Imaginaos una tienda que vende bicicletas. Esta tienda vende las bicicletas tan baratas que su precio de venta al público iguala a su coste de producción, o incluso, puede llegar a ser inferior a éste. ¿Podría prosperar un negocio así? Lo esperable es que fracase. Sin embargo, este negocio no sólo se mantiene, sino que prospera y se expande. Esto es imposible para una tienda que vende bicicletas. Pero sí para quienes venden una hamburguesa por 1€. ¿Es ése el coste real de lo que estamos comiendo?
No. Lo cierto es que esa hamburguesa la pagamos todos. Todos quienes somos contribuyentes en Europa. Dicho de otro modo, se sea rico o pobre, omnívoro o vegano, todos pagamos una parte de los costes ocultos de cada hamburguesa, pollo o cartón de leche vendido en este continente.
Cada año, la Unión Europea (UE) subvenciona la producción de alimentos de origen animal con miles de millones de euros de nuestros bolsillos. A través de la Política Agraria Común (PAC), la UE mantiene un liderazgo a escala global en ayudas al sector ganadero. Efectivamente, según los últimos datos de la OCDE (2017), la UE aparece como la primera región en intervenciones estatales a favor de distintos tipos de carne, leche y huevos.
Comúnmente, se cree que el hábito, tradiciones culturales, el gusto y otras preferencias dietéticas explican nuestro consumo de productos de origen animal. Si bien estos elementos inciden en nuestras elecciones, el precio, el marketing y la disponibilidad de ciertos productos son también determinantes. El sector ganadero lo sabe y, por ello, ha incidido de manera crucial en decisiones políticas europeas, permitiéndose mantener precios artificialmente bajos, y estimulando así la demanda. Gracias a la PAC, la ganadería recibe diversas ayudas, como subvenciones específicas para la producción de carne de vaca, de ternero, de pollo, de oveja y de leche.
Los datos anteriores sólo se refieren a pagos para producciones específicas de mercancías ganaderas, desestimando otros pagos bastante más cuantiosos que la UE entrega para la financiación de las empresas, pagos directos, medidas de mercado o de comercialización, entre otros.
Por ejemplo, el pasado octubre, el comisario de Agricultura, Phil Hogan, prometió combatir “la publicidad negativa a las proteínas de origen animal” en Europa, destinando 15 millones de euros adicionales para incentivar su consumo interno (Green, 2016). Tampoco se incluyen medidas para la exportación, como los 12,6 millones de euros de este 2017 para la venta de lácteos y carne de cerdo en el extranjero, y otros 4 millones de euros con el mismo propósito en relación a la carne de vacuno. De hecho, la carne y los lácteos acaparan el 32% del presupuesto anual para promover el consumo de agroproductos europeos en el extranjero (Comisión Europea, 2017a).
Los datos anteriores tampoco consideran subvenciones ni intervenciones para la producción de granos para forraje. A su vez, no incluyen subsidios para productos provenientes de otros animales como conejos (los segundos animales más explotados en Europa), peces, pavos, otras aves y otros animales marinos. Si se pudiesen contabilizar todas estas ayudas, las intervenciones europeas a favor de la ganadería sumarían cifras mucho más elevadas. De todos modos, es posible estimar que el 27,4% de los ingresos brutos de los productores de pollo provienen de subvenciones específicas de la PAC. Lo mismo ocurre con el 20,8% de los ingresos por carne de vaca y de ternero, o el 23,6% de ingresos por carne de oveja. En el caso de la leche, un 4,6% de los ingresos provendrían de ayudas específicas. Sin embargo, en 2004, la OCDE estimó que si se tuvieran en cuenta las políticas de la UE en su conjunto, se percibiría que éstas aportan entre el 40% y el 55% de los ingresos brutos del sector lácteo.
