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Caparazones, tentáculos y afectos

21 de julio de 2021 23:00 h

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El Parlamento británico está tramitando el proyecto de Ley de Bienestar Animal (Sintiencia) que reconocerá que los animales no humanos son seres sintientes, es decir, seres con capacidad de experimentar estados positivos y negativos. Dicho de otro modo, de disfrutar y sufrir. Además, se estudia respaldar una enmienda que contempla la protección de animales invertebrados, como crustáceos decápodos –cangrejos, bogavantes, langostinos, entre otros– y moluscos cefalópodos coleoideos –pulpos, calamares y sepias--. Si se confirma la enmienda y se aprueba la ley, prácticas como enviar crustáceos vivos o hervir langostas vivas quedarían prohibidas. Son avances necesarios que podrían aliviar el sufrimiento de millones de animales, pero insuficientes. Si nos preocupa la reducción del sufrimiento en el mundo y el bienestar animal, acabar con su explotación debería ser uno de nuestros objetivos últimos. Sin embargo, que las evidencias científicas sobre quiénes son los otros animales salgan de los círculos académicos para generar debate en las instituciones es una buena noticia.

Por otro lado, tanto la campaña #MenosCarneMásVida anunciada por el ministro de Consumo Alberto Garzón como las desmesuradas reacciones a la misma invisibilizan la consecuencia más inmediata del consumo de cuerpos y secreciones de animales: el perjuicio que estas prácticas suponen para las vidas no humanas explotadas.

A ojos de la ética, debemos tener en cuenta los intereses de todos aquellos individuos que puedan ser afectados positiva o negativamente por nuestras acciones. De lo contrario, estaríamos incurriendo en una discriminación arbitraria –por razón de especie o especismo--. Así pues, poner el foco sobre la sintiencia animal nos invita a la revisión crítica de la relación que establecemos con el resto de seres sintientes que, según la evidencia científica disponible, son probablemente todos los vertebrados y posiblemente ciertos grupos de invertebrados.

En este artículo se exponen algunos de los estudios farmacológicos y de comportamiento que sugieren que invertebrados como cangrejos y pulpos no son simples organismos con respuestas reflejas. De hecho, los datos actuales nos inclinan a considerar que cefalópodos y decápodos son seres sintientes, lo que nos convoca a la ampliación de nuestro círculo de consideración moral.

Dolor, juego e individualidad en cefalópodos

Te encuentras en el espacio central que separa dos salas. Puedes escoger en cuál de las dos prefieres estar. Una de ellas presenta las paredes de color azul, la otra de color rojo. Decides entrar en la azul y en cuanto cruzas la puerta sientes un dolor agudo en el brazo. Al día siguiente debes enfrentarte a la misma decisión. ¿En qué sala entrarás?

Los animales podemos aprender a evitar el sufrimiento –como evitar la sala en la que has experimentado dolor– y desarrollar preferencia por situaciones en las que experimentamos estados positivos. El pasado mes de marzo se publicaron en la revista Science los resultados de un estudio que exponía a unos pulpos a situaciones similares a la descrita en el párrafo anterior.

En este estudio no solamente observaron que los pulpos evitaban el espacio en el que recibían una inyección dolorosa de ácido acético, sino que también desarrollaban preferencia por el espacio en la que se les administraba un calmante del dolor tras la inyección, lo que sugiere que los pulpos deben experimentar algún tipo de sensación negativa en el primer caso y alivio en el segundo.

Pero el abanico de la experiencia no se agota con el dolor. El juego, un comportamiento vinculado a emociones positivas, ha sido observado en pulpos en diversas ocasiones. Su carácter exploratorio los lleva a manipular objetos de plástico, que arrastran de aquí para allá o que se pasan de un brazo a otro. También se ha observado a pulpos disparando chorros de agua a una botella de plástico, desplazándola al extremo opuesto del tanque, donde la corriente la empujará de nuevo hacia el pulpo, quien estará esperando para repetir la acción.

Otro aspecto relevante en el debate sobre la sintiencia y la explotación animal son sus preferencias e individualidades, pues es esperable que cada individuo experimente de manera distinta su relación con el entorno físico y social. A modo de ejemplo, se han documentado diferencias individuales a nivel de exploración, agresividad, reactividad y atrevimiento en calamares bola.

Los animales terrestres matados para consumo humano se reportan por cantidad de individuos. En cambio, las muertes de cefalópodos y decápodos se cuentan al peso. En 2018 se capturaron un total de 3.636.575 toneladas de cefalópodos en todo el mundo.

A las cifras de capturas, pronto tendremos que sumar las de producción acuícola. En los últimos años han florecido proyectos científico-comerciales, con España entre los países pioneros, que aspiran a ocupar el nicho de la domesticación del pulpo y la implementación de piscifactorías que los produzcan en masa, diversificando así los perjuicios que estos invertebrados sufren como consecuencia de la acción humana. Algunas de las preocupaciones principales incluyen el canibalismo y la agresividad que emerge cuando los pulpos son hacinados, las infecciones parasíticas, problemas digestivos y las restricciones en el comportamiento que impone el estéril entorno de la piscifactoría. Nueva Pescanova, de la mano de la producción científica del Instituto Español de Oceanografía, tiene por objetivo que los cadáveres de pulpos criados en granja lleguen al mercado en 2023.

De crustáceos y descargas eléctricas

Las últimas estadísticas de la FAO sobre capturas de crustáceos indican que en 2018 se mataron 1.581.274 toneladas de cangrejos y centollos, 304.478 toneladas de bogavantes y langostas y 3.455.260 toneladas de gambas y camarones. Con respecto a la producción acuícola, se han realizado estimaciones por cantidad de individuo: en 2017 se mataron entre 43-75 mil millones de cangrejos y langostas y entre 210-530 mil millones de gambas y camarones.

