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Lo que un estornino me enseñó

21 de octubre de 2023 06:00 h

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Cuantas más capas tiene un libro, más posibilidades hay de que transporte nuestra mente y nuestras emociones a territorios desconocidos. Es lo que le me ha pasado con 'El estornino de Mozart' (Capitán Swing), de Lyanda Lynn Haupt, una lectura que enseguida me ha llevado a otra, la del maravilloso 'El sonido del caracol salvaje al comer', de Elisabeth Tova Bailey, publicado en la misma editorial. En ambos casos, las autoras nos conducen de lo pequeño a lo grande, del encuentro con un individuo a una reflexión sobre nuestra relación con el resto de animales. Aunque hay diferencias. Mientras que el descubrimiento de ese caracol fue algo fortuito y azaroso para Tova Bailey, en el caso de Lyanda Lynn digamos que había un camino previo que la autora quería seguir, aunque no sospechaba, ni mucho menos, dónde le iba a llevar. Lynn, una autora que ha estudiado a fondo los vínculos maravillosos que existen entre los humanos y los animales salvajes, descubrió en el proceso de investigación del libro que no todos los estorninos son iguales, que tienen su propia personalidad, en definitiva, que son individuos. 

Mozart convivió durante tres años con un estornino, Star, algo que al parecer era bastante habitual en el siglo XVIII. Lo sorprendente es el mimetismo que había entre Mozart y Star, incluso en el carácter: ambos eran traviesos, juguetones, muy creativos, y se “entendían” a través de la música. Aún se investiga en qué medida Star influyó en algunas de las piezas de Mozart compuestas durante los años que convivieron juntos, sobre todo 'Una broma musical', una pieza que se sale del clásico canon mozartiano. Star convivía con Constanze, la mujer de Mozart, y con Wolfgang, como un miembro más de la familia. Revoloteaba por las habitaciones y no era raro que reprodujera (los estorninos tienen una gran capacidad para imitar los sonidos) parte de las piezas que este músico universal interpretaba al piano mientras las iba componiendo. Cuando murió Star, Mozart le hizo un sentido funeral (no fue al de su padre) y escribió una palabras profundas y tiernas que muchos interpretaron y siguen viendo como una broma, una teatralización típica del genio, pero que eran sentidas, dice Lynn.

Esa relación, que iremos descubriendo a lo largo del libro con la propia autora en un viaje compartido, es lo que en un principio llevó a Lyanda Lynn a escribir 'El estornino de Mozart'. Para entender más el vínculo entre Mozart y su estornino, Lynn decidió coger a un polluelo de un nido que iba a ser destruido, con sus habitantes incluidos, y adoptarlo, a riesgo de ser multada, pues en Estados Unidos no pasa nada si matas un estornino (se les considera una plaga) pero sí si tratas de rescatar uno de un nido. En un principio, la propia Lynn, que ha dedicado gran parte de su vida a la observación de aves, compartía una opinión generalizada dentro del ecologismo. Sin convertirse en una 'escopetera' ni matar a un animal cuando ya está vivo, pensaba que la superpoblación de estorninos (que se cree que vienen de Europa, como un ave que entonces fue exótica) afecta a los ecosistemas y a la supervivencia de otras aves. Los estorninos se mueven siempre en bandadas, son alegres y muy comunicativos, bulliciosos, dirían algunos, lo que en muchas ocasiones genera molestias a los ornitólogos clásicos. Su opinión cambiaría con la llegada de Carmen, que así llamaron a la estornino hembra a la que salvó de la muerte.

La cobijó entre sus pechos, como había hecho durante años con otras aves que había rescatado, y con mucho mimo y cuidado logró sacarla adelante. Adaptaron la casa para garantizar la máxima seguridad y libertad para Carmen, y muy pronto acabó formando parte de la familia, junto a la pareja de Lynn y la hija adolescente de ambos.

“Resulta que un pajarito fue capaz de poner mi hogar, y mi cerebro, completamente patas arriba. Creí que traía un estornino salvaje en casa como parte de mi investigación para este libro, pero resulta que el pájaro tiene ideas propias”, confiesa en el prólogo Lyanda Lynn, naturalista, ecofilósofa y conferenciante. “Escribir este libro me habría llevado la mitad de tiempo de no ser por un hecho muy concreto: compuse la mayor parte con un estornino en el hombro. O al menos cerca del hombro. A veces estaba encima de mi cabeza. A veces me empujaba las puntas de los dedos que intentaban teclear en el ordenador”. Así arranca este libro, narrado con humor y una ironía y una lucidez que recorren toda la obra, y que son parte de sus grandes atractivos. Me encanta la cercanía y a la vez la seriedad fundamentada con la que está escrito. Lynn habla al lector de tú a tú, no desde un púlpito. Comparte con nosotros sus lecturas, sus descubrimientos, con una honestidad reveladora, hilvanando varias tramas y cuestiones que se entrelazan con una naturalidad apabullante a lo largo de la obra.

