La experimentación con animales ha dejado de ser un tema controvertido. Desde 2010, la legislación europea en materia de experimentación con animales reconoce que el objetivo es terminar con esta práctica, y obliga a desarrollar métodos alternativos sin animales. Mientras este horizonte se acerca, la sociedad no deja de pronunciarse claramente. En Europa, casi tres cuartas partes de los ciudadanos creen que la Unión Europea debería establecer objetivos y plazos vinculantes para eliminar gradualmente los experimentos con animales, y están de acuerdo en que permitir la sustitución total de estos por métodos sin animales debería ser una prioridad de la UE.
El consenso social al respecto de la necesidad de terminar con esta práctica es pues contundente y está apoyado por la misma ciencia, que reconoció hace tiempo que muchos animales no humanos, incluyendo a la inmensa mayoría de los usados en experimentación, experimentan sufrimiento, dolor y miedo como nosotros (reconocimiento que culmina en la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia en 2012). En Estados Unidos, la presión social ha hecho que ya no sea obligatorio experimentar con animales para poder comercializar un fármaco –el gobierno estadounidense eliminó a principios de 2023 este requisito. En Europa, la lista de métodos alternativos disponibles validados oficialmente no deja de crecer.
¿Cómo está reaccionando la industria de la experimentación animal ante esta creciente demanda social y, ahora también, política? ¿Ha asumido la industria de la experimentación animal la transición a un escenario sin sufrimiento animal? En un estudio que hemos publicado en la revista Discourse Studies hemos respondido a estas preguntas después de analizar los mensajes publicados entre 2000 y 2022 por uno de los principales grupos de interés en defensa de la experimentación en España: la Sociedad Española para las Ciencias del Animal de Laboratorio (SECAL).
Después de más de veinte años desde la implementación de la Directiva relativa a la protección de los animales usados para la experimentación y su horizonte de transición a métodos alternativos, la industria ha adaptado progresivamente su discurso público para alinearse con las expectativas sociales. Sin embargo, se resiste a aceptar el cambio sustancial que esto implica.
¿Una industria movida por la compasión?
La industria moderna de la experimentación con animales siempre ha apelado al bienestar de los animales como una de sus principales preocupaciones. Sin embargo, esta defensa del bienestar animal ha ido tomando más contundencia y visibilidad a medida que aumentaba el rechazo social y a medida que, en consonancia, la regulación se hacía más exigente. Hasta el punto que hoy en día la industria se presenta a sí misma como la mayor defensora del bienestar animal. Esto puede resultar sorprendente, considerando el sufrimiento que los experimentos causan a los animales, el cual varía desde leve hasta muy severo, y acaba, antes o después, casi siempre con la muerte. No obstante, esta postura encuentra coherencia dentro del marco cognitivo expuesto por nuestro estudio.
Como se justifica en el marco de nuestro proyecto, COMPASS, el avance moral respecto al trato que merecen los animales no humanos desarrollado con la modernidad se ha cimentado en la compasión. Pero no en una compasión entendida simplemente como emoción, sino como virtud esencial para la formulación de juicios justos. Una emoción moral cuyo cultivo en la sociedad nos permite progresar moralmente, al reducir el sufrimiento en el planeta. Sin embargo, el análisis de la defensa del bienestar animal que hace la industria de la experimentación animal en España nos muestra que el compromiso de este sector no está basado en la compasión, o no de forma relevante, sino en un racionalismo utilitarista.
La industria apela a la necesidad de tratar bien a los animales para poder obtener resultados útiles en la experimentación. Es decir, una razón pragmática: hay que reducir el sufrimiento para que este no distorsione los resultados. La industria también apela a la regulación, que ha incrementado las medidas para reducir el sufrimiento, y que toda la experimentación con animales en Europa debe aplicar. Esta es otra razón pragmática, cumplir con la ley. La industria apela además a la autoridad que emana de su propia experiencia. El argumento de autoridad, común en el ámbito científico, en este caso enfatiza que quién realmente sabe lo que sucede en los laboratorios son los experimentadores y que debemos confiar en estos. Es decir, si estos nos dicen que se preocupan por el bienestar animal, ninguna persona no experta está en posición de rebatir esta afirmación. Y, otro ejemplo, la industria española subraya la presencia de veterinarios en todos los laboratorios, cuya misión es garantizar el bienestar animal y para los que se explota el estereotipo de “amantes” de los animales y mayores expertos en su bienestar. Lo que sería otro argumento de autoridad: si hay veterinarios involucrados, es que hay garantías de bienestar.
Esto muestra que la compasión no forma parte de la preocupación que la industria afirma sentir por los animales, a pesar de que esta asegure estar alineada con la preocupación social por el bienestar de estos. Por supuesto, la preocupación que encontramos fuera de la industria también tiene motivos pragmáticos (por ejemplo, la falta de eficacia para encontrar soluciones a muchas enfermedades de este tipo de experimentación) y de autoridad (muchas personas con experiencia y conocimientos en el tema se oponen a la experimentación con animales). Sin embargo, estos argumentos cogen fuerza a nivel social esencialmente por la incorporación a ellos de la compasión, el deseo de evitar dañar a seres vivos. El sufrimiento está en el centro de la crítica social contra la experimentación animal; el pragmatismo y la autoridad solo son elementos complementarios. En cambio, el marco cognitivo de la industria está alineado con estos últimos, no con la compasión por el sufrimiento, lo que sitúa el discurso de la industria en una fase premoderna.