Así, para el año 2016, las financiaciones específicas para la producción de carnes de vacuno, pollo, oveja, cerdo, así como de leche y huevos, superan los 13.600 millones de euros. Esta cifra equivale a una quinta parte del gasto público en salud en España en 2016.
Por lo tanto, la actividad ganadera no se sustenta meramente por el dinero de quienes consumen. Es posible afirmar que una parte importante de ella -al menos el 12,4%- no es financiada por sus consumidores, sino por todos los contribuyentes europeos, independientemente de sus elecciones en la compra del supermercado.
¿Quiénes se llevan nuestro dinero?
En función del régimen de pago único de la PAC, la UE entrega subsidios por hectárea: es decir, mientras más tierra se posee, más dinero se recibe. De ese modo, se beneficia, especialmente, a las principales ganaderas y compañías agroalimentarias de mayor envergadura, así como a grandes terratenientes.
No es de extrañar entonces que alrededor del 80% de las subvenciones agrarias que pagan los europeos son acaparadas por un 25% de beneficiarios (Almas y Campbell, 2012). Entre ellas, Cargill, una de las mayores ganaderas a nivel global, ha sumado unos 144 millones de euros de los contribuyentes europeos. Otras beneficiarias son empresas como Unilever, Leche Pascual, Campofrío o la ganadera El Pozo, sólo por mencionar algunas.
Desde el inicio de la crisis, 60 de las mayores fortunas españolas recibieron más de 250 millones de euros en subvenciones agrícolas europeas (Sánchez, 2016). Entre sus beneficiarias, se encuentran grandes dehesas para la cría del toro de lidia. Efectivamente, a través de la PAC, España recibiría unos 130 millones de euros cada año para subsidiar de forma encubierta la tauromaquia (Bosch, 2013).
La actual configuración de la PAC es una de las más flagrantes transferencias de dinero de los ciudadanos europeos a las elites enriquecidas del continente. Éste es un dato fundamental para quienes abogan por superar el actual modelo de producción de alimentos (y la tauromaquia). En el caso de la ganadería, dado que su intensificación, sostenimiento y proliferación obedece, en gran parte, a la satisfacción institucionalizada de intereses de grupos de poder, la explotación de los demás animales no puede ser revertida sólo mediante apelaciones a cambios en los hábitos de consumo y otros de carácter individual. Es requisito, además, modificar los marcos institucionales que avalan el actual sistema de producción de proteínas y que necesariamente inciden en las decisiones de quienes consumen.
¿PAC y bienestar animal?
Las grandes empresas del sector ganadero, muchas de ellas estrechamente relacionadas y altamente concentradas, han utilizado el dinero público para rentabilizar el uso de animales a su beneficio. Los subsidios concedidos han contribuido a la disponibilidad de piensos asequibles y para la intensificación de la ganadería, especialmente, para la explotación de pollos y cerdos. Ello ha tenido consecuencias trágicas para miles de millones de animales: vidas cautivas entre rejas, casi sin poder moverse; miles de individuos hacinados en enormes cobertizos sin ventilación; animales que jamás han sentido el calor del sol, la brisa en su rostro, la hierba bajo sus patas, o la extensión de sus alas. Pollitos machos triturados completamente conscientes, porque no son útiles para la industria del huevo. Pollos forzados a engordar hasta el punto en que sus patas se fracturan, incapaces de sostener su propio peso. Terneros criados en cubículos tan reducidos, que no pueden voltearse, mientras reclaman con desesperación a sus madres, a las que no volverán a ver jamás. Animales mutilados vivos, mientras otros desfallecen incapaces de soportar condiciones de vida tan paupérrimas. En definitiva, nuestro dinero se emplea para enriquecer a unos, mientras vivimos a expensas de la miseria de otros.
La intensificación de la ganadería, junto con la liberalización del mercado y la inclusión de la agricultura en el GATT en 1994, han estimulado la sobreproducción de carne, lácteos y huevos en Europa, y la promoción global del consumo de proteínas de origen animal. A su vez, la disponibilidad de carne, lácteos y huevos apoyada por la PAC, ha incentivado un consumo creciente, que en Europa ya alcanza niveles récords, muy por encima de la media global.