Lynn asegura que Carmen le cambió su mundo, interno y externo. “Me encanta presentar este pájaro gracioso, bonito e inteligente a mis amigos, sabiendo que les aporta, como a mí, un sentido renovado de la belleza y la inteligencia de todos los eres vivos, al que solo podemos acceder cuando somos capaces de despojarnos de nuestras ideas preconcebidas. ”Odio a los estorninos“, me dice un invitado. Dejo salir a Carmen de su pajarera. Aterriza en mi mano con sus plumas resplandecientes y ladea la cabeza con dulzura. Y le pregunto: ”¿Odias a este estornino“?”.

Esta anécdota, creo, contiene gran parte del sentido del libro: el descubrimiento de que los animales no son solo grupos, un colectivo que forma parte de la naturaleza, de un ecosistema, y que hay que proteger como tal, en su totalidad, sino que son también individuos, como el lector que quizás esté leyendo estas líneas ahora. Además de formar parte del género humano, de un país o una ciudad, somos individuos con una identidad. ¿Alguien se atrevería a decir que el planeta está superpoblado y que, por tanto, hay que exterminar a unos cuantos miles de millones de habitantes? En fin, mejor no demos ideas a mentes enfermas.

Como señala Lynn, la macabra idea cartesiana de concebir a los animales como si fueran máquinas, sin capacidad de sentir, está aún muy enraizada en nuestra cultura. También pervive una visión hiriente respecto a lo que se consideran plagas. ¿Qué es una plaga? La primera que empezó a pensar en los estorninos como aves que ya formaban parte del ecosistema norteamericano fue, cómo no, la gran Raquel Carson, en los años treinta del siglo pasado, mucho antes de ser conocida como la autora de 'La primavera silenciosa'.

'El estornino de Mozart' es un viaje apasionante. Una de las paradas que más me han gustado es la que le dedica al lenguaje de las aves. “Hooooaaa”, fue la primera palabra que esbozó, titubeante, Carmen. Los estorninos son de las pocas aves con capacidad de imitación, pero van mucho más allá, en opinión de Lynn. Algunos estudios más recientes cuestionan la teoría del lenguaje del mismísimo (y admiradísimo, por otro lado) Noam Chomsky y la extienden a otros animales no humanos. No solo el lenguaje, sino la propia conciencia de los animales. Lynn cita el famoso manifiesto de Cambridge de 2012, firmado por relevantes científicos de todo el mundo, en el que se sostiene que los animales, desde las aves hasta los mamíferos y los pulpos, poseen una conciencia similar a la de los humanos. Esta declaración llega un poco tarde (ya Darwin y sobre todo uno de sus hijos sostuvieron algo al respecto), pero bienvenida sea.

Historia, filosofía, ensayo, narración, autobiografía, viaje, música. Todo esto y más es 'El estornino de Mozart', un libro mosaico que le llevará a mirar de otra manera no solo a los estorninos, sino a las aves y a los animales que conviven con nosotros. Si me permiten un consejo, léanlo con la música de Mozart de fondo. Quizás entre las notas de este compositor inmenso que nos hablan de la belleza del mundo y de su equilibro, como la vida de Gaia, se esconda el latido del corazón de Star, el estornino con el que convivió varios años y que fue mucho más que un animal de compañía.

Cuantas más capas tiene un libro, más posibilidades hay de que transporte nuestra mente y nuestras emociones a territorios desconocidos. Es lo que le me ha pasado con 'El estornino de Mozart' (Capitán Swing), de Lyanda Lynn Haupt, una lectura que enseguida me ha llevado a otra, la del maravilloso 'El sonido del caracol salvaje al comer', de Elisabeth Tova Bailey, publicado en la misma editorial. En ambos casos, las autoras nos conducen de lo pequeño a lo grande, del encuentro con un individuo a una reflexión sobre nuestra relación con el resto de animales. Aunque hay diferencias. Mientras que el descubrimiento de ese caracol fue algo fortuito y azaroso para Tova Bailey, en el caso de Lyanda Lynn digamos que había un camino previo que la autora quería seguir, aunque no sospechaba, ni mucho menos, dónde le iba a llevar. Lynn, una autora que ha estudiado a fondo los vínculos maravillosos que existen entre los humanos y los animales salvajes, descubrió en el proceso de investigación del libro que no todos los estorninos son iguales, que tienen su propia personalidad, en definitiva, que son individuos. 

Mozart convivió durante tres años con un estornino, Star, algo que al parecer era bastante habitual en el siglo XVIII. Lo sorprendente es el mimetismo que había entre Mozart y Star, incluso en el carácter: ambos eran traviesos, juguetones, muy creativos, y se “entendían” a través de la música. Aún se investiga en qué medida Star influyó en algunas de las piezas de Mozart compuestas durante los años que convivieron juntos, sobre todo 'Una broma musical', una pieza que se sale del clásico canon mozartiano. Star convivía con Constanze, la mujer de Mozart, y con Wolfgang, como un miembro más de la familia. Revoloteaba por las habitaciones y no era raro que reprodujera (los estorninos tienen una gran capacidad para imitar los sonidos) parte de las piezas que este músico universal interpretaba al piano mientras las iba componiendo. Cuando murió Star, Mozart le hizo un sentido funeral (no fue al de su padre) y escribió una palabras profundas y tiernas que muchos interpretaron y siguen viendo como una broma, una teatralización típica del genio, pero que eran sentidas, dice Lynn.