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Marcados por la ganadería industrial: las estrías blancas en el pollo

27 de noviembre de 2024 06:01 h

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Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2023 el consumo de carne de pollo aumentó un 14 % y sigue siendo una de las carnes más escogidas entre la población omnívora, en parte debido a su bajo precio comparado con la de otras especies. Precisamente, el aumento de la demanda y este enfoque en bajar los precios, ha afectado seriamente a cómo son tratados los pollos en la ganadería industrial, cada día más empeñada en producir más con menos recursos y, por supuesto, en menos tiempo. Así es como, a lo largo de los años, se han ido generando e hibridando razas de pollos para crear las de crecimiento superrápido, como es el caso de los broilers. El precio de un pollo broiler en supermercado puede estar en torno a los 4 euros/kg, mientras que uno ecológico criado en libertad ascendería a casi unos 12euros/kg. En España hay un claro predominio de pollo broiler frente a otras razas de crecimiento más lento.

Los pollos de crecimiento rápido alcanzan su peso máximo en una media de unos 45 días. Esto equivaldría a que un bebé humano alcanzara los 300 kilos en sus dos primeros meses de vida (Poultry Science Journal). Y esto, al igual que sucedería con los humanos, tiene efectos evidentemente negativos en la salud, tanto física como psicológica, de las aves. Efectivamente, se ha demostrado que la selección genética a la que se ha sometido a estos pollos causa deformidades y graves problemas de bienestar animal. A lo que se suman las condiciones de hacinamiento, que conllevan que los pollos estén sometidos constantemente a antibióticos, de manera más preventiva que curativa, con los efectos negativos que ello tiene en la salud pública, como la resistencia a los antibióticos, que se estima causará un 70% más de muertes en 2050.

No podemos olvidarnos de los 42.000 pollos que murieron ahogados durante lo peor de la reciente DANA a su paso por Granada o de las 600.000 gallinas que murieron en un incendio el pasado mes de abril en Cuenca, sin un protocolo establecido de desalojo o gestión de emergencias que pudiera salvarlos. Si bien el Real decreto 524/2023 de 20 de junio, que aprueba la Norma Básica de Protección Civil, contempla la creación de este tipo de protocolos de auxilio y gestión de emergencias, delegados a las comunidades autónomas. El número de víctimas de estos dos casos visibiliza muy bien las condiciones de hacinamiento en las que viven estas aves. Lo cual, por desgracia, también permea a la industria del huevo, no solo a la de la carne.

Pero, siendo realistas, las deformidades y patologías que desarrollan los pollos víctimas de la industria parece que solo interesan al público general cuando suponen un problema de salud pública, un riesgo para la salud humana. Nos olvidamos de la peor de las caras de la ganadería industrial: el maltrato y la explotación sistemática que sufren los pollos día tras día por el simple hecho de ser considerados “productos de consumo”.

Según datos recopilados por organizaciones como The Human League y el Observatorio de Bienestar Animal (OBA), existe una patología que es fácilmente detectable en los lineales de supermercado: la miopatía muscular de estrías blancas. Esta enfermedad muscular afecta a entre el 50 % y el 90 % de los pollos criados de manera intensiva. Esta condición está asociada con problemas de movilidad y sufrimiento extremo en los animales, que pasan sus cortas vidas inmovilizados en espacios superpoblados. Una vida diseñada para maximizar beneficios a costa del bienestar de las aves.

Las rayas blancas son el resultado de un crecimiento antinatural, que provoca depósitos de grasa en los músculos pectorales de los pollos, reduciendo su masa muscular y calidad nutricional. Por tanto, las estrías blancas no solo son una señal de la falta de bienestar animal, sino también un indicador de la baja calidad de la carne. Estas líneas representan grasa acumulada en el músculo debido al desequilibrio metabólico provocado por el crecimiento acelerado. Se ha cuantificado que la diferencia supone hasta un 224% más de grasa, aumentando las calorías de las piezas entre un 7% y un 21%, un 10% menos de colágeno y hasta un 9% menos de proteínas.

El informe publicado por el Observatorio de Bienestar Animal (OBA), basado en el análisis de más de 6.000 bandejas de pollo en supermercados Lidl de toda España, confirma que el 98% de los productos de esta cadena presentan alguna incidencia de estrías blancas, y que más de un 20% muestra signos graves. Miriam Martínez, mánager de bienestar animal en OBA, alerta de que “la venta de pollos de crecimiento rápido o macropollos es un escándalo para los consumidores y consumidoras, altamente concienciados con el bienestar animal y que demandan productos de calidad”.

La pregunta que deberíamos hacernos es si realmente existen alternativas a este sistema. Por un lado, está el Compromiso Europeo del Pollo, que es un acuerdo voluntario de mínimos que aboga por la implantación de estándares bienestaristas que mejoren las condiciones de las aves y permita transicionar de manera progresiva hacia un modelo de ganadería extensiva más respetuoso con el medioambiente y el bienestar de los animales. Por otro, estaría el fin del uso de las aves para producción, cría y venta, aunque supongo que esto es aún demasiado optimista.

La creciente presencia de estrías blancas en el pollo, las condiciones que estamos viendo en las granjas y explotaciones ganaderas, las enfermedades zoonóticas, etc., deberían obligarnos a mirar más allá y reflexionar sobre el sistema que perpetúa este sufrimiento. Es importante visibilizar estas problemáticas y que las personas consumidoras tomen decisiones de la manera más informada posible, pudiendo decidir si seguir adelante apoyando un sistema que maltrata de manera sistemática a los animales, especialmente los mal llamados de granja.

Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2023 el consumo de carne de pollo aumentó un 14 % y sigue siendo una de las carnes más escogidas entre la población omnívora, en parte debido a su bajo precio comparado con la de otras especies. Precisamente, el aumento de la demanda y este enfoque en bajar los precios, ha afectado seriamente a cómo son tratados los pollos en la ganadería industrial, cada día más empeñada en producir más con menos recursos y, por supuesto, en menos tiempo. Así es como, a lo largo de los años, se han ido generando e hibridando razas de pollos para crear las de crecimiento superrápido, como es el caso de los broilers. El precio de un pollo broiler en supermercado puede estar en torno a los 4 euros/kg, mientras que uno ecológico criado en libertad ascendería a casi unos 12euros/kg. En España hay un claro predominio de pollo broiler frente a otras razas de crecimiento más lento.

Los pollos de crecimiento rápido alcanzan su peso máximo en una media de unos 45 días. Esto equivaldría a que un bebé humano alcanzara los 300 kilos en sus dos primeros meses de vida (Poultry Science Journal). Y esto, al igual que sucedería con los humanos, tiene efectos evidentemente negativos en la salud, tanto física como psicológica, de las aves. Efectivamente, se ha demostrado que la selección genética a la que se ha sometido a estos pollos causa deformidades y graves problemas de bienestar animal. A lo que se suman las condiciones de hacinamiento, que conllevan que los pollos estén sometidos constantemente a antibióticos, de manera más preventiva que curativa, con los efectos negativos que ello tiene en la salud pública, como la resistencia a los antibióticos, que se estima causará un 70% más de muertes en 2050.