Pero, ¿no ha se caracterizado Europa por su compromiso con el bienestar de los animales en las granjas? En la reforma de la PAC del año 2003, el bienestar animal fue incluido como uno de los objetivos de este programa. De acuerdo al Reglamento 1305/2013, se estipulan pagos a ganaderos que asuman compromisos de bienestar animal que vayan más allá de los mínimos que establece la ley. Algunas medidas elegibles de sufragar son mejoras en el cuidado de los animales, en las condiciones de mantenimiento, favorecer el acceso al aire libre o evitar prácticas habituales de mutilación de colas y dientes en cerdos, o de los picos en gallinas. Sin embargo, en los hechos, un porcentaje muy insignificante de la PAC se ha destinado a mejorar la situación de los animales en granjas: entre los años 2007 y 2013, solo el 0,1% del presupuesto de la PAC se destinó al bienestar de los animales (Eurogroup for Animals, 2017). Una cantidad ínfima que no se ha materializado en mejoras sustantivas para el número creciente de pollos, gallinas, conejos, vacas, terneros, cerdos y otros animales explotados para nuestro consumo.
El mismo sector ganadero reconoce que la PAC poco ha servido para mejorar el bienestar animal. Según una reciente consulta pública sobre el futuro de este programa, sólo el 8% de los encuestados del sector agrícola piensa que a través de la actual PAC se está garantizando el bienestar y la salud de los animales en granjas (Comisión Europea, 2017b). El sector todavía no considera el bienestar animal como un valor y un objetivo de inversión. Por el contrario, la PAC no sólo no ha contribuido al bienestar de los animales, sino que ha servido para intensificar la explotación de quienes están ahora hacinados en las granjas europeas.
El futuro de la PAC
¿Queremos seguir dando nuestro dinero a grandes ganaderas? ¿Es aceptable subsidiar una actividad que acapara más del 57% de los cereales secundarios utilizados en el mundo? Ante la crisis climática actual, ¿cómo justificar la inversión de dinero público en una de las actividades que produce más gases de efecto invernadero? ¿Cómo puede la UE defender su compromiso con el bienestar animal, mientras financia a privados para la masiva explotación de animales para consumo? La reforma de la PAC en curso, iniciada hace pocos meses, puede ser una oportunidad para transformar el actual sistema de producción de alimentos en Europa, y avanzar hacia un modelo más sostenible para la salud humana y para los demás animales. Justamente, en la reciente consulta pública sobre el futuro de la PAC, los encuestados coinciden en que el bienestar animal debería ser uno de los objetivos de esta política europea (Comisión Europea, 2017b).
Para ello, pueden tomarse ciertas medidas concretas, como introducir un límite máximo para los pagos, y restringir los beneficios económicos para las explotaciones intensivas. A su vez, se debe dejar de financiar con dinero público la comercialización y promoción de productos de origen animal. La UE, además, debe establecer como requisito que los productos de origen animal importados respeten las normas mínimas de bienestar animal que la misma UE obliga a cumplir a los productores locales. Asimismo, es necesario garantizar que un porcentaje significativo (al menos del 5%, según Eurogroup for Animals) se destine a una mejora efectiva de las condiciones de cría de los animales, a su manejo y para la fiscalización de instalaciones de explotación.
Estas medidas son fundamentales para aliviar parcialmente las vidas de sufrimiento de miles de millones de animales, y también para responder a la creciente preocupación de los ciudadanos europeos en torno a la crueldad que envuelve la ganadería. De hecho, según la última encuesta Eurobarómetro, la práctica totalidad (94%) considera que es importante proteger el bienestar de los animales en granjas.
