Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Tengamos la fiesta en paz

  • Joy, doctora en Psicología Social por la Universidad de Harvard, y Tobias Lenaaert, autor de 'Cómo crear un mundo vegano', han impartido en Madrid un taller de comunicación para activistas por los derechos de los animales organizado por Proveg.

Imagínese usted la siguiente escena: cena de Nochebuena familiar, todo el mundo a punto de sentarse en la mesa mientras se apuran los últimos preparativos. Van saliendo los entrantes: cocktail de cangrejo, gambas a la plancha, jamón de bellota, lomo con picos y lonchas de queso curado, muy aromático. Todas se van sentando y, en el rincón de la mesa, mohina, una adolescente que, además de la Nochebuena, celebra ese día su cumpleaños. “¿De verdad que no vas a comer nada?” le pregunta su madre, a lo que ella, hambrienta, coge una loncha de queso y un pico de pan mientras le suelta: “no entiendo cómo tengo que aguantar el día de mi cumpleaños ver la mesa llena de cadáveres”. Todas empiezan a refunfuñar, sus tíos hacen bromas sobre la fasecita por la que pasa la niña mientras engullen a dos carrillos el jamón y el lomo. Su padre le responde: “ya te dijimos que cuando cumplieras los 18 podrías hacer lo que te diera la gana”. Está descabezando una gamba delante de ella mientras la mira desafiante. “Los animales los ha criado Dios para que nos los comamos”, le dice su abuela justo antes de meterse a la cocina para traer, por piezas, el animal pequeño con el que todas, menos ella, concluyeron esa cena de Nochebuena.

Suponga que nadie en la mesa vio cómo ella se levantaba con la cara colorada y el sofoco en el cuerpo para meterse en el baño a llorar con desconsuelo mientras las imágenes de los mataderos, que ha visto por internet, se van sucediendo en su cabeza. Y ahora suponga, para hacernos una idea global del asunto, que todo esto sucedió hace más de una década, cuando la información en torno al veganismo apenas era conocida en un país como el nuestro.

Le lanzo ahora las siguientes preguntas: ¿Cuántos problemas de comunicación ve usted en el relato de arriba? ¿Cree que el uso de la palabra 'cadáveres' ayuda en el contexto planteado arriba? Piense bien sus respuestas. En el caso de los familiares, ¿ridiculizar el hecho de que una persona decida avanzar en sus valores éticos es algo positivo? ¿Ayuda en algo mentar a dios en estas situaciones? Y confrontar a la persona en concreto delante de todo el mundo ridiculizando y cuestionando su decisión, ¿sirve de algo?

Este es el paradigma en el que personas veganas y no veganas nos encontramos inmersas a día de hoy. Las primeras nos acercamos a la realidad de los animales tal y como es: una vida de opresión y abuso que opera de forma sistemática en todas las culturas y países. Lo que la doctora Melanie Joy denomina en su primer libro, Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas, el 'carnismo'. Un sistema invisible que sustenta la idea de que comer animales es normal, natural y necesario. Estas tres 'enes', conocidas ya en el mundo de la psicología, son las que cuestiona la persona vegana simplemente con su elección consciente y deliberada de dejar de participar en esta carnicería. Mientras, las personas no veganas viven ajenas a esta preocupación sobre la dignidad de los otros animales, inmersas en la ideología del carnismo sin saberlo… hasta que se encuentran normalmente con una vegana. El carnismo es la ideología dominante, por lo que no es cuestionada. Es lo que se ha hecho “toda la vida”, vaya. Y es ideología porque incorpora un sistema global de creencias, seamos conscientes o no. 

Sin embargo, esto no significa necesariamente que las personas no veganas no tengan sentimientos o empatía hacia los otros animales. Es frecuente encontrarnos con fuertes vínculos de cariño y respeto hacia, por ejemplo, el resto de animales con los que conviven, como perros o gatos. Entonces, ¿por qué se da esta desconexión? Esto es lo primero que la doctora Joy, gracias a su trabajo de los últimos veinte años, ha explicado en sus libros. Lo primero es porque no vemos a las víctimas directas de este sistema. La gente suele sorprenderse cuando conoce, por ejemplo, el dato de que en Cataluña hay más cerdos que personas. ¿Dónde están entonces? Pero una vez que comenzamos a vislumbrar lo que puede haber ahí detrás, nos lo negamos. Porque tenemos la sospecha de que lo que vamos a descubrir es tan doloroso que preferimos no mirar. ¿No le ha sucedido esto a usted alguna vez? Además, sufrimos de disonancia cognitiva desde pequeñas para justificar los mitos que la cultura del carnismo trata de sostener. Despojamos a los otros animales de su identidad y de las similitudes que tenemos con ellos para reducirlos a meros objetos para nuestro uso. Es la tradicional 'banalidad del mal' expuesta por Hannah Arendt décadas atrás. Es algo difícil de detectar porque está imbricado en nuestra cultura de forma incluso institucionalizada.

