Parecen invisibles, no salen en las televisiones, ni en las noticias, los daños sobre ellos prácticamente no son contabilizados. Pero los animales también están sufriendo las durísimas consecuencias de la borrasca Filomena.
Durante días se advirtió de la llegada de una nevada histórica, la nevada del siglo, algo que sería completamente inusual y extraordinario. Y no, Madrid no estaba preparada. Ni remotamente.
A pesar del esfuerzo de profesionales, técnicos y personas voluntarias, hemos asistido a la ineficacia absoluta en el antes y al desastre total en el durante y en el después. La gestión de este temporal de dimensiones excepcionales se ha ido improvisando sobre la marcha.
Esto para los animales se traduce en que nadie aseguró alimento suficiente, agua ni refugio adecuado para las colonias felinas, para los animales de ornato que viven en los parques y jardines como pavos, ocas, gansos o cisnes. Tampoco para la fauna urbana, como gorriones, palomas, mirlos, petirrojos, herrerillos, carboneros, ardillas o conejos que habitan en las zonas verdes de la ciudad.
El alcalde Almeida debió de pensar que “ya se buscarán la vida”.
Y el resultado ha sido centenares de casetas sepultadas bajo la nieve, muchas con animales encerrados dentro, otros atrapados en las alcantarillas, aves muertas en las calles por inanición ante la imposibilidad de encontrar alimento, gestoras de colonias felinas autorizadas por el Ayuntamiento de Madrid que durante días no han podido dar alimento a los animales que cuidan ni comprobar su estado de salud. Etcétera.
Las vecinas y vecinos han tenido que hacerse cargo también de la protección animal, organizando viajes en vehículos 4x4 para trasladar a los equipos hasta los albergues de animales y limpiar los accesos, para recoger kilos y kilos de pienso ante el desabastecimiento, para reubicar a los animales ancianos, enfermos y más vulnerables tras los destrozos en sus instalaciones, rescatando animales atrapados en el hielo, alquilando maquinaria porque nadie abría los accesos a muchos refugios y albergues, llevando al veterinario a animales hipotérmicos y pagando de su bolsillo los tratamientos necesarios para su recuperación. Etcétera.
No, los animales no se buscaron la vida.
En una ciudad como Madrid, convivimos con multitud de especies cuyo grado de dependencia de la actividad humana es altísimo. Y una situación extrema y desconocida hasta la fecha, como este temporal, lo es exactamente igual para los animales.
Para ellos, encontrar las calles, la vegetación, las fuentes, los estanques, las praderas o los tejados convertidos en bloques de hielo es tan inusual y peligroso como lo es para nosotros. Los lugares donde habitualmente encontraban alimento quedaron sepultados bajo la nieve, y la dificultad para protegerse de temperaturas insoportables cuando sus nidos y cobijos desaparecieron repentinamente ha provocado un verdadero drama para esas otras especies con las que compartimos la ciudad.
Vivimos tiempos de emergencia climática donde fenómenos extremos como este temporal serán cada vez más frecuentes. Ignorarlo, restarle importancia o disimular como si esta no fuese la realidad que enfrentamos es una irresponsabilidad.
Necesitamos un compromiso firme con la reducción de nuestro impacto sobre el medio ambiente y con formas de relación, producción y consumo responsables y socialmente justas. Y que nuestros municipios y comunidades evolucionen hacia un modelo cada vez más resiliente, con una adaptación decidida al cambio climático. Y en esa adaptación, no podemos olvidarnos otra vez de los animales.
Por eso numerosas entidades y colectivos especializados demandan desde hace años planes y protocolos de emergencia que incluyan a los animales, demandan que planifiquemos respuestas adecuadas para sus necesidades, que aseguremos los suficientes recursos adecuados para su rescate, para su evacuación, para su atención y recuperación en caso de necesitarlo. Que dejemos atrás las imágenes de animales sepultados, ahogados, quemados o gravemente dañados porque nadie planificó qué pasaría con ellos, ni quién les ayudaría en caso de emergencias o catástrofes.
Los animales también son víctimas de las políticas del “sálvese quien pueda.” La protección animal no puede ser improvisada.
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