Friedrich Nietzsche abrazó al caballo exhausto y vencido que azotaba un cochero la mañana del 3 de enero de 1889, en Turín. Herido –el filósofo– en lo más profundo de su alma, rompió ese día con la humanidad y abominó de ella y de su implacable voluntad de dominación. Más de un siglo después, la tarde del 13 de agosto de 2015, un cochero mataba a uno de “sus” caballos: sufrió un ataque al corazón tras seis horas tirando de un carruaje para turistas bajo un sofocante calor. No fue en la Turín decimonónica, sino en la Barcelona cosmopolita y abanderada de los derechos animales.
El caballo en cuestión se llamaba Neret y volvía a su casa después de una ardua jornada laboral –si es que se puede llamar jornada laboral a un día de trabajo esclavo–. Neret dormía en una cuadra de la hípica municipal, al pie de la montaña de Montjuïc. Un centro que, bajo el nombre de Escuela Municipal de Hípica 'La Foixarda' y cuya concesión está adjudicada a la empresa Montjuïc Horses SL, se dedica a la “explotación de un negocio de hípica consistente en el pupilaje de caballos, cría, compraventa de équidos, enseñanza, competición, cursos de verano, doma y enganche de carruajes”. La subvención de esta hípica municipal asciende a 483.800 euros, según firmaron hace unos días la empresa adjudicataria y el Ayuntamiento de Barcelona.
La muerte de Neret llevó al consistorio liderado por Ada Colau –y con Janet Sanz como concejala competente– a no renovar dos años más tarde la última licencia en vigor para carrozas turísticas. El 1 de junio de 2017 se acabaron los tours de guiris por Las Ramblas y también los paseos con poni en el Zoo de Barcelona. Sin embargo, no terminó la explotación de los caballos de la ciudad, que sigue abusando de ellos para usos policiales, festivos y deportivos. Y todo ello regado con dinero público.
Vayamos por partes. Existen suficientes motivos para oponerse al trabajo forzado de los animales no humanos, especialmente inexcusable cuando existen alternativas más que viables. El estrés e infelicidad de una vida de agotamiento físico, el miedo y la angustia por el castigo y las tareas a las que deben enfrentarse por obligación, la muerte prematura porque ya no son “útiles”, la cría forzada, la castración caprichosa de su “amo” y un largo etcétera de prácticas aberrantes forman parte del día a día de los équidos domesticados.
Lo son las frecuentes heridas en las pezuñas por los trabajos forzados, así como en las mejillas y boca (para obligar al caballo a hacer un giro). Las espuelas, trallas y fustas representan verdaderos símbolos de opresión; lo fueron cuando Catalunya prohibió el circo con animales y lo siguen siendo ahora, pues se usan impunemente en el adiestramiento de caballos para el entretenimiento, tanto en fiestas populares como en la práctica de deportes ecuestres.
Por último, y teniendo en cuenta su dolor y sufrimiento físicos, tampoco se puede obviar que el hábitat natural de los caballos son los extensos terrenos con pasto –así viven los caballos en libertad, comunes en América y Asia– y su vida en manada. En una hípica, lejos de esa vida familiar, los caballos viven en un encierro casi permanente, en celdas compartimentadas en las que la socialización y la vida en comunidad son inexistentes.
En resumen, violencia y dominación son dos conceptos necesarios para la doma y montura, un acto cruel que ya no puede estar justificado: aprovecharse del esfuerzo y sufrimiento de un ser considerado inferior es inmoral. Y deben llamarse las cosas por su nombre: esclavismo y maltrato, sea cual sea la especie explotada, humana o no humana.
Dejando esto claro de antemano, repasemos brevemente las diferentes formas de explotación a las que se somete todavía hoy al caballo –entiéndase también, a la yegua– por su extraordinaria condición física, su potencia y tenacidad, en una ciudad como Barcelona. No es cuestión de ensañarse con una o con otra ciudad –no será muy diferente el caso de Madrid, Valencia o Sevilla– sino de subrayar las contradicciones de las urbes y subir el precio de la etiqueta ‘animal friendly’, que tanto gusta a los políticos de todos los colores.
El caballo “policía”
El primer ejemplo de explotación es el de la Unidad Montada de la Guàrdia Urbana y su más de siglo y medio de historia, que impiden a la alcaldesa atreverse a disolverla. Así que, mientras tanto, como miembros de una unidad policial, alrededor de 30 caballos son puestos a trabajar cargando al policía de turno, patrullando por los alrededores del zoo y la Ciutadella, y en agobiantes desfiles y actos protocolarios en los que, por eso de las costumbres bárbaras, se siguen montando caballos.
No hace falta redundar en los argumentos en contra del trabajo esclavo animal y del maltrato indisociable de éste. Pero si la vía de la ética animal no fuera suficiente, en este caso cabe recordar que la unidad montada de la Guàrdia Urbana, tan anacrónica como prescindible, tiene un coste de tres millones de euros al año. Un apunte tragicómico: el servicio de recogida, transporte y gestión de las heces de los caballos de la Guàrdia Urbana cuesta a los barceloneses 42.749,30 euros anuales, según el último contrato adjudicado en 2019 por el consistorio.
