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A Dios rogando y con la pica torturando

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La tauromaquia es un espectáculo que conlleva inevitablemente el sufrimiento de un animal y la exposición al riesgo de vidas humanas. El cristianismo es una religión basada en la compasión y el amor al prójimo. A pesar de esto, el apoyo de la Iglesia católica a la tauromaquia en los ocho países en los que esta sigue siendo legal son fuertes y evidentes.

Toda plaza de toros de cierto nivel posee una capilla consagrada, por la que los toreros pasan antes de una faena y se encomiendan a Dios para que les ayude “a matar bien”. Los cosos son bendecidos por las autoridades eclesiásticas locales. La mayoría de los toreros son devotos y muchos pertenecen a cofradías. Las ferias taurinas suelen coincidir con las festividades de Cristos, Vírgenes o Santos, o con la Semana Santa.

En España, la más importante feria taurina del mundo es en honor a san Isidro. Los encierros más famosos son los Sanfermines. En México, la Virgen de Guadalupe es considerada “protectora de los toreros”. En España, la Macarena es su patrona. Tanto al Cristo de Medinaceli, en Madrid, como al Jesús del Gran Poder, en Murcia, se los conoce como Cristo de los Toreros. Al primero lo saca en procesión el Viernes de Dolores la archicofradía de Jesús de Medinaceli (antes llamada Hermandad de los Toreros). Lo acompañan futuras promesas y grandes figuras del toreo, alumnos de escuelas taurinas, el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, la Fundación Toro de Lidia y la Escuela Taurina José Cubero “Yiyo”. Sacerdotes como Víctor Carrasco o el fallecido Luis Fernando Valiente Clemente han toreado con sotana. Luis de Lezama Barañano, sacerdote y empresario hostelero, se ganó el sobrenombre de “el cura de los maletillas” por su apoyo a jóvenes aprendices de torero.

El próximo fin de semana tendrá lugar en Zamora el I Encuentro de Capellanes y Sacerdotes Taurinos, cuyo Comité de Honor estará presidido por la infanta Elena de Borbón y Grecia, y contará con la presencia del cardenal venezolano y obispo de Caracas Baltazar Porras.

Estos son los hechos, pero, ¿es coherente ser católico practicante con ser aficionado o profesional taurino? Hemos consultado a diferentes sacerdotes, autoridades y fieles, tanto en España como en el exterior, y aquí compartiré sus opiniones. Como se podrá ver, en España los sacerdotes y practicantes que apoyan la tauromaquia exhiben su afición sin reparo alguno, mientras que los demás, los que desde el cristianismo se oponen, guardan un pudoroso silencio.

El cardenal José Cobo Cano, jurista y arzobispo de Madrid, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, considera que este asunto trasciende el ámbito de la diócesis de Madrid y que es la Conferencia Episcopal Española quien podría contestar. La Conferencia Episcopal, presidida por el abogado y arzobispo de Valladolid Luis Javier Argüello García, no ha contestado. Es llamativo que las máximas autoridades religiosas de un país con tanta tradición católica no se sientan capacitados para dar su opinión.

Incomprensible es el silencio del Padre Ángel, párroco de la Iglesia de San Antón, que cada 17 de enero, día de san Antonio Abad, patrón de los animales, bendice a todos los que se le llevan a tal fin. Aunque, cuando ofició una misa funeral por el último torero que ha muerto en el ruedo en España, dijo de Víctor Barrio, “Has entrado por la Puerta Grande del cielo”, utilizando un símil de la jerga taurina, ya que el mayor honor de un torero es salir de la plaza a hombros por la llamada Puerta Grande. Tampoco ha respondido la polémica monja Lucía Karam.

La Universidad de Comillas, creada por la Compañía de Jesús, tampoco ha contestado. Resulta difícil creer que los herederos de los jesuitas, que se adentraron por selvas inexploradas y se enfrentaron a crueles piratas, no tengan el valor de opinar sobre este tema.

