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La defensa del lobo desde el ecofeminismo

Hoy he comenzado el día pensando si no será un milagro que Canis lupus esté aún sobre la faz de la Tierra.

Cientos de miles de años atrás quedó aquella relación en la que sapiens no perdía de vista a aquel cánido, social como él, para recoger de su arte en el desplazamiento o en la caza enseñanzas de supervivencia, cuando no directamente piezas de carne robadas o incluso restos sobrantes. Pero aquel Homo sabio dejó de serlo conforme desarrollaba fantasías androcéntricas tan dañinas como la de la autosuficiencia. Así, Homo, de sabio pasó a ser necio al negar sin reparos su ecodependencia e incluso la interdependencia con sus congéneres.

El pensamiento ecofeminista nos ofrece las claves para explicar la génesis y el establecimiento de este dramático sinsentido pilotado por el sistema patriarcal a través de la historia de Occidente.

Desde la Antigüedad, el hombre se concibió como un ser opuesto a la mujer y al resto de los animales, y moralmente superior por el hecho de creerse dueño de la capacidad de pensar o de razonar. Esta interpretación dual sobre el mundo se consolidó en los albores de la Ciencia Moderna, ya en el siglo XVII, y se amplió con otros nuevos pares de opuestos, formulados por Descartes, con la máquina como simbología para diferenciar de forma excluyente al hombre del resto de seres vivos. Esta concepción mecanicista del Otro fue adoptada con ansiedad por los científicos del momento, deseosos de libertad plena para explorar los cuerpos y los territorios en un tiempo en el que “resultaba necesario para el desarrollo del comercio y de la manufactura, que dependían de actividades como la minería o la deforestación, que directamente alteraban la Tierra”, como sostiene Carolyn Merchant, historiadora de la Ciencia y ecofeminista, en su libro Death of Nature: Women, Ecology, and the Scientific Revolution.

La visión renacentista de una naturaleza concebida como ser vivo impredecible ya no encajaba en una sociedad cuyos cimientos comenzaban a ser removidos por un nuevo paradigma de interpretación que confería a lo vivo una propiedad mensurable y, por ello, controlable como si de un reloj se tratara.

Ni que decir tiene que una especie como Canis lupus, respetada y hasta venerada por la humanidad prehistórica, había pasado a ser, en la mente de sapiens, una máquina de apropiación de recursos humanos mercantilizables con la que había que acabar. Sin el lobo en el monte, el orden estaría servido y la tierna economía de mercado que se desarrollaba en torno a la ganadería se iría imponiendo en el mundo hasta alcanzar el lugar preferente que ocupa hoy.

Quien ejercía control sobre el Otro se revestía de poder ante una sociedad desestabilizada por el deslumbramiento de la ciencia moderna, que instauraba el antropocentrismo, o mejor dicho el androcentrismo, en clara oposición al teocentrismo.

A pesar del surgimiento de nuevas ciencias como la Ecología, a mediados del pasado siglo XX, desde la que se concibe la Naturaleza como un organismo vivo fruto de múltiples procesos sinérgicos, todavía existen, como nos recuerda Yayo Herrero, “muchos campos de la intervención ligados a la Mecánica Clásica”.

Parece que las mentes de quienes toman decisiones en relación con la regulación de lobos, dentro de las administraciones españolas, siguen haciendo uso de los viejos modelos reduccionistas amparados en la linealidad de las relaciones entre los elementos analizados, y conciben al lobo únicamente por las posibles bajas que desencadena en la cabaña ganadera, por escasas que éstas sean. Por ejemplo, en Asturias los daños oscilan entre el 0,5% y el 0,7%, teniendo en cuenta que la ganadería en extensivo tiene una mortalidad anual entre el 3% y el 5 %, según datos oficiales ofrecidos por el Principado de Asturias; en Picos de Europa, zona de mayor conflicto en esta comunidad es del 0,3%. Para nada se considera el bien común que desempeña la especie dentro del territorio que habita, que es mucho y de extraordinaria importancia para animales humanos y no humanos.