¿Qué datos se manejan en el debate sobre la sintiencia en decápodos? Probablemente algunos de los estudios más citados sean los del científico Robert Elwood y los cangrejos ermitaños. Los cangrejos ermitaños abandonan rápidamente su concha cuando reciben una descarga eléctrica en lo que aparentemente puede parecer una respuesta refleja. Sin embargo, la salida de la concha es un comportamiento que puede ser ejecutado tras realizar cierto balance de compromisos: ante la descarga eléctrica, los cangrejos abandonan con menor probabilidad las conchas de mayor calidad. Esta modulación de la respuesta ante la descarga eléctrica sugiere que los cangrejos no responden de manera automática ante el estímulo nocivo.

También se ha caracterizado que ciertos decápodos pueden aprender a partir de estímulos nocivos y sus reacciones ante los mismos pueden verse moduladas en base a la administración de analgésicos y ansiolíticos. Por ejemplo, los cangrejos comunes, que prefieren estar en espacios con poca luz, pueden aprender a evitar entrar en un refugio oscuro cuando lo asocian a una descarga eléctrica: “Estos datos, y los de otros experimentos recientes, son consistentes con los criterios clave de la experiencia del dolor y son muy similares a los de los estudios en vertebrados”, afirman los investigadores. Cuando se aplica un producto químico nocivo en una antena de una quisquilla, ésta invertirá tiempo en frotar la zona. Este comportamiento se verá atenuado si se administra anestésico local. Cangrejos de río sometidos a descargas eléctricas acaban mostrando signos de ansiedad y evitando zonas iluminadas, efectos que desaparecen con la administración de un ansiolítico.

En el contexto de la explotación de estos animales, pueden identificarse prácticas potencialmente nocivas desde el momento de la captura o cría hasta el de la matanza. Por ejemplo, las hembras de langostino pueden ser sometidas a una mutilación denominada ablación del pedúnculo ocular, que tiene por objetivo provocar la puesta de huevos en la producción acuícola. Por otro lado, en el momento de la recolección de los animales para la comercialización, se les puede dejar hasta tres días sin comer para que el intestino esté limpio. Pueden ser almacenados en hielo –práctica ilegal en Suiza e Italia– o en tanques abarrotados, excesivamente iluminados y sin refugios. Pueden ser enviados vivos con el riesgo de lesiones, estrés y asfixia que esto comporta. Se les puede matar desmembrándolos vivos o metiéndolos en agua hirviendo. En este último caso, los datos indican que las langostas se mueven violentamente durante unos dos minutos tras ser introducidas en el agua y se estima que los bueyes de mar podrían percibir la temperatura del agua hirviendo durante al menos 2 minutos y medio.

De los datos a los deberes

No existe la prueba única que permita esclarecer si una especie dada es o no sintiente, deben considerarse un conjunto de observaciones que incluyen aspectos cognitivos, fisiológicos y de comportamiento. En el contexto del debate alrededor del proyecto de Ley de Bienestar Animal (Sintiencia) en el Reino Unido, cinco especialistas han presentado evidencias –algunas de ellas descritas en este artículo– con las que defienden que los datos disponibles deberían hacernos considerar seriamente la posibilidad de que cefalópodos y decápodos sean sintientes.

En esta línea, en su último libro, Metazoa: Animal Minds and the Birth of Consciousness, el filósofo Peter Godfrey-Smith apuesta por un escenario en el que la sintiencia no es exclusiva de animales vertebrados, sino que también está presente en algunos grupos de invertebrados como los cefalópodos y algunos artrópodos –los crustáceos entre ellos--. Por tanto, a día de hoy, la pregunta ya no es si existe la sintiencia más allá de la experiencia humana, sino cuándo y cuántas veces ha aparecido en el árbol de la vida.

El horizonte de los afectos se expande más allá de lo que muchas personas están dispuestas a  aceptar. Se nos presenta el ejercicio de estrechar distancia entre saberes, prácticas y reflexión ética, que también incluye el cuestionamiento de la legitimidad de los estudios aquí descritos. Si asumimos el compromiso de poner nuestra producción científica al servicio de los más vulnerables, la comprensión de las experiencias de los animales no humanos nos conduce al rechazo de su explotación.

El Parlamento británico está tramitando el proyecto de Ley de Bienestar Animal (Sintiencia) que reconocerá que los animales no humanos son seres sintientes, es decir, seres con capacidad de experimentar estados positivos y negativos. Dicho de otro modo, de disfrutar y sufrir. Además, se estudia respaldar una enmienda que contempla la protección de animales invertebrados, como crustáceos decápodos –cangrejos, bogavantes, langostinos, entre otros– y moluscos cefalópodos coleoideos –pulpos, calamares y sepias--. Si se confirma la enmienda y se aprueba la ley, prácticas como enviar crustáceos vivos o hervir langostas vivas quedarían prohibidas. Son avances necesarios que podrían aliviar el sufrimiento de millones de animales, pero insuficientes. Si nos preocupa la reducción del sufrimiento en el mundo y el bienestar animal, acabar con su explotación debería ser uno de nuestros objetivos últimos. Sin embargo, que las evidencias científicas sobre quiénes son los otros animales salgan de los círculos académicos para generar debate en las instituciones es una buena noticia.

Por otro lado, tanto la campaña #MenosCarneMásVida anunciada por el ministro de Consumo Alberto Garzón como las desmesuradas reacciones a la misma invisibilizan la consecuencia más inmediata del consumo de cuerpos y secreciones de animales: el perjuicio que estas prácticas suponen para las vidas no humanas explotadas.