Así, cuando la madre de la adolescente que se acababa de hacer vegetariana le pidió que acudieran juntas a un médico endocrino (la profesión de dietista-nutricionista no estaba entonces extendida en nuestro país), este señor, sin hacer ningún tipo de análisis de sangre u otra prueba científica para comprobar la salud y la validez de la dieta de su paciente, concluyó delante de ambas que la adolescente moriría pronto por falta de nutrición (concretamente de proteínas). ¿Le suena a usted esto de algo? Por supuesto, este episodio también dió lugar a una fuerte discusión entre ambas porque era imposible que una adolescente supiera más leyendo en Internet que un médico de sesenta años que lleva ejerciendo toda la vida.

Cuando una toma conciencia del dominio hegemónico de un grupo frente a otro y se percata de la desigualdad e injusticia que esto supone se abre un doble abismo: el interior, en forma de culpabilización por haber pertenecido al grupo opresor; y el exterior, vergüenza de todas aquellas personas que aún son cómplices del sistema. Sin embargo, así lo explicaba la doctora Joy en unas recientes jornadas en Madrid, la vergüenza y la culpa no son lo mismo. Culpa es lo que sentimos acerca de un comportamiento en concreto, y vergüenza es cómo nos sentimos con respecto a nosotras mismas. La vergüenza (que se puede tornar con mucha facilidad en desprecio) “es una de las emociones más dañinas y es importante en nuestra salud mental”, asegura Melanie Joy.

Tanto veganas como no veganas tenemos el hacha de guerra encima de la mesa lista para salir a pasear en caso de que la conversación pueda cuestionar por un momento nuestro sistema de valores. Las personas veganas sufrimos, además, de lo que la doctora Joy denomina “amnesia vegana”. Se nos olvida que prácticamente ninguna de nosotras hemos nacido ya respetando a los animales en todos los aspectos de nuestra vida. Queremos, tanto en las campañas de comunicación que hacemos como en las conversaciones con otras personas, que la gente sepa lo antes posible lo que le sucede a los otros animales y dejen de participar en ello. Pero pasamos por alto también este carnismo que conocemos mejor que ellas. Pasamos por alto la presión social, la información contradictoria que hay en Internet y en el común de los medios de comunicación, la falta de apoyo familiar y otras muchas dificultades con las que, cada una con sus particularidades, hemos tenido que bregar desde el primer momento que dijimos en casa aquel: “mamá, quiero ser vegetariana”.

Y, por supuesto, las personas no veganas, en un mecanismo de protección espontáneo, ridiculizan, cuestionan, se ríen, desprecian y hasta insultan a quienes decidimos elegir la no violencia en nuestros platos. Porque eso es mucho más sencillo que hacer un ejercicio de honestidad absoluta en el espejo y comenzar a hacerse las preguntas incómodas que llevamos evitando toda la vida.

Son fechas complicadas. Muy complicadas. Así que si usted va a compartir mesa con veganas o vegetarianas y usted no lo es, o al revés, quizá quiera saber cuáles son las estrategias que plantearon en el curso de la organización ProVeg hace unos días. Porque quizá es hora de ir enterrando el hacha de guerra y dejar de ponernos las cosas más difíciles de lo que ya son.

Lo primero que la doctora Joy propone es cambiar las 3 'enes' conocidas (normal, natural y necesario) por las 3 'ces': curiosidad, compasión y coraje. Así es como debemos aproximarnos al otro, sobre todo si entendemos el coraje como vulnerabilidad. Entendamos que no somos perfectas y dejemos de avergonzar a las demás, especialmente en público, por quienes son aún. Una vez que avergonzamos a las demás, dice Melanie Joy, “no se sienten empoderadas y entonces sienten que no tienen la autonomía de poder decidir”.  Recordemos, como apuntaba ella, que “quienes somos es más importante que lo que hacemos”.

Como segunda recomendación, practiquemos la escucha activa. Escuchemos a la otra persona especialmente para comprender, no para responder. Para este punto es especialmente útil intentar encontrar los puntos en común y centrarnos en ellos. Por ejemplo, si esa otra persona le dice que también encuentra la tauromaquia como una lacra social a superar, quizá pueda comenzar precisamente por ahí.

La tercera recomendación de Joy es “no definir la realidad del otro”. Y ésta es especialmente reveladora pues solemos hacerlo mucho las personas veganas. Imagine que la conversación con la persona de antes sobre tauromaquia ha dado sus frutos y le dice, además, que ama a los animales, que su hija tiene un periquito de lo más gracioso y su hermana un galgo rescatado de la caza. ¿Cuál sería su respuesta más obvia? “Tú no amas a los animales porque te estás comiendo un trozo de pollo muerto y eso no es amar porque el amor comienza por el respeto”, por ejemplo. Aquí ya dilapidamos cualquier posibilidad de entendimiento. ¿Es posible amar a los animales y seguir comiéndoselos? Sí. La gran mayoría de las niñas aman profundamente a los otros animales y no suelen ser veganas.