Religión Digital, el portal católico español más progresista, dio cabida en el pasado a voces críticas contra la tortura de toros de lidia. El tristemente fallecido sacerdote Antonio Aradillas, por ejemplo, en su artículo “La Iglesia (oficial) no quiere toros”, preguntaba: “¿Está o no vigente la bula de Pío V, con explícita condena a los espectáculos taurinos? ¿Son ”diabólicas, antinaturales y vergonzosas a los ojos de Dios y de los hombres“ las corridas de toros? ¿Pecan o no gravemente quienes -clérigos o laicos- las organizan y de alguna manera participan en ellas, aun cuando solo sea con su presencia, por muy ”benéficas“ que se proclamen algunas? ¿Qué opinan los obispos de las demarcaciones diocesanas en las que se celebran estos espectáculos? ¿Pueden los ”Cristos“, las ”Vírgenes“ y los santos tutelar con pastoral patronazgo las corridas de toros...?”.

Julián Moreno Mestre, por su parte, en “Un sitio en el que muchos católicos no debieran estar, y están”, afirmaba: “Hay obispos (a los) que debiera caérseles la cara de vergüenza asistiendo a corridas de toros, bendiciendo estos espectáculos y dándole su aprobación pública... tampoco se entiende que se hable de defender la vida si luego se da la comunión y se bendice a los que se la juegan por divertirse o divertir a otros haciendo sufrir a un animal hasta la muerte”.

Koldo Aldai, en “Más cosos sin sangre”, celebra así la abolición de las corridas en Cataluña: “Un triunfo de toda la ciudadanía de corazón compasivo… Mañana las nuevas generaciones se pasmarán cuando comprueben que el ocio nuestro estaba basado en la tortura y muerte del animal. Queremos más Parlamentos autonómicos alzando brazos valientes en contra del error taurino, de la prehistoria de obviar el sufrimiento del animal, de ese tan singular como lacerante ”arte“ que genera incomprensible deleite. Nunca jamás baños de sangre en medio de una plaza regocijada”.

En julio de 1981, la revista Interviú publicó una carta de Monseñor Alberto Iniesta Jiménez, “el obispo rojo de Vallecas”, Madrid, en la que este afirma: “No me imagino al Señor en la corrida, pasando un rato agradable mientras los hombres ponen en peligro sus vidas, mientras los pobres animales son torturados hasta la muerte (…) en medio de un público apasionado y sádico colectivamente, y también individualmente. (…) ¿Es posible que Dios haya creado animales para esto? ¿Podemos nosotros como cristianos -e incluso como hombres civilizados- permanecer indiferentes ante una celebración que degrada tanto al hombre (…) porque el sufrimiento que causa es absolutamente gratuito y no se justifica ni por el hambre ni por el miedo o cualquier otra razón?”.

Es conocida también la posición antitaurina del fraile Ismael López Dobarganes, Misionero de la Misericordia, fundador del Santuario Gaia, que alberga y cuida animales rescatados del maltrato y la explotación, incluidos toros y vacas. Sin embargo, la Congregación a la que éste pertenece se acoge al voto de silencio, y ya no concede entrevistas.

En España los que hablan no dejan de ser casos aislados. En otros países la situación es totalmente diferente. Entre los creyentes surgen numerosas voces críticas, tanto de sacerdotes como de grupos militantes organizados desde su fe.

La mayoría de los católicos del mundo que condenan la tauromaquia aluden a la bula papal De Salute Gregis Dominici, publicada en 1567 por el Papa Pío V, que prohibe las corridas de toros y decreta la excomunión inmediata contra cualquier católico que las permita o participe de ellas. El recorrido de la bula ha sido estudiado exhaustivamente por Luis Gilpérez Fraile en De interés para católicos taurinos y, más recientemente, por Raffael Nicolas Fasaer.

