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Tom, in memoriam

Pilar Martín

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En el mes de septiembre, mi pareja y yo estábamos de vacaciones en Escocia. Nuestro peludo Tom, un galgo maravilloso de siete años, rescatado hace cinco, se quedó en Madrid, en la casa de una amiga donde él siempre se encontraba como en nuestra propia casa. No se qué puedo pasar, quizá la tormenta, pero mi niño se asustó en su último paseo para hacer pipí y echó a correr hacia Las Vistillas, lugar a donde íbamos muy a menudo. Un grupo de veintitantas personas le buscaron durante toda la noche. Lo encontraron a las 8 de la mañana, muerto, atropellado en la zona de Santa María de la Cabeza. Según nuestro veterinario, llevaba muerto desde las 3 de la mañana.

Nadie llamó a los teléfonos que llevaba en la chapita, nadie llamó al 112, donde ya tenían aviso, por parte de mi amiga, de su pérdida. La policía llamó a los bomberos para que lo retiraran como un trasto viejo y lo quemaran junto a otros animales, qué sé yo. Afortunadamente, mis amigas lo pudieron parar y también nosotros, a través del teléfono, ya que estuvimos toda la noche en contacto con ellas, sintiéndonos absolutamente impotentes; estábamos a 3.000 km de distancia.

Volvimos al día siguiente y pudimos despedirnos de nuestro dulce Tom. Sus cenizas están en nuestra casa, en un lugar de honor.

La muerte está siendo muy difícil de digerir; sobre todo, su sufrimiento antes de morir. No se lo merecía, ningún perro merece ese final. Pero lo peor ha sido la indiferencia por parte de las autoridades y por parte de todos los que pasaron a su lado y no dieron aviso alguno.

He escrito una breve misiva, a modo de tributo a nuestro perrete, tomando prestadas frases de la maravillosa canción Al alba, de Luis Eduardo Aute, y del impresionante poema Elegía, de Miguel Hernández. Con ella he querido poner la atención en algo que llevo años defendiendo: nuestra familia no humana no son mascotas; mascota es un tamagochi. Ellos son seres sintientes, y que te hacen sentir muchísimo. Y hay que tratarles con el respeto que se merecen:

En Madrid, se me ha muerto como del rayo, mi perro Tom, a quien tanto quería. Un empujón brutal le ha derribado.

La tormenta te hizo perder el control y desencadenó una búsqueda angustiosa durante toda la noche. Si te dijera, amor mío, que temo a la madrugada, que tú te estarías preguntando: ¿qué faros son esos que hieren como amenazas?

Perdona a los que pasaban por tu lado y no paraban porque solo eras una mascota, mientras tú ya alimentabas lluvias, caracolas; perdona a los que te querían tratar como a un mueble viejo, porque eras solo una mascota. Perdónalos porque yo no puedo.

Presiento que tras esa noche vendrán noches más largas, quiero que no me abandones, Tom, al alba.

Dedica una oración por los que te buscaron sin descanso, porque eres un perro, porque eres familia, no una mascota; dedícasela a los amigos y desconocidos que nos brindan su calor y su consuelo, a los que te llaman por tu nombre: Tom. Por favor, hazlo, porque yo rezar ya no puedo.

No hay extensión más grande que mi herida y siento más tu muerte que mi vida.

Cruza el arco iris, mi dulce Tom, descansa en paz, compañero del alma, compañero.

En el mes de septiembre, mi pareja y yo estábamos de vacaciones en Escocia. Nuestro peludo Tom, un galgo maravilloso de siete años, rescatado hace cinco, se quedó en Madrid, en la casa de una amiga donde él siempre se encontraba como en nuestra propia casa. No se qué puedo pasar, quizá la tormenta, pero mi niño se asustó en su último paseo para hacer pipí y echó a correr hacia Las Vistillas, lugar a donde íbamos muy a menudo. Un grupo de veintitantas personas le buscaron durante toda la noche. Lo encontraron a las 8 de la mañana, muerto, atropellado en la zona de Santa María de la Cabeza. Según nuestro veterinario, llevaba muerto desde las 3 de la mañana.

Nadie llamó a los teléfonos que llevaba en la chapita, nadie llamó al 112, donde ya tenían aviso, por parte de mi amiga, de su pérdida. La policía llamó a los bomberos para que lo retiraran como un trasto viejo y lo quemaran junto a otros animales, qué sé yo. Afortunadamente, mis amigas lo pudieron parar y también nosotros, a través del teléfono, ya que estuvimos toda la noche en contacto con ellas, sintiéndonos absolutamente impotentes; estábamos a 3.000 km de distancia.