicional y españolísima matanza del cerdo. Pero sin cerdo, por supuesto.
La matanza halal
En la tradición musulmana todo aquello halal es lícito, mientras que lo que prohíbe la ley islámica –bebidas alcohólicas, carne de cerdo, pornografía, etc.– se considera haram o prohibido. Bien, pues para que la carne sea considerada halal por aquellos que profesan el islam, el animal debe ser asesinado por un matancero musulmán experimentado que sepa ejecutar el rito.
Antes de nada debe comprobar que el animal está vivo y consciente. Tras invocar a Alá y orientarlo hacia la Meca, el matarife le da un golpe seco en el cuello con un cuchillo afilado. La dificultad está en que debe seccionar completamente la yugular y la carótida, pero sin dañar la medula espinal. Corderos, terneros y gallinas halal deben desangrarse del todo y lo más rápido posible –la sangre no es halal–. La agonía final de estos animales, a menudo vivos hasta pasado un buen rato, es intrínseca al rito porque la mayoría de los imanes no permiten atenuantes o aturdimientos reversibles como los que veremos más adelante.
La matanza kosher
En el caso de los judíos, el ritual kosher –o shejitá– no es menos atroz. En este caso, se sigue el exhaustivo proceso descrito en el Yoré Deá. De forma muy, pero que muy resumida: con dos dedos de la mano izquierda en la boca del animal y sujetando con la derecha un cuchillo especial, el matarife –o shójet– debe cortar la arteria carótida y la tráquea y, acto seguido, colgar al animal agónico boca abajo, por las patas traseras, para que se vaya desangrando.
El shójet debe ser extremadamente diestro con el chalif –el cuchillo en cuestión– y evitar las cinco “técnicas prohibidas” que echarían a perder la carne porque entonces ya no sería kosher.
Tradición y anacronismo
Alguien puede pensar que la selección sobre qué animales son halal o kosher es arbitraria, absurda e incluso especista –cerdo no, ternera sí– porque así está escrito en unos libros antiquísimos llamados Corán y Torá. No es ese el foco del debate, sino entender por qué estas religiones tienen unos ritos tan específicos, sagrados y desfasados sobre cómo ejecutar animales no humanos.
Sobre el shejitá judío, por ejemplo, un estudio publicado por la British Veterinary Association señala que “la caída drástica y rápida del flujo sanguíneo cerebral inmediatamente después de la incisión del shejitá inactiva la corteza cerebral, privándola de su suministro de sangre, lo que lleva a una rápida pérdida del conocimiento”. Supongamos que eso es cierto.
Sin entrar en el debate científico y sin demasiado entusiasmo, podríamos llegar a aceptar que esta es la forma más misericordiosa de matar a un animal cuando solo disponemos de un cuchillo, cosa que no ocurre desde que descubrimos el sílex, siendo los homo habilis más espabilados del Paleolítico superior. Bromas –aunque con su rigor histórico– aparte, resulta inadmisible en este siglo, como veremos a continuación, justificar, primero, la muerte de un animal para comerse su cadáver y, segundo, que esa sea la mejor manera de hacerlo.
Libertad de culto contra bienestar animal
En su defensa, las comunidades judía y musulmana argumentaron que la prohibición de los sacrificios sin aturdimiento y, por consiguiente, de sus ritos de matanza, vulnera un derecho fundamental como lo es el de la libertad de culto. El abogado general de la UE, esa figura a quien el tribunal sentenciador hace caso en el 80% de los casos y que tuvo su momento en el Estado español al posicionarse a favor de la inmunidad de Oriol Junqueras, se inclinó por dar la razón a los religiosos.
El abogado subrayó en su escrito que la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE defiende la libertad religiosa como derecho superior –articulo 10– y que éstos no pueden ser limitados por un derecho relativo como es el “bienestar animal”. A nivel jurídico es un argumento consistente, pues por desgracia los animales no pintan nada en la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE y su bienestar se limita, en este debate, a un mero acto de misericordia previo a rebanarles el cuello igualmente.