Robert Culat, quien ya fue entrevistado en El caballo de Nietzsche, es una de estas voces. En 2023 firmó, junto a un sacerdote inglés y otro canadiense, una carta dirigida al Papa Francisco, pidiendo la prohibición de la tauromaquia. Aún no ha habido respuesta. A diferencia de los otros dos, el padre Culat reside en Francia, un país en el que la tauromaquia es legal y tiene el apoyo oficial de la Iglesia. También ha participado en acciones y campañas de la organización Peta. En una reciente entrevista, argumenta exhaustivamente la incompatibilidad de tauromaquia y fe cristiana: “La tauromaquia es totalmente incompatible con la fe cristiana. El punto 2418 del Catecismo es explícito y no admite dudas: ”Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas“. Si esto no fuera suficiente, si no les importan los animales, el otro argumento que no admite dudas es que se pone en peligro inútilmente una vida humana. Es lícito arriesgarla, por ejemplo, para salvar un niño a punto de ahogarse, pero no lo es enfrentando la muerte en una corrida. Por lo tanto, el torero está cometiendo un pecado mortal”.

Según Chis Fegan, director ejecutivo de Catholic Concern for Animals, la tauromaquia es algo horrible y no está avalada por la gran mayoría de los creyentes, sino por un sector mínimo: “Se dice que la Iglesia católica apoya la tauromaquia. Cuando la gente piensa en la Iglesia católica, generalmente piensa en el Vaticano, en Roma, en la curia. En realidad, los católicos en el mundo son alrededor de 1.375 millones, de los cuales menos de medio millón corresponden a esa condición. ¿Cuántos de estos son taurinos? Proporcionalmente, es un número insignificante. No se puede afirmar que la fe cristiana tolera la tauromaquia. Fuera de los ocho países en los que es legal la corrida, no se entiende que un católico pueda asistir a un evento en el que se tortura un animal por placer y se arriesgan vidas humanas. Hay que ser contundente con esto: la tauromaquia es una terrible crueldad hacia criaturas que pertenecen a Dios, y quienes participen en ella, sean sacerdotes o seglares, deberían avergonzarse. Es necesario que el Vaticano aplique la prohibición, y que también los gobiernos emitan y apliquen leyes en tal sentido”.

Consultada por la organización inglesa Catholic Action for Animals, una autoridad eclesiástica católica en el Reino Unido que prefiere quedar en el anonimato, afirma: “La bula papal contra las corridas de toros parece seguir vigente. Sin embargo, la excomunión ya no se aplicaría. Mi opinión personal sería que la prohibición de las corridas de toros se mantiene, pero no se incurre en ninguna sanción eclesiástica si se ignora la ley. También hay varios principios relativos a la interpretación de las leyes de la Iglesia. Uno es la mente del legislador. El legislador supremo es el Papa. Por lo tanto, cualquier opinión que pueda tener sobre el asunto sería importante. Otro principio es que ”la costumbre es el mejor intérprete de la ley“. Así, en España tienen una larga costumbre de permitir las corridas de toros. Por lo tanto, esto restaría importancia a la actualidad de la prohibición original. Es un asunto muy complicado. El camino a seguir puede ser que los obispos españoles, o Roma, proporcionen una nueva resolución, a diferencia de la bula de hace siglos”.

Considerando el constante apoyo a la tauromaquia de un sector de la curia española, y el silencio absoluto del resto, la posibilidad de que los obispos proporcionen o soliciten una nueva resolución condenándola parece muy lejana. Sus prácticas y comportamientos se dirían más propios de una organización mafiosa que de un colectivo religioso. Es llamativo que la Conferencia Episcopal Española haya encargado el informe sobre los abusos sexuales en la Iglesia al mismo despacho de abogados que asesora a la Fundación del Toro de Lidia frente a los supuestos “ataques” del sector animalista.

En cuanto al Papa Francisco, la portavoz de Catholic Action for Animals considera que “la Iglesia católica tiene que pronunciarse sobre la crueldad de la tauromaquia. En su encíclica Laudato si', el Papa Francisco dice que ”todo acto de crueldad hacia cualquier criatura es contrario a la dignidad humana“. Lamentablemente, este mensaje puede caer en terreno farragoso, a menos que el Papa y los obispos den una orientación clara sobre lo que es cruel. ¿Es cruel comer huevos? ¿Es cruel el comercio de pieles? ¿Es cruel la tauromaquia? La Iglesia ha decidido ignorar estas cuestiones. Incluso después de Laudato si’ no tenemos una condena específica de las prácticas crueles e inmorales que se han normalizado y forman parte de la vida cotidiana de las personas, como los tres ejemplos anteriores. ¿Algo tan atroz como la corrida de toros no exige la condena de la Iglesia? El Papa ha demostrado, en sus interacciones con la cuestión animal, que no es plenamente consciente de las implicaciones de tratar a los animales con respeto. Fue fotografiado públicamente con un torero, pero no ha dicho nada sobre el tema de las corridas de toros. Es probable que no esté bien asesorado, e ignore o desconozca las implicaciones de sus palabras y acciones que involucran animales; o que sea muy ingenuo. Lo que no se puede afirmar es que el Papa Francisco apoya las corridas de toros. Eso iría directamente en contra de su encíclica Laudato si'”.