En el presente se sabe que las especies claves de un ecosistema, como el lobo, situadas en la cima de la pirámide trófica, desencadenan una serie de efectos indirectos y amplificados sobre el resto de las especies, interviniendo incluso en la geomorfología del territorio, fenómeno conocido como cascada trófica generalizada. De manera que su erradicación generaría desde graves a irreversibles problemas como se muestra en el vídeo titulado Cómo los lobos cambian los ríos (How wolves change rivers).

Pero a los gestores de territorios con lobos no parece interesarles la complejidad de la dinámica de la Naturaleza. Sí, en cambio, cómo perpetuarse en el poder, que consiguen con cierta facilidad tranquilizando a aquel sector de la población directamente afectada por lupus, los ganaderos, a cambio de proporcionar carnaza al lobby de los cazadores y a quienes consumen productos cárnicos sin conciencia medioambiental o ética animal. El lobo, o la máquina de matar ganado, entienden que debe ser combatida duramente, ya se sabe que “muerto el perro se acabó la rabia”. No obstante, para cubrirse las espaldas ante una población pro-lobos, los regentes recurren al asesoramiento de científicos que, bajo el amparo del principio de objetividad de la Ciencia, justifican, si es necesario, hasta sus más injustas e indignas acciones. La economía de mercado pide sangre, y el poder político, siempre subyugado al económico, se la ofrece al monstruo para calmarle mientras le alimenta.

Curiosamente, las estimaciones de lobos realizadas están altamente engordadas por el uso de metodologías de recuento inadecuadas. A cambio, los resultados obtenidos favorecen una despiadada toma de decisión. ¡Licencia para matar a cientos de ejemplares! Un caso a citar, entre otros, es la resolución adoptada por la Consejería de Fomento y Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León por la que se permite la matanza de 143 lobos anuales en el plazo de tres años desde 2016. (Resolución de 26 de julio de 2017 por la que se aprueba el Plan de Aprovechamientos Comarcales de Lobo-BOCYL de 4 de agosto de 2017).

Desde el ecofeminismo se entiende que esta forma de proceder debe ser denunciada y obstaculizada. La matanza de lobos pone de manifiesto que las viejas concepciones patriarcales siguen vigentes, que la inmensa mayoría de la humanidad se sigue rigiendo, en la segunda década del siglo XXI, por la lógica del dominio, y que el hombre no quiere reconocerse como el animal que es, a riesgo de perder las “prebendas” conseguidas a lo largo de su historia sobre el Planeta.

Resulta de vital importancia para el futuro de nuestra especie echar abajo los clásicos dualismos en los que “el hombre y la naturaleza no humana se muestran al mundo como dos categorías de seres ”hiperseparados“, como argumenta la filósofa y ecofeminista australiana Val Plumwood.

La ética ecofeminista recuerda que el camino a recorrer exige un cambio de mirada hacia el resto de las especies, desde la empatía y la compasión, así como desde la necesidad de aprender de ellas, por considerar a la Naturaleza como agente cultural sin parangón. Sin embargo, el Homo oeconomicus, sustituto del sabio, ofrece una espinosa barrera al progreso de esta forma de entender nuestra relación con el Otro.

La sociedad mercantilista ha puesto precio al lobo como forajido, como usurpador de productos que demanda una humanidad insaciable, alimentada por una oferta calculada para que el bucle no deje de retroalimentarse. Un precio que nada tiene que ver con su valor, que es incalculable desde diferentes ámbitos además del ecológico, como incalculable es la cascada de emociones, no solo trófica, que desencadena su presencia ligadas a temores primigenios, a la admiración, a la salud medioambiental que proporciona donde habita, a la rebeldía o a la resiliencia que nos muestra.