Considerando la relación de la ganadería con el cambio climático, las negativas consecuencias de los productos de origen animal para la salud humana y para el bienestar de los animales, también son necesarias medidas que estimulen la producción y consumo de nuevos productos de origen vegetal. Mientras en Europa aumenta el número de quienes prefieren proteínas vegetales, nuevos emprendimientos están desarrollando productos pioneros, asequibles, y con un impacto climático mínimo: análogos vegetales al pollo o hamburguesas tan similares a su original animal, que llegan a ser difíciles de diferenciar.
Europa debería atender las nuevas demandas de los consumidores, y apoyar iniciativas innovadoras que faciliten la transición hacia dietas más sostenibles y respetuosas con los intereses de los animales. La nueva PAC, por tanto, también debería subsidiar la producción y consumo de proteínas vegetales de nueva generación, así como estimular la investigación e innovación para el desarrollo de dichos alimentos.
En estos momentos, Europa tiene la oportunidad de dejar atrás un modelo alimentario que enriquece a unos a costa de otros, que contribuye de manera decisiva al cambio climático y que es responsable de vidas de miseria para miles de millones de animales. La nueva PAC podría hacer de Europa un referente de innovación para el sistema alimentario del futuro. Para ello, los líderes de la UE deberían reformar la PAC teniendo en cuenta las nuevas tendencias en la industria, la urgencia de medidas contundentes ante el cambio climático, y las preocupaciones por el bienestar animal de la ciudadanía. Pero si éstas no son razones suficientes para nuestros representantes, ¿qué lo será? ¿Qué tan dañino ha de ser un modelo alimentario para que decidan invertir nuestro dinero de otro modo?
Referencias
- Almas, R. y Campbell, H. (ed.) (2012) Rethinking agricultural policy regimes: Food security, climate change and the future resilience of global agriculture. Bingley: Emerald Group Publishing.
- Bosch, A. (coord.) (2013, enero). Toros & Taxes Subsidies in Spain and the EU for Bullfighting and Bull Rearing. The Greens. European Free Alliance.
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- VSF (Veterinarios Sin Fronteras) (2012, mayo). Una PAC para el 1%. http://vsf.org.es/sites/default/files/docs/Una%20%20PAC%20%20para%20el%201%25.pdf.
[1] A partir del coeficiente de protección nominal del productor (NPC, por sus siglas en inglés).
[2] El análisis de la OCDE (2017) no incluye peces ni animales marinos usados para consumo.
[3] Según el Producer Single Commodity Transfers (PSCT) de la OCDE (2017).
[4] Esta cifra es negativa, dado que para 2016 no se registran subvenciones específicas para la producción de huevos, ni intervención de la UE en la fijación de precios de los mismos. Dado lo anterior, aparece una brecha entre los precios del mercado interno y los precios fronterizos para este producto (OCDE, 2017).
[5] Ibid. en relación a la carne de cerdo.
[6] Con la reforma de la PAC del año 2003, disminuyeron las ayudas asociadas a la producción de mercancías específicas (Comisión Europea, 2014), precisamente, aquellas recogidas en la tabla. Lo anterior dificulta la capacidad para rastrear las subvenciones para la producción específica y, a su vez, permite suponer que las ayudas para la explotación de animales son mucho mayores que las referidas.
[7] El gasto público en sanidad en España alcanzó los 70.635,70 millones de euros en 2016 (Expansión/Datosmacro.com, 2017).
[8] Según informes anuales del Fondo Español de Garantía Agraria (2015) y otros recopilados por FarmSubsudy.org (Journalismfund, 2016).
[9] Los “cereales secundarios” son todos aquellos distintos del trigo y del arroz. En el último reporte de la FAO (2016) sobre tendencias alimentarias, se señala la reducción de las existencias mundiales para 2016/17 debido a la mayor demanda para piensos y con fines industriales. Considerando todos los cereales utilizados en el mundo (incluidos trigo y arroz), el 35,9% de ellos se destina a forraje.