Marilena Bogazzi, autora de varios libros sobre veganismo en el ámbito cristiano y presidenta y fundadora de la asociación italiana Cattolici Vegetariani, coincide con sus colegas ingleses y franceses, y agrega: “El ya citado pasaje del Catecismo hace claramente incompatible la participación, en cualquier calidad, de un católico en las corridas de toros. Además, me parece aborrecible que alguien pueda encontrar diversión o satisfacción al ver un ser vivo que sufre, es torturado y muere, y esto debería ser un indicador preocupante del estado emocional y psicológico y de la empatía de estas personas. El cristiano debe distinguirse por la compasión, no por la crueldad. Todos los ingresos directos e indirectos vinculados a las corridas de toros, u otras similares, se utilizarían mucho mejor para hacer el bien remediando las miserias de los hombres, como también dice el Catecismo”.

Para concluir, una persona española que es católica y antiespecista, y que también prefiere permanecer en el anonimato, nos ha contado su experiencia: “Fue el amor al prójimo lo que me impulsó a comprometerme como cristiana con la causa de los animales. Nunca he compartido la creencia en la excepcionalidad del ser humano o, al menos, no en los términos en los que se usa para considerar a nuestra especie como superior a todas las demás. El amor al prójimo no distingue entre especies. El veganismo es mi compromiso vital con la causa animal, pero, en relación con la Iglesia católica, desde mi temprana adolescencia me dedicaba a enviar cartas a los obispos españoles cuando se acercaban las fechas de las terribles corridas de toros para que se pronunciaran en contra de semejante barbarie. Expresaba en aquellas cartas mi convicción de que la tortura hasta la muerte de un ser sintiente, coincidiendo con festividades católicas, es una perversión del mensaje de amor de Jesús. Jamás recibí respuesta. Sigo siendo cristiana, pero me he alejado de la Iglesia católica como institución. Tardé más de veinte años en volver a entrar en una iglesia porque no quise seguir perteneciendo a una institución que menosprecia así a mis hermanos. Y he regresado porque he encontrado a otros creyentes que comparten mi sentimiento, mi crítica y mi esperanza”.

Como esta fiel, son cientos de miles los católicos que se sienten ajenos y olvidados por una institución que no sólo no combate el maltrato y la explotación animal, sino que los apoya y patrocina.

Es probable que la tauromaquia quede pronto en el recuerdo. ¿Será antes o después de que la Iglesia católica deje de apoyarla y la condene? Mientras tanto, tenemos que aplaudir la valentía de los católicos que incluyen a los animales no humanos dentro de su círculo de compasión, y lamentar que tantos callen vergonzosamente.

La tauromaquia es un espectáculo que conlleva inevitablemente el sufrimiento de un animal y la exposición al riesgo de vidas humanas. El cristianismo es una religión basada en la compasión y el amor al prójimo. A pesar de esto, el apoyo de la Iglesia católica a la tauromaquia en los ocho países en los que esta sigue siendo legal son fuertes y evidentes.

Toda plaza de toros de cierto nivel posee una capilla consagrada, por la que los toreros pasan antes de una faena y se encomiendan a Dios para que les ayude “a matar bien”. Los cosos son bendecidos por las autoridades eclesiásticas locales. La mayoría de los toreros son devotos y muchos pertenecen a cofradías. Las ferias taurinas suelen coincidir con las festividades de Cristos, Vírgenes o Santos, o con la Semana Santa.