Por otro lado, está claro que prohibir esos ritos es, en efecto, un ataque a la libertad de culto. De hecho, la sentencia es tajante en ese sentido: “Al imponer (…) en contra de lo establecido por los preceptos religiosos de los creyentes judíos y musulmanes, el decreto conlleva una limitación del ejercicio del derecho a la libertad de estos creyentes de manifestar su religión”.
Entonces, ¿cómo es que el TJUE ha avalado la ley flamenca? ¿Cómo ha ponderado el bienestar animal por encima de un derecho fundamental como la libertad de culto? He aquí los fragmentos clave de la sentencia:
“En primer lugar, las medidas contenidas en el decreto [de prohibición] permiten garantizar un justo equilibrio entre la importancia concedida al bienestar animal y la libertad de los creyentes judíos y musulmanes de manifestar su religión. (…) La obligación de aturdimiento es adecuada para alcanzar el objetivo de fomento del bienestar animal”.
“En segundo lugar (…) se alcanzó un consenso científico sobre el hecho de que el aturdimiento previo constituye el medio óptimo para reducir el sufrimiento del animal en el momento de la matanza. En tercer lugar (…) el legislador flamenco se basó en investigaciones científicas y quiso privilegiar la práctica de matanza permitida más moderna. Seguidamente, el Tribunal de Justicia pone de relieve que el legislador tuvo en cuenta un contexto social y legislativo en evolución, caracterizado por una creciente sensibilización respecto a la problemática del bienestar animal. Por último, (…) el decreto no prohíbe ni obstaculiza la comercialización de productos de origen animal procedentes de animales sacrificados conforme a una práctica ritual cuando esos productos sean originarios de otro Estado miembro o de un tercer Estado.”
Y con esta ensaladade argumentos, el máximo intérprete de la ley de los 27 países de la Unión Europea, incluidos los tribunales constitucionales, abre la puerta a que el resto de países hagan un copia-pega de la ley flamenca y se ponga fin a la matanza sin aturdimiento en la UE.
Una duda razonable
Ahora bien, si miramos la foto completa hay cosas que no cuadran. Empecemos por el caso de Flandes, Bélgica. Aunque para los animalistas sea una buena noticia, no deberíamos menospreciar la compleja situación en la que se encuentran los y las musulmanas en Europa, con el racismo e islamofobia más vivos que nunca y alimentados por una ultraderecha desatada.
En pocos años, un país moderno como Bélgica pasó a ser “la cuna del terrorismo yihadista” y “un Estado Islámico en el corazón de Europa”. Al estigma y la represión que ello conlleva para las personas creyentes, súmenle que un día te prohíben el velo integral y al día siguiente declaran ilegal un ritual de tu religión que te prohíbe comer como lo has hecho siempre. Pensarás, como tantísimos musulmanes, que lo hacen para borrar el islamismo poco a poco de la place publiquey que nada tiene que ver eso con el bienestar animal.
El caso del shejitá, el ritual de los judíos, también hay que contextualizarlo. Si nos paramos a mirar qué países europeos han prohibido la matanza sin aturdimiento nos encontramos con 7 de los 27. Son Noruega, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Suiza, Bélgica y Eslovenia. Las sombras aparecen cuando nos fijamos en la fecha de prohibición de las matanzas sin aturdimiento. En la mayoría se aprobó en los años 30, cuando el antisemitismo rompió cristales por todo el continente y el bienestar animal no estaba en la agenda de nadie. Alemania, en 1933, prohibió la matanza kosher aduciendo que era un método cruel, pero el uso del animalismo por parte de Gobbels y Goering daría para otro artículo.
La matanza 'bienestarista'
En la Unión Europea, las personas que se autodenominan cristianas son el 75% de la población y, junto a los que afirman no sentirse afiliados por ninguna religión, el 18%, representan el 93% de los consumidores europeos. A estos les da igual si el animal que se comen ha mirado a la Meca o a Cuenca antes de ser sacrificado, pues no hay ritual que seguir para considerar apta la carne. Eso sí, del último eurobarómetro sobre bienestar animal, publicado en 2015, se infiere que la cuestión del bienestar animal despierta cada vez más interés entre la ciudadanía y que desea saber más sobre los animales que consume, sus condiciones de vida y cómo mueren.
