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Crueldad por un tubo

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“Desde que vi cómo se producía, dejé de consumirlo”. Esta es una frase que he escuchado muchas veces y que es una reacción habitual cuando alguien descubre en qué consiste la alimentación forzada para producir foie gras: durante dos semanas, a los patos se les alimenta a la fuerza introduciendo un tubo metálico de 30 centímetros por su esófago, obligándoles a ingerir hasta 2 kilos de maíz al día. Es como si nos forzaran a ingerir 12 kilos de comida al día.

Durante este brutal proceso muchos sufren heridas en el esófago, infecciones y dificultades para respirar, muriendo antes de las dos semanas. La alimentación forzada convierte al hígado en un órgano completamente enfermo, que alcanza hasta un peso diez veces superior del que sería natural.

Si estos animales no fuesen sacrificados, morirían. La condición a la que llevan a sus cuerpos es incompatible con la vida.

En las investigaciones que hemos llevado a cabo durante años en granjas españolas y francesas, hemos documentado la crueldad de esta práctica. Hemos grabado patos con el pico roto, ensangrentados, sin recibir atención veterinaria. Patos muertos, que no han soportado el proceso, y otros con dificultades para respirar. Grabamos incluso a la dueña de una granja, que proveía a Mugaritz -considerado uno de los mejores restaurantes del mundo-, jactarse de que sacrificaba a los patos sin aturdir porque así obtenía un foie de mejor calidad.

El Comité Científico de Salud y Bienestar Animal de la Unión Europea considera que la alimentación forzada de estas aves perjudica su bienestar.

Es una de las prácticas más crueles de la industria ganadera, y ya está prohibida en 18 países. Dinamarca, Finlandia, Argentina, Suecia, Irlanda, Noruega, Alemania o Reino Unido ya dejaron atrás este maltrato animal. El Gobierno de India prohibió la importación de este producto en 2014 gracias a una campaña de Igualdad Animal, convirtiéndose en el primer país en tomar esta medida. En 2019 fue prohibido en California, y la ciudad de Nueva York vetó tanto su producción como la venta.

En cambio, España es uno de los únicos cinco países de Europa que todavía permite esta crueldad. Desde hace años, hemos querido visibilizar con nuestras investigaciones esta problemática, llevando a los medios de comunicación la realidad de maltrato que vive más de un millón de patos y gansos cada año en España para producir foie gras. Y, como indica el Eurobarómetro y todas las encuestas relevantes al respecto, la alimentación forzada es una práctica que causa rechazo en la sociedad.

Ha llegado el momento de llevar el debate a las instituciones, al ámbito legislativo. Por eso, el pasado 8 de octubre entregamos más de 100.000 firmas en el Congreso de los Diputados, reclamando al Gobierno que ponga fin a la alimentación forzada para la producción de foie gras.

El debate continúa y justo hace unos días, el Grupo Parlamentario Sumar, a través del diputado de Sumar Nahuel González y de la representante de Verdes Equo en el Grupo Parlamentario en el Congreso, Mar González, ha registrado preguntas relativas a prohibir esta cruel práctica en España.

En el escrito piden al Gobierno que aclare su posición respecto a la alimentación forzada y si tiene intención de abordar reformas legislativas para prohibirla, y preguntan si el Gobierno ha considerado la exclusión del foie gras de los banquetes y recepciones oficiales, especificándolo en los contratos públicos con las empresas de restauración.

Este Gobierno presume de ser el más progresista de la historia, afirmación que no puede coexistir con permitir una práctica tan anacrónica y atroz como la alimentación forzada.

Ha llegado la hora de reclamar progreso y voluntad política en el avance de la protección animal, que es el avance hacia una sociedad más empática y menos violenta.

“Desde que vi cómo se producía, dejé de consumirlo”. Esta es una frase que he escuchado muchas veces y que es una reacción habitual cuando alguien descubre en qué consiste la alimentación forzada para producir foie gras: durante dos semanas, a los patos se les alimenta a la fuerza introduciendo un tubo metálico de 30 centímetros por su esófago, obligándoles a ingerir hasta 2 kilos de maíz al día. Es como si nos forzaran a ingerir 12 kilos de comida al día.

Durante este brutal proceso muchos sufren heridas en el esófago, infecciones y dificultades para respirar, muriendo antes de las dos semanas. La alimentación forzada convierte al hígado en un órgano completamente enfermo, que alcanza hasta un peso diez veces superior del que sería natural.