El ecofeminismo constructivista y crítico, formulado por Alicia Puleo en su libro Ecofeminismo para otro mundo posible, ofrece un paradigma de interpretación del mundo y de práctica política donde el ser humano, desde la igualdad entre sus congéneres, acepte su ecodependencia y aplique la ética de los cuidados también al resto de las especies para que coexistan y evolucionen desde la complejidad del modelo ecológico en territorios sanos o en proceso de rehabilitación, fuera del dominio de la insaciable economía de mercado. Este tipo de pensamiento, en su recorrido, confluye con el movimiento animalista, puesto en marcha en la década de los setenta del pasado siglo, con el que se producen nuevas e importantes sinergias como aquellas que destacan la continuidad y el parentesco que nos une a los seres humanos y a los no humanos por aquello de ser “cuerpos con mente, con conciencia y sentimientos” como nos recuerda la citada filósofa en su artículo Un ecofeminismo en defensa de los animales.

Cuando las Administraciones autorizan matanza de lobos con la excusa de contribuir a la regulación de su población demuestran estar muy alejadas de la práctica de éticas ecofeministas o animalistas y de actuar bajo la objetividad de la Ciencia. De sobra conocen que esta decisión anula la auto-regulación de la especie (supresión reproductiva) provocando en ella todo lo contrario, un incremento importante de ejemplares en relación directa con la masacre realizada; mientras que, en situación de estabilidad social, en la que los animales fallecen de muerte natural, la tasa de incremento de la población es cero. Esto se confirmó claramente hace quince años con poblaciones de lobos sometidos a reducciones importantes en Yukón y en Alaska: “Experimental reduction of wolves in the Yukon: Ungulate responses and management” (Halmes et all -2003).

Por otro lado, también está demostrado que un grupo de lobos auto-regulado proporciona un equilibrio interespecífico en los montes y bosques en los que habita, además de un menor número de ataques a la cabaña ganadera. EL grupo que haya sido desestructurado por Homo oeconomicus es una manada mermada a la hora de abatir a sus presas silvestres de cara a procurarse el alimento para sobrevivir y, por ende, más peligrosa para el sector ganadero.

Estos estables argumentos aportados por diferentes ámbitos de la Ciencia como la Zoología, la Ciencia Ecológica o la Biología de la Conservación, permiten sostener que solo le sobran lobos a aquel sector humano antropocéntrico e insensible hacia la vida o calidad de vida del Otro que entre sus fantasías está la de verse rodeado, en exclusividad, de animales domesticados que sirvan a sus intereses, con billetes de euro por pelo. No olvidemos que la identidad viril de sus varones se ha construido históricamente, como nos dice Puleo en su artículo anteriormente citado, “como resultado de su separación de los sentimientos de empatía y compasión por el Otro”. Hombres que tras acabar con la vida del lobo se adueñan de su cabeza o de su cuerpo entero para adornar sus salones, una vez taxidermizados. La única manera de reducir al indómito animal y hacerlo público.

En mi último libro, Espejo Lobo (Ed. Libros en Acción, 2018), invito a que nos miremos en Él, desde la igualdad, con la esperanza de que nos abra, como individuos y como especie, un mundo de oportunidades vitales, entre ellas la de re-naturalizarnos, que es al tiempo re-culturizarnos, como nos recuerdan Marta Pascal y Yayo Herrero en su artículo El ecofeminismo ante la crisis social, ambiental y patriarcal. La Naturaleza y el lobo en particular son manantial de cultura para la humanidad y considerarlo así es un gran desafío al patriarcado exterminador, además de un acto de lealtad hacia las generaciones futuras y la vida, en boca de Inestra King.

Canis lupus pone a prueba a Homo oeconómicus. De nuestro comportamiento hacia él dependerá nuestro progreso.

Hoy he comenzado el día pensando si no será un milagro que Canis lupus esté aún sobre la faz de la Tierra.

Cientos de miles de años atrás quedó aquella relación en la que sapiens no perdía de vista a aquel cánido, social como él, para recoger de su arte en el desplazamiento o en la caza enseñanzas de supervivencia, cuando no directamente piezas de carne robadas o incluso restos sobrantes. Pero aquel Homo sabio dejó de serlo conforme desarrollaba fantasías androcéntricas tan dañinas como la de la autosuficiencia. Así, Homo, de sabio pasó a ser necio al negar sin reparos su ecodependencia e incluso la interdependencia con sus congéneres.