A nadie que se le escapa que, en la última década, la ciudadanía ha exigido transparencia al sistema 'cría–engorde–matanza–venta'y se ha disparado el número de personas que ha decidido no participar en él, bien renunciando a comer carne –vegetarianismo– o bien renunciando a consumir cualquier producto de origen animal –veganismo–. Descontando estos dos colectivos, veamos cómo se regula la matanza que afecta a la carne que consume ese 93% europeo.
Se trata del reglamento 1099/2009 del Consejo Europeo relativo a la protección de los animales en el momento de la matanza –el más avanzado en materia de bienestar animal del mundo– que ya empieza admitiendo que “la matanza puede provocar dolor, angustia, miedo u otras formas de sufrimiento a los animales, incluso en las mejores condiciones técnicas disponibles”.
Pese a todas las críticas que merece este reglamento, es de agradecer que no esconda lo que no se puede esconder: el sufrimiento de los animales concebidos para el consumo de su carne es del todo inevitable por mucho que se regule a favor de su bienestar.
El resto del reglamento es una serie de despropósitos que difícilmente puede defender alguien que entienda el bienestar animal como la protección integral de los animales desde su nacimiento hasta su muerte natural, y no una forma de cubrir el expediente para poder etiquetar un pedazo de cadáver envasado con una pegatina en la que pone que se ha tenido en cuenta el Bienestar Animal.
Estas son las formas de aturdimiento legales y presuntamente 'bienestaristas', porque esto es de lo que estamos hablando: “exponer el cerebro (del animal) a una corriente que genere una forma de epilepsia generalizada en el electroencefalograma” o bien “dar un golpe fuerte y preciso en la cabeza que produzca daño cerebral grave”. También se habla de cómo tienen que ser los “baños de agua eléctricos para las aves” y las cámaras de gas, que suenan a puro nazismo: se detalla la proporción letal de dióxido y monóxido de carbono a administrar, así como inyecciones letales, formas de dislocación cervical y la infame “trituración inmediata de todo el animal, aplicable a polluelos de hasta 72 horas y huevos embrionados”.
Por si no hubiera suficiente, desde Eurogroup for Animals alertan de que los animales no siempre quedan aturdidos durante el proceso. Hay multitud de ejemplos. En el caso de los baños de agua eléctricos utilizados para aturdir a gallinas y pavos, las aves pueden levantar la cabeza antes de entrar al agua, o puede haber dificultades para alcanzar el amperaje adecuado para cada ave que entra al baño de agua.
Otro método, el aturdimiento con CO2 de alta concentración, “causadolor y angustia a los cerdos desde la primera exposición al gas hasta la pérdida del conocimiento”. Sin embargo, pese a que el proceso puede tardar un minuto en completarse, se utiliza en la mayoría de los grandes mataderos de cerdos de la UE, ya que permite “operaciones más rápidas y una calidad de carne más uniforme”.
¿Entonces qué?
Por supuesto que no defiendo la matanza sin aturdimiento de musulmanes y judíos, pero entiendan que su prohibición me genere cierta apatía si la alternativa es esto. El 'bienestarismo' como equidistancia, como forma de pasar página sin resolver el problema. La crueldad sigue ahí por muchos certificados que se saque de la manga la UE.
Creer que se puede evitar el sufrimiento animal comiendo animales es cuanto menos absurdo y eso que aquí nos hemos limitado a hablar sobre los últimos minutos del cordero 0094. Otro día hablaremos sobre cómo ha sido su vida. Mientras tanto, enmendemos la totalidad de este macabro sistema.
El cordero 0094 hace cola junto a los suyos en una pasarela estrecha en la que solo puede avanzar. Está confuso, desorientado, tiene miedo. Son sus últimos minutos de vida y los pasará angustiado en un matadero cualquiera de los miles que hay en la UE.
Si bien nuestro cordero solo es un número para la industria, su sufrimiento es y será real, tan real como lo sería el nuestro si estuviéramos en su piel. Él morirá junto a varios miles, pero ocurrirá lo mismo que con las víctimas de aquel atentado en África o las de ese genocidio en el sudeste asiático: su grito de auxilio no se oye o, mejor dicho, no se quiere oír.