La supresión de esta unidad o, todavía mejor –y aunque suene a provocación no lo es–, la creación de una Unidad Montada en Bicicleta como la que hay en Carolina del Norte, sería una apuesta interesante y ejemplarizante, dada la sensación de poco respeto que tienen los ciclistas por los viandantes, de acuerdo con la última encuesta barómetro de la bicicleta (página 114). Aunque la tendencia es positiva, uno de cada dos ciudadanos considera que los ciclistas no son respetuosos con los peatones.
El caballo “de tiro”
Otra batalla entre tradición y modernidad –en la que curiosamente siempre salen perdiendo los animales– es la tracción de carruajes para celebraciones y desfiles. Es esa misma humanidad de la que Nietzsche renegaba, la que se empeña en que un acontecimiento feliz tiene que ir acompañado de maltrato animal. Ocurre en los banquetes, en las barbacoas y en las butifarradas populares, donde se sirven cadáveres asados entre risas y abrazos (los antiespecistas catalanes tienen, al menos, calçotades en primavera y castanyades en otoño).
Pues bien, ese sesgo antropocentrista de la humanidad es la que ve “bonito” que haya caballos cargando carruajes en espacios tan estresantes y caóticos como los desfiles de los Reyes Magos, las fiestas tradicionales de Sant Medir, Els Tres Tombs o la Feria de Abril. ¿Qué necesidad tiene el Ayuntamiento de Barcelona de avalar tanta crueldad?
Tampoco se trata de robar la Navidad, sino de apostar por alternativas que no pasen por el maltrato animal y que son igualmente espectaculares, como los carruajes eléctricos tirados por marionetas autómatas con forma de caballo –y hasta de unicornio, si se quiere– o de inspirarse en los vistosos coches a pedales de Yogyakarta, en Indonesia, iluminados para el embobe de los más pequeños. Tal vez no sean del gusto de Cayetana Álvarez de Toledo, que no le perdonaría jamás a Manuela Carmena que su hija le dijera que el traje del rey Gaspar no era de verdad, pero un desfile sin caballos maltratados es un paso adelante para criar una sociedad más justa.
Para contextualizar la situación, al menos tres caballos han muerto en Catalunya en los últimos años en actividades lúdicas –lúdicas para los humanos, se entiende–. En Els Tres Tombs de 2015 y 2017, en Barcelona y Torroella de Llobregat, y en 2018, en la cabalgata de Reyes de Terrassa. Lo denuncian organizaciones como Prou Tracció a Sang, que critican el uso de animales en las fiestas populares. Basta con mirar a los ojos a uno de estos caballos, dicen, a quienes se les ve la parte blanca del ojo como señal inequívoca de un ataque de pánico, que puede desencadenar en un accidente para el caballo e incluso para las personas que asisten a la fiesta en cuestión.
El caballo “de competición”
El tercer y último tipo de explotación ecuestre es la de los caballos usados para deporte, como los que podemos encontrar en el Real Club Polo de Barcelona, especializado en hípica y polo. Según las cuentas del mismo club, su Fundación ha recibido entre 2015 y 2018 un total de 677.796 euros de dinero público en forma de subvención. La exclusividad de una entidad cuyos 8.808 socios de pago aportaron 12 millones solo en cuotas en 2018, así como el millón de euros anuales que recibe en concepto de donación de las grandes empresas catalanas (CaixaBank, Seat, Damm, Freixenet, etc.) sugieren que estamos ante una de aquellas infraestructuras del poder económico más rancio y clasista de la ciudad.
En definitiva, en el Real Club Polo de Barcelona residen caballos de élite y para la élite, entrenados y domados desde que nacen para competir al más alto nivel sin que importen, naturalmente, sus intereses como animales. Qué decir de la castración de los machos para “optimizar” su rendimiento deportivo, el estado físico en que quedan éstos cuando dejan de ser competitivos y las lesiones que los sentencian al matadero.
Si uno se pasea por los alrededores de una hípica puede ver unos prados en los que habitan unos caballos muy delgados y fibrados, viejos y cansados, no uno de esos caballos que estamos acostumbrados a ver en esas competiciones espectaculares y crueles. En ese prado descansan, como en un asilo de caballos, las viejas glorias de un negocio lamentable, el deporte ecuestre. Cuando llega el fin de su “vida útil” algunos jinetes costean la manutención de una “montura” que ya no usan. En otras palabras, pagan la jubilación a un caballo al que ya han encontrado sustituto para competir. Y ahí campan esos juguetes rotos hasta el fin de sus días o hasta que acaben en el matadero, como los caballos de los “propietarios” menos benevolentes.
Un apunte final. La relación de estima que verdaderamente siente un humano por el caballo al que explota requiere de un análisis psicológico en profundidad que escapa de la intención de este artículo. Las relaciones tóxicas que establecemos los humanos entre nosotros en nombre del amor y el cariño tienen su derivada con las demás especies, pero esto no quita para que el maltrato y el trabajo esclavo animal sean lo que son: una capricho cruel y antropocéntrico.
En definitiva, tras el decepcionante desenlace de la campaña 'Barcelona, ciudad libre de cetáceos', estaría bien dejarse de rodeos y apostar por una ciudad más justa y libre de équidos. Esta vez esperamos que se entienda que cuando decimos “libre de équidos” nos referimos a que queremos que los caballos y asnos vayan a un lugar mejor, como un santuario municipal, no a otra hípica fuera de Barcelona.