Una industria en negación
No es del todo cierto, no obstante, que no exista un argumento compasivo en el discurso de la industria de la experimentación animal en España, al menos en el caso de la SECAL. Existe, solo que la compasión se enfoca esencialmente hacia la especie humana. La industria explota las emociones de los humanos al presentar a los otros animales como héroes altruistas que sacrifican su salud, bienestar y vida por los humanos, cuyas enfermedades se presentan como intratables sin la experimentación animal. Es decir, las personas compasivas (hacia las enfermedades y problemas humanos) deben aceptar la experimentación con animales. Este argumento, no obstante, exige de los destinatarios un ejercicio de discriminación, donde se obliga a escoger entre el sufrimiento humano y el no humano. A ello ayuda, y no poco, el hecho de que en el discurso de la industria se omite información clave para poder tomar una decisión en esta dicotomía, en el caso de que se acepte. Así, la información sobre los procedimientos usados y el daño causado en los animales está prácticamente ausente del discurso de la industria, como lo está la reflexión ética al respecto de este uso. Por otro lado, el discurso de la industria está también carente de información honesta sobre los riesgos para la propia salud humana de una ciencia solo basada en la experimentación animal; lo que algunos llaman los costes y beneficios de la experimentación animal para los propios humanos. De modo que la compasión por la especie humana a la que apela la industria se encuentra también muy limitadamente informada.
Ocasionalmente el discurso de la industria ofrece un argumento compasivo más allá de la especie humana, pero este jerarquiza a algunos animales por encima de otros según su especie, o el estatus o la cercanía que estos tienen respecto de los seres humanos. Por ejemplo, SECAL celebra los beneficios de la experimentación animal para el análisis, prevención y cura de enfermedades que afectan a los animales que conviven con los humanos, como perros o gatos, o bien aquellos pertenecientes a especies amenazadas o en peligro de extinción que son objeto de campañas de conservación, como el lince ibérico. En estos casos, se mantiene un discurso utilitarista, según el cual el sufrimiento de ciertos animales sujetos a experimentos sería aceptable para prevenir las enfermedades de otros que, emocionalmente, se encuentran más cercanos a la audiencia. Según esta idea, es aceptable experimentar sobre perros de raza Beagle para desarrollar tratamientos preventivos que beneficien a otros perros, apelando al vínculo afectivo que muchas personas traban con sus perros en casa. Un argumento que sería del todo inaceptable aplicado a seres humanos y que muestra de nuevo el carácter selectivo de esta apelación a la compasión.
Al mismo tiempo, el discurso de la industria representa al público de forma estigmatizadora: como bien informado y compasivo cuando aprueba la experimentación animal, y como manipulado por una minoría de radicales desinformados cuando se opone o es crítico con la experimentación animal. Es decir, se igualan las reivindicaciones compasivas hacia los animales de los activistas con radicalismo y manipulación. El ejercicio compasivo correcto, para la industria, es solo el que tiene por objeto a los humanos.
Todo ello obliga a hacer ejercicios retóricos a menudo contradictorios. Por ejemplo, en nuestro análisis del discurso de SECAL encontramos que se está completamente a favor de los métodos alternativos sin animales mientras se afirma al mismo tiempo que las alternativas sin animales jamás podrán sustituir la experimentación con animales. De igual modo encontramos cómo se representa a los animales como altruistas que se sacrifican por nosotros, que están al lado de los humanos para salvar nuestras vidas, mientras se hacen recomendaciones profesionales para la seguridad de los experimentadores y técnicos, debido a que los animales muestran lógicamente resistencia ante la experimentación. O se afirma que, si la sociedad humana ama a los animales, debe apoyar la experimentación animal, mientras obvia que esta misma práctica consiste en mantener animales privados de libertad, inducirles enfermedades o infligirles dolor, lo que generalmente acaba con su sacrificio prematuro.
En síntesis, el incremento a nivel social de la conciencia y compasión hacia los animales usados en la experimentación ha tenido una considerable influencia en el discurso de esta industria en las últimas décadas, muy especialmente desde 2010, cuando se aprueba la directiva Europa de protección de estos animales. La industria insiste hoy más que nunca en su preocupación por los animales con los que experimenta. Sin embargo, a pesar de ello, el discurso de la industria se niega a reconocer lo que realmente implica el progreso moral experimentado por la sociedad con respecto al sufrimiento de los animales. Esto supone una resistencia al cambio que la sitúa en una posición de negación –negación del cambio inevitable hacia un paradigma sin animales por el que apuesta la sociedad. Una negación que además incumple los principios básicos de la comunicación persuasiva ética: su discurso usa el argumento de la compasión de forma interesada, no muestra una preocupación genuina por los animales, intenta manipular a la audiencia, no refleja toda la verdad de la experimentación y refuerza la discriminación especista.
NOTA DE LAS EDITORAS:
En el Día Mundial del Animal en Laboratorio, 24 de abril, la Asamblea Antiespecista de Madrid convoca a una concentración frente a la sede de SECAL.