Además, la doctora Joy diseccionó algunos ejemplos concretos de recomendación en el uso del lenguaje, como intentar utilizar siempre la primera persona para referirnos a nuestras emociones: “me siento enfadada” sería siempre mejor que decirle alguien “es que me enfadas”; utilizar también “el lenguaje de partes”, por lo que para expresar una emoción podríamos decir “una parte de mí se siente enfadada” y así facilitamos la aproximación; evitar los comportamientos controladores o culpabilizadores es también de capital importancia; y nos animó a seguir el siguiente esquema para construir relaciones más sanas: observación (basada en hechos sobre lo ocurrido), pensamientos (sus percepciones sobre lo sucedido), sentimientos (las emociones que sienta a partir de todo ello) y necesidades (sobre lo que realmente necesita de la otra persona).

Melanie Joy dedicó también buena parte del taller a la salud mental de las activistas que trabajamos por los derechos animales, ya que estamos expuestas a sufrir de algo similar al Transtorno de Estrés PostTraumático (TEPT). Mientras que las víctimas habituales del TEPT lo sufren en primera persona tras un suceso traumático que las deja marcadas, las personas que trabajamos intentando crear conciencia sobre la situación de los animales lo sufrimos por pura empatía. Somos meros testigos de su sufrimiento en granjas, mataderos, calles, e incluso en la naturaleza, pero los síntomas son idénticos a los del TEPT. Quizá pueda usted tener la delicadeza de tener esto en cuenta la próxima vez que quiera decirle a su amiga “la comeflores” que es demasiado sensible.

Y, por nuestra parte, las veganas, podemos comenzar a ver a quienes sustentan los valores del veganismo como “aliados veganos” aunque aún no lo sean, por los motivos que sean, ya que necesitaremos a la mayoría de la población de nuestra parte para que los animales tengan al menos una oportunidad. Cualquier movimiento social, y el veganismo es uno de los que más rápido crecimiento ha experimentado en toda nuestra historia, comienza a ser respetado y tenido en cuenta cuando se gana la confianza de la mayoría.

Si quizá usted se lo preguntaba, los pequeños episodios que he ejemplificado arriba están basados en escenas reales. Es cierto que no recuerdo bien todo lo que sucedió durante aquellas navidades de hace trece años. Pero fue un auténtico cataclismo familiar. La brecha que entonces se haría aún más profunda entre mis padres, mi hermana, el resto de la familia y yo, tan solo era el comienzo. Por aquel entonces era vegetariana por falta de alternativas asequibles y más información, pero tampoco quería vestirme con prendas de origen animal y aquello era más sencillo de conseguir. Sin embargo, mi madre ya me había comprado unos zapatos de tacón de ante, y el día de Reyes aquella hija a la que durante los días previos habían machacado hasta la saciedad montó en cólera y le dijo que era una persona horrible por haber comprado algo así. El dolor por la vergüenza y por la impotencia de la situación de los animales me hicieron estallar como una bomba de relojería que ya no podía más. Me gustaría contarle que a partir de ahí todo fue sobre ruedas y que ya tuvimos la fiesta en paz porque yo aprendí enseguida de comunicación y psicología, pero lamento decepcionarle.

Hoy sí soy capaz de ver aquella situación con mucha más claridad y comprender el gesto de cariño genuino que tras un regalo se esconde, aunque este regalo no se ajuste para nada a nuestro código de valores. Volvería a no aceptar los zapatos, pero seguro que hoy me reiría para quitarle importancia al asunto y abrazaría a mi madre, ofreciéndome a ir con ella a cambiarlos por unos que se ajustaran más a lo que yo necesito para vivir con más coherencia. Si usted está en mi situación, le ruego que considere sus palabras antes de herir a un miembro de su familia. Y si usted está en la posición de mi madre, le ruego que mire a su hija, o a su familiar, como la persona decente, vulnerable, valiente, empática, compasiva, justa e idealista que realmente es.

  • Joy, doctora en Psicología Social por la Universidad de Harvard, y Tobias Lenaaert, autor de 'Cómo crear un mundo vegano', han impartido en Madrid un taller de comunicación para activistas por los derechos de los animales organizado por Proveg.

Imagínese usted la siguiente escena: cena de Nochebuena familiar, todo el mundo a punto de sentarse en la mesa mientras se apuran los últimos preparativos. Van saliendo los entrantes: cocktail de cangrejo, gambas a la plancha, jamón de bellota, lomo con picos y lonchas de queso curado, muy aromático. Todas se van sentando y, en el rincón de la mesa, mohina, una adolescente que, además de la Nochebuena, celebra ese día su cumpleaños. “¿De verdad que no vas a comer nada?” le pregunta su madre, a lo que ella, hambrienta, coge una loncha de queso y un pico de pan mientras le suelta: “no entiendo cómo tengo que aguantar el día de mi cumpleaños ver la mesa llena de cadáveres”. Todas empiezan a refunfuñar, sus tíos hacen bromas sobre la fasecita por la que pasa la niña mientras engullen a dos carrillos el jamón y el lomo. Su padre le responde: “ya te dijimos que cuando cumplieras los 18 podrías hacer lo que te diera la gana”. Está descabezando una gamba delante de ella mientras la mira desafiante. “Los animales los ha criado Dios para que nos los comamos”, le dice su abuela justo antes de meterse a la cocina para traer, por piezas, el animal pequeño con el que todas, menos ella, concluyeron esa cena de Nochebuena.